La perspectiva sociológica

  • Joan Estruch i Gibert

     Joan Estruch i Gibert

    Catedrático de Sociología y director del Centro de Investigaciones en Sociología de la Religión (ISOR), de la Universidad Autónoma de Barcelona. Entre otros, ha publicado La innovación religiosa (1972), Plegar de viure (1981) y L'Opus Dei i les seves paradoxes: un estudi sociològic (1993).

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Tercera edición: septiembre 2019
© Joan Estruch i Gibert
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Introducción

Los sociólogos tenemos fama de hacer muchas preguntas, e incluso de fisgones, así que disponeos, en el marco de esta asignatura, a encontrar muchas más preguntas que respuestas. Las respuestas de la ciencia son, en el mejor de los casos, fragmentarias y, por definición, siempre provisionales. Las preguntas, cuando son acertadas y pertinentes, serán eternas y siempre nuevas al mismo tiempo. Aprender sociología es aprender a interrogar: a hacer preguntas y a hacerse preguntas.
Y es que si el científico es alguien que busca un gato negro en una habitación oscura con los ojos vendados, el científico social –y, por tanto, el sociólogo– es aquél que busca un gato negro en una habitación oscura con los ojos también vendados, y que no sabe a ciencia cierta si el gato está o no está en la habitación. A quienes presumen de "científicos" les suele molestar que se les recuerde esto. No os fiéis nunca, en cualquier caso, de los sociólogos que al cabo de unos segundos de fingir que buscan al gato dicen que ya lo han encontrado. No son pocos los sociólogos de este tipo que vais a encontrar escribiendo en periódicos, hablando por televisión, e incluso dando clases en la universidad. Haced entonces como el Principito: decíos a vosotros mismos que por estos mundos hay gente muy extraña, y no perdáis mucho el tiempo.
¿Y si, puestos a hacernos preguntas, comenzásemos directamente preguntándonos el porqué del título que encabeza este módulo? ¿Por qué motivo se habla en él de la perspectiva sociológica y no, por ejemplo, de la "disciplina sociológica" o de "la sociología como ciencia"? Al fin y al cabo, la tradición académica solía imponer que se iniciasen las clases justificando "la importancia de la asignatura". Aquí, en cambio, parece que queremos empezar bajándole un poco los humos.
En efecto, el lenguaje no es nunca inocente, y la opción de elegir un título determinado tiene sin duda su intención. En nuestro caso, la intención ha sido subrayar que la sociología es una manera determinada de situarse ante la realidad y de interrogarse sobre esta. Cuando hablamos, si es que queremos entender a nuestro interlocutor y queremos que el interlocutor nos entienda, es sin duda fundamental que tanto el uno como el otro sepamos de qué estamos hablando; pero también es indispensable que previamente uno y otro sepamos y entendamos desde dónde hablamos.
Por este motivo vamos a estructurar el presente módulo de carácter introductorio en tres apartados. Los dos primeros se dedicarán a considerar en qué consiste la perspectiva sociológica y cuáles son sus principales características; es decir, a explicitar cuál es esta forma de situarse ante la realidad propia de la sociología. Solo después de esto, después de haber visto cuáles son las posibilidades y las limitaciones de la perspectiva sociológica –es decir, cuando sepamos dónde estamos situados y desde dónde hablamos–, empezaremos a introducir, en el tercer apartado, los elementos básicos de nuestro objeto de estudio –aquello de lo que hablábamos–, y que se desarrollarán posteriormente en los módulos que seguirán a continuación.
Todavía nos queda una tercera observación: esta forma –poco académica en el mal sentido de la palabra académica– de invitaros a una aproximación a la sociología concebida como una forma, quizá nueva e inhabitual, de enfrentarse a la realidad puede suscitar resistencias. Porque tiene que quedar claro que no se trata solo de acercarse a la realidad interrogándola, ya que el hecho de querer interrogar a la realidad supone, al mismo tiempo, estar dispuesto a dejarse interrogar por ella. De hecho, es como si os estuviésemos invitando a un juego que al mismo tiempo es una aventura, y no a todo el mundo le gustan los juegos ni las aventuras, en la medida en que no dejan de comportar un cierto riesgo. El riesgo, en este caso, es el de tener que olvidarse de una serie de ideas preconcebidas, de unos ciertos prejuicios, y de tener que ponerse a reflexionar.
En tal caso, la adopción de la perspectiva sociológica puede provocar resistencias: la resistencia pasiva de quien se limita a contemplar el juego como espectador, sin involucrarse, o bien la resistencia activa de aquel que se niega decididamente a plantearse interrogantes, y que se niega, sobre todo, a dejarse interrogar y a dejarse interpelar. Si descubrieseis que este es vuestro caso, pensad que la pregunta "¿qué es la sociología?" es muy fácil de contestar. Es una asignatura que os conviene aprobar cuanto antes y sin quebraderos de cabeza. La otra pregunta, "¿para qué sirve?", ni siquiera hace falta que os la planteéis. Es casi seguro que nunca os servirá para nada.
En cambio, si descubrís que el juego que os proponemos os resulta atractivo y si os vais involucrando, puede ser que acabéis por encontrar una aventura apasionada y apasionante. A medida que os vayáis dando cuenta de los estrechos lazos que vinculan esto que llamamos la sociedad con la historia y con vuestra propia biografía, veréis que la adopción de la perspectiva sociológica supone no solo una forma de conocimiento, sino también una forma de conciencia.

Objetivos

Los objetivos de este módulo, de acuerdo con lo que acabamos de decir en la introducción, se pueden resumir en dos:
  1. Entender qué queremos decir cuando afirmamos que la sociología es una forma determinada de situarse ante la realidad y de interrogarse sobre esta, así como una forma de ver cuáles son las características principales de dicha perspectiva sociológica. Es decir, saber desde dónde hablamos cuando hablamos desde la sociología.

  2. Empezar a entender el objetivo de la sociología, aquello que los siguientes módulos se encargarán de explicar de manera más sistemática, o lo que es lo mismo, saber de qué hablamos cuando hablamos de la sociedad.

1.Las ambigüedades de la sociología

¿Por qué hay tan pocos chistes sobre sociólogos? Con este mismo interrogante empieza Peter Berger su libro Introducción a la sociología. Pues bien, para que se puedan hacer chistes sobre un determinado tipo de personaje, o sobre una determinada actividad profesional, es necesario que exista un estereotipo o un cliché con la complicidad tácita que supone el hecho de que, sin decirlo, todo el mundo conoce y comparte el estereotipo: la exageración del cliché, o bien su inesperada y sorprendente negación mediante el chiste, es precisamente lo que hace que nos riamos.
Aquí, hace cuarenta años eran mucho menos abundantes los chistes sobre psicólogos que hoy día; en cambio, eran más frecuentes los chistes de curas que en la actualidad. Y esto quiere decir que en el decurso de este periodo la imagen popular de la figura del psicólogo ha ido cristalizando en un estereotipo, mientras que, por otra parte, los clichés prefabricados acerca de los curas se han ido difuminando de manera gradual: hoy por hoy, el número de curas es menor, tienen menos poder, e incluso hay quien opina que ni ellos saben para qué sirven. Chistes de médicos o de políticos se explicaban entonces y también ahora; de sociólogos prácticamente nunca ha habido chistes.
Esto significa que no existe una imagen clara de lo que es un sociólogo: no se sabe demasiado ni qué hace, ni de qué sirve lo que hace. La sociología es una disciplina que se ha puesto relativamente de moda, pero, al mismo tiempo, constituye una ciencia cuya percepción es borrosa. No se puede descartar por completo la posibilidad de que se establezca entre estos dos elementos una relación de causa y efecto: es decir, que esté poco o mucho de moda precisamente porque no se acaba de saber con precisión qué es.
En relación con este hecho, nos encontramos con un segundo factor que debemos tener en cuenta para entender la posición peculiar que la sociología ocupa en la actualidad en el conjunto de las disciplinas que se presentan como ciencias. Una noción que suelen utilizar los economistas nos ayudará a explicarlo. Se dice que un consumidor se encuentra en situación de mercado informado cuando considera que dispone de criterios autónomos de evaluación del producto, y en situación de mercado no informado, en el caso contrario.
Un metro y medio de libros
Imaginad por ejemplo el caso de una persona que entra en una librería y hace un pedido de un metro y medio de libros. El ejemplo no es inventado: un librero de Barcelona se encontró con este caso en una ocasión. Se trataba de alguien que acababa de comprar un mueble nuevo para la televisión, la cadena de alta fidelidad, etc. y el decorador le había aconsejado que colocase unos cuantos libros para adornar el mueble. El cliente no entendía nada de libros y le daba igual una obra que otra, siempre y cuando al final consiguiese llenar el metro y medio de espacio que tenía libre.
Es obvio que vosotros nunca haríais eso, porque cuando compráis libros no sois indiferentes al contenido de las obras, ya que tenéis ciertos criterios de evaluación de este contenido. Podría ser, en cambio, que quienes nos encontramos en situación de mercado informado a la hora de adquirir libros acabásemos comprando un aparato de televisión fijándonos más en el color de la caja o en el niquelado de los botones que en las características técnicas del aparato. O bien, que en el momento de comprar un coche nos importase sobre todo el color de la carrocería o la tapicería de los asientos, y que, en cambio, ni abriésemos el capó del motor porque de todos modos no entendemos nada de válvulas o de cilindros.
En pocas palabras, todos nos encontramos en situación de mercado informado en determinadas ocasiones, y en situación de mercado no informado en otras.
Pues bien, en nuestra sociedad, la mayor parte de la población tiende a considerar que se encuentra en situación de mercado no informado en aquellos ámbitos de la ciencia o de la técnica en los que carece de un conocimiento de experto. Si no sabemos medicina, nos fiaremos del diagnóstico del médico, y no se nos pasará por la cabeza decir que sus indicaciones son solo su "opinión". Si se nos estropea el coche y el mecánico afirma que ha localizado la avería concreta, tampoco se lo discutiremos.
En cambio, en el terreno de la literatura, las artes o la religión, por ejemplo, en la actualidad la mayoría de la población tiende a reaccionar como si dispusiese de criterios autónomos de evaluación. Podemos no saber nada de música y atrevernos, en cambio, a juzgar la calidad de una pieza musical. Asimismo, podemos atrevernos a opinar sobre una determinada doctrina religiosa sin tener que estudiar nunca teología ni tener la más remota idea de historia de la Iglesia. Los denominados "programas de debate" de las televisiones proporcionan múltiples ejemplos de estas situaciones, en las que el público se comporta como si se encontrase en una situación de mercado informado.
Pues bien, la situación paradójica de la sociología se explica por el hecho de que, a diferencia de la mayoría del resto de las disciplinas científicas, se tiende a considerar como una cuestión de opiniones, y casi de gustos: todo el mundo se ve preparado para opinar, manifestar su acuerdo o desacuerdo con respecto a las afirmaciones del sociólogo. Es como si, ante la sociología, todos nos encontrásemos en situación de mercado informado.
Hay dos razones principales que explican esta singularidad:
1) Por una parte, el hecho de que en la mayor parte de las ocasiones el sociólogo hable de realidades que resultan "familiares" casi para todos. No estudia fenómenos desconocidos, sino todo lo contrario, fenómenos que todos conocemos, realidades en las que todos tenemos una cierta experiencia. El sociólogo habla de la familia, o de la institución educativa, o de las características de la burocracia: en definitiva, habla de su propia sociedad, que al mismo tiempo es la sociedad de quienes lo leen o lo escuchan. Y así, las mismas personas que no se atreverían a hablar si les explicase la organización de la vida familiar entre los pigmeos o el funcionamiento de un monasterio budista tibetano, tienden a considerar que no hace más que expresar sus opiniones personales cuando habla de realidades que les resultan cercanas y cotidianas.
2) En segundo lugar, sin embargo, también hay que decir que los sociólogos hemos sido en buena parte responsables de esta situación en la que hoy nos encontramos, puesto que muy a menudo hemos accedido a aparecer en los medios de comunicación como gente que no hacía más que eso: opinar sobre cualquier cosa, y no porque la hubiésemos estudiado y analizado de forma previa, sino porque, como dijo en su día un ilustre sociólogo: "Yo soy especialista en generalidades".

"Por este camino el sociólogo busca el reconocimiento social que le falta: a fuerza de confirmar él mismo los clichés y los prejuicios que guían las percepciones culturales de los otros, adjudicándoles una patente de garantía científica, el sociólogo se ve recompensado por la confirmación de su identidad profesional, el reconocimiento de la "cientificidad" de su tarea. En resumidas cuentas: me encuentro –yo, sociólogo– con que la sociedad no acaba de admitir el carácter "científico" de mi trabajo; les diré que lo que ellos consideran cierto es "científicamente" cierto. Deseosos como están de que les confirmen la certeza de aquello que para ellos es cierto y convencidos como están de la relación íntima entre ciencia y verdad, bien estarán dispuestos a admitir a cambio la cientificidad de mi ciencia si con ella les confirmo la certeza de sus certezas."

Salvador Cardús; Joan Estruch (1984, pág. 65).

De este modo, no existe una imagen estereotipada de lo que es y lo que hace un sociólogo. Nos encontramos, mejor dicho, con una mezcla de diferentes imágenes, todas hasta cierto punto borrosas y, sobre todo, cargadas de ambigüedades, como veremos en los subapartados que tenemos a continuación.

1.1.Sociología y filantropía

Una de las imágenes más difundidas y persistentes es aquella que asocia la sociología con algún tipo de actividad filantrópica. El sociólogo se concibe como alguien que se dedica a trabajar con gente, a favor de la gente, en pro de los otros.

"La imagen del sociólogo implicada aquí podría describirse como una versión secularizada del liberal Clero Protestante, proporcionando quizá el secretario de la YMCA (Asociación de Jóvenes Cristianos) el vínculo de enlace entre la obra social sagrada y la profana".

Peter L. Berger (1971, pág. 12).

Sin embargo, este tipo de imagen tiene que ver en especial con las circunstancias de la primera etapa de institucionalización de la sociología en las universidades norteamericanas. Es bien sabido que la mayor parte de las universidades más conocidas de Estados Unidos son privadas, y que en un principio todas estaban vinculadas a alguna de las grandes denominaciones eclesiásticas. Cuando el protestantismo liberal norteamericano, muy preocupado por lo que entonces se solía llamar "las cuestiones sociales", decidió que era conveniente profesionalizar a las personas que de manera benévola y voluntaria se ocupaban de los problemas relacionados con la pobreza, la marginación, etc., recurrió a la sociología como uno de los instrumentos más adecuados para formar a dicho personal. Y así se fue introduciendo la enseñanza de esta disciplina en un contexto en el que existía, en efecto, la pretensión de ayudar y de hacer el bien a los demás.
El hecho de que la sociología se puede poner al servicio de finalidades filantrópicas es indudable; se trata, incluso, de un propósito loable. En este caso, la ambigüedad radica en que no se puede perder de vista que las informaciones y los conocimientos que la sociología nos proporciona pueden ser útiles tanto a quien se guía por estas pretensiones filantrópicas como a quien tiene unas intenciones opuestas.

1.2.Sociología y reforma social

Si las ambigüedades de la conexión entre sociología y filantropía provienen especialmente del desarrollo original de la disciplina en Estados Unidos, la asociación ambigua entre sociología y reforma social está básicamente relacionada con los orígenes mismos de la sociología en la Europa del siglo XIX.
No es este el lugar oportuno para entrar en una exposición detallada de estos orígenes y de las razones por las cuales surge la sociología en un ámbito geográfico y en un marco histórico muy concretos.
En cualquier caso, por ahora nos limitaremos a una única observación cuya intención es poner de relieve el porqué de esta conexión entre sociología y la voluntad de una reforma social.
En efecto, si entendemos la sociología como una reflexión sistemática sobre la sociedad y sobre su funcionamiento, nos tendríamos que preguntar qué tipo de circunstancias pueden propiciar que surja este tipo de reflexión. Y es que, en contra de lo que tendemos a dar por descontado cuando decimos de nosotros mismos que somos seres que pensamos, lo cierto es que habitualmente nos ponemos a pensar solo cuando algo nos obliga a ello. Así pues, nos ponemos a pensar cuando se nos presenta una dificultad, un obstáculo; cuando tenemos delante un problema que interrumpe nuestra rutina irreflexiva. O, dicho de otro modo, para que haya una reflexión sobre la sociedad es necesario que esta sea problemática, que ella misma se haya convertido en un problema.
Y esto es lo que sucedió con el derrumbamiento del Antiguo Régimen. Como consecuencia de las transformaciones estructurales provocadas por la Revolución Francesa, que en cierto modo es su contrapartida en el plano ideológico, un tipo completo de sociedad se agrieta, se tambalea y desaparece. Y si los cambios demográficos y los procesos de industrialización y de urbanización provocan la emergencia de un nuevo modelo de estructuración de la sociedad, se vuelve necesario articular un nuevo tipo de discurso en el plano del pensamiento y de las ideas que explique, que justifique, que legitime las transformaciones que se han producido.
De este modo nace la sociología como disciplina típicamente moderna y occidental. Añadamos a esto el hecho de que en este momento histórico se busca muy a menudo en la ciencia no solo una herramienta que ayude a comprender mejor la realidad que nos rodea, sino también un instrumento que nos diga qué tenemos que pensar y cómo tenemos que vivir, y hallaremos una explicación de:
  • por una parte, la ideología reformista de gran parte de esta sociología inicial;

  • por la otra, la aparición de las figuras de los grandes "clásicos" de la disciplina, de entre los cuales podríamos citar:

  • En Francia, Auguste Comte, que la bautiza, y Émile Durkheim, que la consagra como ciencia al servicio de la creación de una nueva moral laica, sustituyendo el papel que ejercían las antiguas tradiciones religiosas, y que garantiza la cohesión social.

  • En Alemania, Karl Marx, como el gran profeta del futuro de esta sociedad industrial capitalista, y Max Weber, como el primero de los clásicos de la sociología que, rompiendo con esta concepción positivista de la ciencia, corta el cordón umbilical que vinculaba la sociología a la reforma social.

Y es que, en definitiva, aquí radica el quid de la cuestión: la ambigüedad de esta imagen de la sociología asociada a la reforma y a la mejora de la sociedad deriva del hecho de que la ciencia es incapaz de decirnos cómo tendrían que ser las cosas y se limita, tal y como afirma Max Weber, a ayudarnos a comprender mejor cómo son, con un poco más de lucidez y un poco menos de engaño y de autoengaño.

1.3.Sociología y encuestas

Si hay alguna imagen de la sociología que tiene hoy, aquí, ciertas posibilidades de convertirse en un estereotipo, es decir, si es previsible que se puedan llegar a hacer chistes de alguna faceta de la actividad del sociólogo, esta es sin duda la del sociólogo como realizador de encuestas.
Empezamos por afirmar que en algunas ocasiones las encuestas pueden ser bastante útiles: útiles en especial para los creadores y gestores de la opinión pública, ya sean publicitarios o políticos profesionales, pero útiles también desde un punto de vista científico. Asimismo, tras haber dicho esto, es necesario subrayar con fuerza cuáles son los límites de las encuestas, y a qué ambigüedades da lugar el hecho de identificar la sociología con la realización de encuestas.
Ante las encuestas tenemos que ser prudentes por dos motivos principales:
1) En primer lugar, porque las encuestas proporcionan sencillamente un material poco o muy fiable, pero por ellas mismas no explican todavía nada: para que hablen, para que expliquen algo, hay que interpretarlas, es decir, los resultados se tienen que situar en un marco de referencia teórico, tienen que ser contrastados con unas hipótesis de trabajo previas, etc. El hecho de hacer encuestas no implica estar haciendo sociología; es, en el mejor de los casos, preparar el terreno para poder hacerla.
2) En segundo lugar, hay que tener en cuenta que existen muchos tipos de encuestas. Sin entrar en detalles técnicos, que además aquí no son necesarios, fijaos en la diferencia que se establece entre incluir o no en un cuestionario unas preguntas que buscan:
  • datos objetivos ("¿en qué año naciste?");

  • datos de comportamiento ("¿cuántas veces has ido al cine en los últimos quince días?", "¿a quién votaste en las últimas elecciones?");

  • opiniones ("¿te gusta el cine?", "¿te consideras de derechas o de izquierdas?").

Es evidente que el grado de fiabilidad de las respuestas, así como la posibilidad de compararlas, sumar y obtener los porcentajes, es extraordinariamente variable en función de los casos:
  • De los datos relativos a la edad, se puede extraer una pirámide de edades, útil y fiable a pesar de que esta todavía no nos indique demasiadas cosas más que ofrecernos una descripción de una situación determinada en un momento concreto.

  • A partir de la frecuencia de visitas al cine, podemos hacernos una idea de un aspecto determinado del consumo cultural.

  • Del porcentaje de personas que dicen que les gusta el cine no vamos a obtener nunca más que eso: comprobar cuántas personas afirman que les gusta el cine cuando se lo preguntas, sin saber a ciencia cierta qué quieren decir cuando afirman que les gusta el cine, y sin ni siquiera saber de manera aproximada si las que dicen que les gusta el cine quieren decir lo mismo cuando lo dicen.

La mayor parte de los problemas, de las dificultades y de las ambigüedades del uso de las encuestas en sociología deriva de las encuestas de opinión, que son, por otra parte, aquellas de las que los medios de comunicación suelen hacer eco, y que son precisamente las menos fiables y las que más se prestan a manipulaciones de todo tipo.
Esquemáticamente, las principales ambigüedades de las encuestas de opinión son las siguientes:
1) Se parte del presupuesto de que todos tenemos una opinión formada sobre cualquier cuestión. La lógica más elemental tendría que hacer que nos diésemos cuenta de que sobre una gran cantidad de temas carecemos de alguna opinión formada, porque nunca nos hemos detenido a pensar en ellos seriamente.
2) Todo cuestionario de encuesta supone cierta problemática. Lo que se nos pregunta tiene más que ver con los intereses o las preocupaciones del encuestador que con las del encuestado. Y, por otra parte, también en este caso resulta evidente que la manera de formular las preguntas condiciona las respuestas.
3) La obtención de los resultados (adiciones, porcentajes, comparaciones, etc.) presupone la necesidad de considerar que todas las respuestas quieren decir lo mismo. Sin embargo, muchas preguntas son tan genéricas que las respuestas no son estrictamente comparables. A menudo, tanto el sí como el no pueden tener significados muy diferentes. Hay quien tiende a contestar determinadas preguntas desde planteamientos éticos, y hay quien lo hace de una forma más estratégica. Y es lógico que las interpretaciones del encuestador pueden hacer que los resultados digan más o menos cosas de las que derivan de las respuestas literales, sin coincidir necesariamente con la interpretación que llevaría a cabo el mismo encuestado.
4) Finalmente, las encuestas de opinión parten del presupuesto de que todas las opiniones son equivalentes. La filosofía de las consultas electorales –una persona, un voto– se convierte en la filosofía implícita de las encuestas. Tiene el mismo valor, en el recuento electoral, el voto de un campesino analfabeto que el voto de un catedrático de ciencia política; del mismo modo, en una encuesta de opinión se valora por igual lo que puedan afirmar sobre los anticonceptivos una madre de familia y una monja.
Sin embargo, las ambigüedades de las encuestas no acaban aquí. Aunque con estas breves observaciones será suficiente para entender que, a pesar de que en ciertas ocasiones proporcionen informaciones útiles, la sociología no podría ir muy lejos si se fiase de estas de manera prioritaria.

2.Las principales características de la perspectiva sociológica

Hablar de la sociología como perspectiva implica tomar conciencia del hecho de que no es suficiente saber qué es lo que estamos observando y analizando, sino que, al mismo tiempo, es necesario que sepamos desde dónde lo estamos considerando.
Diferentes perspectivas: un símil
Se pueden hacer muchas fotografías de una catedral, se puede enfocar desde muchos ángulos diferentes, y se puede utilizar un teleobjetivo o un gran angular. Los resultados serán siempre, en efecto, fotografías de la catedral en cuestión, pero no se verá en todas lo mismo ni de la misma forma. Del mismo modo, nos podemos dedicar a analizar el tema del nacionalismo, los problemas de los inmigrados o la cuestión de la religiosidad sectaria, pero es evidente que no se considera igual el tema del nacionalismo desde Burgos que desde Berga, desde un cuartel de Toledo o desde el palacio episcopal de Valladolid (excepto, puede ser, en caso de que el obispo de Valladolid sea hijo del coronel de Toledo, hecho que, por otra parte, no es imposible).
Adoptar la perspectiva sociológica quiere decir:
1) tomar conciencia de esta variedad de puntos de vista;
2) saber constantemente dónde se sitúa uno mismo;
3) hacer un esfuerzo para trascender una visión tan parcial y limitada;
4) tratar de entender los otros puntos de vista posibles.
El sociólogo y la farola
El sociólogo, por otra parte muy parecido a cualquier otro científico, es como aquel individuo que en una noche sin luna observaba fijamente el suelo, medio agachado al lado de una farola. Se le acerca alguien y le pregunta si tiene algún problema, y el individuo contesta que ha perdido las llaves de su casa y no las encuentra por ninguna parte. Cuando ha pasado un rato buscando inútilmente, el viandante le pregunta si está seguro de haberlas perdido justo en aquel lugar. "Pues no –replica el individuo–, pero como mínimo aquí puedo ver."

2.1.Una perspectiva parcial

Empezar la caracterización de la perspectiva sociológica subrayando su parcialidad no es solo un ejercicio de modestia, sino de lucidez, y esto debido a muchas razones. Veamos unas cuantas:
1) En primer lugar, ya hemos indicado que la perspectiva sociológica era típicamente occidental, lo cual significa que han existido y existen una serie de sociedades que funcionan, y que a menudo funcionan bastante bien, a pesar de que prescinden con total tranquilidad de la sociología. Es decir, que la primera idea a la que un sociólogo se tiene que acostumbrar es a que su perspectiva resulta válida, e incluso útil, pero que no es la panacea universal, ya que ni siquiera es imprescindible.
2) En segundo lugar, tendría que quedar claro que al hablar de parcialidad no nos estamos refiriendo ni mucho menos a aquel tipo de problemas que suele plantear el arbitraje en fútbol. Al contrario, desde este punto de vista, la perspectiva sociológica aspira a una imparcialidad exquisita, en el sentido de que busca, y lo hace de forma apasionada, alcanzar la máxima objetividad: ver las cosas tal y como son y entenderlas, con independencia de que sean realmente como nos gustaría que fuesen.
Parcialidad se contrapone aquí, por lo tanto, no a imparcialidad, sino a globalidad o totalidad. Es decir, como perspectiva que es, la sociología supone un punto de vista determinado, pero no el único posible, ni necesariamente siempre el mejor de todos los puntos de vista.
3) Por otra parte, el reconocimiento de esta parcialidad del propio punto de vista equivale a una reivindicación de la necesidad de una aproximación pluridisciplinaria a los fenómenos que estudiamos.
Muy a menudo los científicos sociales tienden a partir de una curiosa concepción implícita según la cual la realidad aparece fragmentada en una multiplicidad de parcelas, en la que cada una es como un tipo de coto privado de caza. El historiador, el economista, el psicólogo, el antropólogo y el sociólogo se dedicarían a cultivar su pequeña propiedad, siempre velando por que nadie les pise el terreno que posee en exclusiva. Esta concepción es radicalmente falsa, y sería mucho mejor que partiéramos del presupuesto exactamente contrario. Historiadores, economistas, psicólogos, antropólogos y sociólogos estudiamos la misma realidad, única y común a todos.
Lo que nos diferencia es precisamente el ángulo donde nos situamos a la hora de contemplar esta realidad. Es decir, tenemos perspectivas diferentes de una misma realidad y, en consecuencia, la vemos desde ángulos diferentes. Sin embargo, en lugar de ver al otro como un invasor potencial de nuestro territorio, aprendemos a ver a alguien que desde su perspectiva aporta puntos de vista complementarios al nuestro, porque todo punto de vista es parcial por definición.
4) Podríamos ir todavía un poco más allá en la consideración de esta cuestión de la parcialidad. A pesar de que nos cueste aceptar esto, hoy día en nuestras sociedades de devotos adoradores de la ciencia, la perspectiva sociológica es parcial por el hecho mismo de ser una perspectiva científica. Con una falta de lógica aplastante, en la actualidad nos encontramos con una tendencia clara a considerar que, visto que aquello que dice la ciencia es verdad, nada de lo que se diga desde fuera de la ciencia podrá serlo.
Sería necesario que nos diésemos cuenta de que, en cambio, el conocimiento científico no es más que una de las múltiples formas de conocimiento al lado de otras. Asimismo, mediante la poesía se puede acceder al conocimiento; la música es una fuente de conocimiento, y el conocimiento religioso es también conocimiento, aunque no sea conocimiento científico.
Del mismo modo, hay una forma de conocimiento que resulta fundamental, y que es además la que utilizamos con más frecuencia, el conocimiento juicioso y de sentido común de nuestra vida diaria, aquel que nos permite saber cómo tenemos que comportarnos en una situación determinada, cómo tenemos que circular por la carretera o qué tenemos que hacer para llamar a Dinamarca. Todas estas cosas que en realidad "sabemos hacer" son conocimientos que tenemos, conocimientos bastante válidos en la mayor parte de las ocasiones, aunque no sean conocimientos científicos.

2.2.Una perspectiva crítica

De todo lo que se ha ido diciendo hasta aquí, podemos deducir, con bastante claridad, que la perspectiva sociológica es una perspectiva eminentemente crítica. Del mismo modo, quizá se podría desprender una segunda constatación: y es que, en contra de la más invertebrada de las costumbres de los políticos profesionales, y en contra también de nuestros hábitos como ciudadanos, la crítica solo es científicamente válida –y quizá podríamos añadir que solo es éticamente aceptable– cuando empieza por la autocrítica. Por este motivo, hemos subrayado como primera de todas las características de la perspectiva sociológica la de su parcialidad.
Asimismo, una vez dicho esto, la perspectiva sociológica es en efecto una perspectiva crítica, y lo es en el sentido de que no se conforma con aquellas versiones o explicaciones de la realidad que parecen evidentes a primera vista. Si antes decíamos que era necesario esforzarse para ver las cosas tal y como son y no como nos gustaría que fuesen, ahora se trata de recordar que las cosas no son lo que parecen, y que no es oro todo lo que reluce. O, dicho de una manera un tanto más rigurosa, toda realidad se presta a diferentes lecturas en la medida en que esconde siempre diferentes niveles de significación, y una perspectiva crítica es la que intenta tenerlos todos en cuenta.
En la vida social nos encontramos con una serie de definiciones determinadas de la situación que se tienden a imponer como incuestionables: son las concepciones "oficiales" de la realidad. Pues bien, como perspectiva crítica diríamos que la sociología se interesa tanto por estas concepciones "oficiales" como por las concepciones "no oficiales" de la realidad, porque lo que busca es intentar entender qué grupos, y en nombre de qué intereses, se esfuerzan por imponer como oficiales sus concepciones de la realidad.
Concepciones oficiales y no oficiales de la realidad
Suponed que viajáis en automóvil desde Perpiñán a Tarragona. En un momento dado, encontraréis en plena autopista un cartel que dice: "España", y un poco más tarde, otro que dice: "Autopista del Nordeste".
Efectivamente, oficialmente habéis cruzado una frontera y os encontráis en aquella entrañable región que hace decir a las zarzuelas aquello de "costas de Levante, playas de Lloret", y que los monarcas tengan ganas de recitar unos versos de Verdaguer mientras esquían en el Valle de Arán.
Pero suponed también por un instante que sois una de esas personas que no comulgan con estas concepciones oficiales y que se sienten ciudadanos de una patria que incluye Perpiñán (la Cataluña Francesa), Cataluña, las Islas Baleares y el País Valenciano. Si es así, no habéis cruzado ninguna frontera ni entendéis a qué viene lo del "Nordeste". Nos hallamos ante un conflicto entre definiciones "oficiales" y "no oficiales", ambas objeto de interés para la sociología.
Podéis buscar ejemplos por todas partes, y en todos encontraréis siempre lo mismo: que en la vida social nos dedicamos constantemente a poner etiquetas, tanto a las personas como a las cosas. Los ingleses son introvertidos, el Papa es muy conservador, Cataluña es una nación y el Barça es más que un club.
Una de las reglas de oro de la sociología es aquella que hace que nos demos cuenta de que el juego de poner etiquetas nos indica siempre mucho más del etiquetador que del etiquetado. La perspectiva crítica de la sociología nos recuerda que toda moneda tiene dos caras, y que tan interesante e instructivo es contemplar una como otra, aunque sea habitual que una de las caras tienda a ser presentada como la cara "oficial".

"A estas alturas puede resultar evidente que los problemas que interesan a un sociólogo no son necesariamente los que otra gente puede llamar «problemas». La manera en que los funcionarios públicos y los periódicos (y ¡ay!, algunos libros de texto en materia de sociología) hablan acerca de los «problemas sociales» sirve para oscurecer este hecho. La gente habla generalmente de un «problema social» cuando algo en la sociedad no funciona en la forma en que se supone que debería hacerlo según las interpretaciones oficiales. En este caso, esperan que el sociólogo estudie el «problema» tal como ellos lo han definido y que tal vez dé una «solución» que atienda el asunto a su propia satisfacción. En contraste con este tipo de expectativa, es importante comprender que un problema sociológico es, en este sentido, algo totalmente diferente de un «problema social». […] Así, el problema sociológico no consiste tanto en saber por qué algunas cosas «funcionan mal» desde el punto de vista de las autoridades y de la administración de la escena social, sino, en primer lugar, cómo funciona todo el sistema, qué conjeturas pueden extraerse de él y por qué medios se mantiene sin interrupción. El problema sociológico fundamental no es el crimen, sino la ley; no es el divorcio, sino el matrimonio; no es la discriminación racial, sino la estratificación definida racialmente; ni la revolución, sino el gobierno."

Peter L. Berger (1971, pág. 58 y sig.).

2.3.Una perspectiva desenmascaradora

En estrecha relación con lo que acabamos de decir sobre los diferentes niveles de significación de la realidad social, podríamos comparar una sociedad con un edificio arquitectónico, con su estructura interna y su fachada. La fachada es lo que se ve a primera vista. Es más, la fachada tiene precisamente la finalidad de ser vista, de embellecer y de paso, de disimular la estructura interna del edificio. Pues lo mismo sucede con la sociedad: las definiciones oficiales de la realidad existen para ser mostradas y para quedar bien, y tienen, además, la función de enmascarar la estructura interna de la sociedad. A pesar de todo, lo que mantiene en pie tanto los edificios como la sociedad son las estructuras, no las fachadas.
Así pues, hablar de la sociología en tanto que perspectiva desenmascaradora implica la voluntad deliberada y sistemática de observar a través de las fachadas para descubrir cuál es la estructura interna de la sociedad.
Sin embargo, este desenmascaramiento se puede contemplar también desde otra dimensión si comparamos ahora la sociedad no ya con un edificio, sino con un teatro, con una inmensa representación teatral en la que nosotros somos los actores. Somos, literalmente, personas o personajes, es decir, aquellos que aparecen en la escena de una representación teatral. Sin embargo, en esta representación también somos, por norma general, no los grandes protagonistas, sino actores secundarios, aquellos que en el primer acto salen disfrazados de criado, en el segundo de campesino y en el tercero de cualquier otra cosa. Es decir, que en el transcurso de la representación interpretamos simultáneamente varios papeles, siempre de acuerdo con el guion de la obra.
Franceses, ingleses y alemanes conocen la acción de encarnar o interpretar un papel en una representación teatral con la expresión representar un rol. Pues bien, aquí tenéis el origen de la teoría de los roles en sociología. En la representación teatral que es nuestra vida en sociedad, "representamos" varios roles (familiares, profesionales, etc.), siempre de acuerdo con la pauta que nos marca el guión y, al mismo tiempo, con el margen de libertad interpretativa de que dispone todo actor.
Por otra parte, en el teatro clásico los actores salían a escena con una careta, una máscara, que simbolizaba precisamente que se encontraban representado un papel o un rol determinado. De este modo, que desde el punto de vista etimológico la palabra persona designa no solo al personaje teatral, sino en concreto a esta máscara de actor. En este sentido, la sociología es una perspectiva desenmascaradora en la medida en que supone el intento de comprender cuáles son los papeles o roles que interpretamos todos, y cuáles son las máscaras o caretas con las que nos vamos disfrazando sucesivamente a lo largo de esta representación que es nuestra vida en sociedad.

2.4.Una perspectiva relativizadora

Para finalizar, y como consecuencia de todo lo que hemos expresado, la perspectiva sociológica se nos presenta en definitiva como una perspectiva relativizadora.
¿Qué queremos decir con esto? Pues que a medida que nos vamos adentrando en ella, muchas de las cosas que por norma general tendríamos que considerar como incuestionables dejan de serlo. Las evidencias colectivas se desvanecen, la seguridad se convierte en inseguridad y las certezas se transforman en dudas; es decir, lo que nos parecía absoluto se convierte en relativo.
Esto sucede porque la perspectiva sociológica nos obliga a rehacer en sentido inverso el camino de la reificación. La reificación es, según Marx, el proceso por el cual el hombre pierde la conciencia del hecho de que él es quien ha producido el mundo, un mundo que acaba viviendo como algo diferente de un producto humano; por el contrario, la perspectiva sociológica implica precisamente la recuperación de esta conciencia.

"La reificación es la aprehensión de los fenómenos humanos como si fuesen cosas, vale decir, en términos no humanos o posiblemente sobrehumanos. Se puede expresar de otra manera diciendo que reificación es la aprehensión de los productos de la actividad humana como si fuesen algo distinto de los productos humanos, como hechos de la naturaleza, como resultados de leyes cósmicas, o manifestaciones de la voluntad divina. La reificación implica que el hombre es capaz de olvidar que él mismo ha creado el mundo humano, y, además, que la dialéctica entre el hombre, productor, y sus productos pasa inadvertida para la conciencia. El mundo reificado es, por definición, un mundo deshumanizado, que el hombre experimenta como facticidad extraña, como un opus alienum sobre el cual no ejerce control mejor que el del opus proprium de su propia actividad productiva."

Peter L. Berger; Thomas Luckmann (1968, pág. 116 y sig.).

Por tanto, podríamos decir que la perspectiva sociológica es de hecho una perspectiva desreificadora, y que esto tiene como consecuencia la sensación de relatividad, de desaparición de todo criterio de valor absoluto.
Desde el punto de vista histórico, son tres los factores que han contribuido de manera decisiva a hacer posible esta toma de conciencia:
1) La acumulación gradual de conocimientos de la historia comparada de las culturas y las civilizaciones.
2) Las investigaciones de etnólogos y antropólogos sobre las sociedades conocidas como "primitivas".
3) La revolución operada en el seno de nuestra propia sociedad occidental por el psicoanálisis freudiano con el descubrimiento del papel del inconsciente como motor oculto de muchas de nuestras acciones.
En efecto, el conocimiento de otras sociedades diferentes de la nuestra, e incluso el conocimiento de nuestra propia sociedad en otros periodos históricos, hace que nos demos cuenta de que todos aquellos hechos, comportamientos y actitudes que nos parecen evidentes, que consideramos "normales" y "naturales", no son los "normales" y "naturales" en otras sociedades, ni siquiera lo han sido siempre en la nuestra.
Diríamos que es "natural", por ejemplo, que los padres quieran a los hijos, pero, sin duda, no se puede querer a los hijos de la misma manera en el marco de una organización de la vida familiar centrada en el modelo de una pareja estable con un número reducido de hijos que cuando se tienen muchos hijos con muchas madres –o padres– diferentes. Ni se quiere a los hijos igual en una época en la que la reducción de las tasas de mortalidad infantil hacen que la muerte de un recién nacido se viva como una desgracia que en un tiempo en el que la mitad de los niños no llega a los dos años de vida. Así pues, cuando afirmamos que es "natural" que los padres quieran a los hijos, estamos presuponiendo de manera implícita que padre biológico y padre social son una misma persona; y sin embargo, hay sociedades nómadas africanas en las que el padre biológico no convive con la tribu de la mujer, y es el hermano de esta quien actúa como padre de la criatura ante la sociedad.
Los ejemplos se podrían multiplicar y alargar de manera indefinida, y lo que nos demuestran es que lo que en un principio podría parecer un principio absoluto es, de hecho, una construcción social, y que lo que tendemos a considerar espontáneamente "natural" es, en definitiva, totalmente social y cultural.
La perspectiva sociológica, entonces, hace que nos demos cuenta de la relatividad de nuestros comportamientos y del carácter socialmente construido y condicionado por nuestras ideas desde el punto de vista cultural. En apariencia, solo queda un último reducto inviolable en el terreno de nuestros sentimientos, y este es el reducto que Freud se encargó de desmontar al mostrar que la vida social no solo está presidida por múltiples formas de engaño, sino también, y sobre todo, de autoengaño.
Solemos decirnos que si el teatro de la sociedad es una farsa, como mínimo nos queda el consuelo de saber que uno mismo no se engaña. Y así nos construimos el mito de nuestra autenticidad, de nuestra espontaneidad y de nuestra sinceridad. Al fin y al cabo, decidimos satisfechos: "como mínimo yo digo lo que pienso". Hasta el día en que descubrimos que las cosas no son tan sencillas. Formulada esta idea en términos de paradoja: "no solo no es verdad que siempre digo lo que pienso, sino que, en general, cuando digo lo que pienso es porque no pienso lo que digo, mientras que, cuando pienso lo que digo, me reservo de decir lo que pienso".

3.El objeto de estudio de la sociología: la sociedad

Es tan evidente e indiscutible que la sociología estudia la sociedad, o que la sociedad es el objeto de estudio de la sociología, que no nos entretendremos en esto. Sin embargo, si consultáis manuales de introducción a la sociología o diccionarios, encontraréis docenas de definiciones diferentes de sociedad. A primera vista, la mayor parte os parecerá, casi seguro, suficientemente razonada, puede que incluso convincente. Pero preguntaos, no tanto si os parecen bonitas, sino hasta qué punto os resultan útiles, y os daréis cuenta de que en muchas ocasiones no sabréis qué hacer con ellas aparte de intentar memorizarlas.
La definición que os proponemos a continuación es, sin lugar a dudas, muy sencilla y elemental, hasta el punto de que no merecería el honor de figurar en ningún diccionario. Es casi una definición para salir del paso, pero en cambio tiene la ventaja de que se puede tomar como un punto de partida para ponerse a trabajar. A medida que vayamos avanzando, la podremos matizar y completar, pero de momento lo único que le exigimos es que nos resulte una herramienta útil para la reflexión y para ir introduciendo una serie de conceptos básicos.
La sociedad es nuestra experiencia con la gente que nos rodea.
A continuación nos disponemos a analizar con brevedad cada uno de los elementos de esta propuesta de definición.

3.1.La persona como ser social

¿Por qué podemos afirmar que la sociedad es nuestra experiencia?
La sociedad es el contexto de todas nuestras experiencias, incluso de nuestra experiencia del mundo y de la experiencia que tenemos de nosotros mismos. Los demás intervienen en todas nuestras experiencias, desde el mismo momento del nacimiento hasta el momento de la muerte, ya sea posibilitándolas, condicionándolas o modificándolas.
Actividad
3.1. Intentad encontrar una sola experiencia, real y concreta, en la que los demás no intervengan.
Ni siquiera el sueño, experiencia solitaria por excelencia, es posible sin los demás, en la medida en que ni el narcisista más reconsagrado es capaz de soñar exclusivamente consigo mismo. La persona lo es, es decir, se convierte en persona, en relación constante con los demás; si no se diese esta permanente interacción sencillamente no habríamos llegado a ser personas.
En efecto, nada de todo lo que denominamos personal existiría sin los demás. Empecemos por nuestro nombre, con el que nos identificamos, pero que nos viene dado e incluso impuesto, y siguiendo con nuestras formas de actuar, de pensar y sentir. Tanto nuestros comportamientos como nuestras ideas y sentimientos son, en gran parte, consecuencia de la influencia que los demás han ejercido sobre nosotros.
Este hecho se encuentra estrechamente relacionado con el subdesarrollo instintivo y el carácter "prematuro" del individuo de la especie humana al nacer.
La temática del proceso de socialización arranca de esta constatación, que nos permite entender una afirmación paradójica, pero, al mismo tiempo, fundamental desde el punto de vista sociológico: nuestra identidad personal se construye socialmente.
En definitiva, somos como somos, somos lo que somos y somos quienes somos gracias a los demás (y a veces, incluso, puede que por culpa de los demás). En este sentido, podemos afirmar, como ya lo insinuaba la definición de sociedad de la que hemos partido: "yo soy yo y aquello que me rodea". Tal y como decía Ortega y Gasset en una expresión muy similar, "soy yo y mi circunstancia". O, si quisiéramos formularlo en términos todavía más contundentes: "soy lo que los otros han hecho de mí".
Aristóteles, sin esperar a que llegase ningún sociólogo a descubrirlo, decía que el hombre era un zoón politikón, es decir, un animal político, el que vive en la pólis. El animal que vive en la ciudad griega es el que vive rodeado de otra gente, vive en sociedad. Lo que afirma Aristóteles es, por consiguiente, que el hombre es un ser social.
De todos modos, la contundente fórmula "soy lo que los demás han hecho de mí" es al mismo tiempo cierta pero incompleta, puesto que "soy, en parte, lo que los demás han hecho de mí". Cuando antes comparábamos la sociedad con un teatro, veíamos que no se trataba de un teatro de marionetas, sino de un teatro de actores vivos, con una capacidad de interpretación que nos diferenciaba de los demás y que hacía de nuestra representación de los roles que el guion nos había asignado un trabajo de creación. Jean-Paul Sartre sintetizó esto en una fórmula magistral: "soy lo que hago a partir de lo que los demás han hecho de mí" (L'homme est ce qu'il fait de ce qu'on a fait de lui).
La sociedad es, pues, una experiencia de toda la vida, tanto si lo sabemos como si no, de manera tanto individual como colectiva. Es decir:
1) Por una parte, es una experiencia independiente de toda forma de sociología, que continuaría siendo fundamental aunque la sociología no existiese.
2) Por otra parte, es una experiencia que empieza antes de que seamos capaces de tener conciencia de ella como individuos.
En este sentido, afirmamos que biografía, historia y sociedad son las coordenadas de todo estudio humano. Nuestra biografía es la historia de esta experiencia que es la sociedad. Se trata, por tanto, de una biografía construida en relación con otras y, en consecuencia, social. Y al mismo tiempo, es una biografía que se inscribe en la historia de una sociedad que es anterior a nosotros y que nos sobrevivirá. Asimismo, el conocimiento que tenemos de la historia y de la sociedad es un conocimiento adquirido de manera biográfica. En el espacio y en el tiempo, la biografía es la historia de nuestra trayectoria en la sociedad.

3.2.La rutinación de la experiencia

La sociedad es nuestra experiencia con la gente que nos rodea, decíamos en la anterior propuesta de definición.
Sin embargo, es evidente que no todas las experiencias que llevamos a cabo en el transcurso de nuestra vida son idénticas. Hay diferentes tipos de experiencias que podríamos situar esquemáticamente alrededor de dos polos extremos:
1) Aquellas experiencias que constituyen sorpresas.
2) Las experiencias rutinarias.
Actividad
3.2. Podéis imaginar con facilidad ejemplos de ambos tipos de experiencias. Detened un momento la lectura y buscad alguno, pensad en todo tipo de situaciones que describiríais con una frase que empezase de esta forma: "La primera vez que...". Y en el otro extremo, en aquellas situaciones que tendrían más relación con la frase: "Todas las veces que...".
Sin embargo, tan importante o más que la distinción entre sorpresas y rutinas es darse cuenta de que se trata de un proceso: el proceso de rutinización de la experiencia.
Cotidianizar
Max Weber hablaba de hecho del proceso de Veralltäglichung, que literalmente podríamos traducir por ‘cotidianización' de la experiencia (¡lo cual nos va a ser útil, de paso, para demostrar que en castellano somos capaces de escribir palabras tan largas como las alemanas!). El proceso de cotidianización es el que nos hace pasar del "primer día" de una experiencia determinada a aquellas experiencias que son propias o típicas de "cada día".
En general, la novedad y la unicidad de la experiencia disminuyen con el tiempo, con la edad. En el transcurso de nuestra biografía, de niño a viejo, pasamos del "todo es una sorpresa" a una situación en la que la sorpresa cada vez se hace más improbable.
A pesar de la connotación peyorativa que a menudo otorgamos a la palabra rutina, desde el punto de vista sociológico es importante darse cuenta de que nuestra experiencia en sociedad es básicamente una experiencia de rutinas. Una vida social sometida permanentemente a situaciones de sorpresa conduciría a la locura individual y al caos colectivo. Aunque las sorpresas sean siempre posibles, en general contamos con el hecho de que lo que se producirá no será la sorpresa, sino la rutina.
El hecho de podernos comportar de manera rutinaria y de hacer las cosas por inercia, hará, por otra parte, que no nos sea necesario poner los cinco sentidos de forma sistemática en lo que estamos haciendo (al vestirnos, al manipular el cuchillo y el tenedor a la hora de comer, etc.). Así pues, podemos estar haciendo una cosa y estar pensando simultáneamente en otras.
Así pues, la rutinización de la experiencia es una condición de funcionamiento de la sociedad.
En la terminología habitual de los manuales de sociología, diríamos que la rutinización de la experiencia supone la creación de una serie de pautas de comportamiento, al mismo tiempo que la aparición de unas expectativas en cuanto al comportamiento que adoptarán los demás.
Es decir, que el comportamiento –propio y de los demás– se regula desde el punto de vista social en función de los diferentes contextos en los que se produce. Con esto hemos vuelto a topar con la teoría de los roles, que nos indica que se tiene que dar una coincidencia relativa entre lo que hacemos (en la ejecución de un rol) y lo que los otros esperan que hagamos (expectativa del rol).
Dicho todavía de otro modo: nuestro comportamiento en sociedad está estructurado. De hecho, se puede afirmar que toda sociedad se encuentra estructurada; pues bien, el conjunto de pautas que regulan el comportamiento de los individuos son instituciones.
Una última observación: las rutinas, los roles, las estructuras y las instituciones pueden cambiar. Es decir, no son eternos, ni inalterables, ni inamovibles, pero no pueden desaparecer. Sin rutinas, roles, estructuras e instituciones no hay sociedad.

3.3.Relaciones personales y relaciones anónimas

Así como no todas las experiencias que vivimos en sociedad son idénticas, tampoco lo son las relaciones que establecemos con los demás.
Imaginad de nuevo dos situaciones extremas:
1) En determinadas ocasiones, la interacción tiene lugar en situación "de cara a cara" y en una relación "de tú a tú".
2) En otras ocasiones, en cambio, muestra relación con los demás es una relación puramente anónima.
En el mundo rural tradicional tienden a predominar las relaciones primarias, más directas, mientras que en el mundo urbano lo más habitual es la existencia de relaciones secundarias, es decir, más anónimas.
  • En el primer caso podríamos decir que todos se conocen entre sí, y se conocen desde todos los puntos de vista. En el segundo, en cambio, nadie conoce a casi nadie desde cualquier punto de vista.

  • Las relaciones primarias implican dosis considerables de afectividad, mientras que en las relaciones anónimas el criterio de la funcionalidad es prioritario.

  • Por otra parte, el predominio de las relaciones más directas supone unas formas de control social polivalente, motivo por el cual el individuo integrado en el mundo urbano tiende a valorar de manera positiva un cierto grado de anonimato en sus relaciones personales.

Asimismo, en el transcurso de su biografía el individuo tiende a anonimizar sus relaciones. El niño es relativamente incapaz de distinguir los elementos funcionales de los afectivos que se dan en una relación, mientras que el adulto (en la vida profesional, por ejemplo) intentará que estos elementos no se mezclen. En este sentido, denominamos socialización al proceso por el cual el individuo pasa de forma gradual del micromundo de la experiencia más inmediata al macromundo de las relaciones abstractas.
Fijémonos, en efecto, en la extraordinaria variedad de las relaciones sociales de cualquiera de nosotros, y recordemos aquella distinción que establecía Josep Pla entre "amigos, conocidos y saludados". En el marco de nuestras "relaciones", encontramos desde los más íntimos, los familiares, amigos y conocidos de toda la vida, hasta aquellos que nos hemos encontrado una sola vez; y desde los que conocemos a pesar de no haberlos visto nunca "cara a cara", pues porque son escritores cuyas obras hemos leído, políticos que hemos visto por televisión o personajes de los que hemos oído hablar, hasta aquellos que no hemos visto ni conocido pero que a pesar de todo guardan una cierta relación con nosotros, en la medida en que garantizan que nuestra carta a un amigo llegará a buen puerto o que se encenderá la luz cuando apretemos el interruptor.
Incluso podríamos hablar de la existencia de un determinado tipo de relaciones con personas que ya no están, o bien que todavía no han nacido. Nuestros antepasados por una parte, y nuestros sucesores por otra. Así, por ejemplo, "soy un pianista profesional y me he especializado en la interpretación de Mozart; soy un sociólogo discípulo de Max Weber, aunque Weber murió cuando yo nací: mi relación con Mozart o con Weber es mucho más importante que la que pueda tener con un grupo de gente que veo cada día, incluso cara a cara. Del mismo modo, estoy consintiendo una serie de sacrificios y organizando un conjunto de proyectos para que mis nietos el día de mañana tengan un negocio, a pesar de que todavía no ha nacido ningún nieto mío."
Vemos, entonces, que la sociedad es nuestra experiencia con la gente que nos rodea, sin olvidar que no toda la gente que nos rodea tiene para nosotros la misma importancia, ni establecemos con ellos el mismo tipo de relaciones. La significatividad de nuestras relaciones depende de varios factores, entre los cuales sería necesario tener en cuenta:
1) La frecuencia de la relación.
2) El grado de intimidad.
3) El interés que el otro tiene para nosotros.
4) El grado de implicación afectiva de la relación.
A menudo estos factores se presentan juntos, pero no siempre es así. En la relación de pareja, por ejemplo, o en la relación entre padres e hijos, se da al mismo tiempo frecuencia, intimidad, interés y afectividad. Sin embargo, en otros casos, entre las personas que vemos más a menudo cara a cara algunas son íntimas e interesantes, algunas son más íntimas que interesantes, y otras más interesantes que íntimas. Entre las personas que conocemos poco o mucho, algunas nos interesan mucho y otras no. En cuanto a las personas con las que establecemos unas relaciones básicamente anónimas, nuestro interés en la relación es funcional y no personal, a pesar de que en absoluto es imposible que muchas de ellas sean bastante más interesantes que algunos de nuestros amigos.
Los dos polos opuestos de esta gradación están constituidos por lo que George H. Mead denominó respectivamente el otro significativo y el otro generalizado, y será el aprendizaje de los roles el que biográficamente nos permitirá pasar progresivamente de uno a otro.
En el transcurso de nuestra biografía pasamos de manera paulatina de la convicción de que nuestra madre es la única en el mundo, a la (dolorosa) toma de conciencia de que el mundo está lleno de madres, es decir, de personas que ejercen el rol de madre, entre las cuales se encuentra la nuestra.

3.4.El marco de la vida cotidiana

Para finalizar, este conjunto de experiencias que llevamos a cabo con los otros que nos rodean se desarrolla principalmente en el marco de la vida diaria.
El marco de la vida cotidiana constituye "nuestro mundo". No es el único mundo posible, pero sí el más real de todos, hasta el punto de que tendemos a percibir esta realidad de la vida cotidiana como "la realidad" por excelencia; una realidad de la que podemos salir, ciertamente, aunque siempre de manera transitoria y provisional (en el sueño, en el éxtasis, en la aventura), para acabar volviendo a ella.
Por el contrario, aquel que vive de forma permanente fuera de la realidad de la vida cotidiana suele ser estigmatizado como loco.
Este marco de la vida cotidiana al que hacemos referencia presenta tres características principales:
1) En primer lugar, la realidad de la vida cotidiana es una realidad ordenada, y el lenguaje –verbal, gestual o simbólico– es el gran ordenador de dicha realidad.

"Sus fenómenos [de la realidad de la vida cotidiana] se presentan dispuestos de antemano en pautas que parecen independientes de mi aprehensión de ellos mismos y que se le imponen. La realidad de la vida cotidiana se presenta ya objetivada, o sea, constituida por un orden de objetos designados como objetos antes de que yo apareciera en escena. El lenguaje usado en la vida cotidiana me proporciona continuamente las objetivaciones indispensables y dispone el orden dentro del cual la vida cotidiana tiene significado para mí. Vivo en un lugar que tiene un nombre geográfico; utilizo herramientas, desde abrelatas hasta autos deportivos, que tienen un nombre en el vocabulario técnico de la sociedad en que vivo; me muevo dentro de una red de relaciones humanas –desde el club al que pertenezco hasta los Estados Unidos de América– que también están ordenadas mediante un vocabulario. De esta manera el lenguaje marca las coordenadas de mi vida en la sociedad, y llena esa vida de objetos significativos."

Peter L. Berger; Thomas Luckmann (1968, pág. 39).

2) En segundo lugar, la realidad de la vida cotidiana es una realidad intersubjetiva, es decir, una realidad compartida con los otros, aunque nunca compartida por completo. Esto es lo que hace precisamente que tengamos cosas que decir, que comunicarnos. No existiría posibilidad alguna de comunicación si no tuviésemos un mínimo trasfondo de experiencias comunes, compartidas, requisito indispensable para entendernos mutuamente.
Sin embargo, en el otro ejemplo, en la improbable hipótesis de que dos personas compartan íntegramente todas sus experiencias, el diálogo, aunque sigue siendo posible, perdería todo su interés. Las relaciones sociales, en el marco de la vida cotidiana, se caracterizan por el hecho de que compartimos experiencias suficientes como para tener algo de que hablar, y que estas experiencias son discrepantes y hacen que valga la pena hablar de ellas.
Esto significa que los individuos, así como los grupos, tenemos unos repertorios de conocimientos (igual que el músico profesional, que cuenta con un repertorio de piezas y de autores que ha trabajado y que es capaz de interpretar); y significa, del mismo modo, que en la vida social se da una distribución desigual del conocimiento.
3) En tercer lugar, la realidad de la vida cotidiana es una realidad dada por descontado. O, dicho de otro modo, es una realidad hecha básicamente de certezas, no de dudas. En contra de lo que solemos creer, la vida humana no es "un mar de dudas", sino más bien "un mar de certezas", del cual surgen, de vez en cuando, algunas dudas. La duda se aprende, pero la certeza es anterior a la duda.
A menudo tendemos a asociar la duda a la ignorancia, y el conocimiento a la certeza. Y, sin embargo, nuestra propia experiencia de la vida nos indica que es precisamente lo contrario: el niño, que todavía lo ignora todo, no duda de nada puesto que su mundo es un mundo de certezas absolutas. A medida que va creciendo, aprenderá y empezará a conocer, y también empezará a aprender a dudar. Sin embargo, la rutinización de las experiencias –a la cual hemos hecho referencia antes– sirve precisamente para desviar las dudas y para hacer que en la inmensa mayoría de las ocasiones, en el marco de la vida cotidiana, el individuo se mueva en un entorno de certezas.
Sabe que son cuestionables, pero sabe también que, en general, no tiene ninguna necesidad de cuestionarlas. No necesita "detenerse a pensar" –ni, por tanto, ponerse a dudar– y, justo en este sentido, da por descontado la realidad de la vida cotidiana.
En definitiva, la vida cotidiana de los individuos en la sociedad se desarrolla en un marco institucional. Es decir, tanto nuestros comportamientos como nuestros pensamientos y sentimientos se encuentran regulados desde un punto de vista social. Estas pautas reguladoras son las instituciones, y nuestra integración en este marco institucional se efectúa mediante el proceso de socialización. El análisis del proceso de socialización y el análisis de las instituciones tienen que ser, por lógica, dos cuestiones primordiales.

Resumen

A partir del conjunto de elementos que hemos ido observando hasta el momento a lo largo de este módulo, podríamos concluir que la adopción de la perspectiva sociológica nos enseña tres grandes lecciones, que por suerte son las únicas grandes lecciones que la sociología nos puede enseñar.
1) Las cosas son como son
El hecho de reconocer que las cosas son como son quiere decir aprender a distinguir entre lo que son las cosas y lo que nos gustaría que fuesen. En efecto, en no pocas ocasiones las cosas no son como nos gustaría que fuesen: la escuela, la universidad o el ejército; el gobierno, los partidos políticos y la burocracia; las desigualdades sociales; la muerte. Cuando pensamos en esto, nos damos cuenta de que todas estas cosas en realidad no son como nos gustaría que fuesen, y que, por el contrario, son como son. Así pues, la sociología nos sirve para conseguir algo más de lucidez y un tanto menos de engaño, para tomar conciencia no solo de la facilidad con que a menudo nos dejamos engañar y manipular, sino sobre todo de la facilidad extraordinaria con que tendemos a autoengañarnos nosotros mismos.
2) Las cosas no son lo que parecen
O, dicho de forma coloquial, no es oro todo lo que reluce. Para aprender cómo son las cosas hay que ir más allá de las apariencias, sobrepasar la pura fachada de las cosas. El hecho de interrogarse y dejarse interrogar por la realidad que nos rodea supone una doble capacidad: la capacidad de maravillarse, de dejarse sorprender e interpelar y, al mismo tiempo, la capacidad de adoptar una actitud de sospecha, de preguntarse qué se esconde tras la apariencia de esta misma realidad. Es decir, la capacidad de acercarse a las cosas con simpatía y al mismo tiempo, con voluntad de desenmascararlas, sabiendo que la consecuencia de esto es la relativización, y sabiendo, también, que aceptar dicho carácter relativo –de los hechos, y de nuestra visión de los hechos– es duro.
3) Las cosas podrían ser diferentes
Si solo nos quedásemos con las dos afirmaciones anteriores, acabaríamos en una posición terriblemente conservadora, casi fatalista. Al fin y al cabo, si las cosas son como son, es porque de forma colectiva hemos hecho que fuesen así. El sol sale por el Este, y esto es un hecho natural sobre el cual carecemos de control alguno y, en consecuencia, de responsabilidad. Sin embargo, los hechos sociales (los roles, las instituciones, etc.) no son de orden natural y, por consiguiente, la responsabilidad de los mismos recae sobre nosotros colectivamente. No obstante, con todas nuestras limitaciones y con todos nuestros condicionamientos, podemos hacer algo: somos responsables de lo que hacemos, y también somos responsables de lo que dejamos de hacer. En definitiva, somos lo que hacemos a partir de lo que los demás han hecho de nosotros. Y por este motivo la sociología es una forma de conocimiento y, al mismo tiempo, una forma de conciencia.
Dichas formas de conocimiento y de conciencia se podrían sintetizar en las tres virtudes de aquel viejo –y bello– principio que dice así: "Tener la lucidez necesaria para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el suficiente coraje para intentar cambiar las que pueda, y la sabiduría suficiente para ser capaz de distinguir las unas de las otras".

Ejercicios de autoevaluación

1. ¿Qué significa que la mayor parte de la población, en relación con los temas que estudia la sociología, se encuentra en situación de mercado informado?
2. ¿En qué sentido la sociología no es necesariamente ni una disciplina filantrópica, ni su objetivo es la reforma de la sociedad?
3. Definid y distinguid brevemente qué significa que la sociología es una perspectiva parcial, crítica, desenmascaradora y relativizadora.
4. ¿En qué se diferencia un problema social de un problema sociológico?
5. ¿A qué se refiere Jean-Paul Sartre cuando dice que "el hombre es lo que hace a partir de lo que los demás han hecho de él"?
6. Poned un ejemplo de relación "de tú a tú" y otro de relación anónima.
7. ¿Qué quiere decir que nuestro mundo de la vida cotidiana es el más "real" de todos, hasta el punto de que lo "damos por descontado"?

Solucionario

Ejercicios de autoevaluación
1. Significa que, a diferencia de otras disciplinas científicas, la sociología tiende a considerarse como una cuestión de opiniones o de gustos, ya que la familiaridad de los temas que trata hace que todo el mundo tenga la impresión de que también entiende del tema. Sin embargo, de hecho, la sociología propone otra mirada sobre las realidades que en efecto nos son familiares, hasta el punto de sorprendernos de lo más cotidiano.
2. La sociología no es una disciplina filantrópica porque tanto se puede poner al servicio del bien como del mal. Por otra parte, la sociología carece de legitimidad para decidir cómo deben ser las cosas, así que se propone un objetivo muy diferente: comprenderlas.
3. La perspectiva sociológica es parcial en tanto que no alcanza la totalidad de la realidad, sino que puede trabajar junto con otras disciplinas que completan su visión. Su talante crítico viene dado porque no se contenta con la versión oficial de la realidad que nos llega desde el poder establecido, sino que precisamente quiere saber cómo condiciona este poder la forma en que se presenta la realidad social. La perspectiva sociológica es desenmascaradora, ya que no se contenta con la observación de los elementos más superficiales y visibles de la realidad social, sino que quiere ver qué hay detrás de los decorados del gran teatro del mundo; y es relativizadora porque, en la medida en que pone al descubierto el carácter histórico y construido de toda realidad, hace imposible que demos alguna de estas realidades por absoluta.
4. El problema social es el que viene definido por quienes, en la sociedad, cuentan con el poder de decir qué funciona y qué no funciona, y que se formula en los términos ordinarios de la experiencia social. En cambio, el problema sociológico se define a partir de los interrogantes teóricos que propone la sociología, como resultado de la aplicación de una perspectiva tal y como se ha definido anteriormente.
5. Esta frase pone de manifiesto el carácter dialéctico de la relación entre el individuo y la sociedad, recordando que, así como el individuo se encuentra ciertamente determinado por las circunstancias sociales, también es un actor vivo que se puede enfrentar a dichas circunstancias.
6. Las relaciones "de tú a tú" son las de tipo directo, como pueden ser las propias del mundo rural, las de amistad o las familiares. Las relaciones anónimas, en cambio, en lugar de caracterizarse por los vínculos afectivos de las primeras, lo hacen porque se fundamentan en criterios de funcionalidad y del papel que representan cada una de las partes: las relaciones con el funcionario de policía que expide los carnés de identidad, con el cobrador del metro o con el empleado de la oficina bancaria que se establecen al margen de un conocimiento personal, constituyen ejemplos de relaciones anónimas.
7. El hecho de que, desde el punto de vista biográfico, hayamos interiorizado un mundo diario determinado, y que lo hayamos "hecho nuestro", que lo hayamos "naturalizado", hace que se convierta en "nuestra realidad por excelencia". Percibimos este mundo nuestro ordenado y lleno de sentido, y cualquier otra alternativa de mundo nos parece extraña, poco coherente, incomprensible en muchos aspectos y, además, bastante absurda. Está claro, en tal caso, que quienes forman parte de otro mundo considerarán que el nuestro es poco coherente, incomprensible o absurdo. Pues bien, esta familiaridad que ha convertido la experiencia de nuestro mundo en un conjunto de rutinas es lo que nos hace que consideremos nuestro mundo como el más real de todos, y que hace que lo vivamos, en general, de manera poco problemática y dándolo por descontado.

Bibliografía

Bibliografía básica
Berger, Peter L. (1971). Introducción a la sociología. México: Limusa.
Berger, Peter L.; Thomas Luckmann (1968). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu.
Giddens, Anthony (1998). Sociología. Madrid: Alianza Editorial.
Mills, C. W. (1999). La imaginación sociológica. Madrid: FCE.
Quivy, Raymond; Luc Van Campenhoudt (2005). Manual de investigación en ciencias sociales. México: Limusa.