La educación sólo es posible si se relaciona con una finalidad determinada.
Un proceso de enseñanza-aprendizaje que no presente un carácter intencional definido no se puede calificar de educativo.
La finalidad del proceso educativo consiste en obtener modificaciones del comportamiento humano ideológicamente orientadas, es decir, en posibilitar unos determinados cambios de conducta en la persona en función de unos valores determinados.
"Educación para la salud" es una expresión bastante general que puede ser interpretada a voluntad. De entrada, su finalidad es conseguir que las personas actúen y vivan de forma más sana mediante la formación.
Otro aspecto es definir qué se entiende por "sano" y por "saludable".
La finalidad educativa siempre estará condicionada por la idea de persona, de vida y de sociedad del agente educativo.
De la misma manera que existe un modelo conceptual sobre la educación que prioriza la influencia del educador y otro que prioriza la maduración del educando, la finalidad educativa puede ser externa o interna. Hay que tener en cuenta que, a menudo, la finalidad externa y la interna no coinciden:
La finalidad externa viene definida por el educador y presupone que éste conoce al educando y sus necesidades.
La finalidad interna viene establecida por el propio educando, que actúa de agente educativo. La persona que aprende comprende el sentido de lo que hace (si tiene un mínimo de madurez).
Uno de los puntos clave que debe plantearse todo educador es "para qué" educa. Cuanto más concreta, delimitada y precisa sea la respuesta, más efectiva resultará la actuación educativa. Las respuestas que se dan a esta pregunta constituyen los objetivos educativos. Los objetivos educativos deben cumplir dos requisitos:
- Ser asequibles y significativos para el educando.
- Estar formulados de manera que se puedan verificar objetivamente.
De la selección de los objetivos educativos se deriva la especificación de los contenidos del aprendizaje. Éstos contestan a la pregunta "sobre qué" se educa.