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Introducción

A pesar de las numerosas definiciones del concepto de salud, no encontramos ninguna que resulte operativa. La mayoría son demasiado ambiguas como para proporcionar una definición de aplicación universal (recordemos, por ejemplo, la definición fundacional de la OMS). Y aunque es cierto que tanto los procesos de salud como los de enfermedad están presentes en todos los grupos humanos, en cada uno de ellos adoptan formas particulares. Este hecho impide hablar de salud y de enfermedad en términos de universalidad.

En este sentido, los trabajos de Ackercknecht (1985) señalan que no todas las culturas coinciden en clasificar las mismas situaciones del binomio salud/enfermedad. Entre los indios thonga del este de África, la presencia de vermes intestinales es muy frecuente, por lo que no se perciben como un problema de salud, sino al contrario, creen que son útiles para la digestión. Otro ejemplo es la presencia de la espiroquetosis discrómica -denominada popularmente pinta- que se presenta de manera endémica entre los indígenas del norte de la Amazonia. Las deformidades que produce esta afección son consideradas tan comunes, que se piensa que quienes no las sufren no son normales, hasta el punto de quedar excluidos del mercado matrimonial. Estos ejemplos demuestran que la diversidad cultural también tiene su plasmación en la definición y el reconocimiento de los procesos de salud y enfermedad.

Esta diferencia de percepción no se da únicamente entre sociedades diferentes, sino que las podemos encontrar entre diferentes grupos de una misma sociedad, así como entre diferentes individuos de un mismo grupo. En este sentido, encontraremos personas que con la misma sintomatología se comportan de manera diferente: una se puede preocupar y pedir ayuda, mientras que la otra puede ignorar los mismos síntomas y no considerar la posibilidad de pedir ayuda.

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Por otro lado, una determinada sintomatología puede ser considerada por el médico de poca importancia, y ser considerada por el enfermo y su entorno como grave. Pero también puede suceder al contrario, que una sintomatología considerada sin importancia popularmente tenga la consideración de grave o potencialmente grave desde la perspectiva médica.

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Como consecuencia, los procesos de salud y enfermedad se sitúan en un continuum de bienestar/malestar definido socialmente y que escapa a un reduccionismo biológico, ya que salud y enfermedad no se relacionan únicamente con el cuerpo humano, sino también, y de manera muy importante, con las relaciones personales y sociales.

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