En el capítulo Algunas nociones de estrategia básica pudimos comprobar los beneficios que obtenían Moriarty o Holmes cuando permitíamos a alguno de ellos jugar primero. Sabemos también que en los juegos mixtos de conflicto y cooperación es posible obtener ventajas si se juega primero.
Para que tenga sentido estratégico jugar primero, la previa jugada incondicional ha de implicar el compromiso de no seguir la estrategia de equilibrio del juego simultáneo, en el caso de que tal equilibrio exista. Por ello, el movimiento ha de estar revestido de suficiente irreversibilidad o credibilidad. Si sabemos que el otro se puede echar atrás su jugada no causará el efecto que pretende. En los conflictos susceptibles de ser ventilados en los tribunales civiles, por ejemplo, los abogados y sus clientes se plantean a veces el dilema siguiente: ¿citamos primero a la otra parte para negociar bajo la amenaza de la demanda judicial o empezamos por demandar judicialmente a la otra parte y después nos vemos para hablar de las posibilidades de retirarnos del pleito si llegamos a un arreglo amistoso? Ahora bien, en este aparente dilema las dos opciones son indiferentes -a los efectos del fenómeno que analizamos- porque jugar primero no crea una situación irreversible. En efecto, los pleitos civiles están a la disposición de quien los inicia y pueden quedar en suspenso o sin efecto en cualquier momento. Los términos de la negociación, por tanto, no habrán cambiado sustancialmente aunque una parte se haya adelantado a presentar la demanda. Quizá habrá conseguido mayor imagen de firmeza, acelerará eventualmente las conversaciones, pero su acción no determinará necesariamente las decisiones de la otra parte. En cambio, cuando permitimos a Moriarty jugar primero y elige A, en nuestro ejemplo del capítulo Algunas nociones de estrategia básica, la situación es irreversible. Holmes tendrá también que elegir A o todo está perdido. Algo parecido puede ocurrir cuando la primera jugada en nuestro anterior ejemplo procesal no consiste en plantear una demanda ante los tribunales civiles, sino una denuncia por delito ante los tribunales penales (si es que la otra parte ha cometido una acción susceptible de ser considerada no sólo civilmente ilícita, sino también penalmente, por ejemplo: vender dos veces la misma finca). En principio, un movimiento de ese tipo es irreversible. Los procedimientos penales, una vez en marcha, no dependen de la voluntad del denunciante, quien ya no puede detenerlos. En teoría, la otra parte, a la vista de la consumación de un movimiento irreversible, ha de preferir indemnizar al denunciante por el importe del perjuicio causado, sin más discusiones, en la confianza de que así el tribunal penal sea más clemente en la condena y se libre de la cárcel.
Sin embargo, como también vimos en el capítulo 5, Moriarty, aunque no pudiera jugar primero, podía conseguir el mismo resultado mediante otro recurso: su contrato con un tercero por el que aceptaba una penalización si elegía B. Efectivamente, cuando no es posible o no es deseable jugar primero, se puede conseguir la misma ventaja estratégica mediante el compromiso con una regla de respuesta a las jugadas de los otros, regla de respuesta cuya fijación sea equivalente a jugar primero. Como vimos en detalle en el capítulo 5, una vez comprometido Moriarty con el tercero, aunque volviéramos a cambiar las reglas del juego y permitiéramos a Holmes jugar antes que Moriarty, Holmes ya no podría sacar ningún partido de tener la iniciativa en la elección. En efecto, Moriarty ha autorrestringido previamente su libertad negociadora y ha quedado atado a la opción A. Ésta es su regla de respuesta a cualquiera de las opciones que adopte Holmes (si éste juega primero). Holmes, si lo sabe, tiene que abrir el juego eligiendo A. Schelling observa que una negociación de tipo distributivo se termina cuando alguno de los negociadores hace la necesaria y última concesión suficiente. Pero, ¿por qué la hace? -se pregunta Schelling-. Porque cree que el otro no la hará-, se responde. La siguiente pregunta que inmediatamente se nos ocurre sería: ¿y cómo conseguir que nuestro adversario se convenza de que nosotros no vamos a hacer la concesión y, en su consecuencia, la haga él? La respuesta la proporciona precisamente la estrategia de autoobligarse uno mismo a fin de obligar al contrario. Si una parte tiene capacidad para restringir en alguna forma, de manera voluntaria pero irreversible, la propia libertad de elección, transmitirá a la otra parte la certeza de que quien se ha autoobligado ya no podrá ceder porque se ha privado a sí mismo de la libertad para capitular. |
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