Introducción
 
 

Continuamente nos vemos obligados a tomar decisiones. Ante cualquier dilema, por complejo que sea, la toma de decisiones es un hecho inevitable. Tanto que incluso aquel que ante una determinada disyuntiva no quiere tomar una decisión está ya tomando una, ya que no decidirse por ninguna de las alternativas, no hacer nada o retardar su elección, es en sí misma una decisión que comportará también unas consecuencias.


Ateniéndonos a la teoría económica clásica, debemos asumir que los individuos toman sus decisiones en función de unas preferencias y que estas se rigen por una racionalidad y por el deseo de maximizar (alcanzar el máximo y mejor posible) sus bienes, entendiendo que los bienes son meramente un instrumento para alcanzar el bienestar o la satisfacción.

Es importante entender que al hablar de bienes no nos referimos únicamente a los materiales, sino que también incluimos los inmateriales, por lo que debemos considerar como objetivo igualmente deseable alcanzar mayores cuotas de bienestar moral aunque esto sea a cambio de liberarse de bienes materiales (altruismo).

Según esta lógica, los individuos tenemos un esquema de cuáles son nuestros objetivos y en función de ellos emprendemos nuestras acciones con el objetivo final de alcanzar mayores cuotas de satisfacción o bienestar.

Como en cualquier otro ámbito, en el de la salud y en el de los servicios sanitarios los profesionales de la salud también han de tomar decisiones y del acierto de éstas dependerá la calidad de su trabajo. Atendiendo a estas reglas de racionalidad y maximización del bienestar, cualquier individuo prefiere permanecer en aquellos estados en los que la salud.

 
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Racionalmente, escoger aquellas políticas que permitan alcanzar al máximo de población este estado de máxima salud.

Sin embargo, los resultados de nuestras elecciones no son siempre unívocos, pues dependen de factores externos ajenos a nuestro control y a factores inherentes a los receptores de dichas políticas. Por ejemplo, en sanidad el resultado de una campaña de vacunación depende de la cantidad de población a la que se ha vacunado y de la respuesta individual a la vacuna. Igualmente, todas las decisiones tienen consecuencias positivas y negativas de distinta magnitud, y además éstas pueden ocurrir con distinto grado de certeza. Habrá que ponderar ante cada decisión la magnitud de los beneficios y maleficios y su probabilidad de aparición en función de las distintas variables (controlables o incontrolables).


Las decisiones relacionadas con la atención sanitaria tienen como objetivo principal escoger la acción que con más probabilidad conlleve los mejores resultados para los pacientes.

De forma muy esquemática, podemos resumir el proceso de toma de decisiones en el ámbito sanitario en tres pasos fundamentales (Eddy, 1990; Thornton y Lilford, 1995; Thornton y cols, 1992):

 


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  • Identificar las opciones o alternativas posibles ante el problema de decisión.

  • Estimar los resultados en salud, ya sean beneficios o riesgos y los costes (económicos y no económicos) de cada una de las posibles alternativas de actuación.

  • Comparar los resultados de las diversas opciones y seleccionar la que optimiza nuestros objetivos.

Personas o grupos diferentes pueden mostrar preferencias también diferentes, no hay una única elección universalmente deseable. Es importante recordar que si se toman decisiones sobre actuaciones a llevar a cabo en relación a otras personas, es necesario que se conozcan los valores y las preferencias de esta población, especialmente las preferencias de los pacientes, porque son ellos los que tendrán que vivir o morir con las consecuencias o los resultados en salud, positivos o negativos, de las diferentes alternativas u opciones de tratamiento.

A menudo se toman decisiones correctas de forma rápida e intuitiva porque se trata de cuestiones con las que se está muy familiarizado, en las que hay una larga experiencia o en las que no hay riesgos ni efectos indeseables o valorables. No obstante, éste no es siempre el caso. En ocasiones, no se está familiarizado con el problema, o no se conocen bien cuáles pueden ser las consecuencias o los resultados de las diferentes opciones para un enfermo concreto, o una comunidad concreta, en una realidad o entorno específico. Ante estas incertidumbres se puede actuar por intuición o por imitación, con argumentos como "si todo el mundo lo hace así tiene que ser el procedimiento correcto", "siempre se ha hecho así" o "ante una enfermedad tan grave alguna cosa hemos de hacer". Con argumentos como éstos se corre el peligro de tomar una decisión equivocada.

Una forma de minimizar estos posibles errores y de resolver el problema con las máximas garantías de éxito es aplicando la metodología del análisis de decisiones.

 
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