Las estrategias competitivas que analizaremos en este capítulo no están integradas, como las que hemos visto en el capítulo anterior, por movimientos destinados a manipular engañosamente las percepciones del adversario. Si bien las estrategias que examinaremos a continuación también pretenden afectar a las expectativas y al comportamiento del adversario -pues ésta es, como sabemos, la finalidad de toda jugada estratégica-, esta vez su característica distintiva reside en que pretenden conseguir tal afectación mediante la determinación de un modelo de juego (es decir, recordemos, una situación de interdependencia estratégica) en el que el otro jugador ocupe una posición negocial dominada, una posición propiamente de sumisión, en la que todas las salidas estén cerradas salvo aquella que conviene a quien utiliza la técnica.
Las manipulaciones, por estar básicamente fundadas en el engaño, se podían neutralizar -como hemos visto- mediante información, verificación, procedimientos objetivos y discusión de los principios.
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Las estrategias de este capítulo, en cambio, no se valen particularmente del engaño (salvo en algún caso específico en el que el engaño también está presente, como en el uso estratégico de agentes negociadores) y suelen mostrar crudamente sus cartas. Están diseñadas para configurar el modelo de interdependencia y la estructura de recompensas de manera que sirva a los intereses tácticos de quien las despliega.
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La defensa, por tanto, tendrá que consistir básicamente en evitar verse atrapado en el modelo o bien, si ya se está en él, conseguir desactivarlo provocando un cambio sustancial en su estructura de recompensas. Si nada de eso es posible habrá que salir de la situación y acudir al valor de reserva.