La tecnología como fenómeno global se ha convertido, en muchas ocasiones a lo largo de la historia, en un objeto de discusión y controversia, capaz de promover actitudes viscerales de rechazo o exaltación. Las posiciones tecnófobas son aquellas que, en general, consideran a la tecnología como un elemento profundamente negativo en la historia de la humanidad, que tiende a limitar la libertad y autonomía humanas y a favorecer la destrucción y explotación indiscriminada de la naturaleza.

En la posición opuesta encontramos las perspectivas tecnófilas, que consideran a la tecnología como un factor liberador de la humanidad frente a la tiranía de las fuerzas de la naturaleza. Los tecnófilos sostienen que el progreso tecnológico ha producido, en la mayoría de los casos, un innegable progreso social. Algunos piensan, incluso, que los progresos sociales más importantes en la historia han sido causados fundamentalmente por la aparición de innovaciones técnicas radicales.

Tecnófobos y tecnófilos comparten la inclinación a efectuar juicios globales sobre la totalidad de la tecnología, olvidando que ésta constituye un fenómeno complejo y multiforme. Resulta mucho más adecuado hablar siempre de tecnologías y de relaciones sociales, en plural, que de tecnología y sociedad, en singular.

En cualquier caso, es un hecho indudable que la pretendida identidad entre el progreso social y el progreso tecnológico es más un mito –nacido en la Ilustración– que una realidad. La subordinación al denominado imperativo tecnológico, que promueve la aceptación indiscriminada de cualquier innovación técnica, ha dejado de ser válida en una época en que algunos de los problemas más serios con que se enfrenta la humanidad (la contaminación, el calentamiento global de la atmósfera o el agujero de la capa de ozono) son el resultado de la utilización de ciertas tecnologías.

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