El proyecto Manhattan

Con la gran ciencia nacen los grandes proyectos científico-tecnológicos, tan característicos de nuestra época: el Proyecto genoma o el Proyecto Manhattan son ejemplos conocidos.

El Proyecto Manhattan se inició en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos, con el objetivo específico de construir la primera bomba atómica de la historia –un artefacto técnico de un poder destructor sin precedentes, basado en la energía liberada en la fisión atómica.

El gobierno norteamericano gastó más de dos mil millones de dólares en la empresa. Se calcula que unas ciento cincuenta mil personas se vieron activamente involucradas en el proyecto. Incluso se levantó una ciudad, de la noche a la mañana, en Los Álamos –un lugar situado en una zona desértica e inhóspita de Nuevo México– para acoger al núcleo central de científicos y técnicos que habrían de determinar, bajo riguroso secreto militar, las características específicas del arma.

El Proyecto Manhattan constituye un punto de inflexión en el desarrollo institucional de la ciencia moderna, por dos motivos principales. Por un lado, por primera vez en la historia se logró coordinar y dirigir el trabajo de un número tan grande de profesionales científicos bajo un único proyecto de investigación. En segundo lugar, el proyecto inauguró una nueva época de intensa colaboración y dependencia entre la comunidad científica y un órgano central de los estados modernos: el estamento militar. Desde entonces, muchas áreas de la ciencia deben gran parte de su desarrollo y crecimiento a la financiación militar. Esta alianza entre el ejército y la ciencia, beneficiosa sin duda para ambos, constituye uno de los rasgos fundamentales de la tecnociencia contemporánea.

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