Los hábitos de consumo y ahorro cambian con la edad; hay un ciclo vital del ahorro y del consumo. Durante el transcurso de la vida hay una decisión inevitable: qué parte de la renta destinamos a consumo y qué parte a ahorro.
Se constata una gran correlación entre la edad de una persona y sus ingresos y gastos. Lo habitual es que los ingresos aumenten con el tiempo por la mayor capacitación profesional, por la antigüedad, por la mayor experiencia adquirida con los años, con lo que el salario aumentará. En el mismo sentido, el mayor nivel de ingresos permitirá más posibilidades de ahorro y ello provocará un mayor interés por el estudio de las ofertas más adecuadas para invertirlo. A la vez se complicará el esquema de inversión y financiación familiar al incluir la variable fiscal como prioritaria, al querer asegurar la jubilación, al buscar una mayor diversificación en los productos, etc.
Cuando una persona inicia su vida laboral, su nivel de ingresos se suele equiparar con su nivel de gasto. La convivencia en casa de los padres es una característica común, con lo que la preocupación por el ahorro no es inquietante.
A medida que avanzamos en el recorrido laboral, los ingresos aumentan, así como las necesidades de gasto. En esta etapa se suele desear adquirir una vivienda, por lo que se hacen planes a medio plazo, 2-3 años, para ahorrar lo suficiente como para optar a una hipoteca en condiciones "razonables". El número de productos de inversión que se utiliza es muy reducido y la variable fiscalidad afecta poco dadas las numerosas deducciones que se consiguen en el impuesto sobre la renta. Cuando ya adquirimos la vivienda, el nivel de ahorro es mínimo. Pero con el paso del tiempo, el margen para ahorrar es cada vez mayor. Se continúa invirtiendo en productos con bajo riesgo por el temor a perder el poco capital acumulado.
Posteriormente, se llega a una cierta estabilidad financiera, el patrimonio aumenta y el inversor se preocupa por los productos que le pueden proporcionar mayores beneficios. Empieza a invertir en renta variable y en fondos de inversión por las expectativas de mayor rentabilidad a largo plazo, hecho que le compensa el diferencial de riesgo que debe soportar. También realiza las primeras aportaciones a planes de pensiones, por razones fiscales y por mayor proximidad de la jubilación.
En los años previos a la jubilación aumenta la preocupación por la misma, con lo que las aportaciones por este concepto se incrementan. Además, la menor disposición al riesgo lleva al inversor de retorno a los productos de renta fija como estrategia de cobertura ante la jubilación inminente.
En el momento de la jubilación se suele invertir en productos de renta fija, dado que la aversión al riesgo en esta etapa de la vida es elevada. Como alternativas cabrían los fondos de inversión en el mercado monetario y quizá la adquisición de viviendas como segunda residencia (o de verano) o para los hijos.