Uno de los impactos más importantes es la pérdida o alteración de la capa forestal existente sobre el planeta. Desde hace
siglos, todos los pueblos del planeta han talado bosques con tal de instalar nuevos asentamientos de población, para explotar
los recursos forestales o para convertirlos en campos de cultivo o en prados ganaderos. Este proceso de deforestación* se ha acelerado durante los últimos años y, tal como hemos indicado en el punto anterior, los países de la periferia son
los más afectados.
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Ejemplo
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Los incendios forestales en las regiones mediterráneas provocan la deforestación y la pérdida de diversidad biológica.
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El proceso de tala de árboles se ve compensado con procesos paralelos y sistemáticos de reforestación* y desde hace décadas, a pesar de un aumento de la demanda, la superficie agrícola no aumenta sino que intensifica su productividad
(mecanización, uso de fertilizantes o cambio en los productos, por ejemplo) de manera que la mayor presión sobre el suelo
viene sobre todo por la implantación de nuevos usos urbanos (viviendas, servicios, infraestructuras, equipamientos o los vertedores
incontrolados).
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En gran parte de los países periféricos, además de la ocupación urbana de los suelos rurales, la destrucción de los bosques
sigue siendo una causa de la explotación de la madera y del aumento de las zonas agrícolas o ganaderas.
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En las zonas áridas y semiáridas, la sobreexplotación agraria y la falta de medidas correctores conduce a graves procesos
de erosión y degradación del suelo que, junto con la severidad de ciertas sequías, lleva a una extensión progresiva de las
zonas desertificadas.
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El problema no está en la pérdida continua de árboles y en el hecho de que la regeneración forestal no siga el mismo ritmo,
sino en la pérdida de la diversidad biológica (biodiversidad*). En función de la zona afectada, se estima que la reducción de estos bosques puede incidir en la desestabilización de los
ciclos del oxígeno y el dióxido de carbono a escala global.
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