Conclusión


Como podéis ver, las cosas no son tan sencillas como para decir que son simplemente el resultado previsible de la actuación de un sistema cibernético autorregulado. Lo cierto es que la evolución planetaria, ciertamente muy ligada al fenómeno vital, parece nuevamente una acumulación de contingencias. Buscar en ella una explicación finalista y fenómenos de control más allá de los evidentes puede ser tan erróneo como hacerlo en la evolución orgánica. Ciertamente, la vida participa y altera los ciclos de los elementos. Desde que el momento que la vida empezó a utilizar unos compuestos determinados afectó a su reciclaje geoquímico que pasó a ser biogeoquímico. Pero eso no significa que la vida controlase los flujos para su propio beneficio, sino que simplemente se convertía en un factor a tener en cuenta. La vida se convertía así en otro de los factores ambientales. Al depender del reciclado de estos compuestos, es lógico y natural que la mayoría de las adaptaciones seleccionadas favorecieran la estabilización de los ciclos.

Sin embargo, en muchas ocasiones, la actividad orgánica ha sido más desestabilizadora que estabilizadora. Así, la atmósfera moderna fue el resultado de una contaminación a gran escala, mientras que las glaciaciones más antiguas, y quizás también las modernas, fueron debidas a desfases temporales en el desarrollo de nuevas comunidades de autótrofos y heterótrofos. Parece como si las grandes innovaciones de la vida hayan sido equivalentes a factores ambientales catastróficos. Los cambios graduales, en cambio, habrían tendido a ser estabilizadores. La vida ha estado siempre bien adaptada al ambiente que la ha rodeado en cada momento de su historia evolutiva. Si Gaia fuese real, también tendría que haber existido en el pasado y no hubiera permitido fenómenos tan alejados de la estabilidad como la formación de carbón durante setenta millones de años durante el carbonífero o la gran glaciación del proterozoico. A nuestro entender,...


...la teoría de Gaia se basa en una interpretación inadecuada a posteriori de la enorme capacidad adaptativa de los organismos, que hace que lo que en realidad es contingente parezca necesario.

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