Inicio Atrás Adelante La muerte en el Antiguo Egipto
Comentario complementario

Como ya hemos dicho, los egipcios integran la realidad de la muerte en el ciclo de la vida. Es por ello por lo que los vivos, al igual que conceden la mayor importancia a la preparación de los campos y a la crecida del Nilo, prestan gran atención a la supervivencia de sus difuntos. La preparación del cuerpo, del ajuar y de la tumba no debe interpretarse solamente como el deseo de que la vida en el más allá sea igual que la realidad terrenal que se conoce, sino como la necesidad de establecer entre vida y muerte una línea ininterrumpida que garantice una esencial continuidad "ontológica" del individuo.

Al concebir la muerte, los egipcios aceptan la existencia de la muerte física, pero tienen que armonizar esta realidad definitiva con la supervivencia de la persona. Esta supervivencia, con todo, no se entiende sin la presencia de un soporte físico. El difunto necesita un cuerpo, un soporte material, porque éste es lo que dota de especificidad al individuo. Es esta concepción la que explica el desarrollo de las técnicas de momificación, así como la presencia en las tumbas de estatuas del difunto, ya que tanto la momia como las estatuas son, en sentido literal, el soporte físico del muerto. Las estatuas, que cumplen una función sustitutiva de la momia para el caso de que esta sufra algún daño, deben representar a un individuo concreto; para asegurar esta identificación se utilizan inscripciones, en las cuales constan el nombre y los cargos del difunto.

Representación alegórica del mundo

El individuo muerto permanece en la tumba, que es considerada como su residencia o "casa". Como la casa es la "vivienda", es decir, el lugar en que se "vive", la tumba es el lugar en que se "revive" en el más allá. El individuo queda totalmente vinculado a su tumba dado que ésta contiene su cuerpo y el cuerpo es, según hemos dicho, el soporte que permite su existencia ultraterrena. Las tumbas, por tanto, crean las condiciones necesarias para la vida en el más allá. Devolver la vida al difunto supone ante todo devolverle la capacidad de comer, o en un sentido más general, hacer que revivan sus funciones vitales. El alimento pasa a ser, pues, la base de la supervivencia y explica la presentación de ofrendas y la colocación de alimentos en el interior de las tumbas. La decoración de las tumbas sirve también a esta función de conferir vida al difunto. Las imágenes que recubren el interior de las tumbas aportan simbólicamente al individuo todo lo que éste precisa para sobrevivir en el más allá, de modo que si no se llevara a cabo alguno de los rituales prescritos o las ofrendas no fueran depositadas, las imágenes asegurarían mágicamente la continuación del ciclo funerario, la integración del individuo en el cosmos.

La tumba es la casa, con un inquilino, el muerto, y con todo lo que éste puede necesitar plasmado en la decoración o por medio de objetos físicos, es decir, el ajuar. En muchos de los textos que nos han llegado se habla de la necesidad de un buen entierro, como en este pasaje del Sinuhé, en que el rey exhorta a Sinuhé, que vive en Palestina, a volver a Egipto, pues su muerte está cercana y conviene que piense en proveerse de una buena tumba y en prepararse un buen funeral.

 

La tumba, como receptáculo del difunto, es un lugar de transfiguración, pero la existencia del propio difunto no queda restringida a la tumba.

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