Iconografía clásica

  • Borja Franco Llopis

     Borja Franco Llopis

    Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Barcelona, es profesor ayudante doctor en la Universidad de Valencia y ha centrado sus estudios en el análisis de la cultura visual del Renacimiento y el Barroco.

  • Iván Rega Castro

     Iván Rega Castro

    Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Santiago de Compostela, en la actualidad es investigador postdoctoral del Departament d’Historia de l’Art i Història Social de la Universitat de Lleida y miembro del Centre d’Art d’Època Moderna.

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Introducción

¿Cuántas veces habéis visto una pintura o escultura de temática mitológica sin tener la más remota idea de los personajes y/o historias que representa? ¿Cuántas veces habéis sido capaces de reconocer con facilidad una escena mitológica a través de la identificación de algunos de sus elementos iconográficos, pero habéis tenido dificultades para interpretar todos y cada uno de los personajes y motivos que la conforman? Está claro que el estudio de la mitología y su iconografía son imprescindibles para identificar e interpretar correctamente una parte muy importante de los contenidos temáticos representados por la historia del arte, que forman parte, incluso en la actualidad, de nuestra cultura visual.
El estudio de la mitología clásica y sus representaciones a lo largo de los siglos es, además, uno de los asuntos más apasionantes de nuestra disciplina, no solo por descubrirnos el pasado mítico que nos presenta la Antigüedad, sino también para entender cómo fue esta recuperada, siglos más tarde, en el Renacimiento y en el Barroco, algunas veces con un significado y valor distintos. Los mitos griegos han sido una fuente constante de inspiración para la literatura y el arte de todos los tiempos.

Objetivos

Los objetivos que deberá alcanzar el estudiante tras trabajar los materiales didácticos de este módulo son los siguientes:
  1. Conocer las principales fuentes escritas para el estudio de la iconografía clásica.

  2. Conocer e interpretar los grandes temas y repertorios iconográficos de tradición clásica.

  3. Analizar cómo fueron retomados en época moderna algunos temas y motivos mitológicos –en atención a las teorías de Warburg y Panofsky–, haciendo hincapié en el género de la mitología moralizada.

  4. Aplicar estos conocimientos al estudio de un programa mitológico.

1.Conceptos básicos y fuentes

Al principio era el «mito». Los mitos casi siempre son relatos que ofrecen una explicación sobre la naturaleza, el nacimiento del universo y otros fenómenos en forma de metáforas que sirven para justificar las situaciones y conflictos de la realidad. El mito ha formado parte de todas las civilizaciones, también la de los antiguos griegos. En el caso de la mitología griega, los mitos no solo narran el origen del mundo, sino también los hechos prodigiosos de los héroes, los dioses y diversos seres fantásticos.
Pero, si dejamos a un lado las cuestiones rituales y religiosas que encierra la mitología griega –y lo vamos a hacer por razones metodológicas, ya que este módulo se ocupa de la iconografía clásica, no propiamente de mitología clásica–, podemos simplemente subrayar que la iconografía clásica tiene principio en las primeras manifestaciones del arte figurativo griego, hacia 900 a. C. Sin embargo, sabemos que, para esas fechas, la mitología griega de los dioses y las leyendas de los grandes héroes llevaban ya tiempo conformada. El pensamiento religioso al que los antiguos griegos dieron forma de mitos y leyendas fue puesto por escrito a partir del siglo VIII a. C. No obstante, las fuentes que fundamentan la mitología griega se caracterizan por la multiplicación de su número y versiones, o contradicciones entre las diferentes variantes, a lo largo de los siglos. Hay que hacer hincapié en que mitología es a la vez un conjunto de historias relativamente cohesionadas y el análisis de estos relatos, objetivos igualmente útiles para cualquiera que pretenda abordar el estudio de sus representaciones.

1.1.Fuentes escritas para el estudio de la iconografía clásica

Los textos a que deberéis recurrir para estudiar y analizar las representaciones de la mitología clásica en pinturas, esculturas o conjuntos artísticos son muy variados, de todo género, de todas las épocas. A continuación os detallaremos los principales autores y textos con los que os debéis familiarizar para conocer los dioses y héroes de los antiguos griegos, sus principales mitos y los atributos que sirven para identificarlos. De todos modos, queremos insistir en que, además de estudiar y conocer estas fuentes de la mitología clásica, no debéis dejar de lado otros textos que se han ido produciendo desde el VIII a. C. hasta el V d. C., donde se retoman algunos mitos y se actualizan, de modo que estas fuentes sirven para profundizar en aspectos concretos, cuando no ofrecen versiones completamente contradictorias.
1.1.1.Homero (VIII a. C.)
Es uno de los autores más enigmáticos del mundo clásico. Homero escribió dos poemas épicos: la Ilíada y la Odisea. No son, por tanto, colecciones de mitos, pero en su desarrollo nos revelan que en aquella época el corpus mitológico estaba prácticamente ya configurado.
El primero de estos dos poemas se ocupa de la lucha de los griegos contra los troyanos, en la que hay continuas referencias a la actuación de los dioses y los héroes. Este conflicto se inició cuando el troyano Paris, hijo del rey Príamo, raptó a la bella Helena, esposa del rey griego Menelao. No bstante, el relato épico se centra en la ira de Aquiles, hijo de Peleo y de la nereida Tetis. Narra los últimos momentos de la guerra de Troya, en que se ensalzan también las hazañas de Agamenón, hijo del rey Atreo de Micenas y jefe del ejército que asedia Troya; Patroclo, el mejor amigo del héroe griego; Áyax el Grande, el más fuerte después de su primo Aquiles, o los príncipes troyanos Héctor y Paris, hijos del rey Príamo, entre otros. También se refiere la participación de las amazonas, un pueblo de mujeres guerreras consagradas a Ártemis que acudieron en ayuda de los troyanos.
Uno de los fragmentos más significativos del relato es la muerte de Aquiles a las puertas de Troya. Fue abatido por Paris, quien le disparó una flecha en su único punto débil, el talón, el único punto no inmortal de su cuerpo, pues siendo un recién nacido, su madre, Tetis, lo sumergió en las aguas de la laguna Estigia para hacerlo eterno, pero su talón, por donde su madre lo sostenía, no llegó a tocar las aguas.
Figura 1. Lucha de Aquiles y Pentesilea, ca. 530-525 a. C. Ánfora ática de figuras negras. Museo Británico, Londres. La escena ilustra el pasaje de la muerte de Pentesilea, una reina amazona, a manos de Aquiles, quien atravesó su pecho con una lanza. Al verla morir, Aquiles quedó sobrecogido por su belleza.
Fuente: http://www.britishmuseum.org/research/collection_online/collection_object_details/collection_image_gallery.aspx?partid=1&assetid=1299129001&objectid=399372.
Por su parte, la Odisea cuenta las aventuras de Odiseo (Ulises, en latín), uno de los héroes que había participado en el asedio de Troya, en su retorno a casa. Mientras tanto, su mujer, Penélope, lo espera en la isla de Ítaca, donde Odiseo ejerce de rey. La mayor virtud de Odiseo era la astucia –además de la ayuda provista por Palas Atenea, hija de Zeus–, gracias a la cual pudo sortear las múltiples dificultades a que le sometieron los dioses. De hecho, su viaje estuvo repleto de vicisitudes y en su relato, dramático y animado, aparecen descritos personajes tan significativos como las sirenas –criaturas con cuerpo de pájaro y rostro o torso de mujer, que se distinguen siempre por la dulzura de su canto, casi hipnótico–, o los cíclopes –una raza de gigantes con un solo ojo en mitad de la frente. El cíclope más conocido, gracias al relato de Homero, era un hijo de Poseidón y la ninfa Toosa llamado Polifemo, quien perdió el ojo a manos de Odiseo y sus compañeros.
Figura 2. Odiseo y las sirenas, 480-470 a. C. Detalle de un stamnos ático de figuras rojas. Museo Británico, Londres. La escena ilustra el pasaje donde el héroe se encuentra inmóvil, atado al mástil de su nave, bajo el poderoso influjo del canto de las sirenas.
Fuente: http://www.britishmuseum.org/collectionimages/AN00478/AN00478976_001_l.jpg.
1.1.2.Hesíodo (VIII a. C.)
Es considerado el más antiguo de los poetas griegos tras Homero. Su fecha de nacimiento es discutida y se sitúa en la segunda mitad del siglo VIII a. C. o a comienzos del siglo VII. Su principal obra fue la Teogonía, donde explica el origen del universo y la genealogía de los dioses. Los elementos primordiales en esta creación fueron Caos, Gea y Urano, de los que fueron engendrados el resto de los dioses del Olimpo. Los nombres de las primeras divinidades son personificaciones de las fuerzas de la naturaleza o de ciertas capacidades humanas. Da cuenta de acontecimientos tan importantes como el mito de la soberanía de Zeus o la lucha de los dioses frente a los titanes por el gobierno del mundo. Debéis acudir a él para conocer la genealogía de las divinidades que estáis estudiando, así como el por qué de sus atributos. A continuación os presentamos un esquema de las principales relaciones entre los orígenes del mundo (Cosmogonía) y la generación de los dioses olímpicos (Teogonía) que podemos extraer de la lectura de Hesíodo.
Figura 3. El origen del mundo.
Fuente: elaboración propia.
Fuente: elaboración propia.
Figura 4. Cuadro genealógico de los dioses olímpicos.
Fuente: elaboración propia.
Fuente: elaboración propia.
Su obra ha tenido un impacto fundamental desde la época griega hasta la actualidad, al haber recopilado de una manera ordenada y sistemática un corpus mitológico que servirá de fundamento, por ejemplo, a la tragedia clásica (ss. V-IV a. C). Los escritores de la época clásica, especialmente los dramaturgos (Esquilo, Sófocles y Eurípides), e incluso los poetas de la época helenística, tomaron como argumento de sus obras figuras o mitos transmitidos por Hesíodo y Homero, de modo que estas fuentes sirven para profundizar en los aspectos concretos y en el desarrollo del mito.
No obstante, para consultar las diferentes versiones que los poetas ofrecían acerca de cada mito, hay que recurrir a una obra más tardía conocida como la Biblioteca Mitológica, de Apolodoro, seguramente una recopilación del siglo I o II d. C. Es una de las fuentes principales de la mitología griega, a pesar de que solo se ha conservado de forma parcial. Hesíodo y Apolodoro constituyen, respectivamente, el principio y el fin de la tradición mitográfica griega.
1.1.3.Virgilio (70 a. C.-19 a. C.)
Poeta romano formado en los ambientes más ilustres de Roma, autor de las Bucólicas (44-43 a. C), las Geórgicas (37-30 a. C) y la Eneida (29-19 a. C.).
Su obra principal es esta última, una epopeya latina que realizó por encargo del emperador Augusto con el fin de glorificar al Imperio, atribuyéndole un origen mítico. Basándose en Homero, toma como punto de partida la guerra de Troya, la destrucción de esa ciudad y su vinculación con la fundación de la ciudad de Roma. Se relatan las peripecias del troyano Eneas, desde que huyó de Troya con su padre (Anquises) y su hijo (Ascanio), hasta su llegada a la Península itálica. Con esta obra, Virgilio trató de entroncar los orígenes de Roma con la tradición griega. Así, pues, compone un poema épico con un personaje central que, como en el caso de Ulises, ha de hacer frente a la furia de los dioses. En este caso, Juno, despechada por haber sido rechazada por Paris, es quien intenta castigar a Eneas y a su linaje.
Recordemos que la guerra de Troya nació del conocido y muy representado mito del «Juicio de Paris». Éride, diosa de la discordia, enfadada por no haber sido invitada a las bodas de Tetis y Peleo, acudió al evento y depositó sobre una mesa una manzana dorada que debía ser para la diosa más bella. Este honor fue disputado entre Atenea, Afrodita y Hera. Zeus, para evitar enfrentamientos entre los dioses, decidió que fuera un mortal, Paris, el que eligiera. El dios Hermes fue quien le entregó la manzana al troyano. Cada diosa le ofreció algún bien para seducirle. Hera, esposa de Zeus, le ofreció todo el poder que pudiera desear e incluso ser gobernador de algunas tierras orientales. Atenea, diosa de la inteligencia, le ofreció la sabiduría y el poder de la guerra civilizada. Por último, Afrodita le brindó el amor de la más bella mujer del mundo que él desease. Paris escogió a Afrodita y esta le ayudó a conseguir raptar a Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, lo que dio pie al inicio de la guerra entre griegos y troyanos.
Figura 5. El juicio de Paris, ca. 510 a. C. Cara A de una hydria ática de figuras negras. Colecciones Estatales de Antigüedades de Múnich.
Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Judgement_of_Paris_in_ancient_Greek_pottery#/media/File:Judgement_of_Paris_Staatliche_Antikensammlungen_1722.jpg.
Aunque no muy importante para Homero, hay que subrayar que con Eneas –quien para Virgilio era el verdadero antecesor de Rómulo y Remo, fundadores de Roma– se cierra el «ciclo troyano», el tema épico más importante transmitido de la Antigüedad clásica a la posteridad. En la Eneida también se da cuenta de uno de los mitos que más ha sido representado y reinterpretado por la historia del arte. Nos referimos al de Laocoonte y sus hijos. En su segundo libro (201-229) se narra cómo este sacerdote troyano, habiéndose opuesto a dejar entrar en la ciudad el caballo de madera que los griegos habían dejado frente a las murallas como ofrenda a Atenea, fue devorado junto a sus hijos por dos serpientes. Los troyanos, entendiendo que este era un castigo divino, decidieron apoderarse de dicho presente sin saber que en su interior se encontraban soldados griegos que, más tarde, les atacarían y derrotarían.
Figura 6. Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas, Laocoonte y sus hijos, siglos i-ii a. C. Escultura en mármol blanco. Museos Vaticanos, Roma.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7f/Laocoon_and_His_Sons%2C_Vatican.jpg?uselang=es.
Figura 7. El Greco, Laocoonte y sus hijos, 1608-1614. Óleo sobre lienzo. National Gallery, Washington.
Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:El_Greco_%28Domenikos_Theotokopoulos%29_-_Laoco%C3%B6n_-_Google_Art_Project.jpg.
1.1.4.Ovidio (43 a. C.-17 d. C.)
Poeta latino, famoso especialmente por su obra en forma de manual de seducción, conocido como el Ars Amatoria (10 a. C.), y las Metamorfosis (8 d. C.). Nos ocuparemos especialmente de esta última, ya que en ella vais a encontrar gran parte de la mitología grecorromana y recoge la mayoría de los mitos de transformaciones, es decir, la metamorfosis –del griego meta- (‘alteración’) y morphè (‘forma’)– de dioses y divinidades menores en otros seres animales o vegetales.
Ovidio concibió su relato en quince libros que comprenden alrededor de 250 fábulas mitológicas. Narra la historia del mundo desde su creación, completando la Teogonía de Hesíodo, hasta la deificación de Julio César, combinando con total libertad la mitología con otros hechos históricos. No debemos entenderlo ni como un tratado cosmogónico ni como una mitografía sistemática, sino como un ejercicio literario de erudición y fantasía que ha servido para estandarizar y difundir algunos de los mitos más importantes del mundo clásico. Por citar algunas de las metamorfosis descritas por Ovidio, podemos referir las de Zeus, uno de los dioses más camaleónicos, que para conseguir conquistar y poseer a distintos hombres y mujeres adquirió formas diversas. Por ejemplo, se transformó en águila para raptar a Ganímedes (Libro X, 155-161) o en toro para raptar a Europa (Libro II, 833-875).
Figura 8. Ganímedes y Zeus (transformado en águila), 160-170 d. C. Escultura romana en mármol blanco. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/b/b6/Gan%C3%ADmedes_m%C3%A1rmol_romano_%28M._Prado%29_01.jpg.
Evidentemente, muchas de estas transformaciones tienen un trasfondo sexual o erótico, como sucede también con el conocido mito de Apolo y Dafne (Libro I, 452-467).
Ovidio nos cuenta cómo Apolo, orgulloso de la victoria conseguida sobre la serpiente Pitón, se atrevió a burlarse del dios Eros por llevar arco y flechas siendo tan niño. Este, irritado, se vengó disparándole una flecha, que le hizo enamorarse locamente de la ninfa Dafne, hija de la Tierra y del río Peneo, mientras a ella le disparó otra que le hizo odiar el amor, especialmente el de Apolo. Cuando el dios de las artes la persiguió y le iba a dar alcance, la ninfa pidió ayuda a su padre, quien la transformó en laurel. Esta metamorfosis la expresa muy gráficamente Ovidio:

«Apenas había concluido la súplica, cuando todos los miembros se le entorpecen: sus entrañas se cubren de una tierna corteza, los cabellos se convierten en hojas, los brazos en ramas, los pies, que eran antes tan ligeros, se transforman en retorcidas raíces, ocupa finalmente el rostro la altura y solo queda en ella la belleza»

Ovidio, Las metamorfosis (Libro I, 452-567).

Figura 9. Gian Lorenzo Bernini, Apolo y Dafne, 1622-1625. Escultura en mármol blanco. Galleria Borghese, Roma.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/9e/Apollo_by_Bernini_01.jpg.
En resumen, Ovidio fue una de las fuentes escritas más utilizadas por los artistas y sus patrones a la hora de seleccionar y representar asuntos mitológicos, principalmente aquellos con cierto contenido erótico y/o amoroso.

2.El resurgir de la Antigüedad clásica

El estudio de la mitología y sus representaciones visuales está relacionado no solo con la creación de unos tipos iconográficos por parte de la cultura clásica y su transmisión a la posteridad, sino también con su evolución durante la Edad Media y Renacimiento, e incluso en el arte contemporáneo. De hecho, los artistas de los siglos XIX y XX siguieron recurriendo a los mitos clásicos, pero cargados de un contenido nuevo, a veces revolucionario, y casi siempre subversivo. De la misma manera, los artistas y comitentes de la época moderna retomaron los relatos de las fuentes clásicas citadas anteriormente y los ajustaron a ciertas realidades, pero con un nuevo sentido alegórico o simbólico. Desde el siglo XVI, los monarcas absolutos, por ejemplo, descubrieron en la mitología y en la cultura visual de la Antigüedad el material perfecto con el que construir programas de carácter político y propagandístico. Al igual que los emperadores romanos, ellos hicieron buen uso de la mitología clásica para justificar su poder. Desde el Renacimiento, dioses y héroes se utilizaban con un fin moralizante, mostrándose al público como modelos de virtud; otras veces fueron vehículo para exponer el saber literario del comitente o del coleccionista, y las más de las veces simples sugerencias eróticas, bajo excusa de ejercitar el arte del desnudo.
Antes de empezar debemos insistir en una idea que, si bien cada vez está más interiorizada, aún no se encuentra suficientemente difundida entre los estudiantes de humanidades. La Edad Media no es el periodo oscuro que media entre la Antigüedad clásica y el Renacimiento. Aunque se ha venido viendo como un periodo caracterizado por la defensa acérrima de los valores del cristianismo, donde todo paganismo fue desterrado, esta idea –en parte, creada y difundida por el humanismo– no es del todo cierta. Con la caída de Roma, el mito no llegó a desaparecer por completo. De hecho, el sustrato cultural y mítico de tradición grecorromana siguió latente no solo en las regiones orientales del Imperio –donde se seguían copiando las obras de Homero, Platón y Aristóteles–, sino en gran parte del Occidente europeo. Hacemos esta reflexión para que no descartéis completamente los valores poéticos e intelectuales de la mitología clásica a la hora de estudiar tipos iconográficos medievales, habida cuenta de que el cristianismo frecuentemente se apoderó de sus imágenes y les dio un significado nuevo.
De lo que no cabe duda es de que en el Renacimiento se produjo una verdadera explosión de la cultura clásica, de la cual se deriva su mismo nombre; sin embargo, nunca llegóa a producirse una verdadera y completa ruptura con la tradición grecorromana durante la Edad Media. Uno de los primeros investigadores que se hizo eco de este hecho fue el célebre historiador del arte alemán Aby Warburg, siguiendo la estela de algunos historiadores de la cultura de mediados del siglo XIX. Su magna obra, titulada El renacimiento del paganismo (1) , es una compilación realizada por Gertrud Bing de una serie de estudios sobre la recuperación de temas y motivos de la Antigüedad clásica, es decir, la supervivencia del paganismo en el Renacimiento italiano.
En el capítulo titulado «El mundo de los dioses antiguos y el primer Renacimiento en el norte y en el sur», expuso cómo dioses y héroes «sobrevivieron» durante la Edad Media bajo una interpretación alegórica, o moralizada, por usar la expresión medieval, especialmente en relación con Ovidio. Por tanto, a partir del siglo XII se redactaron comentarios o interpretaciones que dieron a los mitos un valor moral de carácter simbólico y de esta forma aparecen los llamados «Ovidios moralizados». Es decir, a los dioses o semidioses paganos se les atribuyeron virtudes cristianas, de la misma manera que los últimos filósofos griegos ya habían empezado a interpretar a los dioses como simples personificaciones de fuerzas de la naturaleza o de cualidades morales.
Otro modo de supervivencia fue a través de la astrología y la astronomía, una tradición iconográfica ininterrumpida desde la Antigüedad. Las representaciones de los dioses y otros personajes mitológicos en el primer Renacimiento florentino dependieron casi en su totalidad de las mitografías sistemáticas de la Antigüedad tardía (Apolonio de Rodas, Eratóstenes, Higino, Apolodoro) y de los tratados sobre mitología que fueron reelaboradas por los eruditos medievales o las enciclopedias (Isidoro de Sevilla, Rabano Mauro). De este modo, las imágenes astrales heredadas de la tradición fueron revitalizadas gracias a la escultura de carácter clasicista que se basó en sarcófagos de la Antigüedad tardía, siempre en relación con una temática astrológica. En este sentido, Warburg insistió en la importancia de tratados como el escrito en latín hacia 1200 bajo el nombre de Albricus, De Deorum imaginibus libellus, donde se explica a los artistas cómo representar a más de una veintena de dioses paganos, según descripciones de la Antigüedad tardía. Este texto fue conocido tanto en el norte de Europa como en Italia y sirvió de fermento en numerosas representaciones, por ejemplo, en la miniatura medieval, donde, aun revistiendo a los dioses con ropas medievales, se les colocan en las manos atributos señalados en los textos que sí suelen ser de tradición antigua.
Por su parte, Erwin Panofsky, uno de los discípulos más aventajados de Warburg, también se ocupó del resurgir de la Antigüedad clásica en la iconografía del Renacimiento. En su conocida obra Estudios sobre iconología dedicó parte de la «Introducción» justamente a los problemas de la pervivencia de los tipos iconográficos clásicos en las épocas medieval y moderna (2) . El Renacimiento no se limitó a volver a introducir los tipos iconográficos clásicos en la esfera del arte a modo de «cita erudita» de la Antigüedad, sino que tendía a una síntesis visual e intelectual entre el pasado pagano y el presente cristiano. Un problema que casi podríamos decir que se inicia en el momento en que Dante Alighieri relata su viaje por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, guiado por el poeta romano Virgilio, en la Divina Comedia (antes de 1320).
Se recuperaron la mitología y la iconografía clásicas y las fuentes literarias y filosóficas, junto a los ideales o valores intrínsecos de los escritores antiguos. Estos se hicieron accesibles, a través de la imprenta y de las traducciones al latín –con epítomes y comentarios–, y se reorganizaron en un sistema vivo y coherente capaz de infundir un nuevo significado a toda la herencia cultural grecorromana, buscando armonizar este sistema con la religión cristiana. La combinación de estos factores reactivó los motivos y temas clásicos. No solo se copiaron las imágenes, sino que también se comprendió la mentalidad y los conceptos a ellas asociadas, calando poco a poco su lenguaje, tanto en forma como en contenido. Como consecuencia, a mediados del siglo XV empiezan a surgir por la Península itálica, en obras de todo tipo, dioses y héroes paganos interpretados ya en estilo clásico y con iconografías de tradición antigua.
Por tanto, se fue superando poco a poco, a lo largo del siglo XIV y hasta principios del siglo XV, lo que Panofsky denominó principio de disyunción, es decir, la separación entre los motivos clásicos revestidos de un significado no clásico y los temas clásicos expresados por figuras no clásicas en un contexto no clásico, que caracterizó a la Edad Media. Este principio de disyunción o disociación entre forma y contenido suele ir acompañado, normalmente, de una transformación o metamorfosis anacrónica casi sistemática, que hace que los dioses antiguos, por ejemplo, se vistan con ropajes medievales. Así, pues, entre los siglos VIII y XII, las formas clásicas se llenaron de contenido cristiano y los temas clásicos tomaron formas contemporáneas por falta de una tradición figurativa. Esta separación de los temas y las formas clásicas generó un curioso contraste entre la tradición figurativa y la textual, el cual dio lugar no solo a la definitiva pérdida de la iconografía clásica, sino también a que errores de traducción y/o interpretación de los textos de la Antigüedad creasen representaciones erróneas y sin sentido –tal es el caso del casco militar de Saturno (galeatum por glauco (3) ).
Por otra parte, Panofsky también reflexionó sobre cómo se llevó a cabo la recuperación de la iconografía clásica, sobre la extraña dicotomía entre los temas clásicos y su representación, especialmente de los dioses o personajes mitológicos, tan característica de la Edad Media. Es así que podemos asistir a lo que Panofsky llamó, por un lado, un préstamo formal –o metamorfosis, según la nomenclatura de Saxl– y, por otro, una pseudomorfosis en relación a la interacción entre forma y contenido en la pervivencia o «vida de las imágenes». El préstamo formal es el caso más generalizado en la creación iconográfica, también explicado por Bialostocki como un proceso de contaminación (4) . Siempre se parte de un repertorio de imágenes heredadas de un sistema iconográfico anterior, que ha caído en desuso, y son reconvertidas al servicio de nuevos contenidos y nuevos usos. De hecho, abundan los ejemplos en los orígenes del arte cristiano: Apolo o Venus sirven de pauta para las representaciones de Cristo o la Virgen por ser modelos de belleza ideal; David y Sansón, vencedores sobre las fieras, aprovecharán los clichés de Hércules y Orfeo. La forma es la misma, pero el contenido cambia a medida que se pierde el significado originario. Pero, a medida que se diluyen y olvidan estos antiguos significados, la forma asume otros nuevos, cuya subrogación obedece, a menudo, a razones simbólicas y/o doctrinales. Así, cuando la imagen de Cristo se reelabora sobre la iconografía del emperador o la de Dios Padre sobre la imagen de Zeus entronizado es obvio que se trata de sacar partido a una contaminación a través de un proceso de reinterpretación.
La segunda noción es más compleja. La pseudomorfosis no es un préstamo formal, en sentido estricto, sino una reelaboración como resultado de un proceso de transmisión ajeno a su contenido antiguo (5) . En el capítulo «Cupido el ciego» de su obra Estudios sobre iconología, Panofsky afirmó sobre la base de las ideas de Warburg, que los dioses y otros personajes mitológicos fueron devueltos al Renacimiento manteniendo algunos elementos o atributos medievales como resultado de complejos procesos de transformación y reinterpretación. Algunas figuras renacentistas fueron revestidas de formas y/o significados que no habían estado presentes en sus modelos clásicos, debido a sus antecedente medievales, creando así una nueva imagen, de interpretación más compleja. Un buen ejemplo de ello lo constituye la figura de Cupido como el putto o amorcillo del arte del Renacimiento y del Barroco, que será tratada más adelante.
Esta disociación entre forma y contenido se revela muy útil para explicar no solo la pervivencia y transformación de los temas y motivos antiguos en la Edad Media, sino también la recuperación de la iconografía clásica en el Renacimiento. Estas disociaciones entre imágenes y textos, o las metamorfosis que los contenidos iconográficos paganos sufren al ser revestidos con un ropaje estilístico, expresivo y hasta iconográfico cristiano, fueron observadas y explicadas por Panofsky. Además de todo ello, a continuación nos ocuparemos de otras contaminaciones, otros fenómenos iconográficos que hablan de la separación entre las formas y los contenidos clásicos, o bien de la recuperación del lenguaje clásico sin entender necesariamente el significado de sus temas y motivos. No en vano, ya a lo largo del siglo XIV, los artistas trasladaron a los personajes bíblicos las vestimentas de la Antigüedad (túnicas, corazas musculadas, etc.). Esta recuperación fue llevada a cabo también gracias a distintas excavaciones arqueológicas, especialmente en Roma –surgieron de la tierra, a principios del siglo XVI, el Apolo de Belvedere, la Domus Aurea o el Laoconte. Esta ideología vino también alentada por el círculo de la Academia platónica de Marsilio Ficino, en Florencia, de un modo particular en la segunda mitad del siglo XV, donde autores como Crisóforo Landino realizaron ediciones comentadas de Virgilio u Horacio.

3.La pintura mitológica. De la figura a la escena

Debido a que este módulo se ocupa de la iconografía clásica, no propiamente de mitología, hemos considerado oportuno daros algunas advertencias sobre qué problemas entraña su análisis, sobre cómo sobrevivió desde la Antigüedad a nuestros días y, además, cuáles son algunos géneros artísticos o épocas donde este hecho es más evidente.
Se suele decir que identificar los textos ilustrados en una imagen es uno de los principales objetivos de la iconografía. Obviamente, cada caso es particular, pero debéis esforzaros en buscar el texto o los textos que inspiraron una determinada obra de arte de temática mitológica. Pero, al igual que ocurre en los demás trabajos de investigación histórica, para resolver los rompecabezas de la iconografía hace falta un cierto bagaje de conocimientos básicos. Lo que hasta aquí os hemos ofrecido ha sido un repertorio de fuentes escritas y una serie de herramientas metodológicas y nociones sobre la pervivencia de los temas y motivos clásicos en la historia del arte. A partir de ahora, os descubriremos otros muchos casos donde esto aconteció, entre la Antigüedad y la Edad Moderna, donde se ejemplifique la interacción entre forma y contenido o el problema de la pervivencia de las imágenes, a fin de entender por qué se dio y su significado.
Parece razonable hablar de varios «niveles de significado» que se relacionan con las tareas de describir, analizar y estudiar las imágenes conforme a los temas que ilustran, identificándolas y clasificándolas en un espacio, una cultura y un tiempo, con el objetivo de perfilar el origen y evolución de las mismas. Podemos coger como ejemplo el caso de Cupido, dado que el niño alado, armado de arco y flechas, es una figura muy familiar en la cultura popular occidental, de manera que cualquier espectador puede reconocerlo fácilmente (6) .
(6) Gombrich dedica todo un capítulo al significado que encierra esta divinidad, realizando un análisis de la escultura memorial a Lord Shaftesbury y su Eros (Ángel de la Caridad Cristiana) de Picadilly Circus, en Londres. Os recomendamos la lectura de: Gombrich, E. (1983). Imágenes simbólicas. Estudio sobre el arte del Renacimiento (pág. 13 y sigs). Madrid: Alianza.
Sin embargo, en Grecia Eros (literalmente ‘amor’) es descrito a principios del siglo VI a. C. como hijo de Afrodita y divinidad del amor, representado como un joven alado, pero nunca es un niño.
Figura 10. Eros Farnesio, siglo ii d.C. Escultura romana en mármol blanco. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Se trata de una copia restaurada de un original helenístico o romano, que se corresponde con el tipo del Eros Centocelle –hallado por el pintor escocés G. Hamilton en Centocelle (Roma) a finales del siglo XVIII, conservado actualmente en los Museos Vaticanos–, caracterizada por representar al dios en la adolescencia.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e7/Eros_type_Centocelle_MAN_Napoli_Inv6353_n01.jpg.
Hay que esperar al Helenismo para convertir a Eros en un niño de tres o cuatro años, caprichoso y desvergonzado, armado de arco y flechas, a veces también con una antorcha. Esta imagen, esbozada ya a principios del siglo III a. C., tendrá un enorme éxito en los siglos siguientes, en que Erotes de pequeño tamaño o amorcillos se representan jugando solos o en compañía de otros personajes mitológicos, especialmente de Afrodita.
Hasta aquí nos hemos ocupado de descifrar el tema o asunto de una figura, o más propiamente, de una representación figurativa, es decir, la forma de un ser animado. Para su descripción es necesario fijarse en su sexo –hombre, mujer, hermafrodita–, edad –niño, joven o viejo–, posición –de pie, sedente, yacente, etc.–, caracterización o rasgos fisionómicos e indumentaria. Una parte accesoria, pero fundamental, de la imagen es el atributo que ayuda a caracterizar, de forma precisa, una figura, humana o divina, puesto que sin él la figura pierde o ve alterado su significado.
Por ejemplo, la escultura del Eros Farnesio (figura 10), o cualquier otra semejante inspirada en el torso del Eros Centocelle, tiene un significado representacional o primario –un joven alado–, que nos remite a una divinidad en concreto, a saber, el dios Eros, gracias a la correcta identificación de sus atributos: un fragmento de arco que lleva en su mano izquierda y un carcaj pegado al soporte, que nos desvelan, por tanto, un significado secundario o convencional en tanto que representación de un personaje mitológico concreto.
En otras ocasiones, el dios Eros se convierte en un mero atributo, al caracterizar a la diosa Afrodita a la que acostumbra a acompañar, especialmente en el arte romano. En Roma, Cupido o Amor no alcanzó nunca el lugar de una divinidad independiente con culto propio, de ahí que no se le dedicaran imágenes significativas, con excepción de los grupos de Erotes o amorcillos que aparecen en las más variadas escenas.
Figura 11. Venus y Cupido, ss. I-II d. C. (solo el cuerpo es antiguo, la cabeza y Cupido fueron rehechos en la restauración de principios del s. XVII). Escultura romana en mármol blanco. Museo del Louvre, París.
Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Venus_and_Cupid,_Louvre,_MR_386#/media/File:Venus_and_Cupid,_Louvre,_MR_386.jpg.
Cuando hay más de una figura se puede hablar de grupo, y si la figura o un grupo de ellas están desarrollando una acción, entonces tenemos una escena. Estas pueden ser de diferentes tipos, conforme a su temática, tipología o estructura, pero también según su finalidad, casi siempre narrativa, es decir, que «cuenta una historia», aunque pocos de los ejemplos citados hasta el momento podrían clasificarse dentro de esta categoría. Las imágenes de culto solitarias y autónomas podrían clasificarse dentro de lo que entendemos por imagen temático-descriptiva, en tanto que representan un estado de la naturaleza, sin referencia a un espacio o tiempo concretos.
Por tanto, la imagen puede ser descriptiva o narrativa. Esta última está conformada por un conjunto de elementos relacionados entre sí que representan un hecho y se refieren a una historia. Por tanto, su finalidad es narrar sucesos reales o imaginarios, que tienen lugar en un marco temporal y espacial concreto y conforme a un orden cronológico. Aunque como fragmentación de la realidad representada es solo una descripción –un accidente en el relato– o narración parcelada.
La pintura de temática mitológica puede ser considerada parte del conjunto de la pintura narrativa, en que la escena representada «cuenta una historia». De hecho, la historia del arte occidental ha cultivado siempre la ancestral relación entre la imagen narrativa y el relato literario.
A continuación recurriremos a escenas tomadas de la pintura del Renacimiento, una época en que se juzgaba que la tarea mayor y más ingeniosa que podía acometer un pintor era justamente la de pintar historias. Por ese motivo conocer la historia, el discurso o tema narrativo de una pintura se hace esencial en la formación de cualquier estudiante de historia del arte.
Pero los estudios de iconografía clásica no son un mero juego de identificaciones visuales –figura-dios/personaje mitológico-atributo–, sino algo mucho más complejo. Hay que saber cómo y por qué se eligió ese tema para ese lugar y qué implicaciones conlleva dicha elección.
Tomemos, por ejemplo, una de las paredes de la Sala de Amor y Psique del Palacio del Té (Mantua), un fresco realizado por Giulio Romano entre 1526-1528. La escena que nos interesa, de un modo particular, es aquella en la que se representa a Venus tomando el baño, en compañía de Marte –en el arte griego clásico sus atributos usuales eran un casco crestado y una lanza; casco y coraza aparecen en el suelo, en el ángulo inferior izquierdo.
Figura 12. Giulio Romano, El baño de Venus y Marte (¿Adonis?), 1526-1528. Pintura al fresco. Sala de Amor y Psique, Palacio del Té, Mantua.
Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Giulio_Romano_-_Venus_and_Mars_Bathing_-_WGA09568.jpg.
El baño de Venus es un tema frecuentemente tratado en la escultura clásica –también en ocasiones asociado a su nacimiento, a la imagen de Venus surgiendo de la onda y la espuma de Chipre–, con ejemplos tan célebres como la Venus de Cnido o Cnidia (h. 360 a. C.) de Praxíteles. Posteriormente, se convirtió en asunto habitual de la pintura de época moderna desde el siglo XVI. Una «excusa» perfecta para que los pintores pudieran representar figuras femeninas desnudas o en el acto de desnudarse eludiendo posibles censuras por parte de las autoridades religiosas.
Giulio Romano representó a Venus y a su amante durante el baño, asistidos por pequeños amorcillos, ante la presencia del dios Cupido, que se representa como un joven alado, armado con un carcaj de flechas y con el arco a sus pies. Pero según Gombrich, la fuente literaria de este asunto se esconde no en los mitógrafos clásicos, sino en la Hypnerotomachia Poliphili (1499) de Francesco Colonna. Traducida como el Sueño de Polífilo, se trata de una obra maestra del «arte del libro», ilustrado con más de un centenar de grabados en madera alusivos, en su mayoría, a la mitología clásica.

«Hacia el final de la Hypnerotomachia [Capítulo 24], los amantes [Polia y Polífilo] se encuentran en un jardín sagrado dedicado a Venus. En el centro hay un sarcófago o pila de mármol con relieves que conmemoran un suceso que había tenido lugar en ese mismo sitio: Venus había tomado un baño en medio de un rosal y había salido corriendo descalza en ayuda de Adonis, que era atacado por el celoso Marte. Se había pinchado el pie con la espina de una rosa y su sangre recogida por Cupido en una concha había transformado la rosa en la flor roja que nosotros conocemos».

E. H. Gombrich, Imágenes simbólicas. Estudios sobre el arte del Renacimiento (1983, pág. 108).

Figura 13. «Jardín y fuente de Venus», xilografía. Ilustración de Colonna, Francesco: Hypnerotomachia Poliphili, Venecia, 1499, pág. 373. Ejemplar digitalizado de la Biblioteca Nacional de España (INC/1324), Biblioteca Digital Hispánica.
Fuente: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000024346&page=1.
Pues bien, Giulio Romano debió haber tomado el grabado que ilustra la fuente y sepulcro de Venus en la edición del Sueño de Polífilo y se inspiró en él para decorar una de las paredes de la Sala de Amor y Psique. Véase cómo el sarcófago o pila de mármol se adorna con relieves que cuentan una historia conforme a una serie de técnicas narrativas que los artistas del Renacimiento fueron adquiriendo del arte del pasado –elementos iconográficos que podrían ser fácilmente inteligibles, la posición frontal (estática) o de perfil (activa), el lenguaje gestual, etc.– para poder expresar en imágenes sus relatos. De izquierda a derecha, como si de un cómic se tratara, pero sin fronteras físicas entre las viñetas, vemos, en el extremo izquierdo, el baño de Venus, que se ha interpretado como un acto de purificación. A continuación, Venus sale de las aguas, corriendo, y se pincha el pie con la espina de una rosa; a la derecha, del otro lado del clípeo o medallón, vemos a Marte atacando a Adonis (7) .
(7) Al principio Adonis era el dios de la vegetación. Su leyenda estaba unida al cambio de las estaciones, tal y como la resumió Apolodoro. Al parecer, era sumamente hermoso, hasta el punto de que la diosa Afrodita se quedó prendada de él. Dependiendo de las fuentes consultadas, no queda claro si fue la ofendida Perséfone la que persuadió al amante celoso de Afrodita, Ares, para que llevase a cabo su asesinato o fue muerto por un jabalí salvaje. Según Ovidio, Venus hizo brotar la flor de la anémona de cada gota de sangre vertida por Adonis. Versiones posteriores fueron ampliando la leyenda. Así, por ejemplo, gracias a los Ovidios moralizados y al Roman de la Rose (h. 1280), de Jean de Meung –una de las obras literarias más leídas de la Edad Media–, se difundió un tema que tuvo bastante éxito: el de Venus hiriéndose el pie y enrojeciendo la rosa.
Giulio Romano representó este relato recurriendo a la narración sinóptica, es decir, la que combina distintos episodios de una historia en una sola composición, sin unidad de tiempo, ni de espacio (figura 14). La escena, pues, corresponde a un momento imposible, que no podría captar una cámara: Marte persigue a Adonis y Venus corre para sujetarlo, al tiempo que ella pisa algo. Conocido ya el texto, resulta fácil identificar, en esta escena, al pequeño Cupido echado a los pies de Venus y Marte, quien lleva en su mano la rosa roja teñida con la sangre de la diosa del Amor.
La narración se compone, por tanto, de una sucesión de episodios. En contraposición al sinóptico, que acabamos de describir, podemos referir el tipo monoescénico, que describe un momento determinado de una historia que tiene unidad de tiempo y espacio (escenario). Equivale pues a la «foto-fija» de un momento particular del relato.
Figura 14. Giulio Romano, Marte persiguiendo a Adonis, 1526-1528. Pintura al fresco. Sala de Amor y Psique, Palacio del Té, Mantua.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/b/b2/Giulio_Romano_-_Mars_Chasing_Adonis_from_Venus’s_Pavilion_-_WGA09569.jpg.

4.Cómo leer una «historia». El programa

Cuando Giulio Romano construyó y decoró el Palacio del Té entre 1524 y 1534 por encargo de Federico II Gonzaga, duque de Mantua, se le indicó, según parece, que seleccionara para su ciclo de frescos temas relacionados con el simbolismo dinástico de la familia Gonzaga. Entre estas «historias» se concedió un lugar especial a la imagen del monte Olimpo. Es por esto que ocupa, por ejemplo, el centro del techo de la Sala de los Gigantes, cuyas pinturas al fresco representan la Gigantomaquia o caída de los gigantes.
Figura 15. Giulio Romano, Júpiter y los dioses del Olimpo, 1532-1534. Pintura al fresco. Sala de los Gigantes, Palacio del Té, Mantua.
Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Sala_dei_Giganti,_Palazzo_del_T%C3%A8,_Mantua#/media/File:Giulio_Romano_-_Vault_-_The_Assembly_of_Gods_around_Jupiter%27s_Throne_-_WGA09556.jpg.
También los banquetes del Olimpo tienen su lugar: la Sala de Amor y Psique, pintada en su totalidad por Giulio Romano y algunos de sus mejores asistentes entre 1526 y 1528. Fue en esta gran sala destinada a fiestas y recepciones donde se llevó a cabo, en 1530, el famoso banquete ofrecido al emperador Carlos V en su primera visita a Mantua, ocasión aprovechada para que el emperador otorgara a Federico Gonzaga el título de Duque. Los temas de los frescos se inspiran en El asno de oro de Apuleyo (s. II d. C.), una novela de la Antigüedad que narra, entre otras historias, las peripecias de Psique y las dificultades que debe superar para casarse con Cupido (Amor). La decoración se distribuye entre la bóveda y la parte superior de las paredes. En este recinto fueron pintados los frescos del Banquete nupcial de Amor y Psique y El baño de Marte y Venus, así como la gigantesca y solitaria figura de Polifemo, que domina todo el conjunto y trataremos más adelante (8) .
Se puede suponer que el objetivo de la iconografía es identificar los textos ilustrados en una imagen mitológica o profana y que la misión de un manual de iconografía es enseñar cómo hacerlo. De hecho, el ejemplo de la historia de Venus y Marte parecía dirigirse a este fin. Pero, desde los estudios pioneros de Panofsky, también entendemos por iconología «la reconstrucción de un programa, más que la identificación de un texto concreto (9) .

4.1.Estudio de caso

El programa mitológico de la Galería del Palacio Farnese (Roma)
El encargo del conjunto de frescos que adorna la Galería del Palacio Farnese proviene de la familia Farnese, vinculada con el papado desde el siglo XIII, llegando a ocupar el solio pontificio con Alejandro Farnese en 1534, conocido como Paolo III. Fruto del ascenso de esta familia fue la construcción del palacio, en la que participaron varios arquitectos de primera fila, como Antonio da Sangallo (1514-1546), Miguel Ángel (1546-1547) y Vignola (1547-1573). En dicho palacio, a inicios del siglo XVII, coincidiendo con la celebración del matrimonio entre el duque Ranuccio Farnese y Margarita Aldobrandini, celebrado en el mes de mayo del año 1600, se decidió decorar al fresco la galería principal del edificio, tomando como lema el topos Omnia vincit amor (‘el amor todo lo vence’), sentencia extraída de las Bucólicas de Virgilio.
La intención era la de mostrar diversos modelos de conducta que la pareja debía de tener en cuenta antes y durante su matrimonio, de ahí que la mayor parte de las escenas traten de los «amores y desamores de los dioses», entroncando, pues, con el género de la mitología moralizada. Cuando «leáis» cada escena no debéis olvidar que este era el propósito, la génesis del programa, aquello que tuvieron en mente los artistas y clientes a la hora de encargar las distintas pinturas de las que estaba compuesto el conjunto.
Entre 1597 y 1600, Annibale Carracci, uno de los máximos exponentes del clasicismo boloñés y fundador de la Accademia degli Incamminati, ayudado por Agostino, hermano suyo y también pintor, iniciaron las labores del diseño del conjunto. Entre 1600 y 1604 se detuvieron los trabajos y ambos marcharon a Parma. Cuando reemprendieron las tareas decorativas de la galería en 1605 contaron con la ayuda de diversos de sus alumnos de la Academia anteriormente citada. Entre ellos podemos citar a excelsos artistas barrocos, como Francesco Albani, il Domenicchino, Paolo Lanfranco o Guido Reni.
Figura 16. Annibale y Agostino Carracci, Galería del Palazzo Farnese, h. 1600. Pintura al fresco.Palacio Farnese, Roma.
Fuente: http://www.artehistoria.com/v2/jpg/CAF16309.jpg.

4.2.Cómo leer un conjunto

Las maneras de enfrentarse a un programa iconográfico son muy diversas. Si recordáis, habitualmente las obras se leen de izquierda a derecha y de arriba abajo, como si de un libro se tratara. El problema viene cuando nos encontramos con un conjunto tan complicado como el de la Galería Farnese, donde existe un aparente «caos» en la distribución de las escenas que nos puede dificultar el análisis. Tenemos distintas posibilidades antes de realizar un estudio individual de cada una de las escenas representadas y debemos tener claro qué orden seguimos con el fin de que la lectura sea comprensible; incluso recomendamos que en la introducción cualquier reconstrucción de un programa se indique cuál ha sido el procedimiento.
Habitualmente lo que se intenta es agrupar las escenas por tipologías formales, esto es, mirar cuáles presentan una forma y/o composición similar, porque eso quiere decir que están relacionadas y que su análisis debe realizarse conjuntamente. En la bóveda de la Galería tenemos doce tipologías formales que serán las que nos marquen la aproximación al significado y el orden de estudio. Hay que tener en cuenta, además, que puede ser que algunas de estas tipologías no tengan ningún significado y que sean meros elementos decorativos, hecho que también es necesario indicar en la interpretación de las mismas.
Una vez distribuidas las escenas dentro de estas tipologías formales, para un buen estudio del conjunto se debería ir tipología a tipología analizando las concomitancias en la estructura y composición, para, con ello, cumplir con los objetivos del nivel pre-iconográfico. En cada una de ellas deberíamos buscar las fuentes visuales y textuales entendiendo qué valor tenían en el momento de su concepción y qué significado le dan los hermanos Carracci. Y ya, por último, realizar un estudio conjunto para entender por qué estos artistas seleccionaron dichas escenas y no otras, advertidos ya, de antemano, de que es un programa vinculado con unos desposorios. Para ello es necesario estudiar el contexto histórico en el que fueron concebidas, el conocimiento de las fuentes que pudieran tener los clientes y artistas y quiénes iban a ser los receptores de dicho programa. Sobre ello hablaremos en la última parte del análisis. Ahora, como muestra, analizaremos algunas de las pinturas citadas para que conozcáis los temas mitológicos expuestos y cómo deberíamos de analizarlos.
Hércules e Iole
Figura 17. Annibale y Agostino Carracci, Hércules e Iole, h. 1600. Pintura al fresco. Palacio Farnese, Roma.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/09/Hercules_and_Iole_-_Annibale_Carracci_-_1597_-_Farnese_Gallery%2C_Rome.jpg?uselang=es.
Esta escena nos sirve para volver a hablar de la importancia de las fuentes textuales y visuales. Para comenzar, es necesario indicar que la estatuaria clásica es fundamental para entender la concepción de la anatomía humana en los tipos físicos de los Carracci, y que esculturas como la del Hércules Farnese serían un ejemplo. Fijaros en esta representación del mismo héroe pintada en el siglo XVII y en el mármol que ilustramos a continuación (figura 18). Es evidente que los artistas se basaron en la pieza clásica para definir la anatomía del mismo. También en el cuerpo de la bruja Iole vemos reminiscencias a otros autores anteriores como Tiziano, tal y como sucedía en la escena anterior, debido a la sensualidad y voluptuosidad de las formas.
Figura 18. Glicón (copia de la obra de Lisipo), Hércules Farnese. Siglo iii d. C. Mármol. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Hercules_Farnese_3637104088_9c95d7fe3c_b.jpg.
Por lo que respecta a las fuentes textuales, en este caso los Carracci se basaron en dos textos clásicos, uno muy cercano en el tiempo, vinculado con ese Renacimiento del paganismo citado, la Jerusalén Liberada (10) (1575), de Torcuato Tasso, y otro anterior, el Ars Amatoria de Ovidio. Es necesario también indicar que las proezas de Hércules se deben reconstruir a partir de la lectura de muchos clásicos de la antigüedad que nos van narrando con detenimiento sus trabajos y su vida; no tenemos una sola obra que las compile todas.
(10) Se trata de un poema épico construido en veinte cantos que trata del asedio de Jerusalén durante la primera cruzada. Tuvo mucho éxito durante el periodo de la Reforma Católica y durante la amenaza del Imperio otomano a las costas cristianas porque representaba la victoria del cristianismo ante lo pagano. El estilo nos remite a los textos de Homero y Virgilio. En este caso el tema de Hércules está vinculado con el asedio citado, pues, según las leyendas conservadas, este héroe fue fecundando a la mayor parte de las princesas de los pueblos que habitaban en el Antiguo Continente mientras realizaba sus trabajos. De ahí que monarquías como los Austrias o Borbones lo incluyan en su genealogía mítica. Si recordáis cómo es el escudo de España, en él veréis dos columnas, que se refieren a uno de los trabajos de Hércules, la separación de los montes de Abyla y Calpe, que crearon el estrecho de Gibraltar. Con ello los monarcas españoles dignifican su familia vinculándola a uno de los personajes que mejor representa la buena conducta, la fuerza y la inteligencia.
Hijo de Zeus y la mortal Alcmena, Hércules es uno de los héroes más importantes de la Antigüedad clásica. Es el paradigma de la virilidad, la fuerza, el coraje, el orgullo y el vigor sexual. Existen numerosos relatos mitológicos sobre su figura, pero los que debéis conocer con mayor detenimiento son los vinculados a los doce trabajos. Estos pueden reconstruirse a partir de diversos textos de autores clásicos, como Homero, Hesíodo, Psino de Lindos o Pisandro de Cámiros. El origen de los trabajos está vinculado con el asesinato de su mujer y de sus hijos, que él mismo cometió debido a un ataque de locura provocado por Hera, esposa de Zeus, que siempre le persiguió por ser hijo bastardo de su marido Zeus. Tras despertar de dicho ataque, el héroe griego se sintió avergonzado y trató de buscar consuelo ante tal atroz acción. Acudió al Oráculo de Delfos, donde la sibila le indicó que para sanar su alma debía de cumplir diez trabajos dispuestos por Euristeo, uno de sus mayores enemigos.
Una vez finalizadas estas tareas, que detallaremos a continuación, Hera convenció a Euristeo de que dos de ellas las había realizado con la ayuda de su sobrino Yolao, y que, por tanto, no eran válidas, por lo que Hércules tuvo que realizar dos trabajos extra. Los trabajos que tuvo que realizar fueron: matar al león de Nemea y despojarlo de su piel, asesinar a la Hidra de Lerna, capturar a la cierva de Cerinea, capturar al jabalí de Erimanto, limpiar los establos de Augías en un solo día, matar a los pájaros del Estínfalo, capturar al toro de Creta, robar las yeguas de Diomedes, robar el cinturón de Hipólita, robar el ganado de Gerión, robar las manzanas del jardín de las Hespérides, y, por último, capturar a Cerbero y sacarlo de los infiernos. Estos doce trabajos han sido representados en numerosas ocasiones y de las distintas victorias que acometió fue configurando su iconografía. De ahí que podamos verlo representado con la maza con la que asesinó a la hidra o con la piel del león de Nemea.
Centrándonos en la escena en sí, cuenta el mito que este héroe estuvo tres años bajo el hechizo de Iole, una bruja que vivía en una isla. Durante este tiempo, dicha mujer lo tuvo a su merced, obligándole a hilar, a tocar música, etc. Se eligió esta escena en el palacio porque representa el poder del amor y su hechizo. Es tan fuerte el valor del mismo que curiosamente los personajes han intercambiado sus atributos. Iole porta la maza y la piel del león de Nemea, mientras que Hércules hace sonar la pandereta y porta un delicado textil sobre su cuerpo. El hombre ha abandonado su quehacer debido al embrujo de la mujer.
Esta escena nos ha parecido interesante para demostrar que no tenéis que analizar a los personajes de modo individual, pues si intentamos buscar en las fuentes clásicas qué dioses o héroes portan una pandereta y qué mujeres una piel de león nos sería tarea complicada y caeríamos en un error interpretativo. Lo más importante es fijarse en el conjunto de los atributos y buscar en los textos clásicos alguna representación que encaje con aquello que estamos viendo, conocer la historia y el porqué de dicho intercambio de elementos iconográficos entre Hércules e Iole. Como indicamos en páginas precedentes, los estudios de mitología no se resumen en una identificación automática a través de distintos atributos y quiénes los portan, sino de algo más complejo, donde la propia historia narrada en las fuentes citadas puede modificar la distribución de los elementos a analizar.
Júpiter y Juno
Figura 19. Annibale y Agostino Carracci, Júpiter y Juno, h. 1600. Pintura al fresco. Palacio Farnese, Roma.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e2/Jupiter_and_Juno_-_Annibale_Carracci_-_1597_-_Farnese_Gallery%2C_Rome.jpg?uselang=es.
Esta escena está extraída de la Ilíada de Homero (Libro XIV, 314-316 y 328). En ella vemos representada a Júpiter junto a su esposa, Juno (hija mayor de Cronos y Rea), que sufre las incesantes infidelidades de su marido y por ello le pide a Venus que la haga deseable a su esposo. La diosa del amor le da una cinta para que se la ate bajo el pecho y así atraer a su marido. Bajo los efectos de dicho embrujo, Júpiter la mira con deseo, sentado en el borde de la cama. Ha quedado tan seducido que el rayo se le cae al suelo y el águila aparece representada con un gesto de contrariedad al entender que el dios supremo ha abandonado sus obligaciones a causa del embrujo. Además, la finalidad de Juno es conseguir distraer a su marido mientras, a sus espaldas, una serie de divinidades olímpicas ayudan a los troyanos en la guerra, desobedeciendo sus órdenes, que era la de ser neutrales. Si os fijáis, el eje central de la pintura es la propia cinta dada por Venus y la mano de Júpiter poseyendo a Juno, todo ello envuelto en una ambientación que nos recuerda a la pintura veneciana de Tiziano o al colorismo de Correggio.
En la escena podemos ver representados los principales atributos de ambos dioses. Justo detrás de la esposa de Zeus podéis ver un pavo real, un símbolo solar –relacionando las plumas abiertas del animal con la forma del astro– vinculado con la fecundidad, de la que Juno es la protectora. En el caso de su esposo vemos representados sus dos principales atributos: el rayo y el águila. El primero de ellos está vinculado a su papel de dios del firmamento y de los agentes atmosféricos. Con él mantiene el orden y la justicia en el mundo. Un significado similar tendrá el águila, el animal que controla los cielos. Por otro lado, no olvidemos, como ya hemos indicado anteriormente, que Júpiter se transformó en este animal para poseer a Ganímedes en unos de sus arrebatos amorosos.
Podríamos decir que el hecho de que los artistas hagan tan visibles los atributos de ambos dioses en esta escena, así como el lazo que sirve para el embrujo de Júpiter, es debido a la claridad que los Carracci quieren dar a la escena, proveniente de un fragmento de la Ilíada, fuente esencial de muchas de las representaciones de este ciclo pictórico, dando coherencia al conjunto. De nuevo, el poder del embrujo y las malas artes de las mujeres aparecen aquí representados.
Polifemo enamorado y furioso
En este caso vamos a realizar un estudio conjunto de dos escenas que se encuentran enfrentadas en los lados menores de la Galería: el Polifemo enamorado y el furioso, ya que muestran el inicio y el fin de una acción y deben de ser leídas conjuntamente para entender el significado de las mismas.
Figura 20. Annibale y Agostino Carracci, Polifemo enamorado y Polifemo furioso, h. 1600. Pintura al fresco. Palacio Farnese, Roma.
Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Annibale_Carracci,_Farnese_Ceiling_%28South_Side%29.png?uselang=es.
Como hemos indicado, se trata de dos escenas que se encuentran situadas en los extremos de la Galería, una en frente de la otra. La fuente textual utilizada es la obra de las Imágenes de Filostrato. Polifemo, hijo de Neptuno y de la ninfa Tosa, el más célebre de los cíclopes, es reconocido por poseer un solo ojo y una gran nariz. Una de sus principales características es, además, ser considerado uno de los máximos devoradores de hombres, tal y como describe Hesíodo en su Teogonía. En las pinturas de la Farnese se representa cómo queda prendado de Galatea, una nereida, que fue también representada por Rafael en la Farnesina –El triunfo de Galatea es un fresco pintado por Rafael entre 1510 y 1511 en la Vila Farnesina, en Roma–, mientras la ve a lo lejos surcando el mar, sobre una concha tirada por delfines y tritones. Polifemo hace sonar un instrumento musical para atraerla. Como veis, la música tiene un valor fundamental en el amor, tal y como sucedió en el caso de Orfeo y Eurídice –los encantos y los efectos del poder musical de Orfeo le permitirán salir airoso en su descenso a los infiernos, posiblemente el mito más conocido de este personaje, en el que tratará, con éxito, de retornar a la vida a su esposa muerta–. Encandilada por la música, Galatea coge las bridas para frenar y dirigirse hacia Polifemo, ayudada por Céfiro, dios del viento, que agita sus vestidos, y llega hasta a él. De todas maneras, el flechazo es efímero, pues la historia no acaba bien, como representa la segunda escena del conjunto.
Cuando Galatea se acerca a Polifemo y ve su aspecto monstruoso, lo rechaza, entregándose al hermoso pastor Acis, que se encontraba por allí cerca. Polifemo, preso de la ira, aplastó a Acis con una roca que arrancó del monte. Los Carracci representan a la perfección los dos momentos culmen: el del encanto musical que atrae a Galatea y el otro, más trágico, cuando Polifemo lanza violentamente la piedra mientras que los dos amantes huyen despavoridos unos momentos antes de la tragedia, convirtiéndose en la composición más dinámica del conjunto. Para conseguir dicho sentimiento de tragedia, los artistas se basan en distintas fuentes visuales que ayudan a ello, como el Torso de Belvedere –se trata de un fragmento de la estatua de un desnudo masculino firmado por el escultor Apolonio de Atenas, descubierto en la ciudad de Roma a principios del siglo XVI–, por una parte, o, para representar la belleza ideal, se centran en los frescos de Rafael de la Farnesina (figuras 21 y 22).
Una de las claves para identificar al cíclope es que aparece pintado con un solo ojo, su maza, herramienta habitual de batalla –que comparte con otros personajes como Hércules– y su musculatura exuberante. Más complicado es identificar a Galatea, más allá de por la corte marina que la acompaña, al ser hija de Neptuno. Una vez más, el estudio de los atributos debe de ser completado con el propio análisis de las leyendas mitológicas con el fin de entender e identificar qué es lo que aparece representado.
Figura 21. Estudio comparativo: entre la imagen de Galatea de los Caracci y El triunfo de Galatea, un fresco pintado por Rafael, h. 1510 y 1511. Villa Farnesina, Roma.
Figura 21. Estudio comparativo: entre la imagen de Galatea de los Caracci y El triunfo de Galatea, un fresco pintado por Rafael, h. 1510 y 1511. Villa Farnesina, Roma.
Figura 22. Estudio comparativo: entre las anatomías de Polifemo, de los Caracci, y el Torso del Belvedere, del siglo i d. C, conocido en Roma desde el siglo xv. Museos Vaticanos, Roma.
Figura 22. Estudio comparativo: entre las anatomías de Polifemo, de los Caracci, y el Torso del Belvedere, del siglo i d. C, conocido en Roma desde el siglo xv. Museos Vaticanos, Roma.
Pan y Diana
Figura 23. Annibale y Agostino Carracci, Pan y Diana, h. 1600. Pintura al fresco. Palacio Farnese, Roma.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/c6/Carracci%2C_Annibale_-_Hommage_to_Diana_-_1597-1602.jpg?uselang=es.
Situado en el eje central de la Galería, vemos representado a Pan, uno de los sátiros más importantes de la mitología griega, vinculado con el pastoreo, la fertilidad y la sexualidad masculina, al estar dotado de un gran apetito sexual y su costumbre de perseguir por los bosques a las ninfas. Formaba parte, además, del cortejo de Dionisos/Baco. Para identificarlo debemos centrarnos en dos aspectos: el primero es que la mitad de su cuerpo es de cabra y no de ser humano y, otro más importante, vinculado a otra historia que aparece representada en la Galería, que se muestra portando una siringa, instrumento musical de viento formado por cañas.
La representación de Pan con este instrumento está relacionada con un pasaje de las Metamorfosis de Ovidio (Libro I, 688-711), donde se cuenta cómo Pan se quedó prendado de la ninfa Sirinx (o Siringa), quien para no ceder a sus deseos solicitó cuando iba a ser violada por el sátiro que la transformaran en un cañaveral. Preso de la suavidad del tacto de dichas cañas y en recuerdo por la atracción sentida, Pan decidió construir un instrumento musical, conocido como Siringa, que le acompañó en todas sus aventuras.
Por su parte, vemos representada a Diana, una de las diosas virginales más crueles, hermana de Apolo. Pan decide llamar la atención de Diana ofreciéndole un vellón de lana blanca. Podemos identificar a la diosa gracias a la media luna que decora su cabello y al arco, por su labor de cazadora. Ella queda prendada por la suavidad del mismo, aunque no llegan a culminar el acto sexual. Esta historia viene narrada en las Geórgicas de Virgilio (Libro III, 391-392) y está vinculada a los dones del amor, en relación con el intercambio de bienes que los esposos Ranuccio y Margarita iban a realizar en su matrimonio.
Mercurio y Paris
Figura 24. Annibale y Agostino Carracci, Mercurio y Paris, h. 1600. Pintura al fresco. Palacio Farnese, Roma.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e3/Paris_and_Mercury_-_Annibale_Carracci_-_1597_-_Farnese_Gallery%2C_Rome.jpg?uselang=es.
En este mismo eje central nos encontramos con una escena que ya hemos explicado en epígrafes anteriores. Se trata del momento en el que Mercurio le da a Paris la manzana traída por la Discordia para la más bella de las diosas en las bodas de Tetis y Peleo. Como indicamos, aquí se inició la Guerra de Troya al elegir Paris a Venus para que le otorgara el amor de Helena, que luego fue raptada dando comienzo a la guerra entre troyanos y griegos, fruto de la cual nacieron otras representaciones míticas amorosas que hemos ido narrando en el ciclo de los Farnese.
Obviamente, en este caso los atributos que nos ayudan a reconocer a los personajes son: la vara de pastor y el perro, símbolo de la fidelidad, que acompañan a Paris; la manzana de la Discordia, clave de la historia, y, en el caso de Mercurio, sus tobillos y el casco alados. Pero, por otra parte, si recordáis, el máximo atributo de este dios era el caduceo, una especie de cetro, muchas veces circundado por serpientes. Debéis fijaros que, en este caso, se ha cambiado por una trompeta. Este hecho se ha querido relacionar con el inicio de la Guerra que supone la elección de Venus; es como si Mercurio hiciera sonar la fanfarria que da inicio al combate. Así, pues, de nuevo, vemos un cambio en los elementos iconográficos que definen a los personajes, si bien el casco y los tobillos alados nos dan la clave para la identificación.
Baco y Ariadna
Figura 25. Annibale y Agostino Carracci, Baco y Ariadna, h. 1600. Pintura al fresco. Palacio Farnese, Roma.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/c7/Rome_Palazzo_Farnese_ceiling_Carracci_frescos_04.jpg?uselang=es.
Esta escena es la más grande y compleja desde el punto de vista compositivo e iconográfico de todo el conjunto. Tradicionalmente se ha interpretado como el triunfo de Baco y Ariadna, como si de un cortejo nupcial se tratara, pero, como veremos, otros autores opinan que representa, más bien, el triunfo de la unión del amor sacro y el profano.
Como sabéis, la lectura de una obra de arte siempre debe realizarse de izquierda a derecha. En el lateral aparece el dios Baco sedente sobre su carro, ricamente ornamentado con motivos clásicos, tirado por tigres, animal relacionado con oriente, procedencia mítica de dicho dios. Podemos identificar a este personaje mitológico, además de por su cortejo, porque porta entre sus manos un racimo de uvas, como origen del vino, y por la corona de hojas de hiedra que decora en su cabeza.
Junto a él aparece Ariadna, coronada por doce llamas. En este sentido, debéis andar con tiento a la hora de interpretar quién es la representada. En la iconografía cristiana, una mujer entronizada o de pie con doce estrellas rodeando su cabeza representaría la Inmaculada Concepción, de ahí que debamos tener presente en qué géneros nos estamos moviendo para realizar una correcta interpretación. En este caso, la corona es un regalo nupcial entregado por Baco a su amada. Esta fue confeccionada por Hefesto-Vulcano y está relacionada con la constelación de la aurora boreal.
Ariadna es la hija del rey de Creta Minos y de Pasifae. Su historia, en un principio, está relacionada con el héroe mitológico Teseo, quien necesitó de su ayuda para ganar en la lucha contra el Minotauro en la isla de Creta y salir victorioso del laberinto creado por el padre de esta princesa. Teseo, a cambio de sus recomendaciones, le prometió su amor y su compañía eterna, cosa que no cumplió, pues una vez conseguido su objetivo, la abandonó en la isla de Naxos mientras su prometida estaba durmiendo. Ariadna no tuvo ocasión de lamentar por mucho tiempo el abandono de su amado, porque muy pronto apareció Baco conduciendo un carro tirado por tigres y rodeado de su cortejo de sátiros, ménades y Sileno, y le propuso matrimonio.
Ariadna, además, aparece representada dos veces en esta escena. En una esquina, dormida, tal y como la dejó Teseo, y, en la parte opuesta, como indicamos, en el cortejo de Baco. La identificamos en este primer caso no por poseer ningún atributo, sino por la propia historia y, sobre todo, por las relaciones formales entre ambas figuras, esto es, los pintores han reproducido de modo casi idéntico sus facciones en sendas representaciones para que el espectador pueda identificarlas.
Los machos cabríos que tiran del carro de Ariadna, parte habitual del cortejo báquico, son símbolo del desenfreno y la lujuria, dos de las características típicas de las fiestas organizadas por este personaje mitológico a las que acudían, por ejemplo, los sátiros, que como indicamos en la escena de Pan y Diana, empleaban gran parte de su tiempo en intentar violar a las ninfas. Para conocer el significado de los animales, aunque sea una fuente de origen tardo-antigua o medieval, podéis acudir a los conocidos Fisiólogos o Bestiarios donde se explica el valor simbólico de cada uno de ellos.
En este cortejo aparece representado otro personaje importante en la mitología clásica. Se trata de Sileno. Hijo de Pan y una ninfa (o según otras fuentes, nacido de las gotas de sangre de Urano cuando fue mutilado por Cronos), es un habitual en las celebraciones de Baco. Siempre es descrito y representado muy feo, con la nariz achatada y una gran barriga. También aparece en muchas ocasiones, como en esta, cabalgando un asno, porque estaba siempre tan borracho, debido a que el resto de personajes que lo circundaban no le dejaban tener la copa vacía, que no podía ni mantenerse en pie. Debido a su adicción al vino, aparece siempre coronado con hojas de hiedra, que tienen valor curativo de la resaca; como veis, físicamente se parece muy poco a Baco, quien también porta dicho atributo, pues aparece mucho más esbelto y joven, además de que nunca monta un asno como en el caso de Sileno. Para que podáis focalizar mejor el modo en que este personaje aparece representado, y, con ello, distinguirlo de Baco, a continuación incluimos una pintura de José de Ribera, pintor barroco nacido en Xàtiva pero que vivió la mayor parte de su vida en Roma, que, con cronología un tanto posterior, representó a Sileno ebrio en sus cuadros.
Figura 26. Detalle del cortejo de Baco donde aparece Sileno ebrio (anterior).
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/c7/Rome_Palazzo_Farnese_ceiling_Carracci_frescos_04.jpg?uselang=es.
Figura 27. José de Ribera, Sileno ebrio, h. 1626. Óleo sobre lienzo. Museo di Capodimonte, Nápoles.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Sileno_ebrio#/media/File:Sileno_borracho.jpg.
Por otro lado, volviendo al asunto representado en la escena principal, como hemos indicado anteriormente, no todos los autores opinan que aquí lo que se celebre sea el matrimonio entre Baco y Ariadna, tal y como se ha descrito. Investigadores como Silvia Ginzburg (11) afirman que el tema del conjunto es el triunfo de la unión del amor celeste con el amor terreno, entendiendo que el personaje acostado a la derecha de la composición es la Venus terrestre, frente a la que está siendo coronada, la Venus celeste, y no Ariadna como hemos comentado. De hecho, opina que por este motivo se eligió la presente escena como la principal de toda la Galería, pues los desposorios de Ranuccio Farnese y Margarita Aldobrandini eran la culminación de esos dos tipos de amor. Todo ello demuestra cómo a pesar de encontrar «pistas» a través de los atributos iconográficos tradicionales que nos ayuden a identificar los personajes, algunos investigadores prefieren no realizar una lectura de cada escena, sino buscar un significado de conjunto a todos los motivos representados en el programa iconográfico, y de ahí que realicen este tipo de interpretaciones. No es fácil dilucidar si Ginzburg está en lo cierto, aunque aporta diversas pruebas documentales, que analizaremos en las conclusiones; la recomendación siempre es que la solución más objetiva es la de interpretar a través de las «pruebas» que nos van dejando los artistas, basándose en las fuentes clásicas, pues éstas están basadas en el peso de la tradición y en la conformación de los tipos iconográficos.
Para concluir, simplemente indicar, en el plano formal, que los Carracci se basarían en diversos sarcófagos clásicos, con una forma de friso similar, a la hora de reproducir dicha escena.
Perseo y Andrómeda
Figura 28. Annibale y Agostino Carracci, Perseo y Andrómeda, h. 1600. Pintura al fresco. Palacio Farnese, Roma.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/99/Perseus_and_Andromeda_-_Annibale_Carracci_and_Domenichino_-_1597_-_Farnese_Gallery%2C_Rome.jpg?uselang=es.
Perseo es un semidiós, hijo de Dánae y Júpiter. Es uno de los héroes más importantes del panteón helénico, recordado por la hazaña de cortar la cabeza a Medusa, quien convertía en piedra a aquel que la miraba a su rostro, circundado de serpientes. Para realizar esta hazaña contó con la ayuda de Hermes, quien le regaló a Pegaso, el caballo alado que aquí los Carracci representan, y de Atenea, quien le dejó un espejo para reflejar el rostro de Medusa.
En esta escena se muestra cómo Perseo salva a Andrómeda de las fauces de un ser monstruoso. La fuente textual sería, de nuevo, las Metamorfosis de Ovidio (Libro IV, 665-739). En este texto se narra cómo el héroe griego se encontró con esta princesa, hija de los reyes Cefeo y Casiopea (representados en el margen derecho), expuesta para que fuera devorada por un monstruo marino enviado por Poseidón como castigo a su madre, quien se había jactado de ser más hermosa que las nereidas. Perseo quedó prendado de Andrómeda y decidió liberarla, luchando contra dicho monstruo. En este caso, los Carracci –con la ayuda de uno de sus más ilustres discípulos, Il Domenichino– decidieron introducir otro cambio iconográfico. En la narración de Ovidio la lucha se produce con una espada y aquí el elemento que utiliza el héroe para vencer al mostruo es la misma cabeza de la Gorgina o Medusa. ¿Por qué? Lo entenderemos cuando analicemos la escena que continúa justo en la pared opuesta.
Figura 29. Detalle de la figura de Perseo que lleva la cabeza de Medusa en su mano (anterior).
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/99/Perseus_and_Andromeda_-_Annibale_Carracci_and_Domenichino_-_1597_-_Farnese_Gallery%2C_Rome.jpg?uselang=es.
Perseo y Fineo
Figura 30. Annibale y Agostino Carracci, Perseo y Fineo, h. 1600. Pintura al fresco. Palacio Farnese, Roma.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/2b/Perseus_and_Phineas_-_Annibale_Carracci_and_Domenichino_-_1597_-_Farnese_Gallery%2C_Rome.jpg?uselang=es.
Tras su gran hazaña, Perseo se va a casar con Andrómeda, pero en medio de la boda, irrumpe Fineo, rey de Tracia, y sus guerreros, quienes reclamaban el derecho del tracio a desposar a la hija de los monarcas, con quien sus padres habían apalabrado la boda. Entonces se inicia un combate cruento entre Perseo y sus amigos y la corte de Fineo. Para salir victorioso de la contienda, el héroe griego sacó de su zurrón la cabeza de Medusa y petrificó con ella a todos sus enemigos. Ahora entendemos por qué los Carracci decidieron modificar las fuentes clásicas en su representación de las escenas: quisieron darle a la testa de la malévola Medusa un significado positivo, convirtiéndola en el verdadero símbolo de la victoria del amor, que derrota a todos aquellos que se oponen a su consumación. Por tanto, se cierra el ciclo pictórico con el lema de Virgilio: Omnia vincit amor, el topos general de la obra de los pintores boloñeses.
Una vez más, como indicamos, la modificación de los atributos expuestos, en este caso en las Metamorfosis de Ovidio (Libro V, 1-45 y 207-235), tienen sirve para aumentar el mensaje que quieren transmitir a través de sus frescos, conduciendo al espectador hacia un significado específico, a causa de ese sentimiento de perplejidad que produce la variación de los elementos iconográficos. En este sentido os tenéis que fijar en dichas variaciones para comprender todo aquello que aparece representado.

4.3.Conclusión

Para concluir con el estudio de este programa debemos, aunque sea brevemente, exponer el significado del conjunto. No es una tarea fácil, pues no existe unanimidad por parte de los investigadores sobre los motivos para escoger todas estas escenas. Autores como Dempsey (12) opinan que si bien puede entenderse como una sucesión de advertencias sobre el buen y mal modo de proceder con el amor, los Carracci fueron sumamente eróticos y lascivos a la hora de pensar y proyectar el programa. Por otro lado, otros investigadores como Silvia Ginzburg (13) no ven nada de lascivo o deshonesto en el conjunto, entendiendo que si así fuera, seguramente hubiera sido censurad por parte de los estamentos más rigoristas del Estado Pontificio. Además, esta autora, para poder entender por qué se eligió el lema de Omnia vincit amor y alguna de las escenas citadas, nos remite a algunos textos coetáneos a su realización, que estuvieron vinculados con los receptores del programa, pues, si recordáis, habíamos dicho que fueron pintados para la boda de Ranuccio Farnese con Margarita Aldobrandini. Ginzburg destaca la publicación de la obra de Melchiorre Zoppio, amigo de Agostino Carraggi, titulada La Montagna Circea, que vio la luz en Bolonia en 1600 con ocasión de la visita de la esposa a dicha ciudad. En ella se habla de la relación de guerra y paz entre el amor celeste y el terreno, el amor virtuoso y el amor vicioso, ideas que aparecen repetidamente en la Galería con raptos y enamoramientos y que concuerda, además, con el platonismo imperante en la Roma del momento.
Además, la obra literaria citada está basada, principalmente, en las Metamorfosis de Ovidio, al igual que la mayor parte de los frescos, lo que aún los relaciona más. Así, pues, estas pinturas y la pieza literaria, según Ginzburg, representan que mediante las bodas de Ranuccio y Margarita se pone fin al dominio del amor terreno –más sexual– y comienza el equilibrio entre este y el divino, ejemplificado ambos por Venus en la Galería y por las escenas de Eros y Anteros en la lucha por la palma de la victoria.
Para refrendar esto, la investigadora se basa también en una obra similar, redactada en 1614 por Jacopo Cicognini por los desposorios de Michele Peretti y Anna Maria Cesi, en la que se recogen los mismos argumentos que el texto de Zoppio y el programa de los Farnese. Con ello, e intentando resumir lo hasta aquí expuesto, todo el programa iconográfico lo que intenta mostrar es la importancia de la filosofía clásica en la educación de la sociedad moderna. La recuperación de diversas escenas vinculadas con el amor, sacro y profano, terreno y celeste, no son más que advertencias para los esposos que se van a casar, entroncando, pues, con esta mitología moralizada que expusimos en los párrafos anteriores.
Mediante el análisis de este conjunto, lo que os hemos querido demostrar es la importancia de conocer las fuentes textuales a la hora de identificar las deidades que aparecen representadas, la posesión y conocimiento de las mismas por parte de los artistas y/o clientes, y su actualización con otros textos coetáneos. Esto nos ha servido para que comprendierais que es necesario no solo un estudio individualizado de cada una de las escenas, sino de su relación con el resto y que su distribución en el programa pictórico nunca es casual, pues gracias a detallar su colocación podemos entender algunas narraciones que se desarrollan en su seno.
El mundo de la mitología es uno de los más apasionantes y necesarios a la hora de interpretar las pinturas. Es imprescindible desarrollar un ojo analítico y sintético a la vez cuando te enfrentas a su estudio. Nada es casual, todo tiene una explicación, bien en los textos o en otras representaciones artísticas, ya sean pinturas o esculturas, que se dieron con anterioridad. No solo es necesario conocer a Ovidio o Virgilio, así como el uso que de sus escritos se hizo en la Antigüedad y en el mundo moderno, para entender el programa iconográfico, sino también cómo estos dioses se han ido representando a lo largo de la historia, fijándose en las modificaciones de los tipos iconográficos, pues en aquellos elementos que se modifiquen debemos centrar nuestros esfuerzos para encontrar la clave interpretativa.

Bibliografía

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