Los diplomáticos estadounidenses Joseph Montville y John McDonald acuñaron en 1982 la expresión track two diplomacy o diplomacia de segunda vía para definir la actividad diplomática llevada a cabo por organizaciones o individuos fuera del sistema gubernamental (track one o diplomacia de primera vía) y que surge ante la frustración producida por el estancamiento creativo e inmovilismo político de la diplomacia internacional durante la Guerra Fría, pero que en la era de la nueva diplomacia se ha ido democratizando más y hoy día ya no es posible concebir la gestión internacional de conflictos sin el concurso de esta diplomacia ciudadana, ya sea a través de organizaciones humanitarias, think tanks o de grupos activistas.

Ya en la década de los noventa, el Embajador McDonald y Louise Diamond desarrollaron el concepto de la multi-track diplomacy o diplomacia multivía –representado en el diagrama adjunto-, con el fin de desarrollar y mostrar la complejidad y diversidad que progresivamente adquiría la diplomacia de segunda vía. Fundaron en 1993 el Institute for Multi-Track Diplomacy (IMTD), una ONG ubicada en Washington, DC, un ejemplo emblemático de participación ciudadana en el tratamiento de conflictos crónicos profundos y violentos a escala mundial, en Chipre, Oriente Medio o el África subsahariana. El sistema consta de nueve tracks o vías, los cuales se plasman en círculo, que podríamos denominar como el círculo de la provención de conflictos o de la cultura de paz.

La primera vía la constituye la diplomacia gubernamental, tanto nacional como internacional, incluyendo las capacidades civiles y militares, a la que le corresponde un papel de liderazgo e impulso, siendo la única vía a la que legalmente le corresponde el legítimo uso de la fuerza armada; la segunda refleja las ONG profesionales dedicadas a la resolución de conflictos; la tercera, el sector privado, como agente de paz a través de su creatividad y de su dinamización de la economía a través del comercio y del tejido productivo; la cuarta, el ciudadano de a pie, que, como tal, a través del proceso democrático o de su activismo influye cada vez más en la forma en que los gobiernos y las organizaciones internacionales desarrollan su diplomacia; la quinta vía representa el sector académico y educativo, no sólo por lo que puede aportar a las otras vías en términos de ciencias de la paz, sino también por la importancia de la educación por la paz a la hora de fomentar la cultura de paz en las sucesivas generaciones de ciudadanos; la sexta vía refleja el activismo en general que implica la vía del ciudadano, pero en redes organizadas capaces no sólo de influir los procesos de primera vía, sino también proponer y generar los suyos; la religión o la espiritualidad, según el caso, representa esta séptima vía, a través de grupos y comunidades religiosas y de actitudes eticomorales, como la no violencia o el pacifismo; la financiación, la octava vía, tiene en cuenta la necesidad que todo proceso conlleva de tener un sustento, haciendo viable de este modo que las demás vías puedan operar, y pone relieve la insuficiente financiación que agentes públicos y privados dedican a la provención y cultura de paz, en contraste con los recursos para gestionar las crisis y conflictos armados. Por último, la novena vía plasma la importancia de la comunicación, de las TCI y, muy particularmente de los medios de comunicación, que se han convertido en un agente con derecho propio en la gestión internacional de conflictos, conectando al resto de vías y que ha puesto de relieve, como se señalaba anteriormente, la importancia de la diplomacia pública.

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