Texto del profesor 3

1. Introducción
2. ¿Qué concepto de cultura?
3. El análisis cultural

1. Introducción

¿Qué es la cibercultura? ¿Por qué hablamos de ciberculturas? El objetivo principal de este apartado consiste en proveernos de unas herramientas conceptuales para examinar los discursos sobre la cibercultura y de unas herramientas de análisis para aproximarnos al estudio cultural de Internet.

El concepto de cibercultura se ha utilizado de forma repetida para la teorización sobre las nuevas formas sociales en torno al uso de Internet, así como para describir algunas de sus manifestaciones, como por ejemplo la producción artística en línea. Si vamos a la Red y realizamos una búsqueda a partir de la palabra cibercultura, nos percataremos de la multiplicidad de acepciones y usos de este término. Al observar esta variedad, nos podemos preguntar quién habla de la cibercultura, desde qué posición como actor social, cómo se describe, qué tipo de fenómenos agrupa, qué definición de cultura hay implícita, y para qué o a qué finalidad apuntan.

No obstante, para comenzar con un primer intento de responder a estas preguntas, es preciso distinguir los diferentes enfoques dados al término cultura y situarlos en el contexto de la teoría antropológica, puesto que es desde esta rama de las ciencias sociales desde donde se ha trabajado y desarrollado con más extensión e intensidad este concepto. Para presentar las diferentes perspectivas teóricas sobre la cultura, hemos optado por construir un pequeño mapa de viaje a partir de tres ejes orientadores que hacen referencia a los aspectos más relevantes que delimitan el concepto y sobre los cuales se posicionan las diferentes escuelas antropológicas: la cultura como solución adaptativa de nuestra especie, comportamiento aprendido y actividad simbólica que orienta y regula nuestra conducta.

Una vez analizadas las diferentes definiciones de cultura, podréis volver al concepto de cibercultura para examinarlo a partir del marco teórico de la antropología, puesto que estaréis en condiciones de valorar el sentido de su uso en los diferentes contextos. Por tanto, podréis poner a prueba un mínimo de utillaje teórico para el análisis crítico de los discursos sobre cultura e Internet.

Ejemplo

Por último, os propondremos un siguiente paso. Se trata de desplegar un concepto de cultura que os permita realizar un análisis cultural de la realidad social en línea, pero también es útil para pensar nuestra relación con la tecnología, cómo la integramos en nuestra vida cotidiana y qué programas de investigación empírica podemos construir.

Arriba

2. ¿Qué concepto de cultura?

Por nuestro sentido común, la palabra cultura nos remite a la producción artística y literaria, así como al conocimiento de esta tradición. Una persona "culta" viene a ser una persona instruida, con un nivel educativo alto y con un gusto artístico refinado. Como señalan algunas secciones de revistas o publicaciones periódicas, la cultura se refiere a actividades como, por ejemplo, la música, el teatro, la pintura o el cine, pero también a la producción del pensamiento y al saber científico. Este concepto de cultura como la producción "elevada" del espíritu humano presupone una formación crítica del gusto estético y un tipo de conocimiento que sólo lo comparte una minoría, una elite, frente a una mayoría no cultivada, de gustos populares. Por este motivo, muchas veces se establece una diferencia entre alta cultura y cultura popular, o podemos hablar de cultura de masas cuando estos productos se hacen accesibles a una mayoría.

En ciencias sociales, el concepto de cultura es mucho más amplio e incluye toda manifestación del ser humano, todo conocimiento, toda pauta de comportamiento transmitida de generación en generación y que el individuo aprende como miembro de una sociedad concreta. Por tanto, la cultura constituye, en su sentido más elemental, todo aquello que no se transmite por la herencia biológica, sino por el aprendizaje social.

La primera definición de cultura como algo que pertenece a la totalidad de la especie humana, y no a una elite social educada, la ofreció E.B. Tylor en 1871 al definirla como ‘aquel todo complejo que incluye conocimientos, creencias, arte, moral, leyes, costumbres y todo el resto de los hábitos y capacidades que el ser humano adquiere como miembro de una sociedad’. Esta definición incluye tanto aspectos materiales –objetos y artefactos– como inmateriales –saberes, creencias, valores, costumbres–. Asimismo, observad que ésta no se limita a la producción artística o literaria, sino que, al mismo tiempo, incluye las producciones más caseras y los hábitos más rutinarios de la vida cotidiana. Desde el punto de vista de la tradición antropológica, la cultura constituye un concepto que hace referencia a una totalidad, a un conjunto integrado e interrelacionado de prácticas que configuran un particular estilo de vida de una comunidad o grupo social.



Contenido complementario

Para entender el papel de la cultura en las sociedades humanas, podríamos partir, como hacen Rossi y O’Higgins (1981), de la diferenciación entre tres aspectos que constituyen un modo de vida: el ecológico – el hábitat físico o medio natural– , el social – la interacción dentro del grupo y las formas de organización– y el cultural – la elaboración simbólica, la visión del mundo, modos de pensar, creencias y valores–. Los tres aspectos constituyen tres maneras de aproximación a nuestro objeto de estudio y los tres niveles de análisis se encuentran interrelacionados, puesto que la humanidad depende del medio natural, pero también lo modifica y lo transforma a partir de sus formas de subsistencia, que están estrechamente relacionadas con el tipo de organización social que desarrollan, y éste, al mismo tiempo, depende de los valores que la sostienen, de ideologías que lo justifican, de creencias que lo ordenan y le dan un sentido, de manera que un cambio en cualquier nivel supone un reajuste en los otros. Este todo dinámico e inestable, este sistema abierto, sería lo que denominaríamos la cultura de un grupo humano y constituiría el objeto de estudio de la antropología. (Consultad el cuadro anterior elaborado a partir del esquema de Rossi y O’Higgins, 1981, pág. 45)

Según hemos podido comprobar, el término cultura puede hacer referencia a la totalidad del sistema social – por ejemplo, "la cultura norteamericana"– , así como a uno de sus niveles de análisis – los aspectos cognitivos y simbólicos y los denominados productos culturales (mitos, rituales y órdenes simbólicos).

Así pues, no es extraño encontrar unas definiciones aparentemente tan dispares de cibercultura. Mientras que hay autores que consideran la acepción limitada de cultura como producción simbólica y centran el estudio de la cibercultura en la actividad en línea o en los mitos generados en torno a Internet, otros adoptan el sentido más amplio de cultura como sistema complejo que incluye desde las relaciones de producción hasta la cultura material y los valores morales, y proponen el concepto de cibercultura para referirse a la aparición de un nuevo modelo cultural.

Con el fin de ir introduciendo los diferentes conceptos de cultura y su vinculación a la investigación y a la teorización sobre la cibercultura, a continuación examinaremos las líneas teóricas que hemos considerado más relevantes para la acepción de cultura a partir de los tres ejes ya mencionados. Empezaremos por la cultura como producto de la evolución y como solución adaptativa, ya que es la que apunta de forma más directa a la idea de un cambio generalizado en un sistema cultural y conecta con la idea de evolución de las sociedades humanas, planteando una cuestión capital que proponen muchas de las definiciones de cibercultura que podéis encontrar, y que hace referencia a la relación entre desarrollo tecnológico, estructura social y cambio cultural.

2.1. La cultura como solución adaptativa: evolución y cambio, función y estructura

En antropología se reconoce el doble origen de la cultura: por un lado, como producto histórico de la interacción humana, que se aprende de generación en generación y de persona a persona y, por otro, como producto de la evolución de la especie, vinculada al tipo de entorno natural, a la organización de la vida animal y a características biológicas que compartimos, por ejemplo, con otros mamíferos o con los primates.

La cultura se consideraría un producto evolutivo de la especie que se explicaría por la coevolución de diferentes procesos adaptativos, para los cuales el aprendizaje extragenético adquiere una importancia determinante, como, por ejemplo, en la coevolución del cerebro y del lenguaje. Una vida en común compleja, la capacidad de creación y manipulación de herramientas y de símbolos para la comunicación y el desarrollo cognitivo serían los rasgos comunes en nuestra especie y el punto de partida para la diferenciación cultural.

En relación con este énfasis en el aspecto adaptativo, encontramos dos grandes líneas teóricas: por un lado, las teorías que proponen explicar los cambios culturales a partir de modelos evolucionistas y, por otro, las que plantean estudiar la estructura de las sociedades a partir de la interrelación funcional de sus partes constitutivas.

Teorías evolucionistas: pretenden llevar a cabo la clasificación de las culturas siguiendo un orden de desarrollo diacrónico, progresivo y dinámico, que trazaría la línea de los primeros homínidos hasta la actualidad. Estas teorías intentan relacionar los diferentes niveles de análisis antropológico y asociar a cada periodo histórico un tipo característico de desarrollo tecnológico, social y cultural. Sería determinante, en la mayoría de estos sistemas clasificatorios, el modo de producción o la forma de subsistencia. ¿Cuándo se puede decir que una sociedad pasa de un tipo al otro, cuáles son los elementos que caracterizan a estos cambios? ¿Sólo constituyen cambios parciales, en una esfera del sistema o, por el contrario, son estructurales profundos, que dan lugar a un nuevo modelo cultural?

Teorías funcionalistas: desde la perspectiva funcionalista, la cultura es la forma que adquiere la adaptación humana al medio. Para Malinowski (1984), constituye la manera específica que cada sociedad desarrolla para satisfacer las necesidades básicas comunes, como podría ser alimentarse o reproducirse. En este sentido, la característica de la especie humana es que, en iguales potencialidades psíquicas, condicionantes biológicos y necesidades básicas, cada sociedad produce una manera singular de satisfacerla, lo cual da lugar a estilos de vida diferentes, a distintas culturas que, al mismo tiempo, producen nuevas necesidades sociales y nuevas formas de relacionarse con el medio y de transformar su entorno. En esta línea, Radclife-Brown consideraría la cultura como cada forma específica resultante de diferentes procesos de adaptación externa de la especie humana a su entorno natural y de adecuación interna entre los individuos para vivir en sociedad.

2.1.1. Evolucionismo frente a funcionalismo

Contenido complementario

Los modelos evolucionistas intentan analizar el motor de cambio de las sociedades humanas y establecer los factores determinantes. Para los evolucionistas de principios del siglo XIX, el factor determinante era la raza o el espíritu de superación del hombre. Para el marxismo, son las contradicciones de clase y la infraestructura material, mientras que para el liberalismo, tal factor lo constituyen el desarrollo económico y el tecnológico. En la actualidad, las explicaciones evolucionistas son más complejas, pero lo primordial es tener en cuenta sus planteamientos iniciales para entender la importancia de su propuesta de intento clasificatorio de los modelos culturales para la explicación retrospectiva, así como para divisar transformaciones sociales emergentes y situar nuestro lugar en la historia: ¿qué rasgos caracterizan a nuestras sociedades actuales con relación a las demás, cómo definimos el modelo cultural actual y qué transformaciones destacamos como emergentes para situarnos en otro periodo histórico –capitalismo, poscapitalismo, posmodernidad, sociedad de la información, cibercultura?

Contenido complementario

Ejemplo

En cambio, los modelos funcionalistas no intentan una clasificación evolutiva o progresiva de las sociedades. Cada cultura se debe examinar y analizar en función de su propia dinámica interna y lo que interesa es cómo cada formación cultural integra sus partes en un todo específico. En este sentido, el evolucionismo critica el modelo funcionalista por su incapacidad de explicar el cambio, mientras que éste critica a aquél en su intento de considerar los rasgos culturales de forma aislada a la hora de establecer comparaciones interculturales. La diferencia, pues, entre ambos conjuntos de teorías se puede señalar a partir de su enfoque explicativo, según una linealidad causal o según un modelo sistémico.

2.1.2. La cibercultura como modelo cultural

Es importante que nos detengamos en las teorías evolucionistas y su polémica con los funcionalistas, puesto que buena parte de estas ideas se encuentra en la base del determinismo tecnocientífico y tecnoeconómico de muchas de las propuestas actuales para entender las transformaciones culturales de finales del siglo XX. Sin ir más lejos, tomemos las propuestas de Negroponte en Being Digital (1995), que plantea el cambio de átomos a bits como imparable e irrevocable. El determinismo tecnológico se pone de manifiesto en afirmaciones como "Internet transformará la economía", o en preguntas de investigación como "¿cuál es el impacto social de Internet?", así como en el planteamiento de propuestas destinadas a "controlar" este impacto, de manera que sea beneficioso para todo el mundo.

Determinismo tecnológico y fatalismo

Asimismo, en el artículo de Bruce Murray "Society, cyberspace and the future, how can new interactive communication technology enhance harmonious and functional communities at all scales worldwide?" (1995), por ejemplo, el impacto tecnológico aparece como evidencia incuestionable y se nos presenta como inevitable – ¿quién puede detener el progreso?– , con una lógica interna – independiente del contexto social y cultural– a la que únicamente podemos adaptarnos. Por otro lado, Internet se presenta como una tecnología inherentemente democrática, incluso libertaria e ingobernable, que rompe con las fronteras de los estados-nación y de sus intentos de control. Diríamos que Internet ejerce una presión selectiva en las organizaciones sociales democráticas, en una cultura universal y en una nueva forma de pensarnos a nosotros mismos –interdependientes, conectados en red y con unos nuevos valores: solidarios, innovadores, creativos–. Internet nos dirige hacia un nuevo modelo cultural, cuya forma está prefigurada, inscrita en la propia tecnología. Según esta posición, depende de nosotros la buena o mala utilización que hagamos de sus propiedades. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en el artículo de opinión de Shapiro, "Street Corners in Cyberspace" (1995), en el que plantea que, pese al diseño democrático inherente a Internet, está en nuestras manos utilizarlo en consonancia o convertirlo en una plaza de mercado.

Internet como parte del sistema cultural

Frente a estos planteamientos, el estudio de Internet en relación con la emergencia de nuevas formas culturales supone el estudio de la imbricación e interrelación entre los diferentes niveles estructurales de la sociedad y, en este sentido, sobrepasa los límites de la cibercultura entendida como un fenómeno exclusivamente on-line. Nguyen y Alexander en The coming of Cyberspacetime and the End of the Polity (1996) plantean esta pregunta: ¿debemos considerar y restringir el ciberespacio al reino habitado por usuarios de Internet y otras nets o es necesario que entendamos el ciberespacio como una realidad más variada y polimorfa, en la cual la tecnología prácticamente mediatiza toda acción humana? (Nguyen y Alexander cit. en R. Shields, 1996, pág. 99).

Nuevas tecnologías, nuevos modelos culturales

¿Nos encontramos ante una transformación social y cultural sin precedentes en la historia? ¿Nos dirigimos hacia un nuevo modelo cultural? ¿Y de qué tipo? ¿Afectará del mismo modo a todo el mundo? ¿Es tan positivo como lo perfilan las nuevas utopías? John Stratton, en Cyberspace and the Globalization of Culture, plantea una visión crítica, distópica, pero igualmente universalizadora. Para este autor, Internet forma parte de un proceso de globalización hacia un nuevo modelo cultural planetario que no es más que una nueva fase en el desarrollo del modelo capitalista. Internet constituye una tecnología más, como el telégrafo o el teléfono, para la progresiva desterritorialización de la producción, distribución y consumo de mercancías, que tiene como consecuencia una disolución de las culturas locales para recomponerlas en un nuevo orden global (Stratton, 1996, págs. 253-255).

En último extremo, podríamos pensar que Internet sólo constituye uno de los elementos de transformación cultural que, de forma conjunta con otros factores, llevan a la emergencia de una nueva cultura. Esta línea de investigación provoca que pensemos que la podemos concebir como un nuevo modelo dentro de una tipología clasificatoria, ya sea en términos neoevolucionistas, ya desde el materialismo cultural, o desde una orientación mentalista. Pierre Lévi en La Cibercultura, el segon diluvi? parece situarse en un evolucionismo más bien mentalista, ya que, pese a no aceptar que la causa del desarrollo cultural sea la tecnología o que ésta sea independiente de factores sociales, sitúa Internet en el centro de una transformación cultural singular y sin precedentes (nos habla de una mutación). Pierre Lévy define como tres principios claves de la cibercultura: la interconectividad, las comunidades virtuales y la inteligencia colectiva. Éstos provocan un nuevo ordenamiento del conocimiento y de la experiencia individual y colectiva, un modelo cultural que se articula como el tercer estadio en una escala evolutiva que va desde las pequeñas sociedades cerradas –de cultura oral–, a aquellas civilizadas o imperiales –donde la escritura posee un papel preponderante–, hasta llegar a la cibercultura, que corresponde a una etapa de mundialización concreta de las sociedades, de coexistencia entre los niveles locales y globales (Lévy, 1997, pág. 204).

David Hakken, en Cyborgs @ Cyberspace, An Ethnographer looks to the Future, reflexiona sobre cómo el estudio antropológico de la cultura nos puede ayudar a situar el problema y a definir diferentes marcos de investigación. Para este autor, las nuevas formas de vida posibles por las tecnologías de la información y de la comunicación no sólo son reales y diferentes, sino también transformadoras. Ahora bien, es preciso situar el concepto de ciberespacio en el espectro de definiciones ofrecidas para captar las actuales transformaciones sociales (sociedad postindustrial, sociedad de la información, cyberia, etc.). Y, en segundo lugar, es necesario investigar hasta qué punto estas nuevas formaciones sociales dan paso a un nuevo tipo de cultura. Por este motivo, se deben evitar modelos evolucionistas fundamentados en la idea de progreso lineal y continuado (Hakken, 1999).

En definitiva, lo que nos propone una estrategia de investigación de tipo evolucionista es valorar la magnitud y el tipo de transformaciones culturales en comparación con otros periodos, con la finalidad de evaluar si estamos ante la aparición de un nuevo orden cultural que rompe con el anterior de una forma irreversible, o hasta qué punto es adecuado y fundamentado en la evidencia empírica y en la teoría antropológica hablar del cambio cultural en estos términos, y hasta qué punto y de qué manera se puede proponer el cambio tecnológico como determinante para llegar a significar una manera diferente de ser humano.

2.2. La cultura como aprendizaje: individuo y comunidad

Desde esta segunda perspectiva, el concepto de cultura se refiere a la variedad de formas de vida diferentes, aprendidas por el individuo al vivir en sociedad e inseparables de su propia subjetividad, construida durante su infancia en el proceso de socialización y endoaculturación. La Escuela de Cultura y Personalidad, desarrollada principalmente en EE.UU. durante los años cincuenta y sesenta, es la más representativa de este posicionamiento. Ésta explicaba la adaptación cultural a partir de la interacción social y del comportamiento aprendido, es decir, proponía el estudio de la cultura como el análisis de las pautas de interacción complejas e interrelacionadas que el individuo aprende durante su vida en sociedad.

Según Margaret Mead, vanguardista de esta escuela, las culturas constituyen sistemas de comportamiento aprendido y compartido por los miembros de un grupo. El modelo principal que se encuentra detrás del concepto de cultura es el de una sociedad completa, que perdura a lo largo de muchas generaciones, y en el cual el método de inducción del comportamiento esperado del individuo es el aprendizaje en el seno de la familia durante su inmadurez. De este modo, el sistema total depende de los estímulos proporcionados por el comportamiento de los niños, quienes, asimismo, han aprendido cómo facilitar estos estímulos a los mayores a partir de la manera como los más mayores tratan a los más jóvenes (M. Mead, 2000, págs. 20-21).

Contenido complementario

En este concepto de cultura, el énfasis radica en el aprendizaje, abandonando la división trifuncional para el estudio de la cultura con la finalidad de proponer un concepto vinculado a la noción de comunidad, de manera que el modelo de cultura por excelencia es aquél en el que comunidad y cultura se superponen. La cultura es una abstracción, un concepto aplicado a la totalidad del comportamiento aprendido en sociedad, de modo que se utiliza el término cultura para referirse al conjunto de estos comportamientos y hablamos de un ítem de comportamiento como cultural cuando nos referimos a esta totalidad.

Éste ha sido el modelo que han seguido muchos investigadores para estudiar las comunidades virtuales como cultura y que se elaboró en el seno de la antropología para estudiar comunidades pequeñas (sobre las 500 personas) autosuficientes, relativamente aisladas y, asimismo, con tecnologías relativamente poco complejas. No obstante, cuando estudiamos las sociedades contemporáneas y sus interrelaciones, a veces nos resulta difícil situar la línea que separa un grupo cultural de otro.

Mead establece dos criterios con el fin de decidir si un grupo social posee una cultura propia:

  1. Hasta qué punto, en la sociedad estudiada, el aprendizaje social de los nuevos miembros se aproxima a la instrucción que debería realizar un individuo que hubiera nacido y se hubiera criado dentro de un grupo.
  2. Hasta qué punto el comportamiento de un grupo específico se encuentra incluido en la totalidad de la conducta de un grupo más amplio.

De estas consideraciones surgen los conceptos de ethos y subcultura:

Ethos serían los comportamientos esperados y actitudes consideradas adecuadas de un grupo social en el conjunto de una sociedad más amplia. Así pues, de acuerdo con Bateson, un ejemplo de esto sería el hecho de que el ethos masculino posee características propias que se entrelazan de forma complementaria con el ethos del género femenino en una sociedad determinada, donde la división en géneros sexuales articula la vida social. El ethos de una cultura sería el "tono emocional y afectivo" resultante del conjunto de estas respuestas interrelacionadas.

Ejemplo

Podríamos aplicar el término subcultura a los comportamientos aprendidos como miembros de un colectivo dentro de una sociedad más amplia, como, por ejemplo, un ámbito social como puede ser el mundo jurídico, una banda juvenil, un hospital, etc. No obstante, el tipo y tamaño del grupo o el periodo de tiempo delimitado dependerán de las características y objetivos de cada investigación concreta y del problema particular que se pretenda investigar.

En la tradición antropológica, el "todo" es alcanzable a partir del estudio de las partes y sus interrelaciones. Al estudiar comunidades pequeñas y considerarlas como un todo autosuficiente, aislado y homogéneo, parecía fácil intentar una descripción de la totalidad. Hoy día, nuestra percepción de la cultura ha cambiado. Ya no podemos hablar de culturas aisladas y autosuficientes, sino, en cualquier caso, de grupos culturales interrelacionados e interdependientes, donde la descripción total resulta casi un imposible, puesto que no se puede entender una comunidad sin hacer referencia a otra y así hasta llegar a concebir una cultura "global", "planetaria". Debemos partir de fragmentos para hacer posible la reconstrucción del sistema cultural, y la definición del todo depende del contexto que consideremos como "todo significativo" para la descripción cultural.

Estas consideraciones conducen a la necesidad de considerar los límites simbólicos – o, para seguir con la terminología de Mead, ciertos haces de comportamientos– que los grupos culturales o étnicos destacan o activan por diferenciación con otros grupos con los que entran en contacto, así como deberíamos considerar la idea de la construcción de identidades colectivas a partir de estos límites. Las nacionalidades serían, pues, constructos históricos, diferenciados no sólo por rasgos culturales específicos (lengua, religión, historia común, etc.), sino también por órdenes culturales que trazan estos límites simbólicos. Frederic Barth (1976), por ejemplo, propone la noción de grupo étnico para explicar esta relativa autonomía de las formaciones culturales, de manera que diferentes grupos étnicos pueden establecer relaciones de complementariedad simbiótica (ganaderos y agricultores) o relaciones desiguales (marginación o dominación política de un grupo étnico sobre el otro). En la actualidad se sigue la propuesta de Benedict Anderson (1993) de que las nacionalidades se entiendan como comunidades imaginadas, no a partir de rasgos culturales considerados específicos o esenciales en una determinada formación social, sino adoptando como base la construcción de identidades colectivas.

2.2.1. Comunidades virtuales y cibercultura y ciberculturas

Buena parte de los estudios sociales y culturales de Internet se ha centrado en la caracterización de las formas culturales que emergen de la interacción on-line. La propuesta más importante en esta dirección es considerar que estas interacciones sociales mediadas por las redes de ordenadores interconectados pueden llegar a constituir una cultura diferenciada de la realidad off-line.

Desde esta perspectiva, la cibercultura constituye la cultura que emerge en las relaciones sociales en Red, con el uso de Internet, y se encuentra vinculada al concepto de comunidades virtuales y al estudio de espacios de interacción social, como los juegos de rol mediatizados por ordenador (los MUD y los MOO), las salas de conversación en tiempo sincrónico (chats), los foros de discusión y las listas de distribución.

Lectura complementaria

El punto de partida supone considerar que las relaciones sociales que se originan a partir de y mediante Internet constituyen un estilo de vida particular, o que la comunicación mediada por ordenador posibilita la aparición de nuevos estilos de vida que son propios y específicos de las comunidades virtuales o del comportamiento on-line.

La cibercultura como cultura on-line

Parte de esta línea de investigación consiste, en primer lugar, en mostrar que se puede hablar con propiedad de una cultura on-line. Para establecer tal afirmación, muchos investigadores han intentado partir de una definición a priori de cultura, con la finalidad de buscar si en las relaciones por Internet se da el conjunto de rasgos que hemos definido previamente como necesarios para que se pueda hablar de la existencia de una cultura en el ciberespacio. Esta línea la podríamos denominar prescriptiva, puesto que si no se encuentran estos elementos considerados necesarios, simplemente diremos que no podemos hablar de Internet en términos culturales. Si se producen estos elementos o buena parte de éstos, podremos afirmar que hay una cultura. Ahora bien, mediante este procedimiento no daremos cuenta de su especificidad, puesto que estamos buscando los rasgos comunes y, por tanto, obtendremos una cultura "similar a las demás" donde la gente establece jerarquías, relaciones afectivas, normas sobre el comportamiento adecuado, etc.

En esta dirección, los primeros estudios sobre los aspectos culturales en Internet apuntaban hacia la comprobación de la presencia de elementos culturales on-line, como la tesis de Tim North (1994), que propone dilucidar si la Red se puede pensar como sociedad, con los mismos términos que utilizamos para estudiar la cultura en comunidades físicas y qué nos puede aportar esta perspectiva. También David Porter, en la introducción de Internet Culture (1996), plantea que la comunicación en Internet se puede entender desde el concepto de cultura, puesto que en los grupos de discusión, chats y otros espacios públicos de relación se constituye una forma de vida que incluye sistemas compartidos de creencias y valores, convenciones de presentación y argumentación, léxicos propios y estilos iconográficos que simbolizan la gestualidad, una etiqueta social –netetiqueta– y otros signos que vehiculan emociones como el afecto y el sentimiento de pertenencia a un grupo (Porter, 1996, pág. 13).

No resulta difícil encontrar en los estudios sobre comunidades virtuales vínculos significativos con el enfoque holístico propuesto por Mead para el estudio de la cultura – enfoque común en buena parte de la práctica etnográfica dentro de la antropología–, así como con ideas sobre la creación de identidades colectivas basadas en un sentimiento de pertenencia y en el establecimiento de límites simbólicos. Por ejemplo, Derek Foster (1997) basa su reflexión sobre comunidades virtuales en la sociología y la antropología y utiliza las tesis de Benedict Anderson para introducir los aspectos identitarios en las comunidades. Nessim Watson, en Why We Argue About Virtual Community: A Case Study of the Phish.Net Fan Community, escribe: "puesto que el término comunidad está generalmente basado en límites geográficos imaginados (naciones estado, fronteras, etc.), no es demasiado extraño que apliquemos el término comunidad en otro espacio imaginado, el ciberespacio" (Watson, 1997, pág. 120).

Por tanto, vemos que, una vez establecida la pertenencia de la aplicación del concepto de cultura a las comunidades virtuales, obtenemos de éstas una serie de rasgos específicos relacionados con el modo de comunicar, aún en la actualidad y en su origen preferentemente textual. En este sentido, el estudio de la cibercultura, las comunidades virtuales y el análisis de la comunicación mediada por ordenador (CMO) van juntos y poseen muchos puntos de contacto entre sí.

Desde diferentes perspectivas teóricas y definiciones de cultura, esta estrategia de investigación se centra en temas como la identidad y la sociabilidad on-line, el establecimiento de categorías sociales on-line, reglas de comportamiento, resolución de conflictos, jergas, sentimiento de pertenencia al grupo, etc. En esta línea, muchos de los estudios reunidos en la edición de Internet Culture (1996) de David Porter constituyen estudios cualitativos, realizados a partir de técnicas de observación participante, entrevistas on-line o cuestionarios por correo electrónico que exploran diferentes aspectos de la vida social en la Red, tanto en los espacios marcados socialmente para corrientes contraculturales y libertarias, como en chats denominados coffehouse o bars, para encuentros informales entre usuarios de diferente procedencia.

El objetivo de estos estudios es mostrar cómo se organiza la vida social a partir de la interacción y la comunicación mediada por ordenador, pero, en general, no tienen en cuenta los aspectos culturales fuera de la Red, o incluso intentan encontrar características específicas en el medio, por norma general asociadas a la ausencia de contacto físico cara a cara y a su inmediatez en la comunicación. En esta dirección, los primeros estudios hablaban de efectos desinhibidores y de eliminación de marcas socioculturales –sexo, clase social, grupo étnico, etc.–. Por ejemplo, la investigación etnográfica realizada por Carlstom en LambdaMOO –un juego de rol en red–, apunta a las conclusiones de que la realidad social creada a partir del lenguaje y mediante el texto y el programa no es un espejo o reflejo de la realidad off-line, sino que configura un sistema independiente (1992). Estudio en la línea de Mark Dery, que proponía la aparición de una nueva identidad on-line liberada de las restricciones biológicas y socioculturales (1994).

Asimismo, desde esta estrategia de investigación, es importante que intentemos descubrir lo que Internet posee de específico como cultura respecto a las culturas off-line. Para considerar que los patrones de relación y pautas de comportamiento que se originan en Internet son nuevos o particulares en este medio de comunicación, deberemos comparar la cultura on-line y la off-line, ver las similitudes y qué tiene de específico la cultura on-line ante las culturas "reales" o las pautas de comportamiento fuera de la Red.

Ahora bien, aquí hemos dado por supuesto que el término cibercultura se refiere a las relaciones sociales en línea, a lo que hacemos en línea y a cómo lo hacemos, a fenómenos sociales "internos", que se originan dentro de la Red, pero no "fuera". No obstante, los límites de la cibercultura se pueden ampliar para considerar que Internet reconfigura todo el espacio social, que estructura comportamientos tanto en la Red como fuera, lo cual da lugar a una nueva forma cultural que denominaríamos cibercultura.

Cultura on-line y cultura off-line

Los problemas de la anterior estrategia de investigación en comunidades virtuales se han planteado a partir de tres tipos de crítica. En primer lugar, se ha criticado que muchas de estas investigaciones consideran la cibercultura como un todo homogéneo y no tienen en cuenta las diferencias entre comunidades virtuales. No todas las comunidades virtuales deben responder al modelo de los MUD o los MOO –basadas en el juego y en el anonimato–, ni tampoco al de los chats –anonimato, relaciones efímeras–. Del mismo modo, la totalidad de ellas no tiene por qué basarse en el mismo software e interfaz gráfica, ni poseer el mismo origen. Esto nos lleva a la segunda crítica, que hace referencia al aislamiento de las comunidades virtuales del mundo "real". Finalmente, otra crítica que consideramos importante destacar es la referente al etnocentrismo de muchos de los estudios realizados sobre cultura e Internet, que no tienen en cuenta el contexto local en el que se realiza la investigación y generalizan sin comparar los resultados con datos procedentes de otros contextos locales culturalmente diferenciados.

A partir de esta última crítica, se emprenden estudios orientados a observar cómo en la Red se reproducen comportamientos culturales "de fuera". En este tipo de estudio, lo importante es comprobar hasta qué punto las categorías sociales de la vida off-line pautan las relaciones on-line. Por ejemplo, ante los planteamientos que auguraban un nuevo tipo de cultura no marcado por las relaciones de género, clase social o grupo étnico, estos análisis muestran cómo estas categorías continúan estando presentes on-line e, incluso, de una forma mucho más estereotipada (Gircom, 2000).

Algunos de estos estudios empíricos sobre Internet como espacio de interacción social también adoptan una perspectiva cualitativa y etnográfica para describir lo que sucede dentro de un foro electrónico o un chat, pero considerando la diversidad cultural tanto on-line como off-line, y no buscando las diferencias entre virtual y real, sino sus interconexiones. Este enfoque se encuentra explícito en el libro de trabajos editados por Rob Shields Cultures of Internet (1996), donde ya en el mismo título se pasa del singular al plural. Estos primeros estudios empíricos, junto al enfoque culturalista, muestran cómo Internet no es la utopía imaginada donde se borran todas las categorías sociales y especificidades culturales.

Esta estrategia de investigación se centra en ver cómo los diferentes grupos sociales se apropian de Internet para sus fines y de formas muy distintas, por ejemplo, la virtualización de las empresas, la creación de redes ciudadanas, el reencuentro en el ciberespacio de un espacio donde articular la propia identidad cultural en la diáspora –fenómenos migratorios, grupos de acción social, política y religiosa on-line, etc.

Encontramos, por ejemplo, el estudio exhaustivo sobre el uso de Internet en la isla de Trinidad por David Miller y Don Slater, que afirman: "no estamos realizando simplemente un estudio del uso o de los efectos de un nuevo medio, sino que lo que hacemos es observar cómo los miembros de una cultura específica intentan hacerse un lugar en un entorno comunicativo cambiante y, al mismo tiempo, cómo intentan amoldarlo a su propia imagen." (Miller y Slater, 2000, pág. 1). En contra de las primeras concepciones sobre el ciberespacio como un espacio social desvinculado de la realidad local que apuntaba hacia la universalización y la constitución de una cultura global planetaria, Miller y Slater constatan cómo la gente utiliza Internet para reafirmar sus identidades colectivas y su adscripción a grupos étnicos, por lo que Internet constituye un espacio donde desplegar su identidad local. Estos autores proponen un método comparativo a partir del estudio monográfico de la imbricación on-line/off-line en contextos culturales diferentes, con la finalidad de llegar a generalizaciones a partir de un conocimiento empírico, advirtiéndonos del peligro de teorizar demasiado rápido y, a partir de abstracciones homogeneizadoras de partida, criticando el etnocentrismo de los estudios que no tienen en cuenta el contexto local o que generalizan a partir de datos obtenidos únicamente en sociedades como la norteamericana e, incluso, sin tener en cuenta la misma diversidad cultural dentro de sus fronteras. Ananda Mitra también contribuye a aportar datos concretos sobre contextos locales con su análisis sobre comunidades virtuales en la India y muestra cómo en el ciberespacio se reproducen los conflictos de fuera entre Pakistán y la India en Virtual Commonality: Looking for India on the Internet (Mitra, 1998, págs. 55-79).

Para concluir, podemos afirmar que los estudios en comunidades virtuales que parten del concepto de cultura han contribuido a describir los comportamientos de la interacción en el ciberespacio y, a partir de considerar a los grupos de discusión, los chats, los espacios de juego como comunidades, han descrito, en la línea de Margaret Mead y de la antropología más clásica, las culturas virtuales o las ciberculturas que se configuran a partir de la interacción social en línea. Han mostrado la vida interna de estas comunidades, sus reglas, sus imaginarios, mitos y símbolos y han explicado de qué manera y cómo es posible que la gente participe en estos espacios de una manera plena. Los estudios on-line/off-line han mostrado los límites de esta aproximación, así como la necesidad de incluir en nuestra descripción de la interacción social en la Red el contexto cultural más amplio –étnico, político, económico en el que se inscriben estas relaciones y estas nuevas formas culturales.

2.3. La cultura como orden y sentido: ¿esquemas mentales o estructuras de significación?

Lectura complementaria

Como ya hemos podido observar en el apartado anterior, Margaret Mead y especialmente Gregory Bateson intentaron entender los sistemas culturales como sistemas abiertos, plenamente en la entonces emergente teoría de sistemas, a partir de las nociones de aprendizaje y de comportamiento. Intentaron explicar el orden cultural a partir de las pautas que ordenan, a su vez, las conductas en contextos de aprendizaje. Bateson pensaba que, de esta manera, el análisis sistemático de los contextos de aprendizaje y de las interpretaciones que las personas dan de estos contextos posibilitarían una ciencia formal de la cultura.

Gregory Bateson proporciona los instrumentos teóricos para afirmar un análisis de la cultura en los conceptos de información, pauta y relación, y construir una aproximación definitivamente sistémica a la cultura. De este modo, la especificidad cultural no viene determinada por la presencia o ausencia de unas características sustantivas dadas, sino por la combinación singular de patrones de relaciones y pautas de comportamiento. La importancia del giro que da esta aportación teórica aún no se ha explorado lo suficiente, pero su énfasis en los procesos informacionales conecta con otros enfoques teóricos que estudian los aspectos denominados cognitivos y simbólicos como centrales de la cultura humana.

La idea de cultura como patrón de patrones, pauta o programa supone entenderla como conjunto de prácticas, esquemas o patrones de comportamiento que organizan y constituyen las relaciones humanas. Estos mecanismos de control son, al mismo tiempo, modelos para la realidad, constituyentes de la vida social, y modelos de la realidad que explican y dan sentido a nuestra experiencia. Desde esta perspectiva, si nos preguntaran de qué está hecha la cultura, responderíamos que de pautas: éstas serían la sustancia de la cultura. Como en la definición de cultura como adaptación, también en esta propuesta podríamos destacar dos tendencias: la cognitiva y la simbólica. La primera entiende que estas pautas constituyen procesos mentales que pueden ser analizados por métodos formales similares a los de la matemática y la lógica (S. Tyler), mientras que la segunda parte del supuesto de que estas pautas poseen un origen social y se estructuran en símbolos significativos que ordenan el comportamiento y confieren sentido a la experiencia. Las estructuras culturales serían estas redes de símbolos significativos (Geertz, 1989, págs. 50-52).

2.3.1. Cultura como proceso cognitivo

En este apartado, hablamos de diferentes aproximaciones teóricas que enfatizan la cultura como conocimiento sobre el mundo – cosmovisión, como esquemas de pensamiento, reglas de hacer predicciones e inferencias, o modelos mentales que orientan el comportamiento–. El estudio de la cultura como proceso mental se interesa por los procesos relacionados con el conocimiento, la memoria y el aprendizaje.

La aproximación cognitiva considera que la cultura de un grupo social consiste en todo aquello que uno necesita saber o creer que sabe para actuar de una forma aceptable para sus miembros, y hacerlo de tal manera que el comportamiento se considere como el de un miembro más. Esto supone un conocimiento proposicional –creencias que se pueden expresar con proposiciones como "fumar es perjudicial para la salud"– y un conocimiento procesal, de procedimiento, no necesariamente verbalizable –reconocer que una determinada situación requiere una acción definida, como "conducir por la ciudad".

Contenido complementario

No obstante, aún sabemos muy poco sobre cómo se organiza el pensamiento y se estructura el conocimiento y cómo actúa la diferenciación cultural: la tarea de descubrir las reglas y las categorías de pensamiento ha seguido, hasta ahora, un modelo basado en el estudio lingüístico y en el de los procesos cognitivos en el cerebro –modelos de redes neuronales–. Aun así, lo que sabemos es que las personas no siempre funcionamos por categorías definidas y reglas rígidas, sino que parece que, a veces, utilizamos con éxito conocimientos implícitos y afirmaciones muy vagas.

Contenido complementario

La definición de cultura como conocimiento socialmente compartido no presupone una distribución homogénea: no todo el mundo sabe lo mismo, ni de la misma manera. Por este motivo, Cicourel (1992) habla de conocimiento distribuido. En primer lugar, el conocimiento no sólo se encuentra en los procesos mentales de nuestro cerebro, sino también en las herramientas que utilizamos, en el entorno, que provoca que sean posibles unas soluciones y no otras, en el trabajo cooperativo con otras personas. Esta perspectiva del conocimiento implica que lo que una persona necesita saber o realizar para ser un miembro competente en su grupo no puede ser fácilmente representado por un conjunto de proposiciones. En segundo lugar, el problema de la diversidad dentro de lo homogéneo: todos sabemos lo que es un partido de fútbol, pero también que el conocimiento de un espectador y el de un jugador sobre el juego no es necesariamente el mismo (A. Duranti, 1997).

2.3.2. La cultura como sistema simbólico

La cultura como sistema de símbolos adquiere importancia a partir de la orientación semiótica de Lévi-Strauss, que entiende los esquemas culturales como sistemas de signos que expresan las predisposiciones cognitivas de la especie humana para categorizar el mundo en términos de oposiciones binarias –no importa si se trata de álgebra o de nombres totémicos–. Para el también estructuralista Edmund Leach (1976), la moda de vestir, la arquitectura, la música, la cocina o los gestos poseen una vertiente simbólica que expresa relaciones de identidad, de rechazo, de pertenencia, etc. y esto lo hace de forma organizada, siguiendo patrones culturales que se pueden descodificar, puesto que la forma como están interconectados es similar a como se articula el lenguaje natural.

Según Lévi-Strauss, los sistemas simbólicos responden a esquemas cognitivos y, en definitiva, éstos constituyen la base sobre la cual se asienta el orden cultural. Para Geertz, en cambio, los sistemas simbólicos descansan sobre la interacción social y sobre una base biológica común, pero no los determinan. La acción simbólica necesita una base cognitiva, un nivel de desarrollo neuronal; sin embargo, la cultura no se puede explicar únicamente a partir de esta base. Tampoco es válida la metáfora por la cual las estructuras culturales serían análogas a los modelos propuestos para explicar el funcionamiento del cerebro –por ejemplo, el modelo de redes neuronales.

Contenido complementario

Para el desarrollo de una teoría semiótica de la cultura, Geertz propone, en primer lugar, abandonar la perspectiva tripartita o estratigráfica del funcionalismo. A continuación, sugiere renunciar a la comprensión de la cultura como un conjunto de "rasgos", "características o "cosas" clasificables y pasar a hablar de "pautas y patrones". El tercer paso consiste en anclar el origen de estos patrones en la interacción social y en lo que sabemos actualmente sobre la cognición humana. Ahora bien, una vez establecida esta jerarquía y fundamento, serán los símbolos los que interesarán a Geertz para desarrollar su idea de la cultura como redes de significación. Los símbolos no sólo representan o son expresión de las estructuras sociales, sino que también las constituyen. Los símbolos son las formas de la cultura.

Contenido complementario

Geertz insiste en la necesidad de estudiar lo concreto y entender cada formación cultural en su especificidad y, por tanto, partiendo de las significaciones que las personas dan a sus relaciones y el sentido que conceden a su experiencia. Recordamos que, para la aproximación simbólica e interpretativa de la cultura, es preciso dar cuenta del sistema cultural partiendo de las propias categorías. Comprender la cultura de un pueblo supone captar su carácter normal sin reducir su particularidad. Este planteamiento apunta hacia una cuestión clave sobre la necesidad y el uso del concepto de cultura a la hora de pensar las sociedades humanas y la propia esencia del ser humano. ¿Cómo explicar la diversidad de maneras de hacer que podemos observar de forma empírica con sólo salir a la puerta de casa? Sin este concepto, entenderíamos la variación como un "accidente". La afirmación evidente "otros lugares, otras costumbres" queda explicada por una esencia común, como si pudiéramos desnudar a los hombres de estos vestidos de la cultura, para encontrar las mismas pasiones, los mismos deseos universales. El concepto de cultura nos permite explicar la variación sin reducirla a un mínimo común denominador, entender la diferencia como un hecho constitutivo de la misma naturaleza humana.

Una vez aceptadas estas premisas referentes al hecho de que no podemos encontrar universales sustantivos, lo que interesa a la perspectiva interpretativa de la cultura no es encontrar leyes generales, ni una definición universalmente válida de familia, religión, arte o tecnología, conceptos funcionales que significan prácticas diferentes en cada cultura concreta, si es que tienen términos lingüísticos equivalentes. Su búsqueda es comprender y describir las estructuras culturales concretas, las tramas de significación que construimos, comunicamos, imponemos, compartimos, alteramos o reproducimos y en las que vivimos.

El estudio de Elisabeth Reid sobre la interacción en un MUD –un sistema de realidad virtual basado en la descripción textual en el cual se puede participar mediante ordenadores interconectados– es un buen ejemplo de esta aproximación teórica para describir los aspectos culturales de la interacción on-line. Reid propone describir la realidad virtual como un entorno cultural, y entender el ciberespacio no como una construcción tecnológica, sino como una construcción cultural con el fin de concentrarse en la naturaleza de la experiencia del usuario, en cómo los participantes aceptan un mundo simulado como un espacio válido para respuestas sociales y emocionales. Para que la interacción entre los participantes en estos juegos tenga sentido, son necesarios la creación y el intercambio de significados, es decir, la construcción colectiva de un contexto de inteligibilidad. Desde esta perspectiva, un programa de MUD constituye un conjunto de herramientas que nos permite crear un entorno cultural a partir de la interacción textual. Los jugadores participan en la construcción cultural creando objetos y acciones en un espacio compartido, con un lenguaje común, y con el establecimiento de unas reglas de comportamiento – un orden social, con sus jerarquías, sus formas de romper las reglas y de proponer otras nuevas–. Para Reid, estos sistemas de significaciones y de control social definen formaciones culturales específicas y generan un tipo de experiencia social y emocional donde lo que imagina un participante pasa a ser el contexto para la acción del otro (Reid, 1994).

Esta línea de investigación pone un énfasis especial en captar la experiencia de las personas y en cómo Internet entra en la vida cotidiana. Entre otras cosas, se trataría de analizar cómo se modifica nuestra percepción de las relaciones sociales, de nuestra subjetividad y de nuestra identidad dentro y fuera de la Red; cómo cambian nuestras pequeñas rutinas, cómo los vínculos establecidos on-line se realizan off-line, cómo hablamos de nuestra experiencia en los chats, por ejemplo, y cómo esta experiencia se integra en nuestra identidad o entra en contradicción con ella, sentimientos y emociones anteriores, etc. Esta aproximación conecta en muchos puntos con la siguiente y última propuesta: el análisis cultural.

Arriba

3. El análisis cultural

Hasta ahora nos hemos movido en el análisis de la cultura y hemos podido observar diferentes propuestas de entender la cultura desde ángulos también distintos. La estrategia expositiva que hemos seguido es ver cuáles son los componentes teóricos de cada definición de cultura y probar con pequeños ejemplos su fuerza explicativa para dar cuenta de las regularidades y variaciones que observamos en el comportamiento humano. No obstante, en el análisis de la cultura, ésta es siempre una presuposición implícita. Es decir, no es demasiado operativo seguir una estrategia de investigación destinada a comprobar si en una determinada sociedad se originan o no las características que hemos definido previamente como necesarias para que "tenga una cultura", salvo que se trate de comunidades o inteligencias no humanas.

El objetivo del análisis de la cultura es averiguar cuál es la forma cultural específica de uno u otro grupo social, a partir del estudio empírico, para establecer cuáles son sus aspectos organizativos y sus elementos estructurales. El análisis de la cultura constituye una tarea descriptiva que parte de la observación empírica y de un marco teórico orientativo, en busca de la construcción de modelos teóricos explicativos y, por medio de la comparación entre modelos, llegar a proposiciones generales sobre la cultura. Las definiciones previas de cultura sirven para orientar la investigación, pero no como un conjunto de condiciones prescriptivas, sino como contexto de inteligibilidad de nuestra descripción del sistema cultural, como condición necesaria y punto de partida para emprender nuestro análisis. Si los datos contradicen nuestra definición, no es que la realidad "se equivoque", sino que nuestro modelo teórico o nuestra definición de cultura es inadecuada.

No obstante, es preciso apuntar otra estrategia que podemos denominar análisis cultural de las prácticas sociales. Desde esta estrategia de investigación, la cultura sigue siendo el supuesto implícito, el papel sobre el cual dibujar los contornos de las formas culturales concretas a partir del estudio empírico de las prácticas sociales y de la vida cotidiana. Sin embargo, su objetivo no es llegar a la construcción de un modelo general, sino a la comprensión del sistema "desde dentro". Este enfoque presupone que los conocimientos, las prácticas, los valores, las emociones y cualquier otro aspecto de la experiencia humana que podamos definir constituyen aspectos culturalmente ordenados, producidos, desde el punto de vista histórico, y localmente situados, que sólo se pueden comprender y explicar teniendo en cuenta el conjunto de la red en el que se encuentran insertos, del cual forman parte, y que contribuyen a formar.

En esta estrategia interpretativa, lo interesante es describir estos comportamientos en un contexto de inteligibilidad que refleje sus interrelaciones a partir de las significaciones que las personas conceden a sus experiencias, puesto que la especificidad cultural se encuentra en las formaciones simbólicas que ordenan la experiencia personal y colectiva, y que éstas son las que imprimen a cada cultura su "personalidad". Por tanto, para conocer una cultura es necesario ir a buscar el sentido que la gente confiere a sus acciones, atender a sus formas de interpretar la experiencia, entender las prácticas sociales como prácticas significativas. Éstas son las que nos darán la pista del orden y la dinámica cultural.

El análisis cultural consiste en la realización de un estudio empírico minucioso y detallado de lo que la gente hace y dice que hace mediante técnicas etnográficas de trabajo de campo, para conocer cómo la gente puntúa la experiencia, qué categorías utiliza, qué sentimientos articula, qué valores concede a sus acciones, cómo significa o da sentido a un gesto o a un objeto, con la presuposición de que estos ejes de significaciones guarden entre sí alguna relación.

3.1. La cultura como proceso

Desde esta perspectiva, la cultura se entiende como proceso de producción y de intercambio de significaciones. No se trata de un conjunto fijo de prácticas o interpretaciones, sino de un proceso de apropiación, negociación y confrontación de significaciones. Las prácticas sociales, desde la perspectiva del análisis cultural, son prácticas significativas, que organizan y constituyen la acción social a partir de las interpretaciones y significaciones de los sujetos (J. Evans y S. Hall, 1999). Esta perspectiva teórica ha significado un cambio profundo en el análisis de la producción, distribución y consumo de lo que entendemos como productos culturales y, específicamente, en el análisis de los medios de comunicación social, entre los cuales se encuentra el cine, la televisión, la prensa e Internet. Del mismo modo, propone la necesidad de enfocar el análisis de los textos, las imágenes y los objetos a partir de su contextualización en los procesos de producción, distribución y consumo, en los usos que la gente hace de estos productos y en cómo se los apropia y resignifica, de manera que el sujeto es un agente activo.

Mientras que por el análisis de la cultura, la realidad se puede describir desde fuera del sistema, la estrategia interpretativa es contextual, de manera que el conocimiento que obtiene es siempre un conocimiento parcial, local y situado. La misma producción teórica forma parte del proceso cultural y, por tanto, también constituye una práctica significativa situada de forma cultural y social. Desde esta perspectiva, el conocimiento no consiste en un producto neutral y objetivo, ajeno al contexto cultural en el que se inscribe, sino que se encuentra dentro de este contexto que es inteligible. No sólo el conocimiento científico ocupa un lugar en el conjunto de la producción cultural y las prácticas sociales le conceden significado – como, por ejemplo, conocimiento legítimo– , sino que también el científico habla desde una posición socialmente significativa y es un agente activo con motivaciones y comportamientos que marcan su práctica y sus productos. De la misma manera, los agentes culturales, las personas, se pueden apropiar de las teorías científicas en diferentes arenas de lucha por el significado (control político, ciencia-ficción) y de sus prácticas sociales (la reivindicación de representatividad o independencia política a partir del reconocimiento de una cultura propia como rasgo identitario de un colectivo, como, por ejemplo, los quebequeses).

Contenido complementario

El análisis cultural entra de lleno en el análisis de las formas sociales contemporáneas, especialmente mediante los estudios de los medios de comunicación sociales y de las audiencias – los denominados Estudios Culturales.

Ejemplo

Desde esta perspectiva y siguiendo el punto de vista de Fecé, la cultura como proceso no es ninguna esencia situada en el pasado, así como tampoco una estandarización cognitiva. La producción, la distribución y la recepción de productos culturales constituyen procesos estructurados (imponen un orden, siguen un canon), y estructurantes (pueden ser modelados y remodelados de forma creativa). En este sentido, los medios de comunicación social organizan y regulan nuestra visión de la realidad de forma convencional y consensual, pero, al mismo tiempo, los utilizamos con creatividad, les damos interpretaciones no esperadas y hacemos apropiaciones no previstas de ellos, de resistencia o de resignificación. La producción masiva de significados culturales y su reproducción con la ayuda de los medios de comunicación son rasgos distintivos y constitutivos de nuestro modelo social, no procesos exógenos a la realidad cultural, sino que forman parte de ésta y la configuran.

3.2. Pero... ¿qué sucede con la cibercultura?

Desde el análisis cultural, las preguntas de investigación siempre se deben situar en el contexto social e histórico, desde donde se formulan, y atender a la realidad concreta a la que apuntan. Esta realidad, la social y cultural, siempre es diferente y es preciso tener en cuenta su forma compleja y heterogénea. No sirven las grandes respuestas, sino la observación de las prácticas concretas. Por este motivo, aboga por la realización de estudios empíricos que, desde las metodologías cualitativas, nos ayuden a dibujar un mapa más completo que el anclado en grandes abstracciones.

Contenido complementario

El análisis cultural de Internet propone que la cibercultura constituye una categoría cultural que la gente utiliza para realizar cosas. La tecnología por sí sola no es un agente de cambio social, sino los usos y las significaciones que le damos. Estas significaciones sobre la tecnología, dispersas en diferentes actividades e implícitas en nuestro sentido común, se pueden entender a partir de su estudio como algo que forma parte de redes de significación, de un sistema cultural, tal como proponía Geertz.

Esta línea de investigación interpretativa no busca los rasgos que definen la cibercultura fuera de los propios términos y contexto cultural donde este término tiene sentido. Su objetivo consiste en describir qué usos y prácticas sociales aglutina y cómo la gente se apropia de Internet y su significado –cibernautas, trabajadores, consumidores, políticos, comerciales, etc.–. Esta propuesta no busca identificar características para definir si la cibercultura es o no una cultura, sino que presupone que la cibercultura es un producto cultural más, cuyo sentido emergerá en la descripción de las prácticas significativas que moviliza.

Desde la perspectiva del análisis cultural, la cibercultura es un concepto emic, un concepto problemático que el análisis cultural debe descubrir a partir del estudio de las prácticas sociales por las que toma sentido. En esta línea encontraríamos estudios anclados en la tradición etnográfica y antropológica al lado de estudios que provienen del análisis crítico de los medios de comunicación sociales, especialmente de los denominados Cultural Studies y Teoría Crítica. Veámoslo de forma esquemática:

  1. Internet como práctica social: el análisis de las prácticas sociales en torno a Internet y cómo los diferentes agentes sociales les conceden significados. En este sentido, nos encontramos con estudios similares a los de Internet como cultura, pero cambia la perspectiva de análisis, ya que las descripciones adoptan una perspectiva emic, desde las categorías y la experiencia de los participantes. Esta perspectiva etnográfica sitúa el sentido común implícito en nuestras afirmaciones sobre Internet como parte del problema que hay que investigar. (Hine, 2000).
  2. Internet como discurso: Internet no constituye sólo una red interconectada de ordenadores, sino también un objeto creado de forma discursiva, tanto por lo que se refiere a cómo la gente explica su experiencia como por lo que respecta a los movimientos sociales que aglutina, tan diferentes como la nueva economía, el ciberpunk, el ciberfeminismo o la tecnocultura, como por lo referente a su popularización gracias a los medios de comunicación (con secciones especializadas en los periódicos, concursos de televisión, etc.). Relacionado con el punto anterior respecto a la metodología etnográfica y análisis de las prácticas sociales, se centra en los discursos y el análisis de la mitología generada en torno a Internet, la manera como se narra su historia y desde dónde se narra. Algunos autores se interesan en estudiar las narraciones sobre Internet como parte de una maniobra más amplia, la cibercultura, que incluye la comprensión de los discursos sobre la tecnología, la ingeniería robótica y la biogenética (Robins y Webster, 1999).
  3. Internet como medio de comunicación social: propone el estudio de la popularización de Internet y su papel en la producción, distribución y consumo de productos culturales. Por este motivo, el análisis cultural de Internet está estrechamente vinculado a los Estudios Culturales en referencia a:
  4. Internet como producto de consumo: el estudio de los usuarios como audiencia, el análisis de la cultura popular en el ciberespacio y de la intertextualidad entre los diferentes medios (foros y chats que hablan sobre programas de televisión como El Gran Hermano, las páginas webs de actores como Antonio Banderas, etc.). ¿Cómo pasa Internet a formar parte de los medios de comunicación social? (Gaunlett, 2000). Podríamos incluir también el análisis de productos culturales desarrollados en torno a la cibercultura (películas de ciencia-ficción, cómics, publicidad, noticias, etc.) y de su producción, distribución y consumo. ¿Cómo, para qué y con qué discursos y recursos se populariza Internet?

El libro editado por David Gauntlett, Web.Studies, Rewiring media studies for the digital age (2000), recoge artículos desde estas tres perspectivas. Un buen ejemplo es el análisis de Robert McChesney (2000) sobre la política de las grandes empresas mediáticas para ocupar un lugar y llegar a ser visibles en la Red pese a que los gastos económicos no produzcan beneficios directos o inmediatos, en Herman y Swiss, The World Wide Web and the Contemporary Theory of Culture (2000) o el estudio sobre el uso de Internet en comunidades latinas de Estados Unidos (McCreadie Lillie, 1998).

Quizá el planteamiento más completo sobre la diversidad de líneas de investigación que abre el análisis cultural se encuentra en el artículo de Arturo Escobar, "Welcome to Cyberia, notes on the Anthropology of Ciberculture" (2000), que conecta la cibercultura a las nuevas tecnologías en dos áreas: la inteligencia artificial (ordenadores, tecnologías de la información) y la biotecnología, y crea nuevas redes de producción de valor y de significados sociales que unen ciencia, política y capital económico, al mismo tiempo que reconfiguran nuestra vida social y nuestra comprensión y relación con la naturaleza. Es una perspectiva que, aunque se aleje de las posiciones evolucionistas, entiende la cibercultura como un proceso de cambio social y cultural profundo, que rompe con la modernidad, y que se puede estudiar y analizar a partir de la etnografía y de estudios microsociales.

Lecturas Complementarias

Finalmente, es preciso tener en cuenta aquellas producciones intelectuales que, sin basarse necesariamente en estudios empíricos en profundidad, no obstante plantean una crítica radical en términos culturales. Estos planteamientos los encontramos con obras como la de Jenny Wolmark, Cibersexualities (1999), donde las autoras reflexionan de forma crítica sobre el papel de la tecnología en nuestra sociedad y los valores culturales que se le atribuyen desde un crítica feminista, en el ensayo pionero de Kalí Tal, The unbearable whiteness of being, desde la crítica cultural afroamericana.

Por último, debemos pensar en otras estrategias de investigación que no aceptan como supuesto de partida el hecho de hablar de cibercultura. Dentro de este conjunto de estrategias de investigación posibles, destacaríamos la orientada hacia la problematización del mismo concepto de cibercultura. Bien porque este concepto no deja ver la variedad de formaciones culturales que se originan en el ciberespacio y de apropiaciones por grupos sociales muy variados – se debería hablar en todo caso de ciberculturas– , bien porque no es pertinente como objeto de estudio – "la cibercultura sólo constituye un mito vacío de contenido real", "la cibercultura y todo esto de los ciborgs sólo es asunto de una minoría, pero no se puede considerar un fenómeno cultural a gran escala".

Por lo que respecta a lo que hemos dicho hasta ahora, la aproximación cultural al estudio de Internet nos abre un marco explicativo a partir del cual podemos describir el conjunto de prácticas y usos sociales, tanto de la interacción on-line como de la off-line. La ventaja de esta perspectiva, que incluye tanto el estudio de Internet como cultura como el estudio cultural de Internet, es la de ofrecer un contexto de inteligibilidad en el que inscribir prácticas aparentemente muy variadas. Al mismo tiempo, ofrece una metodología para el estudio empírico de los fenómenos apuntados, la etnografía, que también resulta válida para otras aproximaciones desde la psicología social, la sociología de la ciencia o el estudio de los medios de comunicación y la interacción en la Red.

Arriba