M. Vicenta Mestre (1996). Memoria y emoción. A D. Sáiz, M. Sáiz, i J. Baqués. Psicología de la memoria. Manual de prácticas (capítol 25, pp. 311-321). Barcelona: Avesta.
Introducción
Durante las dos últimas décadas ha crecido el interés entre psicólogos clínicos y
experimentales por investigar las relaciones entre personalidad y procesos cognitivos.
Se ha venido desarrollando un punto de vista interaccionista en el que se estudia
la influencia que las emociones o el estrés ejercen sobre los recuerdos del pasado
del individuo, la organización y percepción del presente y sus expectativas respecto
al futuro. Se ha centrado el interés en la importancia de la motivación, la emoción,
planes y otras características del individuo que percibe, piensa o recuerda (Kihlstrom,
1981). En este contexto diferentes estudios y teorías se han construido para analizar
los efectos que el arousal, el estrés y los estados emocionales pueden tener sobre
los procesos cognitivos, especialmente sobre la memoria. Tales estudios son importantes
para conocer cómo la cognición y la emoción interactúan: nuestros pensamientos pueden
influir en nuestro estado emocional, al igual que nuestras emociones pueden dirigir
nuestras percepciones, pensamientos y recuerdos (National Institute of Mental Health
Basic Behavioral Science Task Force of the NAMHC, 1996). Una nueva revista científica
Cognition and Emotion se creó en 1987 expresamente para publicar los trabajos de investigación sobre estos
temas.
El estudio de los componentes cognitivos de las reacciones emocionales, como la ansiedad
y la depresión, se han convertido en uno de los temas de interés de la investigación
psicológica. Diferentes investigaciones se han realizado dentro del marco teórico
del procesamiento de la información, enfoque que implica la conceptualización del
sujeto como "procesador activo" de la información interna y externa, de tal manera
que su conducta en general, tanto la observable como la encubierta, se comprende mejor
si se considera cómo el sujeto codifica, almacena, modifica, interpreta y comprende
la información (Ruiz y Bermúdez, 1991).
Una serie de artículos han discutido el rol característico del afecto en los modelos
contemporáneos del procesamiento de la información. Lazarus hace más de una década
afirmaba que "la actividad cognitiva es una condición necesaria y suficiente de la emoción" (Lazarus, 1982, p. 1019) y planteaba que en los últimos años se había producido
el mayor cambio en la forma de entender los psicólogos las emociones "el redescubrimiento de que las emociones son productos de los procesos cognitivos" (Lazarus, 1982, p. l019), para Lazarus el afecto es el resultado de un proceso de
valoración que es necesariamente cognitivo. Por su parte Zajonc (1980, 1984) ha defendido
que las reacciones afectivas son precognitivas por lo que no requiere una valoración
consciente, defiende por tanto que una experiencia afectiva es fenomenológicamente
distinta de la cognición.
Desde una perspectiva diferente Bower (1981) ha asimilado el afecto en una red asociativa
de memoria, propone que las emociones son unidades centrales en una red asociativa
que tienen fuertes conexiones con otros aspectos de la red -conductas, pensamientos,
sucesos y temas-. Según Bower (1981) "cada unidad de emoción está vinculada también con proposiciones que describen acontecimientos
de la propia vida durante los cuales se activó esa emoción. La emoción activada se
asocia por contigüidad y pertenencia causal con el acontecimiento evocador" (p. 135). Según él estos nodos emocionales pueden ser activados por muchos estímulos
(estímulos fisiológicos o significados verbales), cuando se activa la unidad emocional
transmite la excitación a aquellos nodos que producen el patrón de arousal autonómico
y la conducta manifiesta que habitualmente se asigna a dicha emoción. De acuerdo con
esta teoría, el afecto comparte algunas de las propiedades de los nodos proposicionales
en la red asociativa (Bower, 1981; Singer y Salovey, 1988).
En este capítulo se describe un aspecto de la interacción entre procesos cognitivos
y emoción, en concreto la relación entre los estados afectivos y el funcionamiento
de la memoria. Dentro de este contexto un área que ha recibido una atención considerable
ha sido la influencia del estado de ánimo y las emociones sobre la memoria (Kwiatkowski
y Parkinson, 1994).
Nuestra existencia está cargada de emociones y diariamente tenemos sucesivas experiencias
de estados emocionales de diferente intensidad. Las emociones pueden definirse como
estados transitorios de sentimientos que varían en intensidad y cualidad. Los estados
emocionales casi siempre están asociados con cambios en el nivel de aronsal, a veces
incrementándolo y otras disminuyéndolo. Todos hemos experimentado un amplio conjunto
de estados emocionales placenteros y displacenteros como miedo, felicidad, sorpresa,
depresión, ira, etc. También hemos aprendido que la gente tiende a recordar mejor
las memorias placenteras que las desagradables.
De todos los estados emocionales la depresión ha sido y continúa siendo uno de los
más estudiados en relación con la memoria. La razón principal es que se considera
como uno de los principales tipos de desórdenes de memoria. Los estudios realizados
tratan de analizar cómo el contexto de un estado emocional puede influir en cómo la
gente codifica y recuerda la información.
Depresión y memoria
Diferentes síntomas cognitivos, emocionales y comportamentales definen la depresión:
baja autoestima, sentimientos de malestar, tristeza, desesperanza, pérdida de apetito,
falta de interés por el sexo, problemas de sueño y fatiga general caracterizada por
niveles muy bajos de arousal y energía. Además frecuentemente se añade un síntoma
más: que la memoria de los sujetos deprimidos es peor de lo habitual. Cuando los individuos
deprimidos sé comparan con los no deprimidos e incluso con ellos mismos (durante períodos
de remisión de la depresión) la mayoría de los estudios muestran problemas de memoria
relacionados con su estado de animo (Ellis 1990).
Los efectos de la depresión sobre la memoria se han investigado utilizando dos métodos
(Blaney 1986 Kwiatkowski y Parkinson 1994): 1) Estudiar a la gente que esta realmente
deprimida (depresión natural), y, 2) Estudiar a gente a la que se induce artificialmente
a sentirse deprimida en el laboratorio(depresión inducida).
Presentamos, a modo de resumen, las seis técnicas más frecuentemente utilizadas para
inducir estados de ánimo (positivos y negativos) en el laboratorio (Searleman y Herrmann,
1994):
-
Procedimiento Velten (Velten, 1968; Kenealy, 1986): Los sujetos leen una serie de frases que sugieren
un particular estado de ánimo (60 relacionadas con alegría o depresión o 60 frases
neutrales) y se les pide que intenten asumir ese estado. Este procedimiento es la
técnica de inducción más frecuentemente utilizada.
-
Hipnosis: A los sujetos hipnotizados se les pide que generen un particular estado de ánimo,
a menudo recordando episodios de su vida en los que experimentaron el estado que se
busca inducir.
-
Elicitación (recuperación) de memoria: A los sujetos se les pide que se concentren en eventos
pasados en los que experimentaron un estado de ánimo concreto.
-
Éxito-Fracaso: Los sujetos viven una serie de éxitos o fracasos (por ejemplo través de juegos de
ordenador). El supuesto del que se parte es que la gente que experimenta los éxitos
estará feliz, mientras que los que sufren los fracasos se volverán deprimidos.
-
Música: Los sujetos escuchan una música con carga afectiva.
-
Posturas del estado de ánimo: A los sujetos se les instruye cómo hacer expresiones faciales y/o posturas corporales
relacionadas con estados de ánimo concretos. Por ejemplo se le pide a un sujeto que
frunza el ceño y deje caer los hombros para imitar el aspecto típico de una persona
deprimida. Se parte del supuesto que al mantener esta posición durante un período
de tiempo, la persona realmente empieza a experimentar el estado de ánimo que se imita.
Los estudios realizados para comparar los efectos de los síntomas de depresión natural
y la depresión inducida no siempre dan resultados similares (Blaney, 1986; Ellis,
1990). La depresión natural difiere de la artificial en la etiología, duración y probablemente
intensidad. Si se considera sólo la intensidad cabe suponer que a mayor severidad
de la depresión mayores problemas de memoria. Esto es lógico si pensamos que para
recordar algo (por ejemplo una lista de palabras) un sujeto debe dedicar cierto esfuerzo
y atención a la tarea. Habitualmente el aprendizaje y recuerdo posterior se consigue
organizando el material de una forma determinada, o elaborando el material, probablemente
relacionándolo con otras cosas. Si no se utilizan estas estrategias es predecible
que el recuerdo sea más pobre. Si se parte del hecho que a los sujetos deprimidos
les falta energía e iniciativa personal es probable que estas tareas les supongan
un esfuerzo mayor. Efectivamente las tareas de memoria que requieren un esfuerzo mayor
por parte del individuo, son las tareas que resultan más difíciles a los sujetos deprimidos
(Searleman y Herrmann, 1994).
Kwiatkowski y Parkinson (1994) en un estudio reciente en el que examinaban los efectos
del estado de ánimo deprimido natural e inducido sobre el recuerdo de palabras clave
y descriptores concluyeron diferencias entre los dos grupos; los sujetos deprimidos
(depresión natural) no mostraron en general un déficit en el recuerdo intencional
de las palabras clave respecto a los sujetos no deprimidos, mientras que los sujetos
con depresión inducida manifestaron un recuerdo más pobre que los no deprimidos. Los
autores consideran que se trata de un importante hallazgo, ya que las diferencias
no pueden adscribirse a demandas diferenciales de la tarea (la tarea era la misma
para ambos grupos). La justificación que dan de los resultados es que los efectos
de una depresión natural leve son demasiado débiles para tener un efecto evidente
sobre el recuerdo.' Exponen así mismo que los sujetos con depresión natural no manifestaban
déficits de recuerdo en tareas relativamente poco exigentes, mientras que en tareas
que exigían un esfuerzo mayor los sujetos deprimidos mostraban una tendencia a un
recuerdo más pobre respecto a los sujetos no deprimidos, aunque los resultados no
eran estadísticamente significativos.
Ellis (1990) afirma que en el momento actual no es posible dar una respuesta general
a la cuestión sobre si el funcionamiento de la memoria y la ejecución en otras tareas
cognitivas es similar o diferente cuando se comparan sujetos clínicamente deprimidos
y experimentalmente deprimidos. El autor indica que un área en la que las diferencias
en ejecución entre los dos grupos suelen aparecer con cierta consistencia es en estudios
en los que la memoria se utiliza para textos o materiales bien estructurados. En estos
estudios, a los sujetos se les pide que procesen razonablemente pasajes comprensivos
o historias cortas sobre tópicos bien integrados. Con pacientes clínicos se suele
observar algún déficit en la ejecución, mientras que los pacientes con depresión inducida
muestran poco o ningún déficit en el procesamiento de textos. La interpretación que
da el autor es que el recuerdo de los materiales altamente estructurados u organizados
es menos sensible a los procedimientos de inducción porque tales tareas. realizan
menos demandas de capacidad a los sujetos.
Weingartner et al. (1981) dio a sujetos deprimidos y normales listas de palabras para recordar. En
cada lista había palabras que podían ser agrupadas juntas por categorías (por ejemplo
nombres de animales o flores). Unas veces las listas no estaban estructuradas, es
decir, las palabras estaban ordenadas al azar en la lista y otras veces las listas
estaban ya estructuradas para facilitar el estudio, por ejemplo todas las palabras
de una misma categoría aparecían juntas en la presentación. Cuando a los dos grupos
de sujetos se les daba para recordar las listas estructuradas, no había diferencias
significativas, entre los sujetos deprimidos y los normales, en el número de palabras
recordadas. Sin embargo, cuando las listas no estaban estructuradas por categorías,
los sujetos deprimidos recordaban significativamente menos palabras que los normales.
Estos resultados sugieren que la gente deprimida es incapaz de emplear el esfuerzo
cognitivo necesario para maximizar los recursos de la memoria necesarios para conseguir
un recuerdo exitoso (Ellis, 1990).
Nos podemos preguntar ¿Por qué ocurre esto? ¿Cuáles son las causas de esta ejecución
cognitiva inferior que acompaña a la depresión? Una explicación frecuente es la llamada
hipótesis de asignación de recursos, según la cual hay siempre un número limitado de recursos cognitivos viables que
un sujeto puede utilizar para llevar a cabo cualquier esfuerzo o tarea mental. Esta
hipótesis también mantiene que la depresión reduce estos recursos viables al usar
inapropiadamente los procesos atencionales, ya que la atención se dirige a estímulos
irrelevantes o hacia uno mismo. De acuerdo con esta hipótesis, cualquier tarea de
memoria que requiere demandas cognitivas importantes será ejecutada peor por los sujetos
deprimidos. Sin embargo, las tareas de memoria que ya están bien estructuradas o completamente
organizadas para un recuerdo eficaz, o si se dan instrucciones específicas sobre cómo
memorizar mejor el material, muestran diferencias mínimas o no se perciben entre deprimidos
y no deprimidos. De ahí que algunos autores indiquen que los efectos de la depresión
sobre los procesos cognitivos se localizan principalmente en el inicio de estrategias
apropiadas, y no sólo en la habilidad para usar dichas estrategias (Ellis, 1990).
En este sentido Ruiz y Bermúdez (1991) concluyen que el estado de ánimo depresivo
produce un deterioro de la ejecución debido a una reducción de los recursos disponibles
para la recuperación de la información, o bien interfiriendo la efectividad de las
estrategias de recuperación.
Otra explicación consiste en que los individuos deprimidos están preocupados por su
propios pensamientos y tienen poco interés en las actividades no relacionadas con
su propia situación, por lo tanto no están dispuestos, aunque no son incapaces, a
poner en marcha los recursos cognitivos necesarios para hacer la tarea, a menos que
la consideren personalmente relevante.
En resumen, las personas deprimidas a menudo adoptan estilos de respuesta que pueden
dar la impresión de que su memoria es peor de lo que realmente es debido a la mala
utilización de recursos cognitivos, pero no se puede concluir que los sujetos deprimidos
tienen una memoria inferior. El déficit de memoria observado en los sujetos deprimidos
no es debido realmente a una disminución de recursos cognitivos, si no más bien a
un déficit específico en la iniciativa cognitiva. Es decir, las personas deprimidas
tienen poca habilidad para iniciar espontáneamente procedimientos y estrategias apropiadas
para ayudar a su memoria (Searleman y Herrmann, 1994).
Efectos del estado de ánimo sobre la memoria
A partir de la teoría de la red asociativa de la emoción y la memoria de Bower (1981),
se derivan varios efectos del estado de ánimo sobre la memoria, los más estudiados
han sido:
-
La memoria dependiente del estado que hace referencia a un incremento en el recuerdo cuando el estado de ánimo del
individuo es similar en la situación de aprendizaje y de recuerdo.
-
La congruencia del estado de ánimo que se refiere a que la información que es congruente con el estado de ánimo del
sujeto tiende a ser aprendida mejor que la información incongruente. Esta congruencia
puede afectar tanto a los procesos de codificación como de recuperación de la información.
El término memoria dependiente-estado se refiere a la idea de que la recuperación de la memoria será mejor cuando el "estado"
de la persona en la codificación inicial o aprendizaje sea similar al "estado" de
la persona en el momento del recuerdo. ¿Qué significa estado?, se refiere a la condición
interna o externa del cuerno o mente de un sujeto. Este supuesto guarda relación con
el principio de codificación específica.
Parece razonable pensar que una emoción o humor particular (tal como felicidad o depresión)
puede también proporcionar un contexto diferente para mostrar los efectos de memoria
dependiente del estado. Bower (1981) utilizó la sugestión hipnótica para inducir felicidad
o tristeza en estudiantes. Cada sujeto aprendía dos listas de palabras, una en un
estado de ánimo feliz y la otra en un estado de ánimo triste. Todos los sujetos tenían
que recordar después las palabras en el mismo estado de ánimo que en el aprendizaje
original o en uno distinto. Los resultados indicaron que el recuerdo era significativamente
mejor cuando había un estado de ánimo similar entre el aprendizaje y el recuerdo que
si era diferente en ambos momentos.
Consistentemente con estos hallazgos, el efecto de la memoria dependiente del estado
de ánimo es más fuerte cuando otras señales de recuerdo son más débiles. Esto significa
que la memoria dependiente del estado de ánimo ocurrirá fundamentalmente si a los
sujetos se les pide un recuerdo libre en vez de un recuerdo señalizado o reconocimiento.
Los procedimientos para el recuerdo señalizado (tales como proporcionar el nombre
de una categoría que ayuda al sujeto a recordar los ítems específicos de una lista)
y el reconocimiento hacen las tareas más fáciles. Los efectos de la memoria dependiente
del estado de ánimo pueden encontrarse más fácilmente cuando el humor es positivo
en vez de negativo, cuando se utilizan estados de ánimo intensos y cuando el material
para ser aprendido está relacionado con eventos de la vida real (Blaney, 1986). Hay
alguna evidencia, también, de que estos efectos se manifiestan más cuando los ítems
para ser recordados son generados por el individuo, es decir, cuando las palabras
para ser recordadas son generadas por el sujeto en vez de por el experimentador. Los
resultados obtenidos sobre este efecto son contradictorios. Los datos sugieren que
la memoria dependiente del estado de ánimo no es en realidad una señal efectiva para
ayudar a recordar en la mayoría de las condiciones, e incluso en las condiciones ideales
para que esto ocurra, los efectos son limitados (Ruiz y Bermúdez, 1991; Searleman
y Herrmann, 1994).
En el trabajo de revisión sobre la relación entre el estado de ánimo y la memoria,
Blaney (1986) concluyó que los estudios que inicialmente parecían apoyar la existencia
de la memoria dependiente del estado de ánimo apoyan más bien un fenómeno diferente
relacionado con el estado de ánimo conocido como congruencia del estado de ánimo. Este fenómeno ocurre cuando el estado de ánimo de un sujeto produce una selectiva
o mejor codificación y/o recuerdo del material que es consistente o congruente con
la prevalencia del estado de ánimo. Los efectos de congruencia de humor pueden manifestarse
por consiguiente en cualquiera de los dos momentos, el momento de codificación o el
de recuerdo. Singer y Salovey (1988) han utilizado para distinguir entre ambas posibilidades
los términos congruencia de codificación para describir que "un estado afectivo facilita el aprendizaje de nueva información congruente con conceptos
ya asociados con ese afecto" y congruencia de recuerdo que se da cuando "un estado de ánimo inducido activa nodos de una emoción particular que influye en
el sujeto para buscar en la memoria material relacionado" (Singer y Salovey, 1988, p. 217).
Para investigar el primero se induce un estado de ánimo en el sujeto por cualquiera
de los procedimientos de inducción descritos. Entonces se le pide que aprenda una
lista de palabras o que lea una pequeña historia. Los materiales del estudio contienen
ítems o eventos mixtos de placer o malestar (por ejemplo amigo, dolor, herida, promoción,
pelea, guapa, derrota, vacaciones, etc.). A continuación el sujeto espera hasta que
el estado de humor inducido se disipa completamente y en ese momento se le pide que
recuerde o reconozca las palabras de la lista o varios aspectos de la historia. Si
los sujetos que han aprendido en un estado de ánimo deprimido recuerdan más palabras
displacenteras comparados con los sujetos que han aprendido en un estado de ánimo
neutro o positivo se apoya la congruencia en la codificación (Searleman y Herrmann, 1994).
Otros estudios indican que la relación entre aprendizaje y estado de ánimo es más
compleja, de manera que el aprendizaje puede darse dependiendo de una específica interacción
entre el estado de ánimo, la tarea experimental y los materiales utilizados (Rinck;
Glowalla y Schneider, 1992). En dichos experimentos un proceso fundamental es la valencia
emocional que los sujetos asignan a una lista de palabras en un estado de ánimo inducido
mediante sugestión, posteriormente se les pide que recuerden las palabras en un estado
de ánimo neutral. En las palabras con una valencia emocional fuerte se observaba el
aprendizaje congruente con el estado de ánimo, de manera que las palabras calificadas
como fuertemente desagradables eran recordadas mejor por los sujetos que se sentían
tristes y las palabras fuertemente placenteras eran recordadas mejor por los sujetos
felices. La relación inversa se cumplía para las palabras con una carga emocional
débil, en este caso se observaba un aprendizaje incongruente con el estado de ánimo
(Rinck; Glowalla y Schneider, 1992).
Dos procedimientos se pueden utilizar para examinar la congruencia en el recuerdo.
Una forma implica primero dar a los sujetos algún material para estudiar, entonces
se les induce a un estado de ánimo feliz o deprimido, y se les pide que recuerden
o reconozcan el material. Si la persona en estado de ánimo depresivo recuerda más
palabras que producen displacer se apoya la congruencia del recuerdo. Un segundo procedimiento
consiste en pedir a la gente que está en un estado de ánimo concreto (natural o inducido)
que recuerde memorias autobiográficas. Se confirmaría la congruencia del recuerdo
si las personas deprimidas recordaran más eventos pasados negativos que las no deprimidas;
Singer y Salovey (1988) concluyen que los resultados son más consistentes para la
congruencia en la codificación.
Los efectos de la congruencia del estado de ánimo parecen ser asimétricos, es decir,
se dan con más regularidad en los estados de ánimo positivos que negativos. Si un
sujeto se encuentra feliz es más probable que codifique o recuerde ítems o memorias
placenteras, pero si está mal o deprimido, la probabilidad de codificar o recordar
cosas displacenteras no es tan grande (Ruiz y Bermúdez, 1991; Searleman y Herrmann,
1994). Esto se ha observado tanto en sujetos deprimidos como en sujetos a los que
se ha inducido artificialmente el estado de ánimo deprimido (Blaney, 1986).
Isen (1985) da la siguiente explicación, es razonable que la gente que se siente feliz
desee continuar sintiéndose feliz, y una forma de hacer esto es codificar y recordar
selectivamente cosas agradables. Sin embargo no tendría demasiado sentido para una
persona deprimida concentrarse en los ítems negativos porque ello sólo contribuiría
a aumentar su depresión. Piensa que mucha de la gente medianamente deprimida puede
deliberadamente intentar evitar reflexionar sobre cosas negativas para poder recuperar
un estado de ánimo positivo. La gente más profundamente deprimida no sería capaz de
evitar ese estado de ánimo a través de este procedimiento.
Estudios recientes sugieren que la autoconciencia del individuo de su estado de ánimo
puede ayudar a determinar si la persona demuestra efectos de congruencia de ánimo
o no presenta dichos efectos. En un estudio la mitad de los sujetos seguían el procedimiento
habitual utilizado en los estudios de congruencia de ánimo, los sujetos primero completaron
un cuestionario que medía su estado de ánimo, y entonces generaban memorias autobiográficas.
Es probable que este procedimiento lleve a cada sujeto a focalizarse en su estado
de ánimo antes de generar memorias pasadas. Para ambos, varones y mujeres, se encontró
que los sujetos que hacían autoconsciencia de su estado de ánimo mostraban los efectos
de congruencia de ánimo (el más depresivo más probablemente recuerda memorias depresivas)
(Rothkopf y Blaney, 1991).
La otra mitad de los sujetos generaron memorias autobiográficas antes de cumplimentar
el cuestionario de evaluación del estado de ánimo. Por lo tanto para estos sujetos
la auto-conciencia del estado de ánimo en ese momento no estaba garantizada. Los resultados
revelaron diferencias de género: los varones no mostraban evidencia de los efectos
de la congruencia de ánimo, pero las mujeres sí (pero las mujeres no mostraban un
efecto tan amplio como el grupo de mujeres que hablan hecho la autoconciencia a través
de las respuestas al cuestionario de evaluación del estado de ánimo) (Rothkopf y Blaney,
1991; Searleman y Herrmann, 1994). En el trabajo de revisión anterior publicado por
Blaney (1986) se afirma que los efectos de la variable género requieren más investigación
para poder llegar a conclusiones coherentes.
Estrés y Emoción
El estrés puede definirse como un proceso de ajuste a situaciones que producen trastornos
mentales o emocionales. En la medida en que el estrés se incrementa, las personas
más fácilmente cometen errores debido al estado de tensión. El efecto del estrés sobre
la ejecución de la memoria, al igual que sobre otros procesos psicológicos, depende
de la intensidad del mismo.
En general el rendimiento mejora a medida que aumenta el nivel de excitación, hasta
llegar a un punto más allá del cual empieza a disminuir, según la conocida ley de
Yerkes-Dodson representada en la curva en forma de U invertida. Ni los niveles extremadamente
bajos (por ejemplo estados de somnolencia), ni los extremadamente altos (por ejemplo
estados de pánico) favorecen el rendimiento ante cualquier tarea.
Nos podemos preguntar ¿cuál es el nivel de activación óptimo para el aprendizaje y
recuerdo?. Al igual que en otros aspectos de la memoria el intervalo de tiempo transcurrido
entre el aprendizaje y el recuerdo posterior del material aprendido es una variable
a tener en cuenta. Así pues, si el recuerdo es inmediato, el rendimiento óptimo se
da en un nivel relativamente bajo de activación, por el contrario los niveles altos
generan un rendimiento inicial pobre, pero a largo plazo la retención es mejor (Baddeley,
1986).
Baddeley se plantea si la "represión", tal como Freud mantenía, podría ser la responsable
del olvido de los contenidos con carga emocional. Si la represión juega un rol en
el olvido normal, entonces podríamos esperar que los recuerdos no placenteros podrían
recordarse menos bien o menos frecuentemente que los neutrales o felices (Baddeley,
1986).
Baddeley considera que no necesariamente es el proceso de represión el responsable
de estos resultados sino que hay otras explicaciones plausibles. Puede ser razonable
decir que la ansiedad (que a menudo acompaña a los recuerdos no placenteros) interfiere
con la habilidad de una persona para recordar cosas desagradables, distrayendo al
individuo con pensamientos que compiten. Esto se ha denominado la hipótesis de la interferencia. En resumen, el incremento de la ansiedad va asociado con un decremento en la habilidad
para usar estrategias que ayudarán a codificar y recordar los procesos (Baddeley,
1986).