La última edición del DSM-IV, (1995), Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, ha recogido en uno de sus apendices una guía para la formación cultural y un glosario de síndromes dependientes de la cultura. Ésta es la primera vez que un manual de orientación biomédica recoge la existencia de estas enfermedades, aunque las mantiene al margen de su clasificación. El hecho de ser consideradas entidades folk o populares ha propiciado que sean objeto de estudio por parte de la antropología, pero no por parte de la medicina.
La inclusión de estas categorías en el DSM-IV significa cierto reconocimiento médico de estas entidades, pero en el marco de los trastornos mentales, y a la espera de encontrar una explicación biológica, racional y científica.

Que la medicina occidental no tenga explicación ni remedio para estas enfermedades no significa que no existan, ni que no representen una fuente importante de sufrimiento para las sociedades en que se presentan.

El reconocimiento de estas enfermedades por parte de la biomedicina es un paso importante, pero este reconocimiento se deberá reflejar también en las prácticas concretas, de manera que se traten con la consideración que merecen. Pensemos en el sufrimiento que trastornos como la anorexia están causando en nuestra sociedad, y en el consenso social que existe sobre la necesidad de prestarles atención. ¿Por qué razón no deben ser objeto del mismo interés los síndromes que afectan a la población de otras culturas?
Si estas entidades se clasifican como síndromes de filiación cultural porque son enfermedades que aparecen en un determinado ámbito cultural y no en otros, sería lógico incluir en esta categoría síndromes como la anorexia nerviosa, la bulimia, la obesidad mórbida o el estrés, en la medida en que son síndromes de filiación cultural occidental.