Iconografía del poder

La imagen del monarca en la Edad Moderna
  • Borja Franco Llopis

     Borja Franco Llopis

    Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Barcelona, es profesor ayudante doctor en la Universidad de Valencia y ha centrado sus estudios en el análisis de la cultura visual del Renacimiento y el Barroco.

  • Iván Rega Castro

     Iván Rega Castro

    Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Santiago de Compostela, en la actualidad es investigador postdoctoral del Departament d’Historia de l’Art i Història Social de la Universitat de Lleida y miembro del Centre d’Art d’Època Moderna.

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Introducción

La iconografía no solo trata de santos o dioses, o del estudio de obras de arte en relación con sus fuentes textuales y visuales; es algo más. Este método de estudio abarca cualquier manifestación de tipo figurativo, cualquier imagen en la acepción más amplia del término. Y tiene muchas otras aplicaciones dependiendo del objeto de estudio, de la sociedad, de la época, y de las relaciones que se establecen entre forma y contenido. La arquitectura, por ejemplo, es susceptible de ser objeto de estas lecturas, en la medida en que se entiende el edificio como una forma simbólica. También podemos abordar el estudio del paisaje o el arte del retrato, en tanto que la iconografía parte siempre del supuesto de la existencia de un lenguaje figurativo en el que las imágenes adquieren un valor simbólico y un significado.
De hecho, ante un retrato corremos el riesgo de pensar, como en la fotografía, que se trata de una representación exacta de la realidad, una simple instantánea o reflejo de un determinado personaje. No debemos caer en este error. Como demuestran hoy en día los profesionales de la comunicación no verbal y las agencias publicitarias, hay reglas que rigen el fenómeno de la comunicación a través de «nuestra» imagen, en tanto que imagen metafórica del yo o «representación del yo». De la misma manera, es de suponer que los retratos realizados antes de 1900, anteriores a la fotografía, se ajustaban a un sistema de convenciones, más o menos formales, que tenían por finalidad representar al retratado de una forma determinada, por lo general favorable a su «representación».
Vamos entonces a ocuparnos de la configuración de la imagen pública del rey a través de imágenes de la Edad Moderna. En este módulo vamos a analizar cómo los monarcas elaboraron o fabricaron su imagen pública a fin de mostrar su poder y virtudes, a veces de modo muy evidente, con alegorías o elementos iconográficos fácilmente inteligibles por todos los estratos de la sociedad. Otras veces, en cambio, echaron mano de herramientas mucho más intelectuales, que eran solo manejadas por la alta cultura y las élites. Para expresarlo en términos más modernos, lo que interesa a la iconografía en este contexto es la propaganda y la ideología que instrumentaliza el arte del retrato. Para ello, y para que os familiaricéis también con este tipo de análisis que sobrepasa, como indicamos, el mero reconocimiento automático de símbolos y alegorías, hemos elegido como estudio de caso la monarquía hispánica durante el periodo moderno. En este módulo estudiaremos cómo fabricaron los Austrias, esto es, los reyes de la dinastía Habsburgo, una verdadera iconografía del poder vinculada a los valores tradicionales del catolicismo y a la defensa de la ortodoxia, principalmente en oposición al protestantismo que se desarrolló en Europa Central. Veremos también qué particularidades presenta esta propaganda y cómo, con la llegada de los Borbones en el siglo XVIII se produjo un cambio en la imagen pública del rey por la importación de una moda extranjera y unas necesidades de representación simbólica de la realidad distintas a sus antecesores.

Objetivos

Los objetivos que deberá alcanzar el estudiante tras trabajar los materiales didácticos de este módulo son los siguientes:
  1. Estudio de la creación de la imagen pública del rey en el mundo moderno, en particular de los reyes de la dinastía Habsburgo en la monarquía hispánica, en los siglos XVI y XVII.

  2. Análisis de las fuentes visuales y textuales que fueron utilizadas en un complejo proceso de configuración de una iconografía del poder, en la que el arte del retrato ser pone al servicio de la propaganda y la ideología.

  3. Estudio de estos hechos desde una óptica diacrónica, a través de los testimonios, de los cambios y variantes que se dan en cada reinado o dentro de los diferentes géneros artísticos de que se trate.

  4. Aplicación del método iconológico para entender el valor y el significado de un determinado programa o de un retrato en su contexto, a partir de la relación existente entre realidad y representación.

1.El retrato como propaganda política y religiosa

Un retrato no es un simple reflejo de la realidad visible, una imagen de un personaje con el aspecto que pudiera tener en un determinado momento (1) . El retrato, en tanto que género pictórico, tiene un alto contenido simbólico, esto es, «no real». Más aún si los retratados son personajes poderosos, como los reyes y príncipes de la Edad Moderna; más aún si los cuadros son retratos oficiales, retratos cortesanos realizados y diseñados para la «construcción simbólica de la autoridad». Entonces, las poses y los gestos de los personajes, sus trajes, los accesorios u objetos representados a menudo están cargados de significados que «publicitan» su poder y/o sus virtudes.
(1) Para un lúcido análisis sobre cómo pueden utilizarse las imágenes en el estudio de la «creación de grandes hombres» o la «construcción simbólica de la autoridad», véase Burke, Peter (1995). La Fabricación de Luis XIV (págs. 11-21, especialmente págs. 17-18). Madrid: Nerea; y Burke, Peter (2001). Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico (págs. 25-41, y, de un modo particular, las págs. 30-36). Barcelona: Crítica.
Figura 1. Sofonisba Anguissola, Retrato de Felipe II, 1565/1573. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Sofonisba_Anguissola#/media/File:Portrait_of_Philip_II_of_Spain_by_Sofonisba_Anguissola_-_002b.jpg.
Puede valer como ejemplo un famoso retrato de Felipe II de la antigua colección real, tradicionalmente atribuido a Sánchez Coello y que ahora se adscribe a la pintora italiana Sofonisba Anguissola. Aquí se representa al rey ataviado con las habituales vestiduras negras, ya que fue bajo el reinado de este monarca cuando el traje español o «a la española» quedó configurado mediante unas prendas rígidas e inmóviles que expresaban el espíritu de la monarquía hispánica. No en vano, durante dos siglos el negro fue el color distintivo de los reyes de España.
Además, llama la atención el Toisón de Oro sobre el pecho, es decir, que en este retrato de Felipe II sea este collar el único símbolo fácilmente reconocible de su autoridad. Se trata de una insignia de una vieja orden de caballería tardomedieval que consistía en un collar de oro del que pendía un carnero también de oro. Justamente, la orden del Toisón de Oro estaba destinada a propagar el catolicismo y tenía unos estatutos que eran un verdadero código de virtudes caballerescas. Por otro lado, el monarca sostiene en su mano izquierda un rosario, alusivo a la institución de la fiesta del Rosario por el papa Gregorio XIII. Dicha fiesta debía tener lugar cada primer domingo de octubre para conmemorar la Victoria de Lepanto, obtenida en 1571 contra los turcos, y celebrar, así, el triunfo de la fe católica. En 1573 Anguissola cambió intencionadamente la disposición de la mano derecha del retratado justamente para incorporar este accesorio.

1.1.La figura del «caballero cristiano»

Durante más de dos siglos, las virtudes del «buen rey» estuvieron relacionadas con el «buen gobierno» y con su talante religioso: el rey que lucha contra la herejía para defender a su pueblo y garantizar su salvación o el monarca piadoso que cumple escrupulosamente con los preceptos de la Iglesia fueron dos ideas fundamentales en la conformación del tipo iconográfico que estamos trabajando. Estos conceptos se radicalizaron aun más si cabe en los momentos de las luchas religiosas en Europa occidental, especialmente tras la publicación de las noventa y cinco tesis de Martín Lutero, en 1517, en las que llamaba a una renovación religiosa y una ruptura con la política del papado. Todo ello produjo una serie de movimientos políticos entre los monarcas y príncipes europeos con el fin de apoyar o rechazar las ideas luteranas de la Reforma.
Pues bien, en este horizonte convulso cobró forma la idea del Miles Christi, el caballero cristiano que debía luchar por la ortodoxia de la fe ante cualquier brote herético, representación que poco a poco se fue vinculando a los más insignes personajes que lucharon contra el protestantismo, entre ellos, los reyes españoles de la dinastía Habsburgo.
Para poder identificar aquellos atributos que puedan aparecer en los retratos cortesanos, relacionados con la idea del Miles Christi, es necesario que hagamos un breve recorrido de las fuentes textuales en las que se basa dicha ideología. El principal texto es el Enchiridion militis Christiani (1503, traducido al español en 1526) de Erasmo de Rotterdam, defendido por el propio autor como un «pequeño puñal para luchar contra el mal». Erasmo consideraba que la vida es una lucha a la que tiene que hacer frente el caballero cristiano y todo ser humano, una lucha que estaba dirigida por unos capitanes celestiales –Cristo, san Pablo, Moisés, etc.–, e incluso nos propone unas armas espirituales con las que batallar, principalmente las conocidas arma Christi (2) .
(2) Erasmo de Rotterdam (1526). El Enquiridión o Manual del Caballero Cristiano (edición de Dámaso Alonso y prólogo de M. Bataillon). Madrid, CSIC, 1971. Este libro se convirtió en un verdadero best seller de la época moderna, publicado en diversas lenguas rápidamente.
Las arma Christi son una serie de objetos asociados a la pasión y muerte de Cristo, una muerte a la que venció resucitando, y unos símbolos que representan, por tanto, la victoria del bien sobre el mal. Su representación fue habitual desde el medioevo, y aparecen principalmente asociadas a escenas de la crucifixión o el Juicio final. Entre ellas podemos destacar: la corona de espinas, el látigo, la columna o las cadenas con la que fue martirizado el Salvador, el gallo que cantó tres veces mientras san Pedro negaba ser discípulo de Cristo, los clavos de la cruz, el santo grial de la Última Cena, etc.
Figura 2. Maestro E. S., Varón de dolores, acompañado de los instrumentos de la Pasión, h. 1460. Grabado calcográfico. Gabinete de estampas, Staatliche Kunstsammlungen, Dresde.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/57/Christ_as_Man_of_Sorrows_between_Four_Angels.jpg.
A estas armas referidas por Erasmo habría que unir las que vienen citadas en fuentes bíblicas, como el Libro de la Sabiduría –la coraza de la justicia, el escudo de la igualdad, el yelmo de la voluntad y la armadura del celo, entre otras– o las que san Pablo, en la Epístola a los Efesios (6, 10-17), refiere como más apropiadas para luchar contra la milicia del mal.

«¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos, y también por mí, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía el Misterio del Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de él valientemente como conviene.»

San Pablo, Epístola a los Efesios (6:10-17).

Por último, y también anteriores a Erasmo, cabe citar los textos de Regime Principum de santo Tomás de Aquino (1265-1266), el De Regime Principum de Gil Roma (s. XIII) o varios libros de caballería bajomedievales, como los de Ramón Llull (Llibre de la Ordre de Caballeria, 1276) y Joanot Martorell (Tirant lo Blanch, 1490), igualmente conocidos por gran parte de los artistas que se encargaron de plasmar visualmente esta idea o concepto.
Con todo lo expuesto, ya nos podemos hacer a la idea de cómo debemos identificar al caballero cristiano: debe aparecer representado con el conjunto de coraza y armas militares y, al mismo tiempo, se ha de hacer acompañar de algún elemento que nos remita a la lucha contra el mal, contra el pecado. He aquí los elementos de control necesarios; no se debe caer en la tentación de pensar que cualquier personaje armado puede ser una imagen del Miles Christi.
Tras delimitar su representación, nos centraremos ahora en relacionarla con el retrato cortesano, en primer lugar, y, posteriormente, con las imágenes de los monarcas hispánicos de los siglos XVI y XVII. Una de las investigadoras que más ha trabajado sobre ello, María Kusche (3) , afirma que la historia de este tipo iconográfico se inicia hacia el siglo IX, en la Alta Edad Media, principalmente en libros miniados (4) . Entonces los enemigos eran diversos, pero el mal a combatir siempre fue la herejía, esto es, aquellas ideas religiosas que se apartaban de la ortodoxia de la fe y que el monarca debía de impedir que «contaminaran» las creencias de su pueblo.
(4) Opina que el primer retrato imperial en calidad de Miles Christianus o defensor de la fe es el de Luis el Piadoso (De Laudibus Sanctae Crucis, 840 d. C. Roma, Biblioteca Apostólica Vaticana), modelo que siguió, por ejemplo, Carlos el Calvo en su trono de Códex Aureus de San Emmeran del 870 d. C. o también la representación de Federico Barbarroja en la Historia Hierosolymitana de Robert de St. Remi (Roma, Biblioteca apostólica Romana, 1189), por citar algunos ejemplos.
Conforme a esta tradición fueron concebidos, por ejemplo, los retratos del emperador Carlos V (Carlos I de España), justo en el momento en el que la irrupción de las ideas luteranas de Reforma en Alemania ponían en peligro la estabilidad política de un enorme imperio territorial y oceánico. Para estudiar esta identificación entre el emperador y la figura del caballero cristiano, vamos a tomar como ejemplo dos obras, una de Tiziano y otra de los Leoni, una conocida familia de escultores que se encargaron de crear su imagen «oficial», como si de un emperador romano se tratara. No obstante, antes cabe dedicar unas líneas a explicar la importancia de Erasmo en el sustrato intelectual de la monarquía católica. Es de sobra conocido que gran parte de la corte española sentía un considerable interés por sus textos, a pesar de que ya por entonces comenzaran a ser identificados, erróneamente, con Lutero y, por tanto, tildados de heréticos. También sabemos que su conocido tratado Educación del príncipe cristiano (1516), publicado un año antes de que Carlos I lleguase a la Península ibérica, estuvo dedicada al entonces príncipe Carlos, y tal vez escrita para la educación de sus futuros hijos. De ahí que lo hayamos incluido como fuente principal en el estudio de las obras que a continuación analizaremos en torno al príncipe cristiano, sin olvidar tampoco el peso que pudieran tener eventualmente los libros caballerescos de Llull o Martorell en la creación de este tipo de retratos cortesanos.
Empecemos por el más conocido, Carlos V en Mühlberg (1547), obra que ya interesó al propio Panofsky (5) y que fue analizada por muchísimos investigadores en los últimos años (6) . En este cuadro se representa al emperador victorioso tras la batalla de Mühlberg –que tuvo tan solo un año antes– donde se enfrentó contra ejércitos protestantes formados por los príncipes alemanes coaligados en la Liga de Smalkalda. Carlos V se representa a caballo, al lado del río Elba, ataviado con su armadura y con la lanza (7) . Es por ello que se la ha identificado con el caballero cristiano, por portar los atributos anteriormente expuestos, así como por significar la victoria del catolicismo frente a la herejía. Para ello Tiziano mezcla los estereotipos medievales, de ahí que también se le identifique con Tirant lo Blanch, y la nueva iconografía imperial que comenzaba a difundirse. Carlos V recuerda por ejemplo la estatua ecuestre de Marco Aurelio que Miguel Ángel instaló en la Plaza del Capitolio (Roma), salvo por la lanza y la armadura que podemos también relacionar con la literatura medieval o incluso con representaciones de san Jorge, uno de los santos más belicoso y más frecuentes en la iconografía cristiana peninsular. De hecho santos caballeros como san Jorge o san Millán también fueron utilizados siglos antes como imágenes de la victoria frente al mal, principalmente contra los musulmanes, en diferentes momentos de la Conquista/Reconquista.
(6) Por citar algunos: Checa, F. (1987). Carlos V y la imagen del héroe en el Renacimiento. Madrid: Taurus. Checa, F. (2002). Carlos V, a caballo, en Muhlberg de Tiziano. Madrid: TF Editores. Falomir Faus, M. (ed.) (2008). El retrato del Renacimiento (pág. 388). Madrid: Museo Nacional del Prado. Falomir Faus, M. (2010). «Carlos V en Mulhberg». En: A. Soler del Campo (ed.). El arte del poder (págs. 138-139). Madrid: Museo Nacional del Prado, 2010.
(7) Como indica Checa, el artista no quiso utilizar un lenguaje alegórico, como le había recomendado Pietro Aretino, que le aconsejaba incluir las imágenes de la Fe y la Religión, así como la de los enemigos pisados por el caballo, hecho que habría aumentado, más y todo, la vinculación con la figura del caballero cristiano; no en vano, Felipe IV recurre a esta iconografía en la obra de Maíno que analizaremos en páginas sucesivas.
Figura 3. Tiziano, Carlos V en Mühlberg, 1548. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Carlos_V_en_M%C3%BChlberg,_by_Titian,_from_Prado_in_Google_Earth.jpg.
Esta idea de victoria ante el enemigo protestante también fue representada en escultura por los Leoni –Leone y Pompeo Leoni–: Carlos V y el Furor. Iniciada entre 1551 y 1553 –aunque en la escultura aparece la fecha de 1564–, fue ideada como una figura desnuda, como un héroe griego, que se cubrió con una armadura romana realizada con un gran detallismo, hasta el punto de que puede ser desmontada. Esta escultura alegórica de Carlos V lo representa pisoteando al Furor, nuevamente como símbolo de la victoria ante la herejía. Frente al semblante impasible del primero, en que los Leoni siguen, de nuevo, modelos clásicos de tipo imperial –no en vano la escultura lleva la inscripción: «CAESARIS VIRTVTE DOMITVS FVROR» (‘La virtud del César domina al Furor’)–, el rostro del vencido se presenta casi desencajado por el castigo que le ha sido infligido. El Furor está representado por una figura barbada, desnuda, con una tea encendida en la mano derecha, que se retuerce a sus pies, encolerizado, atado con cadenas. Sabemos también que los escultores italianos que crearon esta imagen oficial se basaron en textos clásicos como la Eneida y en distintas personificaciones de la Iconología de Ripa, que simbolizan el buen gobierno y el poder de Carlos V. De hecho, aquí no se conmemora una victoria, sino una lucha activa contra el mal y en defensa del dogma establecido en los territorios del Imperio español. Si os fijáis, de nuevo, aparece la larga lanza que Tiziano, pocos años antes, había representado en su cuadro; de ahí que debamos hacer un parangón entre ambas obras e insistamos en su relación con la idea del caballero cristiano.
Figura 4. Leone Leoni y Pompeo Leoni, Carlos V y el furor, 1551-1553. Escultura en bronce. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Fuente: https://www.museodelprado.es/enciclopedia/enciclopedia-on-line/voz/emperador-carlos-v-y-el-furor-el-leone-y-pompeo-leoni/.
Durante el reinado de Felipe II, sucesor de Carlos V en la monarquía hispánica, fueron realizados muchos retratos cortesanos de los que el monarca fue protagonista indiscutible. Antonio Moro, por ejemplo, quien nos lo representó con gesto fiero, porte autoritario y armadura de combate, creó un tipo de retrato cortesano en el que la presencia de una simple armadura no indica una relación unívoca con el ideal de caballero cristiano. Aun así, encontramos otras representaciones donde el arte oficial sí sigue el modelo creado para Carlos V, aunque de tendencia más alegórica o simbólica. En estas se recuerda la lucha que libró no solo contra los protestantes, sino también ante el Imperio otomano, que intentaba llegar hasta las costas de la Península, con batallas tan significativas como la de Lepanto –más importante simbólicamente que por sus consecuencias políticas.
Fue justamente tras esta victoria cuando Tiziano ideó el lienzo de Felipe II ofreciendo al cielo al infante don Fernando, también conocido como La alegoría de la victoria de Lepanto, pintado entre 1573 y 1575. El monarca levanta en alto a su hijo –que iba a sucederle en el trono de no haber fallecido con 7 años–, mientras que un ángel, con la palma de la victoria, porta una filacteria donde puede leerse «MAIORA TIBI» (‘Mayores triunfos te esperan’), en relación a las futuras batallas que se le auguran igualmente victoriosas. No es casualidad que en la parte inferior aparezca un personaje maniatado que tiene justo a su lado un turbante, echado en tierra, lo que nos ayuda a identificarlo como un turco, como símbolo del vencido. En esta composición, por tanto, se abandonan las largas lanzas y el modelo norteño, más descriptivo, en favor de la utilización de un aparato más simbólico. Felipe II luchó para defender la cristiandad de los infieles y esto es lo que Tiziano quiso representar aquí, o por mejor decir, celebrar (8) . De ahí que, aunque cambien algunos motivos o atributos, cobre forma la misma idea de caballero cristiano.
(8) Para más información al respecto véase: Checa Cremades F. (1992). Felipe II. Mecenas de las artes (pág. 172). Madrid: Nerea; y Mínguez, V. (2011). «Iconografía de Lepanto. Arte, propaganda y representación simbólica de una monarquía universal y católica». Obradoiro de Historia Moderna (núm. 20, págs. 251-280).
Figura 5. Tiziano, Felipe II ofreciendo al cielo al infante don Fernando, 1574-1575. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Fuente: https://www.museodelprado.es/coleccion/galeria-on-line/galeria-on-line/zoom/1/obra/felipe-ii-despues-de-la-victoria-de-lepanto-ofrece-al-cielo-al-principe-don-fernando/oimg/0/.
De hecho, no es la única vez que este pintor italiano plasmó en imágenes esta idea victoriosa de la monarquía hispánica. Tiziano realizó otro lienzo con significado y valores similares en el que no aparece representado el monarca, sino toda la monarquía católica: nos referimos a La religión socorrida por España (1572-1575), donde cobran protagonismo una serie de personificaciones femeninas que se arman en defensa de la Religión Católica, situada a la derecha, y solo cubierta con un paño azul, e identificada por un crucifijo, junto a ella. La imagen femenina de la izquierda simboliza, en cambio, claramente a España, o mejor dicho, la «España armada» –esto es, una matrona guerrera, armada con lanza, casco y coraza, imagen que remite a la diosa Atenea (Minerva)–, porque sostiene con su mano derecha un escudo con las armas de Felipe II (1556-1598) y el estandarte de la Victoria. Además, si os fijáis, de nuevo, aparece la larga lanza de combate, y, al fondo, la amenaza turca, que navega sobre un carro tirado por hipocampos o caballitos de mar y que personifica una figura masculina con turbante.
Figura 6. Tiziano, La religión socorrida por España, 1572-1575. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/49/Religion_saved_by_Spain.jpg.

2.La emblemática política. Imágenes del «buen gobierno»

Hacia 1636, Velázquez, pintor de cámara de Felipe IV, retrató a don Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, a caballo. El valido de Felipe IV se representa con media armadura, sombrero, banda y bengala de general, remarcando su condición de jefe de los ejércitos españoles. No obstante, este lienzo no es un simple «retrato», es decir, la función de su imagen no era, en términos generales, presentar una copia reconocible de los rasgos del gobernante. Su objeto era celebrarlo, glorificarlo y persuadir al público de su grandeza; se trata, sin lugar a dudas, de un cuadro propagandístico.
Figura 7. Diego Velázquez, Retrato de don Gaspar de Guzmán a caballo, h. 1636. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/72/Count-Duke_of_Olivares.jpg.
De hecho, la historiografía ha analizado este retrato ecuestre en función de la literatura emblemática, a partir de la trascendencia de Alciato y sus Emblemas (1531), difundidos en numerosísimas ediciones, para la cultura artística del Barroco (9) . El Emblema 35 nos muestra, en su imagen, un jinete vestido con atuendo de caballero, portando espada al cinto y un título o bengala en la mano izquierda. Sujeta por las bridas al caballo que hace una corveta. Tal y como explica el epigrama en latín, un caballo de buena raza, que se resiste y «arroja de su lomo a todo aquel jinete que no sabe gobernarla»; se trata, pues, de una imagen del vasallo que no sabe adular a su señor.
(9) Liedtke, Walter A.; Moffitt, John F. (1981). «Velázquez, Olivares and the Baroque Equestrian Portrait». The Burlington Magazine (vol. 123, núm. 942, págs. 528-537). Moffitt, John F. (1988). «Velázquez y el significado del retrato ecuestre barroco». Goya (núm. 202, págs. 207-215); o bien en Moffitt, John F. (1991). Velázquez, práctica e idea: estudios dispersos. Málaga: Universidad de Málaga / Colegio Oficial de Arquitectos. Alciato, Andrea (1993). Emblemas (edición y comentarios de Santiago Sebastián, págs. 68-70). Torrejón de Ardoz: Akal. Sebastián López, Santiago (1995). «La Emblemática política». En: Santiago Sebastián López. Emblemática e historia del arte (págs. 215-219). Madrid: Cátedra.
Anónimo francés, Emblema 35: «In adulari nescientem» [‘Al que no sabe lisonjear’], grabado calcográfico. Ilustración de Alciato, Andrea: Emblemata, Lyon, Guillaume Rouillé, 1548. Biblioteca de la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign.
Fuente: https://ia700406.us.archive.org/BookReader/BookReaderImages.php?zip=/0/items/emblemataandreae00alcia/emblemataandreae00alcia_jp2.zip&file=emblemataandreae00alcia_jp2/emblemataandreae00alcia_0042.jp2&scale=4&rotate=0.
Pero no cabe duda de que las fuentes de inspiración que Velázquez tuvo a su alcance en la corte de Felipe IV fueron numerosísimas; también las pinturas y esculturas de la colección real. Y aunque el tema del «príncipe como jinete» haya sido motivo de reflexión para Alciato y para otros emblemistas barrocos, la lectura simbólica del retrato ecuestre como representación del poder estaba implícita ya desde la Antigüedad. De hecho, la composición deriva de un grabado de Antonio Tempesta que representaba a Julio César (1596), que formaba parte de una serie de doce estampas de retratos ecuestres de emperadores romanos, muy popular entre los pintores del Barroco.
Figura 9. Matthäus Merian (padre), Julio César, grabado al aguafuerte y buril [estampa invertida]. Serie de estampas de retratos ecuestres de emperadores romanos basadas en Antonio Tempesta, publicada entre 1615-1617. Museo Herzog Anton Ulrich, Brunswick, Alemania.
Fuente: http://www.virtuelles-kupferstichkabinett.de/php_template/scalJpeg.php?ins=2&sig=m-merian-ab3-0029&projekt=VKK.
Es bien sabido que Velázquez, como Tiziano, no se ajustaba servilmente a un modelo sin más, sino que para él, como sugiere la tratadística barroca, la imagen tenía valor en la medida en que era portadora de una idea o concepto. En cualquier caso, Alciato y la emblemática barroca eran una fuente adecuada no solo por su forma, sino también por su contenido, así que conviene tenerlos en cuenta en la génesis de retratos ecuestres como los dedicados al conde-duque de Olivares o el de Felipe IV en el Salón de los Reinos. Véase que en todos ellos el caballo describe la misma postura y la actitud del jinete, dominándolo, significa el dominio de las pasiones en el gobierno de los asuntos del Estado. Asimismo, la sincronía entre jinete y caballo representaba metafóricamente la unión sagrada entre el gobernante y su pueblo. Son muchos los poetas y escritores de la Edad Moderna que aluden a «llevar las riendas del Gobierno». Y pocos fueron más hábiles en llevar las riendas de la monarquía hispánica que el conde-duque de Olivares.
Dentro de la emblemática política del Siglo de Oro fue constante el tema del jinete sobre un potro brioso. En los Emblemas morales publicados en 1610 por Sebastián de Covarrubias, hay uno que tiene como lema Parce puer stimulis (‘No abuses, muchacho, de las espuelas’). En el comentario se alude a la prudencia que hay que tener para educar a los jóvenes rebeldes y frenéticos. En la imagen, un joven monta un caballo desbocado, y el epigrama aclara la lectura de la figura:

«El mancebo y el potro son briosos,\y más han menester freno, que espuela,\con poca edad, lozanos y furiosos\en su carrera, el uno y otro, vuela.\Fatigadlos, no estén jamás ociosos,\domadlos, en el campo y en la escuela [...]».

Sebastián de Covarrubias Orozco, Emblemas morales (1610, Libro 1, Emblema 64, s/p).

Figura 10. Anónimo madrileño, Emblema 64: «Parce puer stimulis» [‘No abuses, muchacho, de las espuelas’], xilografía (?). Ilustración de Covarrubias Orozco, Sebastián de: Emblemas morales, Madrid, Luis Sanchez, 1610. Biblioteca del Getty Research Institute, Los Ángeles.
Fuente: https://archive.org/stream/emblemasmoralesd00cova#page/n137/mode/2up.
Este emblema, tanto en su contenido como en su forma, pudo inspirar otro lienzo de Velázquez, La lección de equitación, ejecutado entre 1636 y 1637 (10) . Se trata de un retrato de corte en el que, aprovechando una clase de equitación de don Baltasar Carlos, el príncipe de Asturias, Velázquez pinta una serie de personajes perfectamente reconocibles en un escenario igualmente conocido (11) . En primer término, a la izquierda, retrata al príncipe heredero montando un caballo que hace corvetas. A la derecha, en un segundo plano, aparece el conde-duque de Olivares, quien recibe de manos del ayuda de cámara del príncipe la «lanza de torneo» para dirigir, en su cualidad de caballerizo mayor, los ejercicios de equitación del joven. El fondo está ocupado por la fachada del Palacio del Buen Retiro –construido durante la década de 1630 a las afueras de Madrid–, con un balcón en el que aparecen los reyes, Felipe IV e Isabel de Borbón.
(10) González de Zárate, Jesús María (1987). «El retrato en el barroco y la Emblemática: Velázquez y La lección de equitación del príncipe Baltasar Carlos». Boletín del Museo e Instituto «Camón Aznar» (núm. XXVII, págs. 27-38). Moffitt, John F. (1998). «Velázquez y el significado del retrato ecuestre barroco». Goya (núm. 202, págs. 207-215); o bien en Moffitt, John F. (1991). Velázquez, práctica e idea: estudios dispersos. Málaga: Universidad de Málaga / Colegio Oficial de Arquitectos.
(11) Para la identificación de los personajes, la escena y el escenario, véase Harris, Enriqueta (1982). Velázquez (págs. 99-103). Madrid: Akal, 2003; también, Domínguez Ortiz, Antonio y otros (1990). Velázquez [cat. exp.]. Madrid: Ministerio de Cultura; entre otros.
Figura 11. Diego Velázquez, La lección de equitación o El príncipe Baltasar Carlos en el picadero, 1636-1637. Óleo sobre lienzo. Colección del Duque de Westminster, Londres.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/4a/Lecci%C3%B3n_de_equitaci%C3%B3n_del_pr%C3%ADncipe_Baltasar_Carlos%2C_by_Diego_Vel%C3%A1zquez.jpg.
Precisamente al malogrado príncipe –muerto súbitamente a los 17 años– le dedicó Saavedra Fajardo su Idea de un príncipe cristiano (1642). En la Empresa XX, que tiene por mote Bonum fallax (‘Bien engañoso’), nos ofrece la lectura más completa de la imagen del buen gobernante, en el texto explicativo, y del asunto ecuestre de este cuadro:

«Conviene enseñar al Principe desde su juventud, a domar y enfrenar el potro del poder, porque si quisiere llevarle con el filete de su voluntad, dará con él en grandes precipicios. Menester es el freno de la razón, las riendas de la política, la vara de la justicia y la espuela de valor, fixo siempre el Principe sobre los estrivos de la prudencia [...]».

Diego Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas (1642, Empresa XX, pág. 127).

Así como la finalidad de la obra de Saavedra era orientar e instruir al buen gobernante, el cuadro de Velázquez es, en realidad, una alegoría sobre la educación del príncipe, en la que el conde-duque de Olivares representa el papel protagonista como maestro de equitación, lo que lo convierte simbólicamente en el sujeto de la acción –sobre él solo se sitúan los reyes–, en el responsable de «adiestrar» al joven heredero. La lección no es, por tanto, el aprendizaje del arte de la equitación, aunque sea esta actividad muy conveniente para los príncipes, sino de las tareas del «buen gobierno». El caballo se ha transformado ya en una metáfora de la «república» y el jinete es el príncipe que la gobierna sujetando con gallardía y firmeza sus riendas.
Tal vez la necesidad de tener constantemente presente la posibilidad de una lectura alegórica puede resultarnos algo rara, o incluso absurda, muy posiblemente porque buena parte de la literatura emblemática que servía de soporte al retrato cortesano barroco resulta remota al público actual. En el siglo XVII, en cambio, era fácilmente inteligible para el público en general y especialmente para cualquier observador medianamente instruido de la Corte.

3.Un espacio para la propaganda: el Salón de Reinos

Ningún lugar como el Palacio del Buen Retiro de Madrid y su estancia más representativa, el Salón de Reinos, reunió tantos retratos ecuestres de reyes –del pasado (Felipe III), del presente «pretérito» (Felipe IV) y del futuro «que nunca fue» (Baltasar Carlos)– y reinas.
El Salón de Reinos fue el gran salón de ceremonias y fiestas del Buen Retiro, el palacio que el conde-duque de Olivares mandó construir como casa de recreo para Felipe IV a las afueras de Madrid, en la década de 1630. Hoy se admite que este conjunto fue ideado por el primer ministro, el todopoderoso conde-duque de Olivares. Además de los retratos ecuestres de Velázquez, en el techo se pintaron los escudos de los veinticuatro reinos de la monarquía hispánica –que acabaron por dar nombre al salón– y la estancia se decoró también con los diez Trabajos de Hércules, pintados por Francisco de Zurbarán, y doce grandes escenas de batallas, en escenarios clave de Europa y América, ocurridas en 1625 (12) . La más conocida de todas ellas es La rendición de Breda o Las lanzas, que pintó Velázquez entre 1634 y 1635, pero el cuadro que mereció más elogios de sus coetáneos fue La Recuperación de Bahía del Brasil, de fray Juan Bautista Maíno.
(12) Brown, Jonathan; Elliott, John (2003). Un palacio para el rey. El Buen Retiro y la corte de Felipe IV (págs. 149-202, especialmente págs. 149-156). Madrid: Taurus. Álvarez Lopera, José (2005). «La reconstitución del Salón de Reinos. Estado y replanteamiento de la cuestión». En: Andrés Úbeda de los Cobos. El palacio del Rey Planeta. Felipe IV y el Buen Retiro [cat. exp.] (págs. 91-167). Madrid: Museo Nacional del Prado.
Figura 12. Juan Bautista Maíno, Recuperación de Bahía del Brasil, 1634-1635. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Sal%C3%B3n_de_Reinos#/media/File:La_recuperaci%C3%B3n_de_Bah%C3%ADa,_Ma%C3%ADno.jpg.
Este ocupaba el primer lugar dentro de la serie y era el único del conjunto que incluía los retratos de Felipe IV y el conde-duque de Olivares. Es una obra que destaca sobre el resto de los cuadros, especialmente por la novedosa visión de la guerra y la complejidad narrativa del asunto: se tiene una vista topográfica de la zona, con los barcos y las tropas tras la batalla, y la plaza de Bahía de Todos los Santos, en Brasil, al fondo. A la derecha, el general español don Fadrique de Toledo muestra un tapiz a los derrotados holandeses, en el que el rey Felipe IV está siendo coronado con el laurel de la victoria por el conde-duque de Olivares. A la izquierda, Maíno optó por mostrar las consecuencias de la guerra: no hay sangre, no hay dramatismo, tan solo un cuerpo medio desnudo de un soldado sostenido en los brazos de una mujer que lo asiste. Y es que los modelos iconográficos son cristianos, ya que la mujer sentada, y vestida de rojo, con el niño en brazos, simboliza la Caridad cristiana (Caritas), para significar así la victoria de la Caridad sobre la Guerra (13) .
(13) Gállego Gállego, Julián (1972). Visión y símbolos en la pintura española del Siglo de Oro (págs. 289-290). Madrid: Cátedra. Ved también: Sebastián López, Santiago (1995). «La Emblemática política». En: Santiago Sebastián López. Emblemática e historia del arte (págs. 221-222). Madrid: Cátedra.
Figura 13. Anónimo italiano, «Caritá», grabado calcográfico. Ilustración de Ripa, Cesare: Iconologia, Venecia, Cristoforo Tomasini, 1645, Libro I, pág. 85. A continuación, el texto explicativo reza: «Mujer vestida de rojo, sobre cuya cabeza se ve una llama que representa su corazón ardiente. Sostiene a un niño con su brazo izquierdo, mientras lo está amamantando, mientras otros dos chiquillos aparecen a sus pies […]». Biblioteca de la Universidad de Heidelberg, Alemania.
Fuente: http://digi.ub.uni-heidelberg.de/diglit/ripa1645/0155.
Al mismo tiempo, el general español se dirige a la guarnición rendida, en el plano medio, subido a un entarimado cubierto con alfombras y bajo un dosel de brocado. Sobre este, en una cartela que sostienen dos angelotes, se lee la inscripción Sed d(e)xtera tva (‘Sino tu diestra’), en referencia al Salmo 43, 2-3 («Tú con tu mano echaste fuera a las naciones...»), que asocia la victoria del ejército español con la intervención divina.
Aquí nos llama poderosamente la atención el asunto del «cuadro dentro del cuadro», esto es, el tapiz que muestra don Fadrique a los derrotados holandeses, y también el diálogo entre las artes del teatro y la pintura. Además del significado cristiano, es esencial para explicar la estrategia narrativa del cuadro un término que está relacionado con el teatro: representación, en el sentido de «actuar» o representar un papel. Y es que lo representado por Maíno no responde a ningún hecho real (hecho histórico), sino que ilustra el clímax del drama histórico de Lope de Vega, El Brasil restituido (1625). Se trata del momento en que don Fadrique, terminando el tercer acto, ante un retrato del rey y en su nombre, otorga a la guarnición holandesa un generoso perdón. Representar significa también «tomar el lugar del otro».
En este sentido, los embajadores, los gobernadores y virreyes de la América hispánica y los generales en el campo de batalla representaban todos al rey; también lo hacían objetos inanimados, como un cuadro o un tapiz, aun cuando su presencia fuese figurada y no real.
El fraile dominico construyó esta alegoría a través de los recursos de la emblemática y conforme a la idea dominante en el programa iconográfico del Salón de los Reinos: un rey poderoso y virtuoso que derrota a los enemigos de la monarquía gracias a sus virtudes, y al mismo tiempo un rey clemente que ofrece paz y reconciliación.
Felipe IV es (re)presentado en el acto de ser coronado con laurel por la diosa Minerva, diosa romana de la guerra –de la guerra justa–, y por el conde-duque de Olivares, así como con la espada de la justicia y el olivo de la paz. El rey, vestido de media coraza, con el bastón de mando y la palma de la victoria, pisa la figura de un hombre semidesnudo, vestido de rojo, que rompe y muerde furioso una cruz, símbolo común de la fe. A los pies de Olivares yacen otras dos figuras alegóricas que han sido diversamente identificadas, aunque son la Herejía, la Ira y la Traición las más comúnmente aceptadas. En nuestro caso, intentaremos interpretarlas con la ayuda de la Iconología de Cesare Ripa (14) .
(14) Las dos figuras que son directamente pisoteadas pueden ser interpretadas como imágenes de la Herejía, indistintamente. Aunque la figura masculina no se encuentra en la literatura emblemática, muerde furiosa y destroza una cruz, como símbolo de la herejía. Una figura con serpientes en el pelo puede ser una Furia; no obstante, casi siempre encarna a la Herejía, esto es, una mujer con «los cabellos tiesos y desordenadamente esparcidos, y descubierto el pecho», que lleva serpientes en su mano «desde donde las irá esparciendo poco a poco» (Cesare Ripa, Iconología, 2002, págs. 444-446 [Fraude], 451-453 [Furias, Furor], 474-475 [Herejía]).
El tema dominante es, como es lógico, el rey vencedor, en especial vencedor de la discordia. La victoria de Felipe IV sobre la Herejía, el Furor y el Engaño –en alusión a los enemigos de la monarquía española, que en aquellos años eran holandeses, ingleses y franceses–, fue posible gracias a la intervención divina y al uso legítimo de la fuerza. Y si Dios estaba del lado de Felipe, también el conde-duque de Olivares, quien adquiriere un protagonismo destacado (15) .
(15) Brown, Jonathan; Elliott, John (2003). Un palacio para el rey. El Buen Retiro y la corte de Felipe IV (págs. 193-202, especialmente págs. 149-156). Madrid: Taurus. Ved también: Sebastián López, Santiago (1995). «La Emblemática política». En: Santiago Sebastián López. Emblemática e historia del arte (págs. 221-222). Madrid: Cátedra.

4.Nueva dinastía, nueva iconografía

Con la subida al trono de Felipe V de Borbón, en 1700, poco a poco esta iconografía del poder desaparece y comienzan a darse cambios –al principio lentamente– que por acumulación contribuirán a cambiar radicalmente la imagen oficial de los nuevos reyes. Los factores fueron diversos: la llegada de un monarca de origen y educación franceses a la monarquía hispánica ya traía consigo un cambio de mentalidad. En Francia, las ideas de monarquía y de rey eran muy distintas, y también la etiqueta de la corte, mucho más elaborada y pomposa, tal y como Luis XIII y Luis XIV habían ido desarrollando en torno a los palacios del Louvre y Versalles. Lo era también la moda en el vestir: en los primeros años de su reinado, Felipe V mantuvo una dualidad entre el traje español y el traje «a la francesa», ya que el primero seguía muy unido a la imagen de la monarquía y a la identidad nacional. Como se puede observar en los retratos oficiales de la época, la mayor obsesión de Felipe V fue (re)crear en Madrid una «pequeña Francia», y los grandes proyectos áulicos, por ejemplo, para el nuevo Palacio Real –su construcción comenzó en 1738– o la Granja de San Ildefonso, pretendían convertirlos en un nuevo Versalles, huyendo instintivamente de todo lo que le recordaba a la casa de Austria, su antagonista.
Figura 14. Hyacinthe Rigaud, Felipe V de España, 1700-1701. Óleo sobre lienzo. Palacio de Versalles, Versalles. Felipe V aparece vestido «a la española» y de negro, el color distintivo de los reyes de España, así como algunos símbolos que construyen su «autoridad», como el collar con el Toisón de Oro, el trono y la corona.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/5f/Hyacinthe_Rigaud_-_Philippe_V%2C_roi_d%27Espagne_%281683-1746%29_-_Google_Art_Project.jpg.
Sus retratos no buscaban ya mostrar un monarca victorioso frente a la herejía (16) , sino la grandeza de un linaje, como el Borbón, y la elegancia o garbo propio de un noble-rico. Si bien sus obras podían tener –y de hecho tienen– un contenido simbólico y aparato alegórico, este era más bien de base pagana o clásica, también más heroico, a imitación de la imagen oficial de Luis XIV. El espléndido cuadro que Hyacinthe Rigaud pintó del joven Felipe V, tras su proclamación como rey de España en Versalles, está ejecutado, por ejemplo, a partir del modelo que fija el retrato de estado que el mismo artista pintó de Luis XIV en el mismo año (17) . Así, pues, el cambio de dinastía comportó un viraje ideológico, tanto en lo tocante a la religión como en la etiqueta de la corte madrileña, que se materializó también en la iconografía del poder.
(16) También porque gran parte de sus tropas eran protestantes (calvinistas), como nos recuerda Morán, al estudiar el ataque del archiduque a Barcelona y al Puerto de Santa María u otras batallas como las de Turín o del puerto de Vigo frente a los ingleses (Morán Turina, 1990, págs. 40-98).
Tan solo en una ocasión, durante su largo reinado, Felipe V aparece luchando contra la herejía en el prácticamente desconocido cuadro de Felipe Silva, conservado en el Monasterio del Escorial, Felipe V y su familia combatiendo la Herejía, donde el primero de los Borbones españoles aparece ataviado con traje francés, con casaca y corbata, dejando definitivamente de lado la armadura que fue habitual en las imágenes estudiadas anteriormente. Y con ello, la tradicional identificación de la monarquía hispánica con el Miles Christi y el resto de los motivos iconográficos expuestos al principio pierden definitivamente interés y vigencia.
Figura 15. Felipe Silva, Alegoría de Felipe V y su familia combatiendo la Herejía, 1707-1712. Óleo sobre lienzo. Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Madrid.
Fuente: https://www.pinterest.com/pin/378513543658441427/.
Junto a la imitación del estilo de «autorrepresentación» de Luis XIV, habría que añadir las conclusiones del estudio de S. Schama (1988) sobre la «domesticación» del retrato real (18) , que muestra esa preferencia de los Borbones por acercarse al retrato burgués o al retrato doméstico típicamente rococó. Es el caso, por ejemplo, de La familia de Felipe V, pintado por Jean Ranc tras su llegada a Madrid en 1722. En él, tanto por los pormenores de la estancia como por la decoración, más parece una suntuosa galería con arreglo al modelo francés que una dependencia del viejo Alcázar de Madrid, por mucho que el ambiente cortesano se hubiera modernizado con la llegada de los Borbones. De hecho, el pintor toma por modelo el tipo de retrato de grupo que estaba de moda en París para retratar a las familias acomodadas tanto en la capital como en algunas ciudades importantes (19) .
(18) Schama, partiendo de los retratos ingleses y francés estudia todo el cambio de pensamiento que se da en los siglos xviii y xvii en la configuración del retrato. Véase: Schama, S. (1988). «The domestication of Majesty: Royal Family Portrature. 1500-1850». En: Robert I. Rotberg y otros. Art and history: images in their meaning (págs. 155-184). Cambridge: Cambridge University Press.
Figura 16. Jean Ranc, La Familia de Felipe V, h. 1723. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado, Madrid.
Retrató al rey con su esposa, Isabel de Farnesio, y sus descendientes.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/69/La_familia_de_Felipe_V.jpg.

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