Política y Estado

  • Aitor Díaz Anabitarte

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Primera edición: septiembre 2019
© Aitor Díaz Anabitarte
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© de esta edición, FUOC, 2019
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Introducción

Este módulo pretende adentrarnos en el estudio de la política desde una perspectiva científica y académica. En el primer apartado, estudiaremos el origen de la política, su significado –dentro de la polisemia que reviste el concepto de política–, sus dimensiones básicas y el concepto de sistema político. Finalmente, junto a este primer bloque introductorio, se abordará también la diferencia entre ciencia política y política.
Realizada esta primera aproximación al concepto de política, nos ocuparemos del concepto de poder; un binomio, el de política y poder, que resulta –en muchas ocasiones– difícil de deshacer. En otras palabras, intentaremos demostrar por qué hablar de política es hablar de poder. Finalmente, como último bloque de este primer módulo, estudiaremos el Estado desde varias perspectivas.
En suma, en este módulo expondremos la relación entre política, poder y Estado, analizando cada uno de los conceptos de forma aislada, pero también entendiendo –y exponiendo– la lógica relación entre los tres.

Objetivos

A continuación, presentamos una serie de objetivos de aprendizaje relacionados con el contenido de este módulo. Unos objetivos que deben servir de orientación para todo el que lo trabaje.
  1. Integrar sendas definiciones conceptuales de «política», «poder» y «Estado».

  2. Distinguir entre el papel de la política en toda comunidad humana y la labor de la ciencia política.

  3. Saber aportar una definición propia de política.

  4. Conocer las diferentes dimensiones básicas de la política.

  5. Aprender la aplicabilidad de la idea de sistema político y sus consecuencias desde la vertiente de la legitimidad.

  6. Identificar los distintos elementos que componen todo sistema político.

  7. Relacionar correctamente el concepto de política con el concepto de poder.

  8. Manejar de forma relacional los conceptos de poder, autoridad y legitimidad.

  9. Razonar la importancia del actor Estado en toda su magnitud.

  10. Saber definir los elementos constitutivos del Estado y saber diferenciar sus distintos grados de importancia.

  11. Comprender los distintos discursos de legitimación del Estado.

  12. Conocer la evolución del Estado y las características nucleares de cada una de sus fases.

  13. Distinguir entre sistemas totalitarios y autoritarios.

  14. Detectar las diferencias entre las diversas opciones de distribución territorial del poder.

  15. Comprender el Estado y su papel en el conjunto del sistema internacional.

1.¿Qué es la política?

1.1.Definiciones y comentarios iniciales

La palabra política no resulta, en principio, una palabra demasiado extraña. En realidad, es muy probable que utilicemos a diario y hayamos integrado este vocablo en nuestro día a día; aunque ello no signifique que sepamos realmente su significado ni que conozcamos sus dimensiones y todas las implicaciones que conlleva en el ámbito de las ciencias sociales.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos ofrece hasta doce significados distintos si consultamos la entrada política; no obstante, algunos de ellos están relacionados entre sí. Sea como fuere, la palabra política es de uso habitual y frecuente y, como vemos, puede hacer referencia a muchos significados e incluso utilizarse en diversos ámbitos. Por ejemplo:
«La política de este club de fútbol es la cantera».
«¿Qué política de devolución tienen estos grandes almacenes?».
«Actualmente es importante hablar en público siendo políticamente correcta».
«Ante esa discusión, he optado por responder de forma política».
«El debate sobre la inmigración se está politizando…».
Observamos, como decíamos, la variedad de contextos en los que la palabra política puede ser utilizada con intenciones bien distintas. No obstante, tomemos dos conclusiones de partida ante lo dicho hasta ahora. Por un lado, siendo optimistas, la cercanía o familiaridad del concepto, ya que muy probablemente forme parte de nuestro diccionario particular de uso diario, en cierta medida nos hace más sencillo (o menos laborioso) empezar a trabajar sobre dicho concepto. Sin embargo, por otro lado, esta polisemia que hemos detectado puede jugar un papel distorsionador si a lo que aspiramos es a una correcta definición en el marco de las ciencias sociales y, concretamente, de la ciencia política. De ahí, precisamente, la importancia de establecer criterios, definir ideas y demarcar conceptos desde una aproximación académica sobre la cuestión. Dicho de otro modo, aunque se trate de un concepto que pueda resultar incómodo, ello no debe sino animarnos a definir correctamente y sin ambigüedades la noción de política.

1.2.El conflicto social como origen de la política

La raíz etimológica de la palabra política proviene del griego y hace referencia a la «Teoría de la Polis» (refiriéndose a la ciudad). Esta referencia hace hincapié en el elemento societario, consecuencia de la vida en comunidad, del concepto política.
Es decir, como primera idea que hay que tener en cuenta, debemos atender la dimensión social de la política.
Un primer elemento que hay que valorar y que supondrá una condición necesaria, aunque no suficiente, para que acontezca la política. En este sentido, partimos de dos presupuestos para empezar a discutir sobre el nacimiento de esa esfera de la vida social a la que llamamos política.
1) El individuo desarrolla su vida en comunidad (el mito de Robinson Crusoe es eso, un mito).
2) La naturaleza se manifiesta bajo dos principios elementales: el mínimo esfuerzo y, con ello, el máximo desorden.
La conjunción de ambos presupuestos sitúa al individuo ante un problema que será connatural a la propia existencia humana. Es decir, la imposibilidad de desarrollar una vida completamente al margen de una comunidad junto con las características de mínimo esfuerzo y máximo desorden van a suponer que, como punto de partida, la vida insertada en sociedades conlleve (indefectiblemente) la existencia de un conflicto. Por eso solemos afirmar que el conflicto es algo inherente a la vida en común y, por este motivo, el conflicto debe ser interpretado como algo natural. Con todo, la política surgirá ante esta coyuntura como aquella actividad humana orientada a la gestión del conflicto.
¿El conflicto es bueno o es malo?
En primer lugar, merece la pena puntualizar que la tarea del científico de la política no es determinar «lo bueno y lo malo», estas categorías son más propias de la filosofía. En este sentido, habrá que determinar, en todo caso, si la gestión que se hace de dicho conflicto resulta beneficiosa para el conjunto de la comunidad, resuelve los problemas que se planteaban y, en definitiva, mejora las condiciones de vida de la comunidad.
En segundo lugar, aunque nunca se debe perder de vista, el conflicto siempre deberá ser interpretado como algo natural o connatural a la propia existencia humana.
1.2.1.El origen del conflicto
Como venimos exponiendo, la vida en sociedad conlleva la aparición, tarde o temprano, de fricciones entre los miembros –o grupos de miembros– de dicha comunidad. Estas fricciones son las causantes de que, de forma agregada, hablemos del conflicto como algo connatural; más concretamente, este conflicto se origina fruto de una característica que tenemos en común los seres humanos: la diferencia. Aunque pueda resultar contradictorio, si hay una característica que define a los individuos es su diferencia, no solamente por motivos de raza, sexo o edad, sino (y sobre todo) diferencias de tipo social, cultural, económico, religioso, ideológico, etc. En este contexto, por ejemplo, podemos identificar el concepto de clase social para definir los diversos grupos sociales estratificados en función de la renda que reciben o el patrimonio que poseen; o bien, la pugna entre aquellos habitantes de la capital (centro) y los que viven, alejados de la capital, en regiones de la periferia. Estas diferencias dan forma a unas fracturas dentro de las sociedades que denominamos cleavages (o ‘escisiones’).
En la figura 1, mostramos la desigualdad económica tomando el ejemplo de Italia, en el que existe una clara diferencia entre el norte, más industrializado, y el sur, menos desarrollado.
Figura 1. La desigualdad como origen del conflicto
Fuente: Eurostat mediante Statista.
Fuente: Eurostat mediante Statista.
1.2.2.El surgimiento de la política
El conflicto es, precisamente, el elemento que genera la necesidad de desarrollar, por parte de los colectivos humanos, esa actividad a la que llamaremos política. Así, si entendemos que la política es aquella actividad humana destinada a establecer decisiones (proceso de toma de decisiones colectivas vinculantes) que se determina o se ve influenciada por múltiples factores (ideología, necesidad, moral, ética, etc.) y que afecta –o puede afectar– a muchas esferas de la sociedad (economía, cultura, relaciones internacionales, etc.), podemos ver cómo la necesidad de gestionar el conflicto al que venimos haciendo referencia será lo que justifique esa toma de decisiones colectivas vinculantes. De esta forma, obtenemos una primera definición de política que, desde una perspectiva antropológica –si se quiere–, se fundamenta en la explicación sobre el origen de la política o de la necesidad de esta. Una visión algo pragmática, pero que, en cierto modo, significa lo mismo –o tiene el mismo impacto– que la definición, algo más romántica –por así decirlo– de Johannes Althusius, que definió la política, como si se tratara de definir el rumbo de la sociedad, como:

«El arte de unir entre sí para establecer vida social común, cultivarla y conservarla».

El siguiente esquema (figura 2), que tomamos del profesor Vallés (2015), resume lo explicado sobre cómo se genera la necesidad de una gestión común del conflicto, y de ahí la aparición del «espacio» para la política:
Figura 2. El conflicto como origen de la política
Fuente: Vallés (2015).
Fuente: Vallés (2015).
Más concretamente, y como si de la continuación de la dinámica que propone este esquema se tratara, la política –desde una visión generalista–, o mejor dicho, «a través de la política», los individuos aspirarán a establecer una serie de decisiones colectivas vinculantes que puedan, como hemos dicho, regular o gestionar dicho conflicto. En este punto, dos son los elementos que hay que tener en cuenta: el carácter colectivo por un lado, y el vinculante por el otro.
1) En relación con el elemento colectivo, resulta razonable imaginar que si el conflicto surge –o se genera– en el seno de una comunidad, colectividad o sociedad, el carácter de dichas decisiones debará ser colectivo. Puntualizar, eso sí, que se trata de una característica finalista; es decir, la intención es que esa decisión que pretende gestionar el conflicto revierta sobre el conjunto del grupo pudiendo ser tomada por una sola persona o por una asamblea.
2) Junto a esta primera puntualización sobre el carácter colectivo –o social– de la política, es importante también remarcar la necesidad de que las decisiones políticas sean vinculantes, es decir, de obligado cumplimiento; una característica propia de la política y que apela, por ejemplo, al establecimiento de normas, pautas, leyes, reglamentos, etc.
¿La política logra siempre «solucionar» el conflicto?
Como todo en sociedad, hay que entender que se trata de un proceso dinámico –lo veremos mejor cuando introduzcamos la noción de sistema político– que difícilmente se estabiliza hasta lograr hacer desaparecer cualquier conflicto. Por ello solemos afirmar que vivir en sociedad es vivir en permanente conflicto –de ahí la importancia de la esfera de la política. Por lo tanto, no se puede pretender terminar con esta característica de la vida en común; en todo caso, se puede –y seguramente se deba– aspirar a una correcta gestión del conflicto en términos de mantenimiento de una mínima cohesión social.
1.2.3.Las etapas de politización
La explicación provisional que estamos elaborando sobre el concepto y de lo que significa la política, desde una visión genérica, implica necesariamente un proceso en el que el conflicto –o aquella cuestión concreta que genera inestabilidad– sea vista por el conjunto –o por una parte importante– de la comunidad como problemático y, por lo tanto, como algo que requiere de una gestión. Por este motivo, es usual encontrarnos con cuatro etapas de politización. Es decir, cuatro fases (o momentos) a través de las cuales pasaría todo conflicto hasta cobrar cierta relevancia pública. Una politización que, a la postre, terminará haciendo reaccionar y actuar a los diversos actores implicados o instituciones encargadas de dicho conflicto. En este sentido, identificamos cuatro etapas principales:
1) La identificación de una relación de desigualdad que es la causante de la inestabilidad.
2) La toma de conciencia por parte del colectivo afectado y la articulación de demandas para que se tomen las medidas necesarias con el objetivo de gestionar dicha situación conflictiva.
3) La articulación de apoyos y organización de movilizaciones con el objetivo de aglutinar demandas y propuestas.
4) La entrada del conflicto en la agenda política. Es decir, su traslado al escenario público a la espera que se tomen medidas para su gestión (normalmente mediante lo que venimos denominando como decisiones colectivas vinculantes).
Etapas de politización
Imaginemos una zona rural, bastante apartada de núcleos urbanos, pero en la que habitan (de forma permanente) ciudadanos que se dedican a la agricultura. Es muy probable que esta comarca rural, alejada de capitales y ciudades, tenga un déficit de inversión en infraestructuras, por ejemplo. Pues bien, ante esta coyuntura –ya tenemos el punto de partida, la desigualdad que genera el conflicto–, es probable que se articulen las consecutivas etapas de politización y se consiga dar visibilidad del problema en las instituciones de gestión pública. En este caso, por ejemplo, y tras la toma de conciencia del problema, es sencillo imaginar una manifestación durante un día festivo del fin de semana con el objetivo de dar visibilidad (más allá de los límites de dicha comarca), con la intención de que el problema particular de esa zona en concreto se convierta en una cuestión que debe ser tratada por parte de las instituciones públicas.
¿Existen comunidades o sociedades sin política?
La respuesta a la pregunta no resulta sencilla y puede conducir a errores. No obstante, entendemos que sí existieron comunidades tribales (muy reducidas en número de miembros), unidas por lazos de parentesco y basadas en una solidaridad y cooperación que estructuraban las relaciones dentro del grupo. En estos ejemplos, muy puntuales, las comunidades con estas características podían permitirse el lujo de no desarrollar –por ausencia de necesidad– instituciones de gestión pública o gobierno. Sin embargo, insistimos, se trata de ejemplos muy concretos. Dicho de otro modo, de forma coloquial, serían la excepción que confirma la regla.

1.3.Las dimensiones de la política

Una vez analizado el surgimiento de la política y adoptado una definición de carácter antropológico, vale la pena introducir la perspectiva de la ciencia política. Aquí, concretamente nos interesa la manera en que esta disciplina de las ciencias sociales –a la que dedicaremos el último epígrafe de este primer bloque– interpreta la política y, más concretamente, a qué hace o puede hacer referencia. En este sentido, hay un amplio consenso académico que considera que la esfera política se puede manifestar mediante una de sus tres dimensiones: proceso, estructura y resultado (en inglés: politics, polity, policy, respectivamente).
La diferenciación entre estas tres dimensiones (proceso, estructura y resultado) que conforman lo que denominamos como política no es siempre sencilla. El motivo principal, como se puede observar, es que las lenguas latinas utilizan el mismo término (el vocablo política) para referirse a las tres.
Sin embargo, en el mundo anglosajón es más fácil distinguir las tres perspectivas; esto se debe a que para cada una de las dimensiones se utilizan tres términos diferentes:
  • polity, para referirse a la estructura;

  • politics, cuando nos referimos a las conductas;

  • policy, para hablar del resultado.

A modo de traducción, y para una mejor comprensión del significado concreto de las tres dimensiones, podemos emplear, respectivamente, las expresiones: ‘sistema político’, ‘política’ y ‘política pública’. Una explicación que intentamos resumir en la tabla 1 a partir de un esquema de Vallés (2015).
Tabla 1. Estructura, proceso y resultado de la política

Estructura

Proceso

Resultado

Instituciones, normas, leyes, sistema, reglamentos

Acción política, movilización política, conductas

Output, respuesta a las demandas, intervención sobre relaciones sociales

Sistema Político

Política

Política Pública

Polity

Politics

Policy

1.4.El sistema político

Desde una perspectiva estructural o sistémica, la forma de hacer política ha ido evolucionando a lo largo de la historia sufriendo mutaciones importantes que nos han empujado a hablar de cambios de sistema; unas modificaciones que han sido consecuencia de distintas formas de entender la gestión del conflicto social y, por tanto, de organizarla. Sirva de ejemplo la evolución evidente entre el modelo de polis ateniense, el feudalismo, las monarquías absolutas y, finalmente, el estado liberal.
Sea como fuere, para describir las formas de la política –es decir, ubicados en la dimensión estructural, polity– se han usado distintas imágenes que pueden entenderse, a su vez, como explicaciones metafóricas.
Ejemplos metafóricos
Así, la imagen de una máquina en la que existe una relación causal entre lo que la hace funcionar (la energía) y el resultado que se obtiene; la comparación con un organismo donde las partes de este cumplen funciones distintas y, además, el todo es considerado como algo más que la mera suma de las partes; o bien, la analogía entre las estructuras políticas y el mercado (dos escenarios donde existen relaciones por interés, intercambio y supervivencia) son tres ejemplos metafóricos que, como denominador común, comparten la naturaleza sistémica.
Un sistema, de forma genérica, se define como un conjunto u organización de cierta complejidad que recoge y transmite información, genera actividad y controla resultados.
Una definición algo abstracta que, probablemente, se interprete mejor con el ejemplo.
Aparatos de refrigeración
Cualquier sistema de refrigeración de edificios funciona de la siguiente manera:
  • Medición de la temperatura exterior.

  • Comparación de esta información con la temperatura deseada.

  • Activación de aire frío o caliente en función del resultado anterior.

  • Medición, nuevamente, tras la actuación con aire frío o caliente.

El sistema político funciona de una forma similar, aunque, siguiendo con la metáfora, en lugar de temperatura atmosférica podemos hablar del «clima social». Más concretamente, el análisis sistémico de la política propuesto por David Easton en 1965 consta de cinco elementos:
1) Entorno (lo que presiona al conjunto del sistema): conjunto de relaciones sociales, económicas, culturales, etc. donde se origina el conflicto social.
2) Inputs (las presiones concretas sobre el sistema): demandas del entorno hacia el núcleo del sistema mediante, por ejemplo, manifestaciones públicas, los medios de comunicación o mediante una iniciativa legislativa popular, entre otros muchos mecanismos.
3) Black Box (el núcleo del sistema): conjunto de instituciones que conforman lo que denominamos como centros de poder (élite gobernante, parlamentarios, empresariado, partidos políticos mayoritarios, etc.).
4) Output (las respuestas de la black box ante las demandas): reacciones del sistema en forma, por ejemplo, de política pública o modificación legislativa.
5) Feedback (retroalimentación): efecto del output en el entorno y el nuevo escenario que ello supone.
Una explicación que queda resumida en las figuras 3 y 4, mostrando, en primer lugar, el esquema que el propio Easton pensó en 1965 y una simplificación realizada por el profesor Vallés en 2015.
Figura 3. Esquema sistémico de David Easton
Fuente: Easton (1965).
Fuente: Easton (1965).
Figura 4. Simplificación del esquema sistémico político de Easton
Fuente: Vallés (2015).
Fuente: Vallés (2015).
1.4.1.Utilidad del análisis sistémico de Easton
La explicación sistémica de Easton nos aporta una serie de ventajas en aras a una correcta comprensión de lo que significa el proceso político. Entre estas ventajas destacamos las siguientes:
  • Se entiende mejor la relación entre el entorno y el núcleo del sistema político.

  • Es un buen reflejo de cómo, mediante la política, se gestiona el conflicto social.

  • Hay un ordenamiento esquemático del proceso político y sus diversos elementos.

  • Se resalta la interdependencia y el dinamismo de la política.

  • Es aplicable a todo tipo de estructuras políticas.

  • Se muestra la política como lo que es: un efecto de tensiones y respuestas a estas.

1.5.La política como ciencia: la ciencia política

Antes de finalizar con este primer apartado introductorio sobre el concepto y el alcance de la política, resulta necesario –ya que hemos mencionado su existencia– conceptualizar correctamente a qué nos referimos cuando hablamos de ciencia política.
La ciencia política es una disciplina que pertenece a las ciencias sociales y que se ocupa del estudio sistemático y objetivo de la política, ya sea desde su naturaleza teórica como desde su expresión práctica.
Es decir, por ejemplo, aportando marcos teóricos (como el de Easton sobre el sistema político) que nos permitan un mayor y más profundo conocimiento sobre los procesos políticos. Una disciplina que, en definitiva, toma la política (en todas sus magnitudes) como objeto de estudio.
En este sentido, si recuperamos la herencia de Max Weber, tres son las tareas principales que debe desarrollar el científico de la política:
1) Dados unos fines, indicar qué medios son necesarios para alcanzar dichos objetivos.
2) Determinar las consecuencias de las decisiones o acciones políticas.
3) Desde una perspectiva analítica, siguiendo literalmente la recomendación de Weber, determinar a qué Dios sirve su política (por ejemplo, razonar si la política social y fiscal que defiende al Partido Socialista Obrero Español se corresponde con los postulados de la socialdemocracia).
Vemos cómo en ningún momento la tarea del científico de la política incorpora debates o posiciones normativas. El politólogo –como se denomina actualmente a la profesión– se mueve siempre en el terreno del ser y no del deber ser; un ámbito, el prescriptivo o normativo, que queda reservado para el filósofo.
Max Weber
Max Weber (1864-1920) está considerado como el padre de las Ciencias Sociales modernas. No vio publicada su principal obra, Economía y Sociedad (1921-1922), aunque sí pudo disfrutar del impacto que tuvo en la academia su obra anterior, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905). Dos obras clave para entender la evolución del conocimiento en ciencias sociales.
Finalmente, puntualizar que la ciencia política (como toda disciplina científica) ha sufrido un proceso de especialización y ramificación y ha creado lo que conocemos como las distintas áreas de estudio de la ciencia política:
  • Desarrollo de conceptos políticos: teoría política.

  • Análisis comparado: política comparada.

  • Examen de administraciones públicas: ciencia de la administración.

  • Estudio del comportamiento electoral: comportamiento político.

  • Análisis de las relaciones internacionales: política internacional.

  • Estudio de las políticas públicas: policy studies.

2.¿Qué es el poder?

2.1.Definiciones de partida

Como hemos podido comprobar en el anterior bloque sobre la política, la relación de esta con el concepto –o las dinámicas– de poder resulta algo inevitable. La principal explicación de dicha relación no es otra que la constatación de que si la política es la gestión del conflicto mediante la toma de decisiones colectivas vinculantes, el carácter obligatorio nos remite, ineludiblemente, a la idea de poder. Más concretamente, hemos visto por qué hablar de política es hablar de poder. Ello se debe, básicamente, a la necesidad de intervenir (gestionar) el conflicto. Un conflicto que requiere llevar a cabo una serie de decisiones que conllevan, como decimos, un componente de obligación o imposición.
Regulación del tráfico
La regulación del tráfico de vehículos en una ciudad resulta un ejemplo claro de la necesidad de intervenir para, en este caso, prevenir un más que posible conflicto. En este caso, si nos preguntamos acerca de la cuestión de la obligatoriedad, podremos hacer referencia a determinadas prohibiciones (como el límite de velocidad) que son de obligado cumplimiento y cuya no obediencia implica sanción.
Tras haber constatado la estrecha vinculación entre política y poder (por aquello de la toma de decisiones vinculantes de obligado cumplimiento), resulta necesario en este momento de la argumentación ocuparse de la noción de poder. Un concepto, el de poder, que se puede definir en torno a dos grandes líneas o concepciones del mismo:
1) En primer lugar, una visión del poder como un recurso que se tiene como algo de lo que se puede disponer en función de las necesidades. Dentro de esta explicación del poder, lo importante es «apoderarse del poder» o estar en disposición de afirmar que «se ostentan» los recursos necesarios que permiten ejercerlo, dicho de otro modo, es precisamente lo que buscará la élite, el grupo dominante o, por ejemplo, el señor feudal.
Los recursos
Esta primera conceptualización del poder requiere la posesión (o el acceso) a unos determinados recursos de poder. Entre ellos, los más comunes son:
  • Los recursos de coacción: aquellos que permiten ejercer dominación directa sobre terceros.

  • Los recursos económicos: aquellos que permiten penalizar o premiar actos de terceros.

  • Los recursos simbólicos: aquellos que permiten establecer los intereses propios como los deseados por toda la comunidad.

2) En segundo lugar, existe una versión alternativa –aunque puede manifestarse como complementaria– en la que el poder es fruto de una relación. En este sentido, lo importante ya no va a resultar la posesión, sino una «buena ubicación» –o posición dominante– que permita, precisamente, el ejercicio de dicho poder. El poder aquí es fruto de una relación social, donde el objetivo va a ser estar bien situado para defender una posición social que garantice y permita un dominio (el ejercicio de un poder) sobre el resto de la comunidad. En este caso, son buenos ejemplos las dinámicas de poder que pueden acontecer dentro de un grupo de amigos, en la propia familia o entre compañeros de clase. Tres ejemplos, tres ámbitos, donde pueden darse dinámicas de poder procedentes de una determinada posición por parte de uno de los miembros que permita el acceso a determinadas posiciones que faciliten el dominio de unos y la obediencia de otros.
Estas son, desde una perspectiva generalista, las dos vías principales para el ejercicio del poder. No obstante, se trata de dos conceptualizaciones teóricas que difícilmente se presentan de forma claramente definida y autónoma la una de la otra ante el análisis de una situación real. Sin embargo, sea como fuere, hablaremos de poder político cuando, por uno de los dos mecanismos o la combinación de ambos, determinemos quién logra recolectar suficientes avales para ejercer el control sobre la regulación del conflicto. Dicho de otro modo, desde la ciencia política determinaremos quién (o quiénes) ejerce poder político en la medida que sus acciones o decisiones sean decisivas en la gestión del conflicto; una capacidad de intervención que se puede resumir mediante tres componentes distintos:
  • Ejerce fuerza → recurre a la amenaza → busca terror

  • Ejerce influencia → recurre a la persuasión → busca convicción

  • Ejerce autoridad → recurre a la reputación → busca confianza

Régimen dictatorial
El poder ejercido por la fuerza puede ilustrarse, por ejemplo, mediante un régimen dictatorial que tiene sometida a la población. En este contexto, el control sobre el conjunto de la sociedad se realiza mediante el miedo que genera la amenaza de represión constante (fuerza física o privación de libertad, como principales mecanismos de dominación). El poder por influencia resulta un proceso más sutil y, normalmente, menos violento. En este sentido, un buen ejemplo podría ser el caso de los llamados «opinadores» de los medios de comunicación. Su forma de influenciar es precisamente mediante la persuasión que pueden generarnos sus argumentos y, a la postre, como consecuencia, llegaremos a la conclusión de que aquello que propone dicho «opinador» es realmente lo que debe acontecer (tendremos, al menos, esa convicción). Finalmente, el poder ejercido mediante la autoridad puede ilustrarse por medio de la figura de un líder religioso, el cual puede disponer de nuestra confianza gracias a la reputación que le otorga el cargo que ostenta.

2.2.Las manifestaciones del poder

Desde la ciencia política se han diferenciado tres niveles de intervención política que van desde lo más evidente a lo menos visible. Se analizan, a continuación, los tres niveles de manifestación del poder:
1) En el primer nivel, encontramos la expresión más evidente del poder, es decir, entendiendo el poder como la capacidad que tiene «A» de que «B» haga «X», independientemente de cuáles sean los deseos, las voluntades o las intenciones de «B». Se trata de un enfoque unidimensional que interpreta las relaciones de poder de forma abierta en la que los diferentes actores tienen la capacidad de influir en la toma de decisiones.
2) En el segundo nivel, la expresión del poder se hace menos visible. La definición del poder que se hace desde esta perspectiva bidimensional toma como elemento central el concepto de agenda política y se ubica –por así decirlo– en un momento anterior del que lo hacía la visión unidimensional. En este sentido, lo que ahora es importante es el posible control de dicha agenda, es decir, de aquello que va a ser discutido y sobre lo que los diversos actores van (o no) a activar sus propuestas. En cierto modo, el poder aquí no busca la decisión, sino la no decisión. Dicho de otro modo, bajo el paradigma bidimensional del poder, tienen poder aquellos actores que son capaces de decidir de lo que se discute (en definitiva, lo que es visto como problemático o conflictivo) y de lo que no.
3) Finalmente, el tercer nivel de manifestación del poder introduce más sutileza todavía. Bajo la definición tridimensional del poder, tiene poder todo actor que logre que una situación problemática sea vista, contrariamente, como beneficiosa. Se trata, en cierta manera, de una consecuencia de lo que Gramsci definió como hegemonía ideológica, de modo que mediante una dominación en el terreno de lo ideológico, aquellos actores perjudicados objetivamente por una situación interpretan lo contrario y ven como buena dicha coyuntura.
Tabla 2. Los actores

Nivel

Posición de los actores

Primero

Todos los actores participan, con sus respectivos recursos, exigencias y propuestas, en un conflicto político sobre la cuestión X, percibida como problemática.

Segundo

Uno o varios actores son capaces de impedir que la cuestión X se convierta en conflicto político, porque controlan la agenda institucional e impiden con ello que la cuestión sea objeto de regulación vinculante.

Tercero

Uno o varios actores son capaces de influir sobre la conciencia de otros (mediante la conservación de mitos e ideologías), consiguiendo que la cuestión X no sea percibida como problemática.

2.3.Los elementos del poder: autoridad y legitimidad

Como venimos exponiendo hasta el momento, parece más que evidente la relación existente entre política y poder. Recordamos, una vez más, que ello se debe a que entendemos la política como aquella actividad humana orientada a regular (con mayor o menor éxito) el conflicto social mediante la toma de decisiones colectivas vinculantes. Esta obligatoriedad veíamos cómo nos remitía hacia una determinada gestión del poder –de ahí la afirmación que reza: «hablar de política es hablar de poder». Seguidamente, y a tenor de lo expuesto, el poder político lo definíamos como la capacidad de intervenir en la regulación del conflicto. Un poder que se podía manifestar de forma distinta (básicamente en tres niveles), pero que se articulaba mediante una serie de herramientas de dominación. Finalmente, como resultado, llegábamos a la conclusión de que quien ejercía algún tipo de poder tenía una determinada autoridad moral, política, legal, cultural, intelectual y un largo etcétera.
Como muestra la figura 5, autoridad y legitimidad serán integrados como los dos elementos más importantes del poder.
Figura 5. Poder, autoridad y legitimidad
Fuente: elaboración propia.
Fuente: elaboración propia.
2.3.1.La autoridad
El concepto de autoridad (o auctoritas) se puede definir como aquel elemento que caracteriza al poder político y mediante el cual se obtienen garantías de institucionalización y obediencia.
Por ejemplo, cuando en un control policial uno de los agentes nos señaliza un «alto» y nosotros detenemos el vehículo.
Para ello, para que tenga lugar esa dinámica de poder basada en la autoridad, son necesarias cuatro condiciones:
1) La existencia de una relación de jerarquía dentro del grupo y en relación con sus miembros.
2) La confirmación de unas expectativas previas de control por parte del grupo dominado hacia el grupo dominante.
3) La identificación de límites en relación con el ejercicio del poder y, por tanto, con consecuencias en la obediencia.
4) La existencia de sanción en caso de desobediencia.
Contra el absolutismo y la violencia
Étienne de la Boétie (1530-1563) escribió uno de los primeros tratados sobre la obediencia por parte de los individuos en comunidades o sociedades. En Discurso sobre la servidumbre voluntaria (o el contra uno) (1548) realiza un alegato contra el absolutismo criticando la rutinización de la obediencia sobre la cual se sustentaba el sistema del antiguo régimen.
Henry David Thoreau (1817-1862) es el referente clásico de la teoría y práctica de la desobediencia civil. En su obra más destacada, La desobediencia civil (1849), desarrolla una teoría política basada en la no violencia como herramienta para la transformación social mediante la negación de la obediencia, es decir, mediante el recurso a la desobediencia civil.
Sea como fuere, vemos cómo la autoridad hace referencia a la rutinización de la obediencia y a una cierta conexión con valores, creencias e integraciones del funcionamiento de la comunidad. Algo que, en definitiva, supone uno de los fundamentos de la dinámica de una sociedad política. Pero, ¿cómo se logra exactamente esta autoridad? La respuesta parece aportarla el concepto de legitimidad. De este modo, observaremos cómo el poder logra autoridad cuando es capaz de legitimarse.
2.3.2.La legitimidad
Como venimos diciendo, la legitimidad parece ser «la otra cara del poder», la que permite a la autoridad el ejercicio del poder sin recurrir a la amenaza o uso de la violencia. Se trata, pues, del otro atributo del poder (junto con el concepto de autoridad), que busca la aceptación de este por parte del pueblo o la ciudadanía.
Por ello, la legitimidad deberá proporcionar el encaje (la coherencia) entre la decisión tomada, destinada a gestionar el conflicto, y el sistema de valores y creencias de la comunidad para garantizar unos mínimos de cohesión y paz social.
Más concretamente, la legitimidad puede manifestarse de formas muy diversas, ya que se trata de un concepto transversal a los diferentes regímenes políticos. En este sentido, Max Weber ya nos alertó de que la labor de la ciencia política aquí no era la de determinar aquello que es (y no es) legítimo, sino investigar los diferentes conceptos de legitimidad, sus causas, sus posibles incoherencias, etc., en otras palabras, determinar de dónde proviene la legitimidad.
Para Max Weber, en las sociedades modernas pueden operar tres tipos de legitimidad. Es decir, este atributo del poder puede originarse por tres motivos distintos:
1) En primer lugar, Weber describe la legitimidad tradicional, un tipo de legitimidad basada en la costumbre, lo consuetudinario, y relacionada con la estabilidad que puede aportar el respeto al statu quo.
2) En segundo lugar, encontramos la legitimidad carismática, una tipología en la que la legitimidad proviene de la gracia del líder, su talento y su personalidad.
3) Finalmente, el tercer tipo de legitimidad que imagina Weber es la legitimidad legal-racional, basada en el principio de legalidad que emana de una racional gestión de los asuntos públicos. Este último tipo de legitimidad weberiana es la que operaría en el actual Estado democrático y de derecho.
No obstante, junto con los tres tipos de legitimidad que describió Max Weber, parece coherente proponer una última tipología: una variante de legitimidad que no se fundamenta en cómo esta se origina, sino que adquiere su razón de ser por motivos finalistas; una cuarta tipología de legitimidad que completa la explicación realizada por Weber y que podría definirse como una legitimidad por rendimiento. Una legitimidad que, en definitiva, acontecerá siempre y cuando el sistema político sea capaz de ir gestionando los problemas y conflictos que vayan apareciendo. Esta última legitimidad se debe enmarcar en el esquema analítico que realiza Easton mediante su idea de sistema político.
¿Legalidad = legitimidad?
Como hemos visto, Weber define la legitimidad de los Estados de derecho en base a un sistema de normas (un sistema de legalidad). Basar la legitimidad en la legalidad significa, en otras palabras, que todo aquello legal deberá ser interpretado como legítimo. Sin embargo, los conceptos de legitimidad y legalidad tienen un alcance distinto. Si bien la legalidad se circunscribe a todo aquello que se considera «con arreglo a la ley», la legitimidad es un concepto algo más amplio, ya que incorpora –o puede incorporar– valores o creencias, no solamente aquello que reflejan las normas positivas que provienen de la legislación y de los diversos poderes públicos.
En este sentido, para ejemplificar una situación de posible desencuentro entre lo legal y lo legítimo, podemos recurrir a lo sucedido en España y su participación en la segunda guerra de Irak (2003). La participación del ejército español en esta intervención militar se realizó (internamente) conforme a la legalidad española. No obstante, un multitudinario rechazo social logró poner en tela de juicio la legitimidad de dicha acción armada. Legalidad y legitimidad no siempre son conceptos sinónimos.

3.¿Qué es el Estado?

3.1.La política antes del Estado

Como veremos más adelante dentro de este tercer epígrafe, el Estado como forma de organización política no tiene más de 500 años; sin embargo, esto no significa que la civilización humana no haya creado otros sistemas de organización de lo político.
En cierta manera, debemos afirmar que la historia política de la humanidad comienza con la revolución agrícola; una revolución que supuso el paso del sistema de vida nómada al establecimiento de primitivos poblados donde empezó a desarrollarse una incipiente distribución social del trabajo.
¿Por qué cambian las formas de organizar la política?
La forma política de las sociedades ha ido evolucionando a lo largo de la historia. Ello se debe a una serie de cambios que han tenido efectos en las estructuras más básicas de cada sociedad. De forma sintética, se presentan a continuación cuatro modelos que explican la transformación de lo político, poniendo énfasis en diferentes aspectos:
1) La división social del trabajo como factor explicativo del cambio, es decir, a medida que tiene lugar una mayor especialización y perfeccionamiento del modo en que las comunidades distribuyen las tareas que deben realizarse para la supervivencia del colectivo; esto tiene efectos sobre cómo se organiza y estructura la esfera política (tesis sostenida por E. Durkheim).
2) El modo de producción y la forma de organizar lo económico es realmente lo que influye en la manera de organizar las decisiones e instituciones políticas –visión conocida como materialismo histórico que toma a K. Marx como principal referente teórico.
3) Los medios de dominación son los que terminan definiendo la organización de la esfera política. Esta visión pone en el centro de la explicación los mecanismos e instituciones que utiliza el poder para ejercer dominación sobre el conjunto de la sociedad. La racionalidad de la burocracia, la unificación tributaria y el principio de legalidad serían tres elementos que hay que destacar en el seno del sistema de dominación del Estado moderno (explicación de M. Weber).
4) La competición por la supervivencia entre comunidades, en una clara alusión a las dinámicas que se derivan del darwinismo social, como el factor que realmente influye en las distintas transformaciones en la organización de lo político (propuesta de H. Spencer).
3.1.1.La evolución en la organización de lo político
Se puede resumir la evolución que han sufrido las comunidades humanas por medio de cinco modelos ideales y poniendo el énfasis en el modo en que estas han organizado la esfera política. La evolución se explica, en gran medida, por la combinación de dos criterios principales: por un lado, la diferenciación entre lo público y lo privado, es decir, el grado de autonomía que adquiere la esfera política respecto del resto; y, por otro lado, el nivel de concentración de la fuerza legítima, es decir, si esta se encuentra bajo la tutela de una institución o, por el contrario, existe una dispersión (y por ello un aumento potencial de la conflictividad) entre varios actores o instituciones.
1) La primera tipología hace referencia a las comunidades prepolíticas. Agrupaciones de individuos en forma de tribus primitivas en las que operaba el vínculo de parentesco como elemento cohesionador. La política como esfera diferenciada del resto de actividades no existía y el grado de concentración de la fuerza legítima también estaba ausente.
2) La aparición de la polis y el proceso de sedentarización tuvo un impacto importante en el modo de organizar las comunidades. Un proceso que significó una incipiente especialización de la esfera política –y, por ello, una diferenciación del resto de dimensiones de toda la comunidad– y también una concentración de la fuerza con la aparición de ejércitos profesionales y el rol del soldado en el conjunto de la sociedad.
3) El desarrollo de imperios, como el de Roma, Persia, Egipto o Bizancio, dio una nueva dimensión a la esfera política. Una redimensión que supuso una intensificación del monopolio de la fuerza y una profundización en la autonomía de la esfera política (mayor especialización) respecto del resto de ámbitos de la vida en sociedad.
4) El feudalismo supuso un nuevo cambio de paradigma con relación a la organización de la política. En este sentido, en relación con el periodo anterior, el modelo feudal supone un retroceso, tanto en relación con el monopolio de la fuerza como en relación con la autonomía de la política –diferencia entre esfera pública y esfera privada.
5) No obstante, con el periodo absolutista se volvió –en cierta medida– a condiciones similares a las que existían durante la etapa de los grandes imperios. El absolutismo puso fin a la dispersión del poder que supuso el feudalismo y logró aglutinar la fuerza bajo el ejército del monarca absoluto.
Es precisamente en el contexto de división estamental de la sociedad que caracteriza al absolutismo cuando podemos empezar a hablar del surgimiento del Estado moderno. Un nacimiento provocado, en gran medida, por el paulatino ascenso de la burguesía como clase social. Un proceso provocado por las consecuencias (sociales y políticas) de la Revolución Industrial.
El contractualismo
La teoría del contrato social sirvió de fundamento ideológico para las distintas revoluciones que tuvieron lugar principalmente en Europa y que terminaron con la aparición y consolidación del sistema de Estados que actualmente conocemos.
De forma resumida, el contractualismo defiende la superación de un «estado de naturaleza» mediante un pacto entre ciudadanos que se dan a sí mismos, con la intención de alcanzar un «estado civil» con instituciones de gobierno (de índole liberal), imperio de la ley y división de poderes.
Consideraremos a Thomas Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704) y Jean Jaques Rousseau (1712-1778) como los autores intelectuales del contractualismo.

3.2.El Estado como forma de organización política

Sin fecha exacta sobre su nacimiento, pero sí con la constatación de su existencia desde hace varios siglos, el Estado parece haberse consolidado como la forma de organización de la política durante la modernidad.
Una consolidación que, en gran medida, se debe al éxito que ha tenido como forma de organizar lo político. En este sentido, observamos cómo el Estado (en cuanto a forma de organizar la política) comienza a generalizarse en Europa a partir del Renacimiento. Su aparición en un determinado momento histórico, que comprende una evolución de varios siglos, lo diferencian decisivamente de otras entidades políticas anteriores. Estado pasa a identificarse con Estado moderno. A pesar de la heterogeneidad de formas que va adoptando, hay un consenso básico sobre las condiciones mínimas que identifican a esta nueva entidad política –nacida de la desintegración del orden medieval–: la eliminación de los poderes intermedios de la época feudal, el correlativo establecimiento de un poder central suficientemente fuerte y la creación de una estructura administrativa con labores distintas: gestión pública, finanzas, defensa, etc.
La definición más comúnmente aceptada de Estado viene, nuevamente, de la mano de Max Weber, quien, en 1919, definió el Estado como aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio –que es el elemento distintivo–, reclama –con éxito– para sí el monopolio de la violencia física legítima. Una definición que nos presenta tres elementos fundamentales:
  • comunidad humana,

  • territorio y

  • legítima coacción.

3.2.1.Los elementos constitutivos del Estado
El concepto de Estado, como venimos exponiendo, se construye sobre la base de tres elementos esenciales:
1) La población (el elemento humano). Se entiende que no existe comunidad política sin comunidad humana. Un elemento que nos remite al concepto de ciudadanía, entendido como aquel mínimo común denominador que sirve de unión entre los miembros de la comunidad (más allá de los vínculos de parentesco o vasallaje, como en momentos pretéritos).
2) El territorio (el elemento geográfico). Hace referencia a la delimitación precisa, exacta y estable mediante fronteras (tierra, mar y aire).
3) La soberanía. En cierto modo, es el elemento que vincula a la población y el territorio. El concepto de soberanía nos remite a la capacidad de regulación e intervención en la gestión del conflicto social; una definición que nos sitúa, a tenor de lo expuesto hasta el momento sobre el funcionamiento del Estado, el concepto de soberanía en clara vinculación con la capacidad (legítima) de ejercer la coacción.
Junto con estos tres elementos constitutivos que todas las definiciones académicas del concepto de Estado consideran como esenciales, se deben añadir otros elementos que podemos presentar como complementarios:
1) El monopolio de la fuerza legítima –al que hacíamos referencia inicialmente– resulta un elemento importante. Pensemos, en todo caso, en la ausencia de este monopolio de la fuerza legítima, ¿no estaríamos frente a un posible ejemplo de Estado fallido?
2) La especialización de una parte de la población en tareas de dirección, gestión y administración (básicamente) de titularidad pública. El cuerpo de funcionarios, en todas sus variantes, es el encargado de hacer funcionar –valga la redundancia– las distintas funciones del Estado.
3) La homogeneización del Derecho (Constitución, código civil, código penal) como muestra de ejercicio jurídico de esa soberanía y también en términos de jurisdicción.
4) La despersonalización del poder mediante un proceso de racionalización que usa la herramienta de la burocracia. Se trata de que, en lugar de gobernar los individuos, gobiernen las leyes y se eviten, de este modo, tentaciones de arbitrariedad abrazando dinámicas de neutralidad objetiva.
La legitimación del Estado
La hegemonía del Estado como la forma de organización política mejor acabada de la modernidad no se debe, solamente, a una cuestión de dominación militar o de superioridad de determinados poderes centrales sobre otros. Junto con esta realidad, acompañan al nacimiento y consolidación del Estado una serie de argumentaciones filosoficopolíticas. Entre ellas, destacan las aportaciones de Nicola Maquiavelo (1469-1527), quien apostó firmemente por terminar con la dispersión del poder que suponía la edad media, para que este fuese substituido por un poder centralizado y unitario. Por medio de una de sus obras más conocidas, El príncipe, Maquiavelo sintetiza una serie de consejos e indicaciones para el ejercicio de un gobierno efectivo.
Por su parte, Thomas Hobbes (1588-1679) apostó claramente por la necesaria superación del periodo medieval, donde la difusión del poder era tal que se regresaba, en cierto modo, a la forma del estado de naturaleza. Ante esta coyuntura de anarquía social, Hobbes propone la creación de un cuerpo de gobierno centralizado y absoluto que todo lo gestiona y decide y que tomará forma de Leviathan, como el nombre de uno de sus escritos más conocidos.

3.3.La evolución del Estado

Hemos visto cómo el Estado empieza a gestarse en torno al momento renacentista en el seno del continente europeo. Esa es la fecha más exacta que podemos aportar, puesto que no existe una referencia determinada con relación al nacimiento del Estado. Sin embargo, se debe tener en cuenta que, desde su aparición, el Estado como forma de organización política se ha ido transformando a tenor de los cambios sociales, económicos y culturales que acontecían en el seno de las distintas comunidades. Identificaremos, de forma genérica, cuatro tipologías (o cuatro momentos, cuatro etapas) que nos permiten presentar el argumento sobre la evolución del Estado.
Tabla 3. Etapas históricas y papel del Estado

Etapa histórica

Garantías (jurídicas) del Estado

Papel (político) del Estado

Fase de revoluciones liberales (1688 y 1789)

Derechos civiles: libertad de conciencia, expresión, habeas corpus, etc.

Protección de los intereses de la burguesía frente a privilegios del antiguo régimen y presión popular

Periodo de democratización (1848)

Derechos políticos: sufragio universal, sindicación, huelga, etc.

Inclusión de las clases populares en el concepto de ciudadanía

Aparición (1870) y consolidación (1945) del estado del bienestar

Derechos sociales: educación, sanidad, desempleo, pensiones, etc.

Reequilibrio de las relaciones sociales subyacentes mediante la redistribución

3.3.1.El estado absoluto
El triunfo del príncipe (del monarca absoluto) sobre la dispersión feudal del poder durante el medievo supone el inicio de la etapa absolutista. Durante este momento de la historia, el individuo resulta un súbdito del monarca absoluto, quien ostenta toda la soberanía y, por tanto, el control sobre las decisiones políticas.
Se trata de la primera etapa del Estado como modo de organización política y hay que entender cómo el absolutismo permitió superar la errática edad media. Aunque la configuración y organización del estado absoluto dista mucho de los propósitos y principios liberales que estaban por llegar, sirvió para dejar atrás el feudalismo.
3.3.2.El estado liberal
Consolidado el Estado como modo de organizar lo político, una serie de revoluciones liberales pusieron en duda el modelo absolutista. La preocupación ahora ya no era la dispersión del poder, sino precisamente el excesivo poder que aunaba el monarca absoluto. Con la implementación de los principios liberales, las diferentes revoluciones fueron logrando la transformación de los regímenes absolutistas en estados liberales, aunque sin poder ser considerados todavía como democracias. Sea como fuere, lo importante es que una parte importante de la población dejó de considerarse súbdita del monarca para ser ciudadana de un Estado que le cedía unas ciertas cotas de soberanía.
3.3.3.El estado democrático
La Comuna de París, a finales del siglo XIX, es una buena metáfora que sintetiza los principios de las reivindicaciones populares que, frente a la burguesía liberal –que ya había afianzado su poder–, se articularon a partir de 1848. Si en la etapa liberal, una pequeña parte de la población –principalmente propietarios– había logrado que la soberanía cambiara de manos –del monarca absoluto hacia dicha clase burguesa–, faltaba atender a las demandas de ampliación del sufragio y el reconocimiento de derechos políticos. Todo ello, y más, se logró con las paulatinas victorias de clases populares que ampliaron un concepto de ciudadanía que se mostraba, hasta el momento, ciertamente restringido.
3.3.4.El estado del bienestar
Finalmente, ya en pleno siglo XX, el acceso de las clases populares a los centros de decisión, es decir, la implementación de una verdadera soberanía popular, permitió que las demandas de igualdad y justicia social vieran la luz. De forma sintetizada, este es el principal motivo que nos sitúa en la antesala del reconocimiento de los derechos sociales y el advenimiento del estado del bienestar. Un nuevo contexto en el que se introdujeron modificaciones substanciales en la relación entre el individuo y el Estado, siendo el segundo protector del primero.
Las tipologías de estado del bienestar (EB)
El modelo de Estado social y de derecho parece haberse consolidado en gran parte del mundo occidental. No obstante, si nos centramos en la labor social de los diversos Estados que se autodenominan como estados del bienestar, veremos que existen diferencias sustanciales. En este mismo orden de ideas, el politólogo danés Esping-Andersen apuesta por la existencia de tres tipos de estados del bienestar.
1) EB liberal (Estados Unidos o Australia). Se trata de un estado del bienestar mínimo en el que existe poca desmercantilización y casi no hay intervención en el orden social por parte de los poderes públicos. En este contexto, la cobertura social se restringe a los más desfavorecidos y a casos de extrema necesidad.
2) EB corporativista (Francia o Italia). Se trata de un sistema que podríamos denominar como mixto. El mercado sigue siendo central, aunque convive con algunas correcciones, y las políticas públicas son subsidiarias y se activan cuando fallan otros mecanismos de bienestar social (como, por ejemplo, la acción misma de las familias).
3) EB socialdemócrata (Noruega o Suecia). La referencia en cuanto a un estado del bienestar muy desarrollado siempre han sido los países escandinavos, caracterizados por una fuerte desmercantilización de la economía que es fruto de la intervención estatal. En este modelo, las políticas públicas no son subsidiarias y se articulan con el objetivo de deshacer las brechas entre las distintas clases sociales.

3.4.La distribución territorial del poder

Hasta el momento hemos hecho referencia al Estado desde su vertiente más funcional y administrativa, es decir, enfatizando una descripción del Estado como una manera de organizar la toma de decisiones colectivas vinculantes –y todo lo que de ellas se deriva. Con todo, el Estado aglutina y reúne todo lo relativo a la gestión necesaria de los asuntos públicos. Un ejercicio que implica, necesariamente, cierta centralización, aunque sea meramente organizativa. En este punto de la explicación, aparece la variable territorial como un elemento más que se debe tener en cuenta, la posible distribución del gobierno mediante la conjugación de distintos niveles institucionales para dar, si es preciso, cobertura a una cierta distribución territorial del poder; una necesidad que puede generarse, también, por la demanda de acomodación de algunas regiones con singularidades culturales e incluso nacionales. Como consecuencia de esta posibilidad en la configuración del Estado, de forma genérica, distinguiremos dos tipos de estados: el estado unitario y el estado compuesto.
3.4.1.El estado unitario
El modelo de estado unitario se organiza entorno a un único centro de poder. Desde este centro de poder se van a gestionar y administrar las principales decisiones colectivas que se generen en el seno de lo que Easton denominaba como black box. No obstante, a pesar de dicha centralización administrativa y política, el Estado suele dotarse de entidades de ámbito subestatal (municipios, comarcas, regiones, provincias, departamentos, etc.) a las que delega algunas competencias. Una delegación que, en el caso del estado unitario, tenderá a ser de naturaleza administrativa principalmente.
3.4.2.El estado compuesto
El modelo de estado compuesto, por el contrario, apuesta por una descentralización no solamente administrativa, sino también política. Ello significa, como argumento principal que hay que tener en cuenta, que la toma de decisiones colectiva –si recuperamos el significado básico y general del concepto de política– se distribuye por el territorio. Finalmente, y como resultado, obtenemos una distribución horizontal del poder, en lugar de la jerarquía vertical –más propia del modelo centralista.
Dentro del modelo de estado compuesto, la forma más común es la forma federal. Los estados federados o federaciones responden a esa lógica de distribución territorial (horizontal) del poder por medio de una distribución de competencias. Junto a este mecanismo de descentralización política se puede incluir alguna cláusula de blindaje competencial a nivel constitucional. Completa este diseño institucional basado en el conocido principio federativo que apuesta por la unión en la diversidad, la existencia de una cámara de representación territorial (ubicada normalmente en la segunda cámara o senado) y una instancia judicial federal que sirva para dirimir conflictos entre los Estados de la federación o entre la federación y los Estados miembros.
El modelo de descentralización español
El modelo de descentralización de España responde, en parte, a una lógica similar a la que propone la idea federal. No obstante, no podemos afirmar que España sea un Estado federal. Se trata de un híbrido que combina diferentes tipos de regiones articulando, a modo de homogeneización, lo que se denomina como Estado de las autonomías.

Resumen

En este módulo hemos trabajado los conceptos de política, poder y Estado.
En primer lugar, se ha ofrecido una visión introductoria del concepto de política prestando especial atención a su origen (el porqué de su aparición) y los significados a los que hace referencia (recordemos, del inglés, policy, politics y polity). Explicar el origen de la política implica trabajar el concepto de conflicto social como un elemento común en todas las agrupaciones de individuos –desde las comunidades más reducidas hasta las asociaciones más complejas, como las sociedades actuales. Este conflicto requiere de una gestión colectiva y es aquí donde ubicamos el espacio –y, por ello, también el origen– de la política.
En segundo lugar, hemos analizado el poder. Definir la política como la actividad humana que tiene como objetivo la gestión de los asuntos públicos mediante un proceso de toma de decisiones colectivas vinculantes implica irremediablemente apelar a la idea de poder. Un concepto, el de poder, que se manifiesta de forma distinta (los tres niveles de manifestación del poder) gracias al uso de distintas herramientas de dominación (fuerza, influencia y autoridad). Finalmente, dentro de este apartado dedicado al poder, se ha analizado lo que comúnmente puede presentarse como «la otra cara del poder», es decir, la idea de legitimidad.
Finalmente, en tercer lugar, hemos trabajado la figura del Estado, definido como una forma de organización de lo político; nos hemos preocupado por sus elementos principales (territorio, población y soberanía) y otras características que deben ser tenidas en cuenta (monopolio de la fuerza, despersonalización del poder, etc.). Por último, se ha añadido un análisis sobre la evolución del Estado desde su aparición durante el Renacimiento europeo y se han presentado las dos tipologías de Estado (unitario y compuesto) que coexisten desde la perspectiva de la distribución territorial del poder.

Glosario

absolutismo m
Sistema de organización de la político relativo al periodo histórico conocido como el Antiguo Régimen.
autoridad f
Atributo del poder mediante el cual se buscan garantías de obediencia.
cleavage f
Cuestión que divide a la sociedad, en torno a la cual se genera (o puede generar) un conflicto.
conflicto social m
Hecho característico de toda asociación de individuos fruto de la confrontación de intereses y necesidades entre dichos miembros.
descentralización política f
Distribución horizontal (territorial) del poder político en el seno de un Estado.
estado m
Forma moderna de organización institucional de la política.
estado del bienestar m
Tipo de Estado que incorpora los derechos sociales y, por ello, desarrolla lo que se conoce como política social (sanidad, educación, cultura, prestación por desempleo, etc.).
federalismo m
Modo de descentralización política de los estados compuestos.
legalidad f
Que se ciñe a aquello que es legal, con arreglo a legislación vigente.
legitimidad f
Elemento del poder que hace referencia al encaje de las decisiones tomadas por este en relación con valores, creencias, opiniones, etc.
monopolio de la fuerza m
Característica que define al Estado, siempre que dicha violencia se ejerza legítimamente.
policy f
Relativo a políticas públicas.
política f
Actividad humana encaminada a la gestión de los asuntos públicos mediante la toma de decisiones colectivas vinculantes.
politics f
Relativo a conductas.
polity f
Relativo a la estructura política e institucional.
sistema político m
Conjunto de actores y dinámicas que engloban el proceso político.
soberanía f
Elemento característico de todo Estado que le permite ejercer el poder entre la ciudadanía miembro de dicho Estado y el territorio que ocupa.

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