La bibliografía, entendida como la ciencia dedicada a la elaboración de los repertorios, a finales del siglo XIX, tiene una sólida tradición que arranca desde los primeros documentos impresos. Prácticamente todos los ámbitos del conocimiento disponen de alguna bibliografía y son muchos los grandes bibliógrafos que han elaborado obras monumentales. Entre los más ilustres destacan Konrad Gesner, que publica en el siglo XVI la su Bibliotheca Universalis, la primera bibliografía general universal y retrospectiva. En el siglo XVII, destaca el español Nicolás Antonio con dos bibliografías generales nacionales, Bibliotheca hispana [Nova (1672) y Vetus (1696)]. Ya en el siglo XIX, Brunet con su Manuel du libraire et de l'amateur de livres ofrece una bibliografía de carácter general selectiva, obra imitada por el alemán Graesse que publica el Trésor des livres rares et précieux.
En el momento en que Otlet y La Fontaine fundan el Instituto Internacional de Bibliografía, la bibliografía disfruta ya de la consideración de disciplina científica que actúa al servicio de la investigación, en la medida en que divulga los avances científicos mediante las bibliografías especializadas. Pero la práctica bibliográfica no había sido concebida siempre en estos términos. Su significación ha ido evolucionando a lo largo de los tiempos. Así, en sus orígenes era una extensión lógica de la erudición humanista. Más adelante, será un reflejo de la estimación por el libro o una necesidad comercial asociada a la incipiente industria editorial. Ya en el siglo XIX empieza a ser entendida como una disciplina básica en la formación del bibliotecario que debe organizar y poner en funcionamiento nuevas bibliotecas, hasta consolidarse en una herramienta vital para el progreso de las ciencias mediante la comunicación de sus avances.