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Tampoco las ofrendas funerarias eran depositadas en las tumbas para servir de "alimento" al difunto en un sentido literal, por "ingestión", sino que lo que revitalizaba al difunto era precisamente el poder vivificador de los alimentos por magia simpatética, por "proximidad". No hay que caer en la idea ingenua de que los egipcios creían que los difuntos "se comían" y "se bebían" las ofrendas. El sentido de las ofrendas es mucho más profundo: tienen el poder de transmitir al difunto la fuerza revitalizadora que les es inherente y que hace vivir a los vivos. La misma tumba o el sarcófago, que reproducen simbólicamente al mismo tiempo las casas de los vivos –en un primer nivel– y el universo –en un nivel más "cósmico"–, es decir, los lugares "donde se vive", "llenos de vida", tienen por objeto devolver a la vida a quienes son depositados en ellos. Todo lo que rodea al difunto (tumba, sarcófago, ofrendas, imágenes, textos) no tiene, pues, un sentido "literal", sino un valor simbólico-mágico, y una finalidad "activa". No debemos infravalorar el poder y el significado de la magia en una sociedad de discurso mítico-mágico como la egipcia (Cervelló Autuori, 1996, cap I; 2001, 32-35).
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Los egipcios concebían el culto funerario en términos de provisión de alimento vital y revitalizador. El difunto necesita diariamente "alimentarse" (en el sentido mágico expuesto), y son sus familiares, en especial su hijo primogénito, quienes deben ocuparse de proveer las ofrendas, el "alimento". El altar funerario no es sino una tabla de ofrendas, una "mesa" para alimentos. Las ofrendas van destinadas al ka del individuo, a su "fuerza vital", cuya pervivencia asegura su vida eterna. El plural de ka (kau) significa, precisamente, ‘vituallas’, ‘alimentos’. El ka es la componente del individuo que lo dota de "poder vital", como hacen los alimentos.
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