Calor sensible, calor latente y emisión infrarroja

El calor sensible es aquel que se transmite por conducción (contacto directo entre dos cuerpos que están a diferentes temperaturas con cesión de calor del más caliente al más frío) o por convección (volumen de fluido que al calentarse pierde densidad y que se tiene que desplazar verticalmente para alcanzar la zona que le corresponde, dada su densidad actual).

El calor latente es el que se transmite a través de procesos de cambio de estado. Cuando una sustancia pasa de un estado de menor energía a otro de mayor energía precisa de un aporte adicional de calor. En el caso contrario, la sustancia libera calor al entorno. Por ejemplo, cuando el agua líquida se calienta, todo el calor que recibe hace aumentar su temperatura. Al llegar a la temperatura de cambio de estado se precisa de un aporte de calor adicional –el calor de evaporación–, que hace pasar el agua líquida a vapor que se encuentra a la misma temperatura. Cuando el agua marina se evapora, extrae calor de la superficie del mar. El vapor de agua así formado pasa a la atmósfera, donde, al condensarse y pasar a estado líquido, liberará el calor de evaporación y producirá una transferencia neta de energía desde el océano.

Todo cuerpo que contiene energía térmica emite radiación electromagnética. La intensidad y la longitud de onda de la radiación emitida dependen de la temperatura del cuerpo emisor por medio de leyes físicas muy sencillas: cuanto más caliente esté el cuerpo emisor, menor será la frecuencia de la radiación electromagnética emitida. Esta circunstancia se ha utilizado, por ejemplo, para estudiar la temperatura de las estrellas. Puesto que la Tierra (15°C) está más fría que el Sol (6.000°C), resulta evidente por qué emite radiación de mayor longitud de onda.

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