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La muerte en el Antiguo Egipto |
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Los egipcios entienden el universo como un equilibrio de fuerzas opuestas (caos/orden). Dentro de esta particular concepción del universo, los cambios son concebidos en términos cíclicos, como partes de una secuencia predecible, a los que sigue siempre el restablecimiento del orden. La muerte, que es cambio y por tanto una manifestación del caos, debe integrarse en un proceso conocido, reconducirse a un orden, a fin de restablecer el equilibrio del universo. Por eso, la muerte es sólo un tránsito, una etapa en la trayectoria del individuo, que conduce a un nuevo estado de plenitud, a una nueva forma de "vida". No se trata del final de un proceso, la vida, sino solamente de una interrupción del mismo; un cambio de estado y no una aniquilación. De este modo, lo que caracteriza el mundo funerario egipcio es la manera en que el difunto sigue "activo" y sigue participando en el mundo de los vivos. Puesto que los muertos mantienen el contacto con el mundo terrenal, no debe extrañarnos, por ejemplo, que los vivos soliciten su consejo o ayuda cuando se encuentran en situaciones difíciles. Por otro lado, en ciertos textos los difuntos intervienen activamente en el mundo de los vivos. Así, en la Instrucción de Amenemes I a su hijo Sesostris, es el rey muerto, Amenemes, el que cuenta su propio asesinato a su hijo, y, en el papiro judicial de Turín, un rey ya difunto, Rameses III , nombra al tribunal que ha de juzgar a los implicados en el complot para asesinarle. |
La integración de la muerte en los acontecimientos de la naturaleza - el ciclo solar, el ciclo lunar, el de las crecidas del Nilo, el de la vegetación... - supone una concepción optimista de la misma, porque la enmarca en un ciclo de eternos retornos y rejuvenecimientos. Pese a este optimismo que sitúa el episodio traumático de la muerte del individuo en un esquema conocido y consolador, subsiste el hecho incuestionable de la desaparición física del individuo y el sentimiento de pérdida que ello provoca. |
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A este respecto, es importante destacar la diferencia entre los destinos funerarios de un individuo cualquiera y del rey, porque el rey, por definición, ya está totalmente integrado en el universo; su muerte no constituye un cambio esencial en la medida en que el trono nunca queda vacante ya que, de acuerdo con el mito egipcio de la realeza y el carácter arquetípico de la monarquía, está siempre ocupado por Horus, hijo de Osiris: el rey vivo es Horus; el rey muerto, en tanto que Osiris, queda integrado en los ciclos de la naturaleza. Por eso, los textos y la iconografía funeraria regia son arquetípicos y mitológicos, y no aluden nunca al cortejo funerario y al entierro, motivo central, en cambio, de los textos e imágenes de los particulares. |
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