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Estilos de vida

A menudo, las quejas de los profesionales de la salud se refieren al hecho de que, a pesar de sus esfuerzos para educar a la población, ésta no sigue sus orientaciones. Desde los estamentos sanitarios es difícil comprender por qué los usuarios, a pesar de conocer los riesgos que presentan determinados hábitos o estilos de vida, no son capaces de cambiarlos. ¿Por qué es tan difícil seguir la dieta prescrita o hacer ejercicio?

Para responder a esta pregunta es necesario revisar el concepto de estilos de vida.

Este concepto proviene de las ciencias sociales, y fue utilizado por Max Weber y por Karl Marx. En sus orientaciones, consistía en un concepto holístico, ya que, a partir de los comportamientos de las personas como miembros de un grupo, se podía observar la globalidad de la cultura, que se expresaba a partir de los estilos de vida particulares.

La manera como la epidemiología ha utilizado el concepto de estilos de vida ha significado la reducción de una expresión de la cultura colectiva a una conducta individual de riesgo, ignorando su articulación ideológica y material con las estructuras sociales. Se acostumbra a pensar, por ejemplo, que un alcohólico o un fumador son libres para escoger si quieren cambiar de hábitos o no. En cualquier caso, si es necesario, el sistema sanitario les podría proporcionar apoyo, pero la decisión y la responsabilidad recae sobre ellos.

El sistema sanitario ha colocado en los estilos de vida de las personas la causa de las posibles enfermedades que sufrirán o que ya sufren. De esta manera, al individualizar la responsabilidad del riesgo, se culpabiliza al mismo enfermo de su situación de salud. Por lo tanto, el objetivo sanitario es intentar que cambie sus hábitos.

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Responsabilizar del riesgo exclusivamente a la persona implica, explícita o implícitamente, que esta persona es un ser libre, con capacidad y posibilidad de escoger si fuma o no fuma, si bebe o no bebe. La cuestión es definir qué significa ser libre y si realmente es posible escoger.

Menéndez (1998) nos plantea que algunos estudios sobre el hábito de consumo de tabaco demuestran que las clases sociales medias y altas están reduciendo su consumo, de acuerdo con las recomendaciones sanitarias, hecho que no se produce entre las clases trabajadoras. La respuesta puede hallarse en el hecho de que las clases más acomodadas están accediendo, en las últimas décadas, a una nueva cultura de la salud basada en el ideal de la eterna juventud, que presenta la posibilidad consciente de alargar la esperanza de vida. A estos aspectos ideológicos debemos añadir las condiciones materiales, que posibilitan su concreción en la vida cotidiana: tiempo libre para ir al gimnasio, recursos económicos que permiten adquirir cosméticos, complementos nutritivos, tratamientos estéticos, etc. Las clases más bajas no participan todavía, o no con la misma intensidad, en esta nueva cultura. Al contrario, el hábito de fumar forma parte importante de las relaciones sociales entre estos grupos, que ofrecen a menudo como argumento que "de algo tenemos que morir".

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Esta última expresión no se puede analizar de manera simple. No significa que no les importe morir, sino que implícitamente da a entender que este grupo presenta otras prioridades al margen de su hábito de consumo de tabaco. No es fácil dejar de fumar cuando las personas que nos rodean lo hacen, cuando no se tienen recursos para recibir tratamiento de apoyo, cuando el esfuerzo de dejar de fumar se debe invertir en otras esferas de la vida, etc.

Como habíamos observado en los apartados anteriores, todos los grupos han desarrollado estrategias de prevención, por lo que no se puede pensar que sean contrarios a tomar medidas de protección ante los problemas de salud. Lo que se necesita es encontrar el punto de convergencia entre las recomendaciones sanitarias y la vida cotidiana de los usuarios.

Actividad
Bibliografía sugerida

Las recomendaciones de promoción, prevención y tratamiento no se pueden realizar exclusivamente a partir del estudio de grandes conglomerados estadísticos. Es necesario analizar qué repercusiones presentan sus aplicaciones en cada caso y en cada grupo concreto. Debemos tener en cuenta que si, para los profesionales de la salud, el objetivo es la disminución del riesgo, para las personas y grupos este riesgo representa únicamente un elemento más en el conjuto de sus preocupaciones vitales.

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