4.1.Modelos de gobernabilidad metropolitana
Actualmente, más de la mitad de la población mundial vive en áreas urbanas –en Europa,
el 75%– y se prevé que esta llegue al 70% en el 2050 –el 80% en Europa. El proceso
de metropolitanización del territorio plantea una serie de retos: de tipo social (combatir
las desigualdades, garantizar la accesibilidad a los servicios públicos); económicos
y financieros (garantizar la competitividad y la eficiencia); territoriales y ambientales
(la gestión de la explosión urbana, de la movilidad y de los residuos); políticos
e institucionales (la coordinación de las políticas y de los servicios, la representación
democrática).
La inadecuación constante entre las delimitaciones administrativas tradicionales y
el territorio metropolitano ha dado lugar a distintas corrientes teóricas y propuestas
sobre la fórmula ideal para gobernar las aglomeraciones urbanas. En un extremo, se
plantea la fusión de todos los municipios de la aglomeración para superar la fragmentación
institucional. Esta opción, extendida durante los años cincuenta y setenta en Europa
del Norte y del centro, todavía se propone y aplica (no sin polémica). Así lo demuestran
los ejemplos recientes de Dinamarca (reforma del 2007) y de Canadá (creación de las
nuevas ciudades de Toronto, Montreal y Ottawa entre 1990 y el 2000 como consecuencia
de las fusiones). En el otro extremo, encontraríamos la propuesta de no intervenir
y dejar que los municipios decidan libremente si mancomunar servicios o cooperar en
alguna agencia metropolitana. Este ha sido el enfoque propio en Estados Unidos, donde
escasean los modelos más institucionalizados. En la mayoría de los casos, se ha optado
por una opción intermedia, mediante la creación de algún tipo de estructura metropolitana
de dos niveles (ente metropolitano y municipios), teniendo en cuenta los equilibrios
políticos y el encaje de la aglomeración urbana en el conjunto del territorio.
En Europa, la gobernabilidad metropolitana adopta distintas formas. Esta diversidad
radica en la interrelación de diferentes elementos: la fragmentación del territorio,
las competencias de naturaleza metropolitana y el tipo de financiación y de representación.
En primer lugar, hay diferencias en función del número de administraciones y de organismos
que existen en el área metropolitana. En efecto, encontramos aglomeraciones caracterizadas
por un grado elevado de fragmentación y otras con mayor simplicidad institucional. Por ejemplo, en países donde se han
hecho reformas municipales (como en los países nórdicos) hay menos municipios, mientras
que los países del sur de Europa se caracterizan por un elevado número de los mismos.
Además del número de municipios y del carácter monocéntrico (Roma, París) o policéntrico
de la aglomeración (Randstad holandés), encontramos otras administraciones que llevan a cabo tareas metropolitanas
(comunidad autónoma, provincia, comarca, etc.) y otros organismos públicos o privados
que también tienen funciones a escala metropolitana. En efecto, a menudo hay asociaciones
públicas o privadas que promueven estrategias para potenciar el desarrollo económico
y social (plataformas de promoción económica, sobre todo de cara al extranjero). También
encontramos organismos de asistencia a los municipios que ofrecen apoyo técnico y
jurídico a los municipios (por ejemplo, para solicitar ayudas a la Unión Europea).
Además, en la mayoría de las metrópolis los servicios de ámbito metropolitano son
gestionados por empresas públicas, privadas o de capital mixto.
En cuanto a las competencias, estas se pueden enmarcar tanto en el campo de las hard policies, es decir, relacionadas con el medio físico (ordenación del territorio, urbanismo,
transporte, medio ambiente, etc.), como en el ámbito de las soft policies (educación, sanidad, servicios sociales, etc.). No obstante, en la práctica las competencias
se centran casi de manera exclusiva en el campo de las hard policies, especialmente las relativas a la ordenación del territorio, el transporte y el medio
ambiente. El otro ámbito donde intervienen los entes metropolitanos a menudo es el
desarrollo económico, básicamente la promoción de estrategias para fomentar el empleo
y generar riqueza. Sin embargo, lo que hay que diferenciar es si se trata de competencias
exclusivas o si otras administraciones también tienen poderes en estos ámbitos. Una
manera de identificar la capacidad política a escala metropolitana es analizar el
carácter vinculante o no de las decisiones que se toman. Por ejemplo, determinar si las acciones fijadas
por un plan metropolitano son obligatorias para los municipios.
Sin duda, la financiación determina en gran medida el margen de autonomía. No solo por los recursos materiales
(la cantidad), sino también por la fuente de esta financiación (propia o por otras
vías). En cuanto a las estructuras metropolitanas, la financiación proviene básicamente
de dos fuentes, normalmente combinadas. En primer lugar, las transferencias de los
municipios (de abajo arriba) y de un ámbito superior de Gobierno, Estados o entes
subestatales, según la estructura política del país (de arriba abajo). En segundo
lugar, de tasas e impuestos propios (venta de servicios como el agua, tasas por tratamiento
de residuos, etc.). Uno de los problemas de los entes metropolitanos es la falta de
autonomía financiera, pues sus recursos están muy condicionados por las transferencias
de otros ámbitos de Gobierno.
Los modelos de gobernabilidad metropolitana difieren también por la capacidad de la
ciudadanía de elegir directamente a sus representantes políticos. Puede darse la elección directa del alcalde/presidente y los regidores/concejales, o indirecta (estos forman
parte de la estructura metropolitana como representantes de su municipio). En algunos
casos, se incluye a miembros de la sociedad civil (sindicatos, cámaras de comercio,
universidades, etc.).
Teniendo en cuenta estos elementos, diferenciamos cuatro grandes modelos de gobernabilidad metropolitana, ordenados según el grado de institucionalización,
es decir, según el tipo de arreglos institucionales efectuados: gobiernos metropolitanos,
agencias metropolitanas, coordinación vertical y cooperación voluntaria. Cabe decir
que estos modelos son tipos ideales y marcan las grandes tendencias. En la práctica,
algunos de los mismos están mezclados o modelos en teoría iguales funcionan de manera
diferente.
En un extremo, los gobiernos metropolitanos o estructuras creadas expresamente para afrontar los retos metropolitanos. Estas
estructuras cuentan con un consejo metropolitano (elegido de manera directa o indirecta,
según los casos) y unas competencias y financiación fijadas por la ley. Este modelo
implica la aprobación de leyes y el reconocimiento del hecho metropolitano. No obstante,
en la práctica, las estructuras actuales en Europa deben considerarse como una versión light de los gobiernos metropolitanos. En efecto, su autonomía se ve limitada por la distribución
de competencias con otros ámbitos, por la falta de financiación propia o por la debilidad
de la legitimidad democrática. Aun así, son entes de coordinación de políticas metropolitanas
que suelen tener una visión integral de la aglomeración. Algunos ejemplos de estructuras
metropolitanas actuales son las de Stuttgart (1994) y Londres (creada por ley en 1999,
en funcionamiento en el 2000), de elección directa, y las de Lisboa (distintas legislaciones,
la última en el 2013), Lyon (1999), Barcelona (ley del 2010, en funcionamiento en
el 2011), Milán (enero del 2015) y París (prevista para enero del 2016).
También creadas a escala metropolitana, encontramos las agencias metropolitanas que, a diferencia de los gobiernos metropolitanos, tienen la función de gestionar
o planificar un solo servicio (transporte público, medio ambiente, policía, etc.).
En este caso, hay un grado medio de institucionalización, puesto que no se crea una
autoridad metropolitana con distintas competencias sino que se opta por crear una
agencia sectorial, con una función principal. Por ejemplo, en Fráncfort se trata de
la planificación regional. En el caso de Birmingham, hay varias agencias sectoriales
con las funciones del transporte, la policía, los incendios y emergencias. De hecho,
la planificación del transporte es llevada a cabo a menudo por una agencia metropolitana,
como en la región metropolitana de Barcelona, donde encontramos la Autoridad del Transporte
Metropolitano (ATM), o en Helsinki (Helsinki Region Transport, HSL).
El tercer modelo es el de coordinación vertical, en el que las políticas metropolitanas no se llevan a cabo por un ente específicamente
metropolitano sino de facto por otros ámbitos de Gobierno que ya existen (una comunidad autónoma, una provincia,
un condado, etc.). En otras palabras, no hay una Administración metropolitana creada
para hacer esta función pero la ejercita en la práctica. Hay numerosos ejemplos en
Europa: la ciudad-Estado de Viena, la región de Bruselas-capital, el condado de Estocolmo,
la autoridad regional de Dublín, la región Hovedstaden en Copenhague y la Comunidad de Madrid. Los ámbitos de Gobierno que asumen las tareas
metropolitanas tienen más o menos poderes, tipos de financiación y representación
directa o indirecta según los casos (especialmente, en función del grado de descentralización
del Estado). Al no haber sido creadas de manera expresa para tratar los temas metropolitanos,
el territorio de actuación de la institución es mayor (casos de Madrid, Copenhague,
Estocolmo, Dublín) o menor (Viena, Bruselas) que el área metropolitana.
Finalmente, el modelo menos institucionalizado es el de la cooperación voluntaria
de municipios. Este modelo se caracteriza por la ausencia de reformas en las estructuras
políticas ya que se basa en la iniciativa local y la voluntad por parte de los municipios,
utilizando fórmulas flexibles de cooperación. El modelo tradicional es el de cooperación
voluntaria entre municipios de una misma área metropolitana. En la mayoría de los
países, existen mancomunidades de municipios para prestar algún servicio. En el caso
de las aglomeraciones urbanas, destacamos los casos en los que la cooperación se lleva
a cabo sobre una base política, como un elemento de transición hacia una forma más
institucionalizada de gobernabilidad metropolitana. Este fue el caso de la Mancomunidad
de Municipios del Área Metropolitana de Barcelona y posteriormente el Consorcio Metropolitano,
que sirvió de transición hacia la nueva área metropolitana de Barcelona. También es
el caso de París, que ha iniciado un proceso de institucionalización a partir de una
asociación voluntaria de municipios. En el caso de la planificación estratégica, los
representantes municipales comparten un espacio de discusión y debate con otros actores
tanto de otras administraciones como de los sindicatos y patronales, cámaras de comercio,
universidades, organizaciones sin ánimo de lucro, etc. Casos muy conocidos de planificación
estratégica son los de Barcelona y Turín. Como en el caso anterior, también pueden
ser elementos de transición o complementarios de una cooperación metropolitana más
institucionalizada.