Hobbes se plantea ese problema cuando califica la vida en el estado de naturaleza -sociedad sin leyes, en la que cada hombre estaría en guerra con todos los demás y en la que todos serían a la vez traidores y explotados- como " solitaria, mísera, horrible, brutal y corta". Como es bien sabido, Hobbes sostiene que la solución radica en una autoridad central fuerte -el Estado-, cuyo poder estaría justificado por la suscripción de un hipotético contrato social en el que todos cedemos una parte de nuestras posibilidades de acción a cambio de que se nos garantice la seguridad de no ser víctimas de los otros. Ese Estado, por tanto, en términos del juego del dilema del prisionero, nos obliga a cooperar y nos castiga si traicionamos los pactos suscritos en el contrato y resuelve así los problemas de acción colectiva planteados por las situaciones del tipo dilema del prisionero con muchos jugadores.

La respuesta de Hobbes sigue perfectamente vigente y de hecho, en el juego del dilema del prisionero repetido, la identificación del traidor y la aplicación de un castigo disuasorio constituye la forma clásica de superación del dilema. Y vista la cuestión en sentido opuesto, cuando es esperable que la cooperación va a surgir por sí sola se tiende a pensar que la acción del Estado es innecesaria e incluso indeseable.

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