La sociedad de la información. Una introducción

  • Albert Batlle Rubio

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Introducción

En las páginas siguientes se perfilan los elementos esenciales sobre los cuales se construyen los contenidos de la asignatura. En este sentido, se define qué se entiende por sociedad de la información, se presentan unas cuantas métricas empíricas que permiten afirmar su existencia y transformación y, en último término, se pone el énfasis en una de las consecuencias no deseadas derivadas de la aparición de la sociedad de la información: la brecha digital. Una vez descritos estos elementos básicos, el módulo ofrece un estado de la cuestión que permite resumir las perspectivas que la literatura ha desarrollado sobre nuestro objeto de estudio construyendo una clasificación que opera sobre la clásica distinción entre las aportaciones normativas (el ciberoptimismo, el ciberpesimismo, etc.) y las empíricas o positivas (realismo, etc.).

1.Sociedad de la información

Para analizar las transformaciones políticas en la sociedad de la información es importante, antes de nada, saber a qué nos referimos cuando hablamos de sociedad de la información y cómo podemos entender y definir este concepto. De hecho, el término sociedad de la información resulta bastante familiar a todo el mundo, quien más quien menos ha oído hablar en algún momento de él, en relación con el peso creciente que la información y las nuevas tecnologías tienen en la sociedad actual. Ahora bien, ¿qué quiere decir exactamente?
El concepto de sociedad de la información está ligado a una serie de cambios y transformaciones técnicas, sociales y económicas que implican la transición hacia una nueva sociedad. Existen otros términos para referirse a este nuevo orden social, y así se habla de sociedad del conocimiento, sociedad posindustrial, sociedad red, etc. Todos estos términos tienen algo en común: intentan describir una nueva forma de organización social en contraste con un modelo anterior.
Daniel Bell (1973), uno de los primeros teóricos que abordaron esta cuestión, por ejemplo, habla de una sociedad posindustrial, en la que el prefijo pos viene a significar que la industria deja de ser el motor primordial de la economía y la información pasa a convertirse en la base principal del sistema productivo. Manuel Castells hace referencia a un cambio basado en la sustitución del industrialismo por lo que denomina el informacionalismo. El industrialismo era el paradigma que caracterizó a la Revolución Industrial, que permitió multiplicar la capacidad humana de transformar el medio natural y modificar radicalmente las condiciones de vida. A su vez, el informacionalismo marcaría el paso hacia un nuevo paradigma tecnológico en el que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación actuarían de motor del cambio económico y social. De acuerdo con Castells, la tecnología de la información vendría a ser el equivalente actual de la electricidad en la era industrial.

“[...] Todas las sociedades son, en esencia, sociedades de la información. Lo que es específico de nuestro periodo histórico es el nuevo paradigma tecnológico surgido con la Revolución de las Tecnologías de la Información y basado en una agrupación de tecnologías de la información. Lo que es nuevo es la tecnología para el procesamiento de la información y el impacto que tiene esta en la generación y aplicación del conocimiento”.

M. Castells (2003). “La interacció entre les tecnologies de la informació i la comunicació i la societat en xarxa: un procés de canvi històric”. Coneixement i Societat (núm. 1, págs. 8-21).

Los cambios ligados a este nuevo orden social son múltiples, pero los podríamos resumir en cinco ámbitos clave (podéis ver Webster, 2002, para un análisis más detallado):
1) Tecnológico. Uno de los cambios más evidentes de las últimas décadas ha sido la revolución en el campo de la tecnología, sobre todo las telecomunicaciones y las tecnologías de la información y la comunicación. El desarrollo de estas tecnologías (comunicaciones por vía satélite, informática, telefonía móvil, internet, etc.) se ha identificado a menudo como el factor de cambio que marca el rumbo hacia una sociedad de la información.
2) Ocupacional. Se ha identificado también el nuevo orden social con un cambio en la estructura del trabajo, que implica un incremento del empleo en el sector de servicios en detrimento de la industria. El trabajador de cuello azul (empleados de fábrica) pierde protagonismo en favor del trabajador de cuello blanco (profesionales y administrativos). Además, los puestos de trabajo relacionados con la generación de información y conocimiento ganan cada vez más peso estratégico. En el conjunto de las economías más avanzadas, de acuerdo con datos de la Organización Internacional del Trabajo de 2010, más del 70% de la ocupación recae en el sector de servicios.
3) Económico. En este caso, otro indicador de cambio es el peso creciente que las actividades relacionadas con la información tienen en el conjunto de la economía, en contraposición a la agricultura o a la industria manufacturera. Una manera de verlo es midiendo el peso que tiene el conjunto del sector relacionado con el conocimiento y la información sobre el PIB.
4) Organizativo (o relacional). Aquí la novedad radica en la idea de red y en el modo como circulan los flujos de información entre diferentes actores. En este sentido, el sociólogo Manuel Castells ha popularizado el concepto de sociedad red, que da una idea sobre cómo se producen las comunicaciones y cómo las nuevas tecnologías afectan a las estructuras organizativas:

“[...] estas tecnologías permiten la coordinación de tareas y la gestión de la complejidad. De todo ello se deriva una combinación sin precedentes de flexibilidad y eficacia en la realización de tareas, de toma de decisiones coordinada y ejecución descentralizada, de expresión individualizada y comunicación global y horizontal. Lo que permite el desarrollo de una forma organizativa superior de la actividad humana”.

M. Castells (2001). La Galaxia Internet (pág. 16). Barcelona: Plaza y Janés.

5) Cultural. Las nuevas tecnologías de la información no solamente han cambiado nuestras pautas de consumo, sino también la manera como nos comunicamos o relacionamos los unos con los otros. Esto también ha supuesto la aparición de nuevos estilos de vida y de nuevas pautas de conducta social, con un entorno caracterizado por un flujo continuo e incluso frenético de mensajes y de información, que circula por los medios de comunicación de masas y las nuevas tecnologías como internet (por ejemplo, por las redes sociales).
Ahora bien, a pesar de que estos cambios son muy evidentes, ¿hasta qué punto podemos afirmar que vivimos en una sociedad nueva o en un nuevo orden social? ¿Qué propicia el salto de un tipo de sociedad a otro? Si bien es cierto que las nuevas tecnologías han provocado toda una serie de cambios profundos en el orden socioeconómico, también es cierto que son muchas las continuidades con momentos anteriores, como por ejemplo el peso relevante que mantiene la industria en el conjunto de la economía mundial o el sistema económico basado en los principios del capitalismo y el libre mercado. Algunos autores (por ejemplo, Webster, 2002) consideran que a pesar del aumento de la presencia y relevancia económica de las nuevas tecnologías no ha habido un cambio social suficientemente sustantivo para poder hablar de una nueva sociedad que rompa con los patrones anteriores. ¿Podemos afirmar, por lo tanto, que nos encontramos ante un tipo de sociedad significativamente diferente? Esta pregunta ha despertado un amplio debate en el mundo académico y no parece que haya consenso a la hora de responder al respecto; de hecho, la pluralidad de términos diferentes para referirse a los cambios que estamos viviendo es una buena muestra de la complejidad de la cuestión y de la diversidad de reacciones que genera.

1.1.Medidas de la sociedad de la información

Uno de los retos para abordar el concepto de sociedad de la información consiste en encontrar métricas fiables que permitan evaluar y medir cuál es la evolución de las transformaciones que se identifican con la sociedad de la información y qué impacto tienen en el conjunto de la sociedad.
Por este motivo, una tarea primordial consiste en encontrar indicadores que permitan cuantificar el fenómeno que se quiere medir y que aporten información relevante. Hay múltiples medidas e indicadores sobre la sociedad de la información, y en los últimos años se han concentrado muchos esfuerzos en crear estándares internacionales para unificar las métricas. En este sentido, cabe destacar las iniciativas emprendidas desde Naciones Unidas, la OCDE o la Unión Europea, por mencionar solo algunos ejemplos significativos; de hecho, son muchos y muy variados los organismos, observatorios y agencias que trabajan para analizar y medir el fenómeno de la sociedad de la información y el impacto que tienen las nuevas tecnologías en diferentes ámbitos, como la economía, el desarrollo, la sociedad o la política.
Naciones Unidas
La Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) es el organismo especializado de Naciones Unidas para las tecnologías de la información y la comunicación. La UIT ha confeccionado toda una serie de indicadores para comparar el peso de la sociedad de la información en diferentes países, en áreas que incluyen tanto las infraestructuras de las TIC, como el uso y el acceso de las TIC por parte de hogares, empresas e instituciones, o indicadores vinculados con sectores como por ejemplo la educación. Dentro del entramado de Naciones Unidas, también hay que destacar el papel activo a la hora de fijar medidas para la sociedad de la información que ha tenido la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) y la Alianza para la medición de las TIC para el desarrollo.
OCDE
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha desarrollado también toda una serie de estadísticas e indicadores sobre la sociedad de la información que permiten comparar datos entre diferentes países. Además, ha elaborado varias guías metodológicas para fijar unos estándares básicos a la hora de tomar medidas. En este sentido, cabe mencionar la Guía para medir la sociedad de la información, que ha servido de base para sistematizar los diferentes conceptos y medidas relacionadas con la sociedad de la información.
Unión Europea
Eurostat realiza un seguimiento sobre el impulso de la sociedad de la información en los diferentes países miembros de la UE. De acuerdo con Eurostat, las estadísticas sobre la sociedad de la información tienen por objetivo medir y evaluar la consecución de un espacio europeo único de información, las inversiones y la innovación en materia de TIC y la realización de una sociedad europea inclusiva de la información. Estos objetivos tienen como referencia básica la denominada Estrategia de Lisboa (2000), con la que la UE se fijaba como reto estratégico apostar por la innovación y convertirse en la economía del conocimiento más dinámica y competitiva del mundo. En un ámbito más local, hay que destacar la tarea que desarrollan el Instituto Nacional de Estadística (INE) en el caso español y el Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat) en el caso catalán.
Otras fuentes
Para medir el e-readiness (es decir, el nivel de preparación de un determinado país para adaptarse a la sociedad de la información), hay que destacar los indicadores elaborados por agencias como la Economist Intelligence Unit (e-readiness rankings o digital economy rankings) o el Foro Económico Mundial (network readiness index). Estos indicadores tienen en cuenta toda una serie de factores para medir el grado de desarrollo y preparación de una sociedad para la vida digital, indicadores que van más allá de los estrictamente tecnológicos y que incluyen aspectos relacionados con cuestiones económicas, sociales y legales.
En los últimos años ha crecido muchísimo la demanda de información estadística relacionada con la sociedad de la información y el desarrollo y el impacto social y económico de las TIC. La Guía para medir la sociedad de la información de la OCDE ofrece un marco conceptual que ayuda a entender los diferentes componentes de la sociedad de la información y la manera de medirlos. En concreto, se destacan cinco ámbitos clave que se relacionan entre sí:
1) La oferta TIC, que incluye a las empresas que desarrollan, producen y comercializan los bienes y servicios TIC (lo que se conoce como sector TIC) y el peso y el impacto que tienen en el conjunto de la economía. Algunos indicadores relacionados con este ámbito serían, por ejemplo, el porcentaje de empresas que se dedican al sector de las TIC, su volumen de facturación o el volumen de puestos de trabajo que generan.
2) La demanda TIC, es decir, los usuarios (tanto públicos como privados) que hacen uso de las TIC. Aquí se incluirían indicadores como, por ejemplo, el número de empresas y hogares con acceso a internet, las finalidades con las que se utiliza internet, la frecuencia de uso, etc.
3) Las infraestructuras TIC, que engloban las inversiones y los servicios que sostienen la sociedad de la información y que posibilitan la difusión y el acceso de las TIC. Dentro de este ámbito se incluiría la información en lo referente a los servicios de acceso a las TIC, su calidad, el nivel de inversión en estos servicios o sus tarifas.
4) Los productos TIC, es decir, los productos y servicios que entran dentro de la categoría del sector TIC (ordenadores, componentes electrónicos, etc.), cuya información resulta imprescindible para medir estadísticamente aspectos relevantes como por ejemplo el volumen o el valor de la producción de bienes y servicios TIC, el nivel de gasto en productos TIC por parte de empresas o administraciones públicas, el nivel de exportaciones y/o importaciones de productos y servicios TIC de una determinada economía, etc.
5) La etiqueta de contenidos digitales hace referencia de manera concreta a los productos y a los sectores relacionados específicamente con la elaboración, comunicación y difusión de contenidos (publicaciones, películas, televisión, música, videojuegos, etc.).
La figura siguiente permite visualizar de una manera gráfica cómo se estructuran estos diferentes ámbitos de medida de la sociedad de la información. Hay que tener en cuenta que todos estos elementos (oferta, demanda, infraestructuras, etc.), tal como se representa en el recuadro inferior del esquema, se ven afectados a la vez por las variaciones que se puedan producir en su entorno (por ejemplo, en términos de políticas públicas, regulación jurídica, condiciones sociales, etc.).
Figura 1. Ámbitos clave de la sociedad de la información y cómo se relacionan entre sí. Fuente:
Adaptado de Guide to Measuring the Information Society, OCDE, 2011.
Figura 1. Ámbitos clave de la sociedad de la información y cómo se relacionan entre sí.
Fuente: Adaptado de Guide to Measuring the Information Society, OCDE, 2011.
Si observamos algunos datos, podemos ver cómo de hecho en los últimos años ha habido una fuerte eclosión de las TIC. Si lo miramos, por ejemplo, desde el punto de vista del número de usuarios de internet, es decir, las personas que tienen acceso a la red, el incremento ha sido espectacular: en solo una década se ha pasado de casi 400 millones de usuarios del año 2000 a superar los 2.000 millones en 2010. Si tenemos en cuenta los datos en términos relativos, el número de usuarios por cada 100 habitantes ha pasado de casi 7 a 30 entre los años 2000 y 2010. La figura 2 permite observar el patrón de crecimiento que ha seguido el número de usuarios de internet a lo largo de la última década.
Figura 2. Número de usuarios de internet en el mundo (2000-2010). Fuente: Adaptado de The World Bank.
Figura 2. Número de usuarios de internet en el mundo (2000-2010).
Fuente: Adaptado de The World Bank.

1.2.La brecha digital

La expansión de las nuevas tecnologías y de la sociedad de la información llega acompañada de nuevas desigualdades o de la agravación de las desigualdades que ya existen. Una de las palabras que más se ha usado para recoger esta idea es la de brecha digital.
El término brecha digital (1) se refiere a las disparidades que existen en el uso y el acceso de las nuevas tecnologías entre individuos, colectivos o áreas geográficas diferentes, y marca la frontera entre los que están dentro y los que permanecen fuera del nuevo entorno tecnológico y de las nuevas oportunidades que representa la sociedad de la información.
(1) Digital divide, en inglés.
La OCDE define la brecha digital de la manera siguiente:

“Las diferencias entre individuos, hogares, áreas económicas o geográficas con diferentes niveles socioeconómicos con relación tanto a las oportunidades de acceso a las tecnologías de la información y la comunicación como al uso de internet para una amplia variedad de actividades”.

OCDE (2001). Understanding the digital divide. París: OCDE.

En efecto, el desarrollo de las nuevas tecnologías genera nuevos beneficios y oportunidades, pero estas ventajas se distribuyen de manera desigual en función de quién tiene acceso y es capaz de aprovechar de manera efectiva las oportunidades del nuevo entorno. Pippa Norris (2001) distingue tres dimensiones ligadas con el fenómeno de la brecha digital, según el ámbito al que afecta:
1) La brecha global. En este caso la brecha hace referencia a las desigualdades entre países desarrollados y países en vías de desarrollo. El hecho de que las tecnologías de la información tengan un alcance y una difusión más amplia en los países desarrollados puede acentuar todavía más la distancia entre las economías más avanzadas y las más pobres.
2) La brecha social. En este caso la brecha hace referencia a las desigualdades entre diferentes grupos sociales o colectivos dentro de un mismo país.
3) La brecha democrática. Norris también se pregunta sobre cuál puede ser el impacto de las nuevas tecnologías en la esfera pública y cómo la sociedad de la información afectará a la distribución de la capacidad de influencia política. En este caso, pues, lo que denomina la brecha democrática hace referencia a las diferencias que se pueden producir entre los que sepan aprovechar los recursos que proporciona el nuevo entorno para la movilización y la participación política (y, por lo tanto, en la capacidad de influir sobre los resultados políticos) y los que no.
El concepto de brecha digital pone encima de la mesa el problema de los desequilibrios y las desigualdades en la nueva sociedad de la información. Esto plantea algunos interrogantes que han sido objeto de un amplio debate entre los analistas: ¿hasta qué punto la brecha digital marca una brecha insalvable entre los ganadores y los perdedores en el nuevo esquema de oportunidades de la sociedad de la información? ¿Se trata de un fenómeno con vocación de permanencia o de un fenómeno temporal que se diluirá a medida que se universalice el acceso a las tecnologías de la información y de la comunicación? A modo de ejemplo, la figura 3 nos aporta información sobre esta cuestión. La figura nos permite ver las diferencias que existen entre los individuos que hacen un uso regular de internet para el conjunto de los veintisiete países de la Unión Europea con relación a la edad y al nivel de estudios. Como se puede comprobar, las diferencias han disminuido entre los años 2005 y 2011, pero todavía continúan siendo bastante notables: la población de más edad y con un nivel educativo más bajo se encuentra sobrerrepresentada entre los usuarios regulares de internet.
Figura 3. Individuos que han usado internet al menos una vez a la semana, por grupo de edad y nivel de educación formal (en
porcentaje). EU27, 2005 y 2011. Fuente: Elaboración propia a partir de datos de Eurostat.
Figura 3. Individuos que han usado internet al menos una vez a la semana, por grupo de edad y nivel de educación formal (en porcentaje). EU27, 2005 y 2011.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de Eurostat.
Más adelante veremos las implicaciones de la brecha digital con más detalle. Lo haremos sobre todo poniendo en el punto de mira el impacto de las TIC sobre la dimensión política y democrática y, por lo tanto, centraremos más bien la atención en lo que se ha descrito como brecha democrática.
Si hasta ahora hemos introducido algunos aspectos relacionados con la sociedad de la información, en los próximos apartados estudiaremos cómo se interrelacionan las TIC con la política y, por lo tanto, daremos el salto de la sociedad de la información a las transformaciones políticas en la sociedad de la información.

2.Política y nuevas tecnologías: perspectivas teóricas sobre el impacto de las TIC en la política

2.1.La literatura en su conjunto

A pesar de que, en términos estrictamente históricos, el fenómeno de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) es muy reciente (podemos considerar que el punto de inflexión en su desarrollo y uso se produce a mediados de la década de los noventa), en el campo de las ciencias sociales se ha desarrollado una literatura especializada que, una vez superada una primera fase normativa o especulativa, ha empezado a analizar empíricamente algunos de los aspectos más significativos de la relación entre las TIC y el ámbito político (como, por ejemplo, los parámetros y las estrategias que determinan su uso, el perfil político y sociodemográfico de los usuarios, o las consecuencias sociales o políticas que pueden tener a largo plazo).
Retomando la literatura clásica sobre los efectos de los medios de comunicación en las actitudes y los comportamientos políticos, y de manera paralela a la literatura que centra su objeto de estudio en los efectos de las nuevas tecnologías sobre las estructuras, instituciones y prácticas económicas, este corpus empieza el recorrido en el mismo momento en el que las TIC se popularizan. Es entonces cuando aparecen las grandes preguntas teóricas que darán contenido a las investigaciones: ¿las TIC tienen el potencial para reforzar las prácticas democráticas y para renovar las instituciones democráticas actuales?; ¿los nuevos medios digitales permiten una participación mayor de los ciudadanos en la esfera pública?; ¿la influencia de las TIC en el espacio político y gubernamental será suficiente para modificar el sistema actual de toma de decisiones políticas?; ¿estamos a las puertas de una verdadera democracia electrónica o, por el contrario, las TIC facilitarán un control gubernamental y burocrático mayor sobre la información política?; ¿conoceremos en el futuro más próximo una dinámica política articulada por medio de formas de democracia directa o sufriremos unas formas políticas con tintes orwellianos?
Con la intención de responder a estas y otras hipótesis parecidas, desde hace dos décadas se han desarrollado una serie de estudios que, desde una perspectiva normativa o desde una perspectiva positiva, han analizado el papel que tienen las TIC en los procesos políticos (especialmente en contextos democráticos). Así, desde los años ochenta, es posible encontrar análisis sobre los efectos de las TIC en las actividades que llevan a cabo los actores considerados clave de estos procesos políticos: los individuos, los grupos de interés, los partidos políticos, los parlamentos y los gobiernos.
Este conjunto de literatura se desarrolla en un contexto general en el que sobresalen fuertemente dos fenómenos:
1) En primer lugar, a partir de la década de los noventa se produce la expansión (y la popularización) del uso de las TIC. La tabla 1 muestra la evolución del porcentaje de individuos que no ha usado nunca internet en diferentes países europeos desde 2005 hasta 2011. La tabla muestra como en los últimos años el uso de internet se ha difundido cada vez más, a pesar de que todavía existen grandes diferencias entre países.
Tabla 1. Porcentaje de individuos (entre 16-74 años) que no ha hecho nunca uso de internet
2005
2006
2007
2008
2009
2010
2011

EU (27 países)

43

42

37

33

30

27

24

Bélgica

39

34

29

26

20

18

14

Bulgaria

:

71

65

57

53

51

46

República Checa

63

49

46

33

33

28

24

Dinamarca

14

10

12

12

11

9

7

Alemania

29

26

23

20

19

17

16

Estonia

36

34

32

26

26

22

20

Irlanda

55

42

35

32

30

27

21

Grecia

73

65

62

56

53

52

45

España

50

47

43

38

36

32

29

Francia

:

46

34

26

25

20

18

Italia

62

59

54

50

45

41

39

Chipre

64

62

56

54

48

45

41

Letonia

51

45

39

34

31

29

27

Lituania

61

54

49

43

38

35

33

Luxemburgo

29

27

20

16

11

8

8

Hungría

60

52

46

37

36

32

28

Malta

57

58

51

49

40

36

30

Países Bajos

18

16

13

11

10

8

7

Austria

40

34

28

25

25

23

18

Polonia

58

52

48

44

39

35

33

Portugal

63

60

56

54

50

46

41

Rumanía

:

74

69

64

62

57

54

Eslovenia

48

43

39

40

33

28

29

Eslovaquia

42

41

35

25

22

17

20

Finlandia

23

18

17

13

15

11

9

Suecia

12

10

15

9

7

7

5

Reino Unido

28

29

22

19

15

13

11

Islandia

11

9

8

8

6

5

4

Noruega

15

17

11

8

6

5

5

Fuente: Adaptado de Eurostat.

2) En segundo lugar, la literatura sobre los posibles efectos de las TIC en el ámbito político aparece en un contexto en el que, desde mediados de los años sesenta, se acusa con cierta facilidad la existencia de una crisis de las democracias representativas debida principalmente al retroceso continuo de la participación política de los ciudadanos. Diferentes estudios empíricos de carácter comparado muestran como la participación política por medio de los canales tradicionales de influencia política (como los partidos, los procesos electorales o las asociaciones estructuradas formalmente) están en decadencia desde ya hace algunos años.
Tabla 2. Confianza en las instituciones (media de la Unión Europea-15 para el año 2004 y Unión Europea-27 para el año 2010)
% de personas que confían en:
% de personas que no confían en:
2004
2010
2004
2010

Sistema judicial

48

47

44

48

Policía

65

64

29

32

Ejército

63

70

26

21

Instituciones religiosas

41

40

46

50

Sindicatos

36

38

50

49

Partidos políticos

16

15

76

80

ONG

61

-

28

-

Grandes empresas

26

30

61

59

Gobierno

30

28

61

67

Parlamento

35

31

54

62

Unión Europea

41

43

42

45

Conclusiones
Como se puede comprobar, los valores más bajos de confianza ciudadana están asociados claramente con las instituciones políticas tradicionales (parlamentos, gobiernos, sindicatos y, muy especialmente, partidos políticos), mientras que los valores más altos los obtienen las instituciones diseñadas precisamente para el enforcement (policía y ejército), y también las instituciones que permiten nuevas formas de participación política alejadas de los canales representativos más comunes en las democracias occidentales.
Aunque el nivel de desafección política –entendida como el sentimiento subjetivo de ineficacia, de cinismo y de falta de confianza en el proceso político y las instituciones democráticas– parece fuertemente asociado a determinadas variables sociodemográficas, institucionales y coyunturales (Pharr y Putnam, 2000), el argumento principal que desarrolla el concepto de crisis de las democracias representativas vincula directamente el grado de participación política (entendido como todas las actividades de carácter voluntario que quieren influir en las políticas públicas o en la selección de representantes políticos) con la desafección política y, a su vez, relaciona el grado de desafección política con la legitimidad de los sistemas políticos y su gobernabilidad. Así, cuando los estudios empíricos constatan la desafección política que existe, encuentran una de sus causas principales en la baja participación, al mismo tiempo que establecen la ingobernabilidad política de las sociedades democráticas como una de sus consecuencias principales.
Aun así, aunque los ciudadanos parece que se muestran críticos con las instituciones políticas tradicionales (Norris, 2000), este hecho no es una muestra de un posible cinismo político, sino que se puede interpretar precisamente como una demostración de un compromiso cívico que se manifiesta por medio de nuevos canales participativos.
Los discursos teóricos que analizan los posibles efectos del uso de las TIC en las actividades políticas surgen, pues, en un contexto marcado por la expansión de las TIC, por un lado, y por la crisis de las democracias, por otro.
Se puede señalar que lo que de manera intuitiva denominaríamos una teoría general sobre el impacto de las TIC en el ámbito político todavía es imposible:
  • El análisis de este impacto se ha realizado desde perspectivas teóricas muy diferentes.

  • No disponemos de una metodología aceptada por la comunidad científica para evaluar empíricamente –y de manera comparada– las consecuencias de esta relación. Precisamente debido a este déficit no disponemos de suficientes estudios empíricos que permitan la elaboración por mecanismos inductivos.

  • Es evidente que las TIC están en evolución continua, lo que impide elaborar unos análisis vigentes temporalmente que facilitarían la elaboración de un modelo general.

Precisamente con la intención de ofrecer un primer marco teórico de referencia, Resnick considera que las relaciones entre las TIC (concretamente internet) y la política comprenden como mínimo tres tipos de fenómenos (Resnick, 1998):
  • La política en internet. Entendida como los acuerdos e intercambios de carácter político que se pueden establecer en internet sin la necesaria referencia a las instituciones políticas que existen fuera de la red. En este sentido, internet se considera un espacio desregulado –que no necesita regulación– en el que la actividad política tiene lugar a partir de una mezcla de consensos y de participación en un contexto que iguala a los participantes.

  • La política que impacta en internet. Entendida como el conjunto de políticas gubernamentales que afectan a internet. Desde que internet se ha convertido en un fenómeno de masas, los gobiernos han pretendido la jurisdicción sobre lo que sucede en la red y han reclamado la vigencia de un concepto de territorialidad que, en realidad, se ha convertido en un concepto sin contenido real.

  • El uso político de internet. Entendido como el uso de la red con el fin de influir en las dinámicas políticas que tienen lugar fuera de esta. Los individuos, los grupos de interés, los partidos políticos, etc., pueden establecer, por ejemplo, sitios web con el fin de modificar los parámetros que explicarían el comportamiento político de los visitantes.

Evidentemente, este uso político de las TIC (y no únicamente de internet) constituirá nuestro centro de interés en las próximas páginas.
Por su parte, Norris (2004) distingue cuatro perspectivas con las que la literatura ha analizado los efectos de las TIC sobre los procesos políticos:
1) La primera perspectiva considera internet como una verdadera ágora virtual y entiende que la aplicación de las TIC en el ámbito político servirá, en último término, para superar las formas características de las democracias representativas mediante formas de democracia directa (perspectiva ciberoptimista).
2) La segunda perspectiva parte del supuesto de que internet acentúa las desigualdades sociales existentes y que, por lo tanto, la brecha digital existente derivará en un modo de neoelitismo político más acentuado (perspectiva ciberpesimista).
3) La tercera perspectiva entiende que los efectos de las TIC en la política son muy reducidos debido a que los actores políticos no aprovechan las potencialidades que ofrecen estas tecnologías, de manera que no se producirá ningún cambio significativo en las dinámicas y las estructuras políticas actuales (perspectiva ciberescéptica).
4) La cuarta perspectiva deriva de la aplicación en el ámbito político de un modelo análogo al que explica los mecanismos característicos del mercado (cibermercado).
Se puede decir que, consideradas en conjunto, las aportaciones de esta literatura evalúan de manera muy diferente el efecto de las TIC sobre los procesos políticos. Si es posible dibujar un continuum definido por la variable “potencialidad transformadora de las TIC”, en un extremo encontraríamos a los autores para quienes el posible uso político de las TIC únicamente representa pequeños cambios que en ningún caso alteran la esencia de las dinámicas políticas tal como se conocían antes de la generalización de las TIC. Es decir, el uso político de las TIC simplemente se considera un ejemplo de la aplicación en el ámbito político de una nueva tecnología. En el extremo opuesto, otros autores defienden la posibilidad de que las TIC representen una verdadera revolución de los procesos democráticos que puede llegar a derivar en formas más o menos estructuradas de democracia directa. Esto es así atendiendo a las siguientes características de las TIC:
  • Las TIC son una tecnología que incrementa exponencialmente el volumen y la velocidad de la información transmitida, de manera que las distancias físicas y temporales pierden la importancia que tenían anteriormente.

  • Las TIC son una tecnología que permite un nivel de interactividad entre emisor y receptor que antes era imposible.

  • Las TIC son una tecnología que, por su estructura en forma de red, permite descentralizar el control sobre los procesos de comunicación, de modo que se puede generar un flujo comunicativo entre muchos emisores/receptores, que, además, pueden actuar de manera simultánea.

  • Las TIC son una tecnología que permite cambiar el estilo y el formato de los mensajes.

Lo que sí es común en el conjunto de la literatura es la idea fundamental de que las TIC tienen significación en términos políticos desde el momento en el que proporcionan un volumen ingente de información políticamente valiosa y que ofrecen a los diferentes actores instrumentos nuevos para la acción política.
En realidad, la totalidad de la literatura se puede subsumir perfectamente en dos categorías clásicas: por un lado, encontramos una primera literatura de carácter normativo (que incluye las perspectivas ciberoptimistas y ciberpesimistas según Norris) y, posteriormente, encontramos una literatura de carácter positivo o empírico (que incluye, por los resultados obtenidos, las perspectivas ciberescéptica y la correspondiente al modelo del cibermercado).

2.2.Las perspectivas normativas

En general, las perspectivas normativas sobre el impacto de las TIC en los procesos políticos defienden la posibilidad de una verdadera revolución democrática (Negroponte, 1995). Según Gibson y otros:

“Guiados por un impulso libertario [esta literatura] concibe internet como la vía hacia el verdadero gobierno del pueblo y la razón que explica la erosión del poder de los estados y de los cuerpos intermedios. Las instituciones representativas de las democracias, como los partidos políticos y los parlamentos, sufren una crisis de legitimidad gradual y las TIC pueden llenar este vacío creando un sistema más transparente de gobernanza”.

R. K. Gibson; W. Lusoli; S. Ward (2002). “Online Campaigning in the UK: The Republic Respond?”. Documento presentado en el Congreso Anual de la American Political Science Association. Boston.

Aceptando de manera acrítica las nuevas posibilidades tecnológicas, las perspectivas normativas sobre los efectos de las TIC en los procesos políticos sugieren que las TIC serán instrumentos ideales para la renovación democrática dado que facilitarán e incentivarán la participación política de los ciudadanos.
En otras palabras, las posiciones normativas ven en las TIC la solución a los problemas de las democracias representativas contemporáneas.
Las perspectivas normativas parten del supuesto fundamental siguiente: las características de las TIC (interactividad, flexibilidad, capacidad y velocidad) incrementan el acceso y la disponibilidad de la información política por parte de los ciudadanos. Este es el primer paso lógico para una participación política plena. En cierto sentido, la premisa básica de la literatura ciberoptimista establece una condición necesaria y suficiente que asocia positivamente las variables información política y participación política sinceramente interesada de los ciudadanos.
2.2.1.El ciberoptimismo
Dentro de la perspectiva del ciberoptimismo, se pueden destacar dos corrientes que nacen a partir de diferentes consideraciones sobre el papel relativo que atribuyen a los individuos y a los colectivos, y sobre el grado de artificialidad o naturalidad que atribuyen a las comunidades políticas. Son las que se presentan a continuación:
1) La corriente populista
El primer punto de vista corresponde a la llamada perspectiva populista (Bimber, 1998), que enlaza normativamente con la tradición clásica según la cual la libertad y la autonomía individual resultan los valores políticamente más relevantes. Precisamente estos valores justifican que, bajo cualquier circunstancia y dependiendo exclusivamente de sus intereses particulares, los ciudadanos puedan definir y perseguir su propio estilo de vida. Derivando directamente conclusiones de las posibilidades tecnológicas existentes (como si las capacidades tecnológicas determinaran la estructura de las instituciones políticas y sociales), se considera que las TIC permitirán el resurgimiento de una ciudadanía con capacidad para participar políticamente e influir en las decisiones políticas de los gobiernos. Según la corriente populista, las TIC tienen un potencial transformador enorme porque facilitan la interacción horizontal entre los ciudadanos y, sobre todo, la interacción vertical entre los ciudadanos y los responsables políticos o los gobiernos. Con la aparición de estas nuevas posibilidades tecnológicas, el papel de los intermediarios políticos (élites políticas tradicionales, medios de comunicación de masas, partidos políticos, sindicatos, etc.) disminuirá considerablemente porque ya no serán necesarios para conseguir y organizar la información política o para inducir a la participación política de los ciudadanos y facilitarla: se producirá la desinstitucionalización política de estos intermediarios y un empoderamiento (empowerment, en inglés) individual, la atribución por parte de los individuos de poderes y funciones políticas que tradicionalmente correspondían al estado.
En resumen, se considera que, en la medida en que las TIC descentralizan el acceso a la información y la comunicación política, aumentan las posibilidades para la comunicación política vertical entre los ciudadanos y los gobiernos y, como consecuencia, los ciudadanos incrementarán su participación política directa sin la necesaria mediación de los intermediarios políticos (Rash, 1997).
Según la corriente populista, la significación política de las TIC reside precisamente en la capacidad para tener amenazado al monopolio jerárquico que ejercen actualmente los medios y en la revitalización de una democracia basada en la ciudadanía: la imagen de una red de comunicaciones políticas diseñada y controlada directamente por los ciudadanos resultará una verdadera actualización electrónica del ágora clásica (Rheingold, 1993).
Evidentemente, llevado hasta el extremo, la consecuencia lógica del argumento sería la articulación de diferentes mecanismos de democracia directa. En este sentido, los ciberoptimistas apuntan la posibilidad tecnológica de establecer formas de democracia directa que potencien la participación política y que, de alguna manera, permitan superar las dificultades de las democracias representativas a la hora de interpretar e implementar los deseos políticos de los ciudadanos. En otras palabras, la aplicación de todas las potencialidades de las TIC en el ámbito político permitiría el advenimiento de una verdadera república electrónica (Grossman, 1996) en la cual se superaría la desconexión actual entre representantes y representados; las TIC tienen unas prestaciones que, mediante el referendo continuo, harían del gobierno algo más que una simple cuestión teórica.
Según la corriente populista, las TIC ofrecen suficientes mecanismos para superar el problema de la agencia derivado del principio delegativo de las democracias representativas por medio de la actualidad continua de la ecuación información - deliberación - participación política directa (Barber, 1994; Toffler y Toffler, 1995; Budge, 1996).
Otro escenario derivado del argumento fundamental de la literatura populista es la posibilidad de desarrollar una democracia gestora despolitizada en la cual el uso de las nuevas tecnologías para la toma de decisiones políticas permitiría transferir el poder de estos procesos de las actuales instituciones representativas a la ciudadanía: los ciudadanos participarían directamente en el diseño de las políticas públicas que les afectaran por medio de consultas periódicas, de modo que aumentaría el grado de legitimidad de estas (Toffler y Toffler, 1995).
2) La corriente comunitarista
La corriente comunitarista enlaza con una tradición republicana según la cual –y contrariamente a la corriente populista– los ciudadanos están orientados por su comunidad política y no tanto por sus intereses particulares, de modo que la participación política de los individuos se considera un requisito indispensable para la estabilidad de las instituciones democráticas colectivas a la vez que formaría parte intrínseca de lo que normativamente se consideraría una “buena vida”. La corriente comunitarista entiende que una comunidad vincula a un número limitado de personas que comparten unas normas y que presentan un cierto sentimiento de obligación mutua: las relaciones son cercanas, a veces íntimas, y normalmente frente a frente. Los individuos se relacionan por medio de vínculos afectivos o emocionales y no por la percepción que puedan tener del propio interés (Bender, 1982).
Según la corriente comunitarista, las TIC promueven una redefinición de las relaciones políticas porque posibilitan la aparición de una nueva forma de comunidad política que presupone la existencia de un bien social (o comunitario) más allá de la simple agregación de los intereses individuales: precisamente es el concepto de comunidad el que permite atribuir un significado intersubjetivo a este bien colectivo. En cierto sentido, las TIC reducen las dificultades intrínsecas de la acción comunitaria y, por lo tanto, la facilitan. Por otro lado, gracias a las TIC, la distancia física o temporal ya no será un impedimento para la formación y la acción coordinada de estas comunidades estructuradas virtualmente.
La corriente comunitarista entiende que las TIC facilitarán la acción colectiva o comunitaria porque permiten la comunicación igualitaria entre los ciudadanos y, por lo tanto, una definición mejor de los intereses de la comunidad: en cierto sentido, las TIC trasladan el centro de gravedad político del estado o individuo a la comunidad o grupo.
2.2.2.El ciberpesimismo
En el extremo opuesto a lo que hemos denominado ciberoptimismo encontramos la visión ciberpesimista. A pesar de compartir con el primer enfoque una concepción determinista de las consecuencias políticas del uso de las TIC, en este caso el signo de estos efectos es negativo. En este sentido, la corriente ciberpesimista argumenta que las TIC acentuarán hasta extremos insospechados el elitismo político porque incrementarán las diferencias actuales en la participación política debidas a variables como la educación y los ingresos: las TIC potenciarán únicamente la participación política de las élites con los recursos y la motivación necesarios para su uso. En definitiva, en lugar de ampliar las posibilidades para una participación política ciudadana plena, las TIC aumentarán las diferencias entre los que participan políticamente y los que no; de modo que los “productos” y las decisiones políticas responderán a los intereses de una élite cada vez más reducida (Wilheim, 2000). La razón última de que esto sea así es que los actores políticos dominantes adoptarán las TIC precisamente para mantenerse en su posición privilegiada (Davis, 1999) y ofrecer resistencia al cambio político que potencialmente se podría derivar de una aplicación intensiva de las TIC en el ámbito de la política.

2.3.Las perspectivas positivas

La perspectiva positiva o empírica sobre los posibles efectos de las TIC en los procesos políticos nace de la constatación de que las previsiones formuladas por el enfoque normativo no se cumplen. Como reacción al optimismo característico de las teorías normativas, empiezan a aparecer una serie de estudios que, precisamente, intentan comprobar empíricamente si este optimismo inicial estaba justificado. En el fondo, existe la percepción de que detrás de la posición normativa (especialmente la perspectiva ciberoptimista) hay un alto grado de determinismo tecnológico que facilita la conexión directa entre problemas de carácter político con soluciones de carácter tecnológico. Por medio de la relación que se establece entre el acceso a la información política derivada de las TIC y el comportamiento político individual y de los grupos, la literatura normativa salva las dificultades intrínsecas de los procesos políticos democráticos. En cierto sentido, la posición normativa se basa en trasladar mecánicamente los posibles efectos derivados de las características de las TIC a la esfera política y en atribuir automáticamente a las TIC unas propiedades transformadoras radicales. En realidad, según las teorías positivas, el enfoque normativo superpone la lógica tecnológica a la lógica democrática: se trata de un wishful thinking sin ninguna verosimilitud.
En concreto, en relación con las posiciones normativas, los enfoques realistas observan los déficits argumentativos o conceptuales siguientes:
1) No hay evidencias empíricas que permitan asociar positivamente un incremento de la información política con un incremento de la participación política individual o colectiva. En este sentido, tanto la expansión de la educación obligatoria en los países occidentales como la expansión de los medios de comunicación de masas (los dos momentos históricos más significativos en términos de difusión de la información política) habrían demostrado la inexistencia de esta asociación. La conexión fundamental que lleva a cabo la literatura ciberoptimista entre la información política y la participación política resulta un supuesto erróneo que desvirtúa completamente las conclusiones a las que llega. El acceso a la información política es una condición necesaria pero no suficiente para explicar la participación política.
2) Las perspectivas positivas argumentan que, en la medida en que se consideran los costes asociados a la información política (costes derivados de la elaboración, obtención, procesamiento y uso instrumental de esta información), el edificio argumentativo y las conclusiones del enfoque ciberoptimista se derrumban completamente y no resisten ningún contraste empírico.
3) Las teorías normativas (y más concretamente, la corriente populista) no reconocen el hecho de que los intermediarios políticos no solamente transmiten información: también la procesan y la hacen comprensible. Esto es posible porque las perspectivas normativas tan solo consideran los efectos que las TIC pueden tener sobre los actores y las instituciones políticas sin tener en cuenta al otro polo: las estrategias de los actores y las instituciones políticas determinan los parámetros de los usos de las TIC con finalidades políticas. Por lo tanto, el marco institucional (institutional framework) se debe tener en cuenta a la hora de evaluar estos usos.
4) En este sentido, el corolario de la perspectiva ciberoptimista (el establecimiento de formas de democracia directa) no escapa a ciertas contradicciones lógicas evidenciadas por la literatura de la elección racional: los procesos democráticos no permiten establecer una función que conecte directamente las preferencias de los ciudadanos con las decisiones políticas colectivas. Estas no son el producto “puro” de la agregación de las preferencias individuales: dependen de variables institucionales que nos remiten a la manera de contabilizar estas preferencias, al orden en el que se formulan las preguntas, al número de cuestiones en lucha, etc. (McLean, 1989).
5) Las TIC no ofrecen soluciones fáciles a la complejidad de los problemas sociales o políticos. En consecuencia, es necesario tomar en consideración una variable cualitativa relevante: no es lo mismo decidir dónde se tiene que construir un nuevo centro asistencial que decidir sobre las características de un nuevo código penal o del reglamento de un parlamento. La complejidad de muchas cuestiones políticas implica diferentes exigencias informativas. La esencia de la toma de decisiones y el debate racional sobre los temas políticamente importantes impide la reducción a un automatismo de carácter tecnológico basado en el voto favorable o contrario, en la dicotomía del sí o del no.
6) Es muy difícil medir cuantitativamente si hay o no una comunidad política (a diferencia de la participación política individual), lo cual constituye el gran problema teórico de la perspectiva comunitarista.
7) Las TIC no parecen el canal ideal para la construcción de comunidades. Incluso si obviamos las dificultades en la definición de lo que es una comunidad y aceptamos lo que se entendería intuitivamente por esta idea, hay dificultades de carácter práctico que justificarían la afirmación precedente: las TIC (y principalmente internet) no resultan el contexto ideal para la familiaridad, las relaciones sociales estables y la articulación y formulación de demandas colectivas, variables necesarias para la constitución de una verdadera comunidad. En este sentido, la naturaleza individual, anónima e impersonal de las comunicaciones basadas en las TIC dificultaría la creación de unas comunidades basadas en el compromiso colectivo más allá de los intereses particulares.
8) Las características de las TIC no predisponen al debate político, a la deliberación en torno a posiciones opuestas. En la medida en que el volumen de información permite al usuario encontrar argumentos favorables a una determinada posición política, esta se ve reforzada y el usuario se inmuniza ante posiciones contrarias. De este modo se impide el debate y se genera una separación de las comunidades, una balcanización del ciberespacio (Levine, 2002; Sunstein, 2001).
Basándose en estas críticas contra las conclusiones principales desarrolladas por la literatura normativa, el enfoque positivo propone hacer estudios empíricos para comprobar cómo –y con qué finalidades– los diferentes actores políticos utilizan las TIC en el mundo real. En los módulos siguientes analizaremos con detalle las aportaciones principales de este enfoque en relación con los posibles efectos del uso de las TIC por parte de los ciudadanos, los grupos, los partidos políticos, los parlamentos y los gobiernos. Como veremos, las conclusiones principales de estos análisis empíricos entran claramente en contradicción con las especulaciones futuristas de la literatura normativa: el tendría que ser y el es discurren paralelamente, sin encontrarse.
Dicho de otro modo, las TIC no se han convertido en el instrumento para la transformación de los procesos políticos democráticos: el mundo político real ha colonizado el ciberespacio de tal manera que la red ha perdido su inocencia política (Margolis y Resnick, 2000). Los usos políticos de las TIC reflejan los parámetros políticos ya existentes y el ágora virtual se ha institucionalizado como una nueva arena política para la competición por el poder.

Bibliografía

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