Neuropsicología de las enfermedades desmielinizantes: esclerosis múltiple

  • Cristina Forn Frías

    Doctora en Psicología y experta en Neuropsicología y Neuroimagen Funcional. Profesora de la Universitat Jaume I (Departamento de Psicología Básica, Clínica y Psicobiología).

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Introducción

La esclerosis múltiple (EM) es una patología desmielinizante, crónica, autoinmune e inflamatoria que afecta a todo el sistema nervioso central (SNC) en su globalidad.
Las fibras nerviosas del SNC están protegidas por una sustancia de tipo graso llamada «vaina de mielina», la cual envuelve los axones de las neuronas para facilitar la conducción de los impulsos eléctricos mediante los cuales se produce la comunicación neuronal. Este envoltorio no es continuo, sino que existen interrupciones no aisladas (denominadas nódulos de Ranvier), por las que el axón se encuentra expuesto al medio extracelular (ver figura siguiente).
Vaina de mielina recubriendo el axón neuronal
Vaina de mielina recubriendo el axón neuronal
En la EM se produce una lesión o una pérdida de mielina en diferentes áreas cerebrales (de ahí el término enfermedad desmielinizante), apareciendo en las zonas alteradas cicatrices esclerosantes o placas de desmielinización (figura siguiente). Al dañarse las vainas de mielina, la comunicación entre neuronas se ve alterada, lo que da lugar a la aparición de la sintomatología típica de la EM.
Vaina de mielina dañada propia de la esclerosis múltiple
Vaina de mielina dañada propia de la esclerosis múltiple
La EM constituye la causa más común de discapacidad neurológica en personas jóvenes, ya que el diagnóstico suele realizarse entre los treinta y los cuarenta años de edad.
Su etiología es desconocida, pero parece que se puede deber a una predisposición genética junto con la interacción de diferentes factores ambientales en muchos casos desconocidos. La incidencia de esta enfermedad es mayor en mujeres que en hombres; además, es más común en la raza caucásica.

1.Diagnóstico y formas clínicas de presentación de la enfermedad

1.1.Diagnóstico de la EM

El diagnóstico de la EM es de carácter clínico, aunque actualmente se ve reforzado por pruebas complementarias como la resonancia magnética (RM), el análisis de líquido cefalorraquídeo (LCR) y los potenciales evocados (PE). El diagnóstico de la enfermedad se sustenta en dos variables: la variable espacial y la temporal. En primer lugar, se debe demostrar la diseminación en el espacio de las lesiones; es decir, que afecten a varias zonas del SNC. En segundo lugar, la variable temporal hace referencia a que la diseminación de las lesiones debe efectuarse en momentos temporales distintos de la evolución de la enfermedad (dos o más brotes o recidivas de la enfermedad).
Un brote se define como una exacerbación de los síntomas que indica una nueva lesión, de duración variable y con remisión total o parcial.
Aunque existen varios criterios clínicos para el diagnóstico de la EM, en la actualidad los «criterios McDonald» son los más comúnmente empleados (ver Polman y cols., 2005). Estos criterios, descritos en la tabla 1, se basan tanto enparámetros clínicos como en exploraciones complementarias; conceden una relevancia especial a los hallazgos de RM para poder identificar las lesiones desmielinizantes y, de esta manera, demostrar la diseminación temporal (dos o más brotes) yespacial (dos o más localizaciones).
Tabla 1. Criterios diagnósticos de McDonald y cols.

Presentación clínica

Datos adicionales necesarios

Dos o más brotes

Dos o más lesiones clínicas objetivas

Ninguno. La evidencia clínica es suficiente

Dos o más brotes

Una lesión clínica objetiva

Diseminación en espacio, demostrada por:

  • RM o

  • LCR positivo y dos o más lesiones en la RM consistente con la EM o

  • se espera otro ataque clínico que comprometa un sitio diferente en el SNC

Un brote

Dos o más lesiones clínicas objetivas

Diseminación en tiempo demostrada por:

  • RM o

  • se espera un segundo ataque clínico

Un brote

Una lesión clínica objetiva (presentación monosintomática)

Diseminación en espacio, demostrada por:

  • RM o

  • LCR positivo y dos o más lesiones en la RM compatibles con la EM

y

Diseminación en tiempo demostrada por:

  • RM o

  • un segundo ataque clínico

Insidiosa progresión neurológica sugestiva de EM (EM primaria progresiva)

Un año de progresión de la enfermedad (determinada retrospectiva o prospectivamente) y por lo menos dos de estos tres criterios:

  • RM del cerebro positiva (nueve lesiones en T2 o cuatro lesiones o más en T2 con PE positivos)

  • RM de la médula espinal positiva (dos lesiones en T2)

  • LCR positivo

El diagnóstico de la EM es clínico, pero se complementa con pruebas diagnósticas de neuroimagen, neurofisiológicas o de análisis del líquido cefalorraquídeo.

1.2.Formas clínicas de presentación de la EM

Existen diferentes formas de la enfermedad en función de su evolución y curso clínico; se pueden clasificar en varios subtipos (ver figura siguiente):
  • EM recurrente remitente (RR): esta forma de la enfermedad es la más prevalente y se presenta en aproximadamente el 80% de los casos. Se caracteriza por la presentación de brotes con posterior recuperación completa o parcial.

  • EM primaria progresiva (PP): afecta a un 10-15 % de los casos. Esta forma se caracteriza por un comienzo lento e insidioso, junto con un empeoramiento constante y progresivo de los síntomas clínicos.

  • EM secundaria progresiva (SP): aparece años después de la instauración de la forma RR y se caracteriza por un empeoramiento gradual y progresivo de la sintomatología en ausencia de brotes aparentes.

  • EM progresiva recidivante (o progresiva recurrente) (PR): es una forma poco frecuente de presentación, que afecta en torno al 5% de los casos de pacientes con esclerosis. Puede presentar exacerbaciones ocasionales tras un curso inicial progresivo.

Patrones de presentación y evolución de la enfermedad
Patrones de presentación y evolución de la enfermedad
Existe una subcategoría dentro del subtipo RR llamada EM benigna. Se trata de una variante caracterizada también por la presencia de brotes y remisiones, pero con una sintomatología de menor gravedad y un pronóstico más favorable. En estos pacientes pueden transcurrir muchos años entre un brote y el siguiente, y además presentan una recuperación completa de los síntomas después de su ocurrencia. Otra de las características esenciales de esta categoría es que se da una menor progresión de la discapacidad con los años.
La gran mayoría de los pacientes con EM (80% de los casos) inician su enfermedad con un síndrome clínico aislado, que se define como un primer brote con sintomatología clínica, que corresponde con un evento desmielinizante o inflamatorio en el nervio óptico, el tronco del encéfalo o la médula espinal.
Sin embargo, hay pacientes en los que pueden identificarse anomalías radiológicas sin presentar ninguna sintomatología clínica: es el denominado síndrome radiológico aislado. Estos pacientes presentan un mayor riesgo de acabar padeciendo una EM. Es muy probable que el síndrome radiológico aislado preceda al síndrome clínicamente aislado, y este a la EM. En la actualidad, la identificación de estos pacientes posee una gran relevancia clínica, ya que la implantación temprana del tratamiento en estas personas es capaz de retrasar su posible conversión a EM, con la consiguiente reducción de la discapacidad.
En los últimos años se ha desarrollado cierto consenso en cuanto a los factores clínicos y demográficos asociados a una mejor evolución de la enfermedad. Entre las características favorables se señala una edad de inicio de la enfermedad menor de cuarenta años, sexo femenino, compromiso óptico o sensitivo al inicio y una baja frecuencia de brotes. Por el contrario, un inicio de la enfermedad en mayores de cuarenta años, sexo masculino, inicio con síntomas motores y cerebelosos, curso progresivo y un mayor número de brotes predisponen a una peor evolución de la enfermedad (Weinshenker y cols., 1991).
La EM tiene distintas formas de presentación clínica. En algunos pacientes, la enfermedad se manifiesta con brotes y remisiones de los brotes, mientras que otras formas clínicas se caracterizan por una progresión clínica progresiva sin brotes aparentes. Existe una forma benigna caracterizada por una aparición muy baja de brotes y una menor progresión de las alteraciones.

2.Epidemiología de la EM: factores genéticos y factores ambientales

Como se ha introducido anteriormente, la etiología de la EM es desconocida, aunque los estudios epidemiológicos parecen indicar una susceptibilidad genética modificada por factores ambientales desconocidos.
Los estudios epidemiológicos descriptivos de la EM han demostrado una distribución irregular de la enfermedad; se ha descrito una mayor prevalencia en los extremos de la latitud de ambos hemisferios. Se describen prevalencias muy bajas en zonas tropicales o en Asia (menos de 5 casos cada 100.000 habitantes) y más elevadas en regiones del norte de Europa, Estados Unidos y Canadá (entre 100 y 200 casos por cada 100.000 habitantes). Sin embargo, existen excepciones a esta regla; se encuentran regiones concretas cercanas al ecuador con elevadas prevalencias, así como zonas de alta latitud con prevalencias muy bajas. En un principio, tal hallazgo se interpretó como una posible influencia de factores ambientales, aunque posteriormente se pensó que podría tratarse de la influencia de factores genéticos. El apoyo a la implicación de los factores genéticos procede del hecho de que existen razas más susceptibles a desarrollar una EM, como sucede en la caucásica y, especialmente, en personas de origen escandinavo. Por otra parte, la enfermedad afecta menos a otras razas como las asiáticas (japoneses, chinos), indios americanos, mongoles o esquimales. En países de elevada inmigración (como, por ejemplo, Israel), se ha podido constatar que si la inmigración se produce después de los quince años, el riesgo de padecer la EM corresponde al lugar de origen. En cambio, si la inmigración se produce antes de esa edad, el riesgo corresponde a la latitud del país de acogida. Los pocos estudios que tienen en cuenta la edad de la migración sugieren que se establece un riesgo de padecer la enfermedad durante los primeros años de vida, de tal forma que los individuos que migran antes de la adolescencia adquieren el riesgo de padecer EM de la población a la que llegan, mientras que aquellos que migran después del periodo adolescente mantienen el riesgo de su área geográfica de origen (Milo y Kahana, 2010).
Por otra parte, existen diversos datos que favorecen la hipótesis genética de la EM. La «teoría vikinga», desarrollada por Poser en 1995 (Poser, 1995), se basa en que esta enfermedad está fuertemente ligada a los genes escandinavos y que su distribución mundial se relacionaría con las invasiones vikingas y con posteriores migraciones desde los países escandinavos a todo el planeta. Curiosamente, en una pequeña zona en la península del sur de China conquistada por los vikingos, la incidencia de la EM es más alta en comparación con el resto del continente chino.
Estudios familiares han demostrado que la probabilidad de desarrollar una EM es veinte veces más frecuente en parientes de primer grado de afectados por la enfermedad que en la población general. Además, la concordancia entre gemelos monozigóticos es del 30% frente al 5% en gemelos dicigóticos. La susceptibilidad genética de la EM se asocia de forma consistente a los genes responsables de la producción del antígeno leucocitario humano (Human Leukocyte Antigen –HLA–) y en especial con la región clase II. Además de la región correspondiente al HLA, otras regiones del genoma humano se han relacionado con la predisposición a padecer la enfermedad, aunque con resultados menos concluyentes que los que corresponden a la producción del HLA (Redjak y cols., 2010).
Respecto a los factores ambientales se ha descrito que el virus Epstein-Bar (VEB) desempeña un papel importante en la etiología de la EM. Se ha observado que la mayoría de los pacientes con EM han estado infectados por el virus VEB o han padecido mononucleosis infecciosa, causada casi siempre por este virus. Por otra parte, existen estudios que han demostrado la asociación entre la reactivación del VEB y la actividad de la enfermedad en pacientes con EM, lo cual sugiere que el VEB puede tener un papel indirecto como activador del proceso de la enfermedad (Wandinger y cols., 2000).
La exposición al sol también ha sido otro factor ambiental que se ha asociado a la EM. El cuerpo produce vitamina D cuando se expone al sol, y esta vitamina desempeña un papel importante en el sistema inmunitario, suprimiendo y regulando las células inflamatorias relacionadas con la actividad de la EM (Rejdak y cols., 2010).
La etiología de la enfermedad es desconocida, pero parece que influyen en su aparición factores genéticos y ambientales.
Los datos epidemiológicos describen una mayor prevalencia de la enfermedad en extremos de la latitud de ambos hemisferios; es más común en la raza caucásica.
Los estudios genéticos destacan la importancia del antígeno leucocitario humano (Human Leukocyte Antigen –HLA–).
En cuanto a los factores ambientales relacionados con la enfermedad, destacan la infección por el virus Epstein-Bar (VEB) y el déficit de vitamina D por baja exposición solar.

3.Neuropatología y neuroimagen de la EM

Hasta el momento se considera que la EM es desencadenada por la influencia de factores ambientales (probablemente de carácter vírico) que ataca en edades tempranas o durante la adolescencia a personas con predisposición genética, y provoca una respuesta anormal del sistema inmunitario que sería la responsable de la inflamación presente en las lesiones. La inflamación sería el mecanismo más inmediato, seguido de las placas de desmielinización o placas de esclerosis. Aunque en un principio se pensaba que la EM era una enfermedad que solo afectaba a la sustancia blanca del SNC, actualmente se conoce que también existe pérdida axonal.
La enfermedad afecta tanto a la sustancia blanca como a la sustancia gris del sistema nervioso central.
Las lesiones presentes en la enfermedad son fácilmente observables en el análisis macroscópico. Estas lesiones pueden ser de distintos tipos y se localizan principalmente en la sustancia blanca del cerebro. Los tres tipos de lesiones más frecuentes son las lesiones agudas, las lesiones crónicas activas y las placas crónicas inactivas. La distinción entre los distintos tipos de lesiones se basa en la presencia de infiltrados inflamatorios y en el daño del tejido nervioso que se describen brevemente a continuación (Villoslada, 2010):
  • Lesiones agudas: existe preferentemente un proceso de infiltrado inflamatorio perivascular, aunque también se puede observar pérdida de mielina. Las placas agudas son menos frecuentes que el resto, debido a que, probablemente, el infiltrado inflamatorio es un fenómeno de corta duración (en torno a un mes) y con una mayor frecuencia en fases iniciales de la enfermedad.

  • Lesiones crónicas activas: la lesión crónica activa se caracteriza por tener la mielina alterada y la presencia de macrófagos que fagocitan la mielina, lo que indica que la placa está creciendo por su periferia de forma centrífuga. También se observa pérdida axonal.

  • Lesiones crónicas inactivas: se caracterizan por ser extensas, con desmielinización completa, una densidad de axones escasa y con número de oligodendrocitos reducido. Son las lesiones más frecuentes en pacientes con EM progresiva. Existe un porcentaje de placas en fase crónica que se han remielinizado, por lo que son difíciles de observar y se denominan «placas fantasma».

Las lesiones típicas de la EM se localizan en la sustancia blanca y tienen una predisposición a situarse en determinadas zonas anatómicas, tales como en la sustancia blanca periventricular, el cuerpo calloso, la sustancia blanca yuxtacortical y el parénquima infratentorial. También existen placas en sustancia gris, denominadas lesiones corticales, en las que existe una clara desmielinización y pérdida axonal, así como pérdida neuronal. Estas lesiones se pueden localizar en el córtex, los ganglios basales, el tronco cerebral y la médula espinal.
Las lesiones típicas afectan a la sustancia blanca y se suelen localizar a nivel periventricular, cuerpo calloso, sustancia blanca yuxtacortical y parénquima infratentorial.
Los síntomas que aparecen durante los episodios de brote o recaídas se explican por la inflamación de la sustancia blanca (lesiones agudas), mientras que la etapa progresiva de la enfermedad, caracterizada por un déficit y discapacidad progresiva y más severa respondería en gran parte por la desmielinización, la pérdida axonal y la muerte neuronal.
La resonancia magnética (RM) es una técnica de neuroimagen muy sensible para la detección de las lesiones en la EM; es útil no solo en el diagnóstico de la enfermedad, sino también en el control de su evolución y la eficacia de los tratamientos. En la EM se pueden visualizar las lesiones tanto en secuencias T1 (lesiones hipointensas) como en T2 (lesiones hiperintensas).
La hiperintensidad y la visualización de las lesiones en T2 muestran un aumento de concentración tisular de agua libre, pero no se puede observar la concentración de otros procesos patológicos asociados a la EM, tales como edema, inflamación, lesión axonal, gliosis o remielinización. Por tal razón existe una débil correlación entre el volumen de lesión, medido con secuencias T2 y el grado de discapacidad neurológica que presentan los pacientes.
La imagen de la izquierda muestra lesiones hiperintensas periventriculares visualizadas en T2, mientras que la de la derecha muestra las lesiones hipointensas visualizadas en T1.
La imagen de la izquierda muestra lesiones hiperintensas periventriculares visualizadas en T2, mientras que la de la derecha muestra las lesiones hipointensas visualizadas en T1.
Alrededor del 10-20% de las lesiones que se visualizan en adquisiciones potenciadas en T2 son fácilmente observables también en T1 como lesiones hipointensas. Estas lesiones pueden reflejar sustratos patológicos distintos dependiendo de si la lesión esta activa (aguda) o inactiva. La activa refleja presencia de edema y grados variables de destrucción tisular (destrucción de mielina y axón), y la lesión desaparece o se reduce en tamaño cuando se resuelve el proceso inflamatorio. En las lesiones crónicas, también denominados black holes, la destrucción tisular es irreversible, por lo que la lesión hipointensa persiste. Es por ello por lo que las secuencias potenciadas en T1 correlacionan mejor con la discapacidad clínica del paciente.
Finalmente, las lesiones captantes de gadolinio DTPA secuenciadas en T1 indican que se encuentran activas y se relacionan con brotes o exacerbaciones clínicas en el caso de las formas progresivas de la enfermedad.
Las lesiones se pueden visualizar en RM con secuencias potenciadas en T2 (lesiones hiperintensas) o en T1 como lesiones hipointensas que normalmente se corresponden con lesiones crónicas (black holes). Además, las lesiones activas se pueden observar con secuencias T1 captantes de gadolinio.

4.Sintomatología clínica de la EM

Los síntomas y signos clínicos de la EM pueden ser muy variados y dependerán de la localización de las lesiones en el SNC. La amplia gama de síntomas incluyen alteraciones motoras y sensitivas, cognitivas y emocionales.
La sintomatología clínica de la EM incluye problemas motores y sensitivos, alteraciones cognitivas y alteraciones del estado de ánimo.

4.1.Síntomas motores y sensitivos

Las alteraciones visuales relacionadas con lesiones del nervio óptico son muy frecuentes en la EM; incluso algunos pacientes debutan con este tipo de síntomas. La sintomatología puede consistir en la pérdida de la visión de un ojo, visión borrosa o visión doble (diplopía). Otros síntomas frecuentes que pueden presentarse son la sensación de hormigueo o cosquilleo, la falta de tacto o de sensibilidad o incluso dolor.
Por su parte, las alteraciones motoras pueden ser variadas y afectar tanto a extremidades superiores como inferiores. Algunos pacientes pueden presentar paraparesias, hemiparesias, problemas de equilibrio y de coordinación de movimientos, temblores o entumecimiento,
Otros síntomas menos frecuentes, pero que también pueden aparecer a lo largo de la progresión de la enfermedad, son los problemas de control urinario, las alteraciones del aparato digestivo, la disfunción sexual o la espasticidad.
Clínicamente, existe una escala ampliamente utilizada en esta población denominada Expanded Disability Status Scale (EDSS) (Kurtzke, 1983), que se emplea como método de cuantificación del grado de discapacidad física. La escala EDSS examina ocho sistemas funcionales diferentes y tiene un rango de puntuación que va desde el 0 (examen neurológico normal) hasta el 10 (muerte debida a una complicación de la EM).
Tabla 2. Escala EDSS (Expanded Disability Status Scale)

0-0

Examen neurológico normal

1-1.5

No existe discapacidad, pero se aprecian signos en el examen neurológico

2-5.5

Existe discapacidad, pero el paciente puede deambular sin ayudas externas

6

Necesita un apoyo para caminar (una muleta o un bastón)

6.5

Necesita dos apoyos para caminar (dos muletas)

7-7.5

Puede ser capaz de superar ciertos obstáculos, pero necesita silla de ruedas para caminar

8

No es capaz de andar, movilidad restringida a la silla de ruedas

8.5-9.5

Restringido a la cama

10

Muerte por EM

4.2.Fatiga

La fatiga es un síntoma muy común, que afecta a aproximadamente un 90% de los pacientes. Se define como una sensación extrema de cansancio, falta de energía y sensación de agotamiento, que puede manifestarse incluso en situaciones de reposo y que debe considerarse como un factor multidimensional que afecta a distintas facetas del individuo, ya sean motoras, sensitivas, motivacionales y cognitivas.
Es necesario precisar que en la EM existen muchas variables intrínsecas a la enfermedad que pueden provocar fatiga, como los problemas de movilidad o los efectos secundarios de algunos medicamentos. Otras variables como el insomnio o el estrés agravan la fatiga en los pacientes con EM.
En la valoración neuropsicológica se necesita considerar si el paciente está fatigado o si una valoración cognitiva larga puede provocar fatiga e interferir en los resultados. La relación entre fatiga y rendimiento cognitivo no está del todo clara, aunque se ha descrito una interferencia de la fatiga en tareas que requieren un esfuerzo mental sostenido, vigilancia visual o memoria de trabajo (Chiaravalloti y Deluca, 2008).

4.3.Alteraciones cognitivas

Las alteraciones cognitivas constituyen un aspecto importante en la expresión clínica de la enfermedad; se estima una prevalencia que oscila entre el 43% y el 65% de los pacientes valorados en los servicios de asistencia socio-sanitaria. Al ser una enfermedad que afecta fundamentalmente a personas jóvenes, es importante valorar y monitorizar los déficits cognitivos que presenten estos pacientes, ya que estas alteraciones pueden comprometer sus actividades laborales, sociales y, en definitiva, interferir en sus actividades de la vida diaria.
A pesar de que, como hemos visto, la expresión de la enfermedad es muy heterogénea en su evolución, el perfil de alteración cognitiva descrito es bastante consistente; se caracteriza por un enlentecimiento de la velocidad del procesamiento de la información, alteración en las funciones visuoespaciales y visuoperceptivas, de atención, de memoria y de funciones ejecutivas.
Además, estos pacientes también presentan una alta prevalencia de alteraciones emocionales; la más frecuente es la sintomatología depresiva.
1) Velocidad del procesamiento de la información
El enlentecimiento en la velocidad del procesamiento de la información (bradipsiquia) es una alteración cognitiva que aparece de forma precoz en los pacientes de EM y que además parece ser un buen predictor del deterioro cognitivo a largo plazo. La velocidad de procesamiento se ha definido como el tiempo requerido para ejecutar una determinada tarea, para comprender una determinada instrucción o para tomar una decisión. Representa, por tanto, una conducta más compleja que la respuesta de velocidad hacia un estímulo auditivo o visual. Distintos trabajos han demostrado un enlentecimiento en la velocidad del procesamiento en pacientes de EM, que parece relacionarse con una lentitud generalizada en el tiempo de decisión y no únicamente con diferencias en tiempo de reacción motora.
En referencia a la velocidad del procesamiento de la información se debe añadir que es difícil diferenciarla de otras funciones cognitivas. Esto puede deberse a que la velocidad del procesamiento se podría considerar como un rasgo cognitivo subyacente al resto de las funciones cognitivas y no como una función cognitiva en sí misma. A este respecto, diversos estudios han observado una relación entre el enlentecimiento de la velocidad del procesamiento y el rendimiento en otras esferas cognitivas, como la memoria de trabajo o el aprendizaje. Es importante tener en cuenta la relación entre enlentecimiento de la velocidad del procesamiento y otras funciones cognitivas, para poder interpretar de forma correcta los resultados neuropsicológicos.
2) Funciones visuoespaciales y visuoperceptivas
Aunque ignoradas en muchos trabajos, se han descrito rendimientos inferiores de los pacientes de EM en tareas visuoespaciales y visuoperceptivas, tales como el reconocimiento de caras o la discriminación de formas visuales. No obstante, algunos autores proponen que algunos de estos déficits pueden ser secundarios a la pérdida visual primaria (p.ej. neuritis óptica) que sufren muchos de estos pacientes.
3) Atención
Los estudios sobre las alteraciones de la atención en pacientes de EM se caracterizan por una gran heterogeneidad de las pruebas utilizadas para evaluar estas funciones, y por la implicación en algunos de los test de otros procesos cognitivos, como la velocidad del procesamiento de la información o el control ejecutivo.
Este hecho dificulta el establecimiento de conclusiones sobre el impacto que tiene la enfermedad sobre los procesos atencionales. Por otra parte, se ha observado que los déficits atencionales en estos pacientes están determinados por diversas variables, como la cantidad de información que deben procesar, las demandas cognitivas y el tiempo disponible para realizar la tarea. Mientras que el rendimiento en tareas básicas de atención que implican un procesamiento automático (como, por ejemplo, repetir dígitos) apenas se muestran alteradas, si se han descrito alteraciones en la atención selectiva, sostenida, dividida y alternante.
4) Memoria
Las funciones mnésicas han sido ampliamente estudiadas en estos pacientes y parecen constituir una de las alteraciones cognitivas más prevalentes. Principalmente se describen alteraciones en la capacidad de aprendizaje verbal, de memoria a largo plazo y de memoria de trabajo verbal que afectan al entre el 40y el 65% de los pacientes (Chiaravalloti y Deluca, 2008).
No existe un consenso acerca de si el origen de la alteración de la memoria a largo plazo depende de un fallo en el proceso de codificación o, por el contrario, se debe a un fallo en la recuperación de la información. Hasta hace poco tiempo, la hipótesis más aceptada era la que señalaba un déficit en la capacidad de recuperación de la información. Sin embargo, posteriormente también se ha observado un rendimiento inferior de los pacientes de EM en la codificación de la información, ya que los pacientes necesitan más ensayos de aprendizaje para obtener una ejecución similar al grupo de control. Existen estudios que han demostrado la presencia de alteraciones en la capacidad de aprendizaje visual y visuoespacial, aunque estas funciones han sido menos estudiadas.
Otro de los procesos afectados en esta población clínica es la denominada memoria de trabajo. La relación entre velocidad del procesamiento y la memoria de trabajo es muy estrecha, de manera que, cuando las demandas de las tareas de memoria de trabajo se incrementan, los déficits en ambos procesos se hacen más evidentes.
5) Funciones ejecutivas
Los pacientes con EM presentan dificultades en una amplia gama de tareas que evalúan diferentes aspectos dentro de las funciones ejecutivas. Así, se observan problemas en la capacidad de planificación, la fluidez verbal tanto fonética como semántica, el razonamiento, la solución de problemas, la toma de decisiones o la inhibición de respuestas.
No obstante, existen pocos estudios que examinen las distintas funciones ejecutivas de forma conjunta, ya que la mayoría de ellos miden una función ejecutiva de forma aislada. Por los diversos trabajos realizados hasta el momento, se puede concluir que los pacientes con EM, más que caracterizarse por tener déficits concretos en determinadas categorías ejecutivas, muestran un rendimiento anómalo más generalizado, caracterizado por una marcada variabilidad; no se ha encontrado un patrón típico de afectación ejecutiva en esta enfermedad.

4.4.Sintomatología depresiva

La depresión constituye una de las alteraciones emocionales más frecuentes en la EM; se describen índices de prevalencia vital en torno al 50%. Aunque es lógico pensar que la depresión en la EM puede responder al grado de incapacidad física y a las limitaciones que provoca la enfermedad, la sintomatología depresiva parece ser independiente del grado de incapacidad que provoca la EM.
Se han descrito diferentes variables neuropatológicas relacionadas con la sintomatología depresiva en los pacientes con EM. En este sentido, algunos autores la relacionan con la desconexión de vías cortico-subcorticales que influyen en el buen funcionamiento del sistema límbico. Por otro lado, hay autores que apuntan a la desconexión existente entre áreas frontales y parietales, así como al volumen total de atrofia cerebral como variables anatómicas relacionadas con la sintomatología depresiva, y a una mayor carga lesional en zonas temporales (Chiaravalloti y Deluca, 2008).
Respecto a la relación entre depresión y rendimiento cognitivo, se ha observado en diversos trabajos que los pacientes con depresión rinden peor en diversas tareas, como las de memoria de trabajo, velocidad de procesamiento, aprendizaje o funciones ejecutivas (Arnett y cols., 2008), lo que aumenta los déficits cognitivos asociados a la EM. Además se ha descrito que la reducción de la sintomatología depresiva se relaciona con una mejora de las funciones cognitivas (Demaree y cols., 2003). Parece que existe una relación bidireccional entre ambas variables, de forma que los pacientes que presentan sintomatología depresiva pueden tener un mayor riesgo de deterioro cognitivo o un agravamiento de los déficits cognitivos preexistentes, mientras que, por otra parte, el déficit cognitivo puede también agravar la sintomatología depresiva (The Goldman Consensus statement on depression in multiple sclerosis, 2005).
El perfil de alteración cognitiva de un paciente con EM se caracteriza por presentar alteraciones de la velocidad del procesamiento de la información, problemas atencionales, visuoespaciales, visuoperceptivos y alteraciones de la memoria y funciones ejecutivas. Además, un alto porcentaje de estos pacientes presentan sintomatología depresiva y fatiga.

5.Variables relacionadas con el deterioro cognitivo en la EM

5.1.Variables clínicas

Aunque el deterioro cognitivo en la EM puede aparecer en cualquier momento de la enfermedad (se describen déficits leves incluso en pacientes con síndrome clínico aislado), la gravedad del deterioro cognitivo parece estar directamente relacionado con los años de evolución de la enfermedad (Schwid y cols., 2007). En la misma línea, encontramos estudios que han señalado una mayor prevalencia y gravedad de las alteraciones cognitivas en pacientes con formas progresivas de la enfermedad (fundamentalmente en la forma secundaria progresiva –SP–) en comparación con pacientes diagnosticados de EM recurrente remitente –RR– (Gaudino y cols., 2001; De Sonneville y cols., 2002). A este respecto hay que añadir que los pacientes del subtipo SP por definición tienen más años de evolución de la enfermedad respecto a las formas RR, por lo que es lógico considerar que el grado de deterioro cognitivo en los pacientes SP esté directamente relacionado con los años de evolución.
Existen factores, tales como la «reserva cognitiva» o la «reserva cerebral», que se han mostrado protectores del deterioro cognitivo en pacientes con EM. Las personas diferimos en el número y la utilización de recursos cognitivos disponibles para enfrentarnos a una tarea. El nivel de dicha reserva depende de elementos tanto pasivos como activos. Entre los elementos pasivos destaca la llamada «reserva cerebral» (brain reserve; neural reserve), que básicamente es el equivalente al tamaño del parénquima cerebral, y puede estimarse con medidas como el volumen global intracraneal. Funcionalmente hace referencia al hecho de que aquellos cerebros de mayor tamaño, con un mayor número de neuronas, o mayor densidad de sinapsis, son capaces de soportar más daño cerebral antes de desarrollar y expresar una patología.
Por otra parte, el concepto de reserva también implica elementos activos descritos bajo el término de «reserva cognitiva» (cognitive reserve). La «reserva cognitiva» está fundamentalmente ligada a las diferencias inter-individuales en cuanto a capacidad intelectual, flexibilidad mental o variedad de estrategias para resolver una tarea, así como la eficacia cognitiva o el uso de un menor número de recursos para alcanzar un mismo nivel de ejecución (Stern, 2009).
Se ha demostrado como aquellos pacientes de EM con una alta reserva cognitiva (estimada mediante test de inteligencia verbal, lectura y años de escolaridad) mostraban un menor deterioro cognitivo respecto a aquellos pacientes con baja reserva cognitiva (Sumowski y cols., 2009a; Benedict y cols., 2010). También se ha descrito que la reserva cognitiva es capaz de atenuar el efecto negativo de la atrofia cerebral. Sumowski y sus colaboradores (Sumowksy y cols., 2009b) estudiaron a un grupo de pacientes con similar grado de atrofia, pero con distinto grado de reserva cognitiva. Observaron que los pacientes con menor reserva cognitiva tenían mayor deterioro cognitivo que los pacientes con mayor reserva cognitiva, aunque el grado de atrofia fuera similar entre ambos grupos. En la misma línea de trabajo, otro estudio ha observado como la reserva cognitiva atenúa los efectos del volumen lesional o la atrofia en el rendimiento cognitivo de los pacientes de EM (Pinter y cols., 2014) o que los pacientes con EM con mayor reserva cognitiva reclutan un menor número áreas frontales, a la vez que presentan una menor deactivación de la red neuronal por defecto (default mode network) durante la realización de una tarea cognitiva (Sumowski y cols., 2010). Estos resultados muestran, por tanto, que aquellos pacientes con mayor reserva cognitiva presentan también una mayor eficiencia cerebral, ya que requieren de menos recursos cognitivos durante la realización de una tarea.

5.2.Variables de neuroimagen

Una de las variables más estudiadas en la EM ha sido el volumen total lesional, normalmente en secuencias potenciadas en T2 y en T1. Diversos trabajos han correlacionado las lesiones visibles en T2 con el rendimiento en distintas pruebas cognitivas. Los distintos resultados apuntan a que un mayor volumen de las lesiones se relaciona con un peor rendimiento cognitivo y se sugiere que un daño generalizado en la sustancia blanca da lugar a una desconexión funcional de distintas áreas corticales de sustancia gris, lo cual originael deterioro cognitivo.
Otros trabajos han intentado relacionar la localización de las lesiones en sustancia blanca con déficits cognitivos específicos. Una mayor carga de lesiones en los lóbulos frontales (observadas en secuencias T2) se ha relacionado con un peor rendimiento en tareas ejecutivas, mientras que lesiones parieto-occipitales se han relacionado con un peor rendimiento en tareas visuales complejas o de aprendizaje verbal, y las lesiones situadas en las fibras U (fibras cortas de asociación intrahemisférica) se han relacionado con alteraciones en funciones ejecutivas y memoria (Filippi y Rocca, 2010).
Diversas variables relacionadas con el volumen global de atrofia, como la dilatación del tercer ventrículo o la pérdida de parénquima cerebral, así como la atrofia talámica, se han asociado también con un peor rendimiento cognitivo. Hay que destacar que el tálamo es una estructura que se encuentra interconectada mediante tractos de sustancia blanca con una gran cantidad de regiones corticales y subcorticales, por lo que se convierte en una zona anatómica muy sensible a los procesos de desmielinización característicos de la enfermedad. El tálamo parece ser un marcador relevante del proceso degenerativo de la EM; por tal razón, relaciona de forma consistente con el deterioro cognitivo en estos pacientes (Filippi y Rocca, 2010). En este sentido, un aumento de conectividad funcional entre el tálamo y las áreas corticales se ha relacionado con un peor rendimiento cognitivo en pacientes con EM (Rocca y cols., 2016), lo que puedes ser interpretado como una necesidad de reclutamiento de un mayor número de regiones cerebrales para realizar una tarea en estos pacientes.
Estudios de morfometría de vóxel muestran que aquellos pacientes con mayor grado de atrofia presentan un mayor deterioro cognitivo. También se ha descrito que este mayor grado de atrofia y mayor deterioro cognitivo es más evidente en las formas secundarias progresivas de la enfermedad (subtipo SP), en comparación con las formas RR o PP (Riccitelli y cols., 2011). Otros autores han relacionado la pérdida de volumen y las alteraciones de la conectividad funcional en el hipocampo con un peor rendimiento en pruebas de aprendizaje y de memoria a largo plazo (Longoni y cols., 2015; Rocca y cols., 2016).
Utilizando técnicas de neuroimagen funcional se ha podido observar, de forma general, que los pacientes presentan una mayor activación de áreas cerebrales durante la realización de tareas cognitivas. Asimismo, existen trabajos que han descrito una mayor conectividad entre áreas cerebrales en pacientes de EM respecto a controles. Esta mayor activación de áreas cognitivas, así como una mayor conectividad entre áreas, se ha interpretado como una «actividad compensatoria» o «reorganización funcional» necesaria para realizar las tareas de forma eficiente (Cruz-Gómez y cols., 2011). Por el contrario, algunos trabajos han relacionado una mayor conectividad funcional con un mayor deterioro cognitivo, lo que hace que los resultados de conectividad funcional sean difíciles de interpretar.
En los casos en los que una mayor conectividad se ha asociado a un deterioro cognitivo más marcado, se ha utilizado el término de «reorganización funcional maladaptativa». En este sentido, algunos autores describen que podría existir una capacidad limitada de reorganización funcional, que estaría relacionada con el grado de atrofia cerebral existente. De esta forma, cuando el nivel de atrofia es leve o moderado se puede observar en los pacientes de EM una reorganización funcional eficiente, capaz de suplir las posibles alteraciones; sin embargo, a medida que la enfermedad avanza y la acumulación de daño cerebral sobrepasa un umbral crítico, los niveles de eficiencia cerebral decaen (Shoonheim y cols., 2015).
La atrofia cerebral se relaciona de forma consistente con el deterioro cognitivo en la EM.
Se ha descrito una mayor actividad cerebral en determinadas áreas y mayor conectividad general en pacientes que presentaban una atrofia cerebral leve y una buena ejecución en tareas cognitivas, por lo que estos fenómenos se han interpretado como una «reorganización cerebral» eficiente. Cuando los niveles de atrofia sobrepasan un umbral crítico, la eficiencia cerebral decae pudiéndose observar en algunos pacientes una reorganización cerebral maladaptativa o ineficiente.

6.Valoración neuropsicológica en la EM

Una valoración neuropsicológica formal resulta esencial para identificar el tipo y el grado de las alteraciones cognitivas que el paciente presenta, los posibles factores asociados a estas (depresión, fatiga, etc.), así como las implicaciones que los déficits provocan en las actividades de la vida diaria, con el objetivo final de planificar programas de intervención terapéutica que ayuden a paliar los posibles déficits. Para una correcta interpretación de los resultados neuropsicológicos, es necesaria la realización de una exhaustiva historia clínica, y resulta fundamental no valorar al paciente durante un periodo de brote o recaída, ya que podríamos evidenciar problemas cognitivos asociados al periodo inflamatorio que luego tienden a desaparecer.
Se han propuesto distintas baterías específicas y sensibles para valorar el deterioro cognitivo en pacientes de EM. Una de las más utilizadas en el ámbito clínico es la Brief Repeatable Battery of Neuropsychological Test (BRB-N), desarrollada por Rao, y el Cognitive Function Study Group (1990). Esta batería es una versión reducida de otra mucho más amplia que constaba de veintitrés test neuropsicológicos elegidos siguiendo las propuestas de la Neuropsychological Research in Multiple Sclerosis. De estos, se seleccionaron aquellos cinco que mostraron una mayor sensibilidad y especificidad en la detección del deterioro cognitivo en la EM, y que se describen en la tabla 3. Esta batería cuenta además con unos elevados índices de sensibilidad (71%) y especificidad (94%). Además, existe la versión traducida y con datos normativos para la población de habla castellana, con dos versiones distintas para poder realizar valoraciones longitudinales (Sepulcre y cols., 2006).
Tabla 3. Test incluidos en la Brief Repeteable Battery of Neuropsychological Test (BRBN)

Test

Funciones cognitivas evaluadas

Selective Reminding Test (SRT)

Aprendizaje y memoria a largo plazo verbal

Spatial Recall Test (SPART)

Aprendizaje y memoria a largo plazo visuoespacial

Symbol Digit Modalities Test (SDMT)

Velocidad del procesamiento de la información y atención selectiva

Controlled word association test (COWAT)

Funciones ejecutivas y fluidez verbal

Paced Auditory Serial Addition Test (PASAT) 3 y 2 segundos

Memoria de trabajo y velocidad del procesamiento

Otra batería propuesta por expertos en el ámbito clínico de la EM es la Minimal Assessment of Cognitive Function in Multiple Sclerosis (MACFIMS) (Benedict y cols., 2002). Los test que forman parte de la MACFIMS se describen en la tabla 4. Ambas baterías (BRB-N y MACFIMS) presentan cierto solapamiento en algunas de las pruebas utilizadas; la principal diferencia es que la batería MACFIMS permite una valoración más exhaustiva de las funciones ejecutivas y de diversos sistemas de procesamiento visuoespacial respecto a la BRB-N.
Tabla 4. Test incluidos en la Minimal Assesment of Cognitive Function in Multiple Sclerosis (MACFIMS)

Test

Funciones cognitivas evaluadas

California Verbal Learning Test II (CVLT-II)

Aprendizaje y memoria a largo plazo verbal

Brief Visuospatial Memory Test (BVMT-R)

Aprendizaje y memoria a largo plazo visuoespacial

Delis-Kaplan Executive Function System (D-KEFS) Sorting Test

Funciones ejecutivas/razonamiento abstracto

Judgment of Line Orientation Test (JOL)

Habilidades visuoespaciales

Paced Auditory Serial Addition Test (PASAT) 3 y 2 segundos

Memoria de trabajo y velocidad del procesamiento

Symbol Digit Modalities Test (SDMT)

Velocidad del procesamiento de la información y atención selectiva

Controlled Oral Word Association Test (COWAT)

Funciones ejecutivas y fluidez verbal

Como hemos visto anteriormente, la depresión y la fatiga pueden interferir en la ejecución de algunas pruebas cognitivas, por lo que es importante obtener una medida de estas dos variables, así como del cociente intelectual general para poder interpretar correctamente los resultados.
En cuanto a la valoración de la depresión, se puede utilizar la versión española del Inventario de Depresión de Beck (del inglés Beck Depression Inventory -BDI-) (Sanz y Vázquez, 1998). Para la utilización del BDI en la EM se recomienda un punto de corte de trece puntos (Schiffer y cols., 2005), debido a que en el cuestionario se incluyen ítems que valoran síntomas vegetativos (como los dolores o el insomnio) que son característicos de la depresión, pero también de la enfermedad, por lo que una puntuación positiva en estos ítems puede dar lugar al sobrediagnóstico de sintomatología depresiva en estos pacientes.
En cuanto a la fatiga, se puede valorar utilizando la Escala de Severidad de Fatiga de Krupp (del inglés Fatigue Severity ScaleFSS–(Krupp y cols., 1989), validada en habla castellana por Bulbena y cols., (2000). Otra de las escalas de fatiga comúnmente utilizada es la Escala Descriptiva de Fatiga (Iriarte y cols, 2000). Finalmente, si se desea, la valoración neuropsicológica puede incluir de forma complementaria una entrevista que valore la calidad de vida, incluido el Cuestionario de Calidad de Vida Específico para Pacientes de EM (del inglés Multiple Sclerosis Quality of Life-54MSQOL-54–), adaptado a población española (Aymerich y cols., 2006).
La batería BRB-N es una de las más utilizadas en el ámbito clínico de la EM, y se encuentra traducida y baremada a población de habla castellana.
En la exploración neuropsicológica de la EM debe incluirse la valoración de la depresión y la fatiga, así como un cuestionario de calidad de vida.
No se debe valorar nunca a un paciente durante un periodo de brote o recaída, ya que se pueden observar déficits cognitivos asociados al periodo inflamatorio.

7.Rehabilitación neuropsicológica en la EM

Durante los últimos años se han publicado diversos trabajos encaminados a estudiar la eficacia de distintos programas de intervención cognitiva en pacientes con EM. La de los estudios publicados han centrado su atención en observar la reducción de los déficits cognitivos en grupos de pacientes después de la aplicación de un programa de intervención neuropsicológica. Por otro lado, trabajos más recientes se han dirigido a demostrar la existencia de procesos neuroplásticos inducidos por los programas de rehabilitación utilizando avanzadas técnicas de neuroimagen.
Los estudios centrados en la eficacia de la rehabilitación neuropsicológica se centraron, principalmente, en trabajar distintas capacidades de memoria. Una reciente revisión sistemática sobre la eficacia de los programas de intervención cognitiva en las funciones de memoria en pacientes con EM realizada por Das Nair y sus colaboradores (Das Nair y cols., 2016) concluye que, aunque algunos trabajos muestran resultados positivos (describiendo un mejor funcionamiento de la memoria en pacientes con EM tras la intervención), los efectos son muy inespecíficos y poco concluyentes.
En cuanto a la eficacia de otros programas de intervención centrados en la rehabilitación de otras funciones cognitivas como la atención, la velocidad del procesamiento o las funciones ejecutivas, los resultados son contradictorios y también poco concluyentes. Mientras que algunos autores describen una mejora en las funciones ejecutivas, la atención y la velocidad del procesamiento, otros trabajos no observan ninguna mejoría (Mitolo y cols., 2015). A estos resultados hay que añadir las diferencias metodológicas existentes en los distintos estudios que afectan a la muestra de pacientes seleccionados, los métodos de rehabilitación utilizados, la frecuencia de las sesiones de rehabilitación, etc. Estas diferencias metodológicas hacen que la comparación de los estudios entre sí sea muy complicada y no sea posible alcanzar conclusiones específicas sobre la eficacia de los distintos programas de rehabilitación estudiados hasta el momento.
Los trabajos encaminados a observar los procesos de neuroplasticidad han descrito una mayor activación cerebral durante tareas de memoria episódica, funciones ejecutivas, atención e incluso velocidad del procesamiento en pacientes con EM tras la implementación de un programa de rehabilitación cognitiva (Chiaravalloti y cols., 2015; Mitolo y cols., 2015). Por otra parte, también se han descrito cambios en conectividad funcional en estado de reposo en pacientes con EM tras la ejecución de un programa de rehabilitación (Chiaravalloti y cols., 2015; Mitolo y cols., 2015).
Existen trabajos que han documentado el mantenimiento de la neuroplasticidad cerebral a largo plazo (seis meses), tanto durante la realización de una tarea de memoria como en cambios en conectividad funcional durante estado de reposo (Chiaravalloti y cols., 2015; Mitolo y cols., 2015). A la vista de los resultados descritos, la RM funcional parece constituir una herramienta muy útil a la hora de valorar de forma objetiva la eficacia de los distintos programas de rehabilitación y su relación con el funcionamiento cerebral.
Diversos estudios han observado cambios neuroplásticos en el cerebro de pacientes tras la realización de intervenciones neuropsicológicas.
En cualquier caso, son necesarios más estudios para poder establecer qué factores delimitan la aparición y duración de la capacidad neuroplástica observadas en los trabajos desarrollados hasta el momento, y si esta es universal (aunque restringida a ciertos estadios de evolución de la enfermedad, tal y como se ha descrito anteriormente) o si, por el contrario, se produce solo en un grupo reducido de pacientes con ciertas características clínicas (jóvenes, con escasa atrofia cerebral, con buena reserva cognitiva y cerebral, etc.). Actualmente se sabe que no todas las formas de esclerosis responden igual a los tratamientos dirigidos a paliar el desarrollo de la enfermedad, por lo que es lógico pensar que los pacientes no mostrarán en igual medida diferentes capacidades de neuroplasticidad ni responderán por igual a las distintas estrategias de tratamiento rehabilitador.

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