Annex 1: extracte de La llave de plata, d'H. P. Lovecraft
The Silver Key (1926)
Cuando Randolph Carter cumplió los treinta años, perdió la llave de la puerta de los
sueños.
Anteriormente había compaginado la insulsez de la vida cotidiana con excursiones nocturnas
a extrañas y antiguas ciudades situadas más allá del espacio, y a hermosas e increíbles
regiones de unas tierras a las que se llega cruzando mares etéreos. Pero al alcanzar
la edad madura sintió que iba perdiendo poco a poco esta capacidad de evasión, hasta
que finalmente le desapareció por completo.
Ya no pudieron hacerse a la mar sus galeras para remontar el río Oukranos, hasta más
allá de las doradas agujas de campanario de Thran, ni vagar sus caravanas de elefantes
a través de las fragantes selvas de Kled, donde duermen bajo la luna, hermosos e inalterables,
unos palacios de veteadas columnas de marfil. Había leído mucho acerca de cosas reales,
y había hablado con demasiada gente. [...] Los sabios le habían dicho que sus ingenuas
figuraciones eran insulsas y pueriles, y más absurdas aún, puesto que los soñadores
se empeñan en considerarlas llenas de sentido e intención, mientras el ciego universo
va dando vueltas sin objeto, de la nada a las cosas, y de las cosas a la nada otra
vez, sin preocuparse ni interesarse por la existencia ni por las súplicas de unos
espíritus fugaces que brillan y se consumen como una chispa efímera en la oscuridad.
Le habían encadenado a las cosas de la realidad, y luego le habían explicado el funcionamiento
de esas cosas, hasta que todo misterio hubo desaparecido del mundo. Cuando se lamentó
y sintió deseos imperiosos de huir a las regiones crepusculares donde la magia moldeaba
hasta los más pequeños detalles de la vida, y convertía sus meras asociaciones mentales
en paisaje de asombrosa e inextinguible delicia, le encauzaron en cambio hacia los
últimos prodigios de la ciencia, invitándole a descubrir lo maravilloso en los vórtices
del átomo y el misterio en las dimensiones del cielo. Y cuando hubo fracasado, y no
encontró lo que buscaba en un terreno donde todo era conocido y susceptible de medida
según leyes concretas, le dijeron que le faltaba imaginación y que no estaba maduro
todavía, ya que prefería la ilusión de los sueños al mundo de nuestra creación física.
[...]
Luego, una noche, su abuelo le recordó la llave. Aquel sabio de cabeza encanecida,
con la misma apariencia de vida que en sus buenos tiempos, le habló larga y seriamente
de su rancia estirpe y de las extrañas visiones que habían tenido aquellos hombres
refinados y sensibles que eran sus antepasados. Le habló del cruzado de ojos llameantes,
y de los crueles secretos que éste aprendió de los sarracenos durante el tiempo que
lo tuvieron en cautiverio; del primer sir Randolph Carter, que estudió artes mágicas
en tiempos de la reina Isabel. Asimismo, le habló de Edmund Carter, que estuvo a punto
de ser ahorcado con las brujas de la ciudad de Salem, y que había guardado en una
caja una gran llave de plata que había recibido de manos de sus mayores.
Antes que Carter despertara, su etéreo visitante le dijo dónde encontraría la caja
y que se trataba de un cofrecillo de prodigiosa antigüedad, cuya tosca tapa, tallada
en madera de roble, no había abierto mano alguna desde hacía doscientos años. Entre
el polvo y las sombras del desván lo encontró, remoto y olvidado en el último cajón
de una enorme cómoda. El cofrecillo era como de un pie cuadrado, y tenía unos bajorrelieves
góticos tan tenebrosos, que no se extrañó de que nadie se hubiera atrevido a abrirlo
desde los tiempos de Edmund Carter. No sonó nada dentro al sacudirlo, pero despidió
místicos perfumes de especias olvidadas. Lo de que contenía una llave no era, sin
duda alguna, más que una oscura leyenda. Ni siquiera el padre de Randolph Carter había
sabido nunca que existiese tal cofrecillo. Estaba reforzado con tiras de hierro herrumbroso
y no parecía haber medio alguno de abrir su imponente cerradura. Carter tenía el vago
presentimiento de que dentro encontraría la llave de la perdida puerta de los sueños,
pero su abuelo no le había dicho una sola palabra de cómo y dónde usarla.
Un viejo criado suyo forzó la tapa esculpida; y al hacerlo, las horribles caras les
miraron desde la madera ennegrecida. En el interior, un pergamino descolorido envolvía
una enorme llave de plata deslustrada, labrada con misteriosos arabescos; pero no
había allí explicación legible de ninguna clase. El pergamino era voluminoso, y estaba
cubierto de extraños jeroglíficos pertenecientes a una lengua desconocida, trazados
con un antiguo junco. Carter reconoció en ellos los mismos caracteres que había visto
en cierto rollo de papiro que perteneciera al terrible sabio del Sur, el que desapareció
una noche en determinado cementerio de remota antigüedad. Aquel hombre se estremecía
siempre que consultaba el rollo, y Carter tembló ahora también.
Pero limpió la llave y la conservo esa noche a su lado, metida en su aromático estuche
de roble viejo. Entre tanto, sus sueños se fueron haciendo más vívidos y, aunque en
ellos no aparecía ninguna de aquellas extrañas ciudades, ni los increíbles jardines
de sus viejos tiempos, fueron adquiriendo un significado definido cuya finalidad no
dejaba lugar a dudas. Era llamado en sueños desde un pasado remoto, y se sentía arrastrado
por las voluntades unidas de todos sus antepasados hacia alguna fuente oculta y ancestral.
Entonces comprendió que debía penetrar en el pasado y confundirse con las viejas cosas;
y día tras día pensó en las colinas del norte, donde se hallan la encantada ciudad
de Arkham y el impetuoso Miskatonic, y la rústica y solitaria morada de su familia.
Bajo la lívida luz del otoño, Carter emprendió el viejo camino a través de un mágico
panorama de colinas onduladas y de prados cercados de piedra, y atravesó el valle
lejano de laderas cubiertas de bosque, recorrió la serpeante carretera, pasó junto
a las abrigadas granjas y bordeó los meandros cristalinos del Miskatonic, cruzado
aquí y allá por rústicos puentecillos de madera o de piedra. En una de sus curvas
vio el grupo de olmos gigantescos donde había desaparecido misteriosamente uno de
sus antepasados hacía ciento cincuenta años, y se estremeció al sentir el viento que
soplaba de modo significativo entre sus troncos.
Luego apareció la casa solitaria y ruinosa del viejo Goody Fowler, el brujo, con sus
ventanucos endemoniados y su gran tejado que descendía casi hasta el suelo por la
parte de atrás. Pisó el acelerador al pasar por delante, y no moderó la marcha hasta
haber coronado la colina donde había nacido su madre, y los padres de su madre, en
un blanco y viejo caserón que todavía conservaba su imponente aspecto desde la carretera,
colgado sobre un paisaje trágico y maravilloso de rocosas pendientes y valles verdeantes,
en cuyo horizonte se divisaban los lejanos campanarios de Kingsport, y aún más allá
se adivinaba la presencia de un mar arcaico y henchido de sueños.
Luego vino la ladera de monte bajo donde se alzaba la mansión que Carter no había
visitado desde hacía cuarenta años. Caía ya la tarde cuando llegó al pie del lugar,
y a mitad de camino se detuvo a contemplar la extensa comarca dorada y celestial,
inundada por la luz sesgada del sol poniente. Toda la fantasía y el anhelo de sus
sueños recientes parecían encarnar en este paisaje apacible y extraño que le sugería
la ignorada soledad de otros planetas.
Recorrió con la mirada el tapiz desierto de los prados que se estremecía entre tapias
derruidas y mágicos macizos de bosque que destacaban por encima del ondulado perfil
de las colinas, y el valle espectral, poblado de árboles, que se precipitaba entre
sombras hacia los húmedos bordes de los riachuelos cuyas aguas sollozaban al discurrir
gorgoteantes entre hinchadas y retorcidas raíces.
Algo le dijo que su automóvil no pertenecía a este universo, así que lo dejó junto
al límite del bosque y, metiéndose la enorme llave en el bolsillo de la chaqueta,
siguió subiendo a pie por la cuesta. Se internó en lo profundo del bosque, aun a sabiendas
de que el edificio estaba en lo alto de una loma totalmente despejada de árboles,
excepto por el norte. Se preguntó qué aspecto ofrecería la casa, puesto que estaba
vacía y abandonada, en parte por culpa suya, desde la muerte de su extraño tío abuelo
Christopher, ocurrida hacía treinta años.
Durante su niñez había pasado largas temporadas allí, y había descubierto extrañas
maravillas en los bosques que se extendían al otro lado del huerto. Las sombras se
hicieron más densas a su alrededor, porque la noche estaba cerca. A su derecha, se
abrió entre los árboles un calvero, de suerte que, durante un momento, pudo distinguir
leguas y leguas de praderas bañadas de luz crepuscular. y al fondo, el campanario
de la Congregación, que se alzaba sobre la Colina Central de Kingsport. Arrebolados
con el último resplandor del día, los cristales redondos de las lejanas ventanitas
parecían despedir llamaradas del fuego.
Sin embargo, al sumergirse de nuevo en las sombras, recordó de pronto, con un sobresalto,
que esta visión fugaz no podía proceder sino de algún trasfondo de su memoria infantil,
ya que hacía mucho tiempo que la iglesia había sido derruida para construir en su
lugar el Hospital de la Congregación. Había leído la noticia con interés, ya que el
periódico hablaba además de las extrañas galerías o pasadizos que se habían encontrado
en la roca, bajo sus cimientos.
A través de su confusión, le pareció oír una voz aflautada, y al reconocer su acento
familiar después de tantos años, sintió un nuevo escalofrío. Benjiah Corey, el antiguo
criado de su tío Christopher, era ya un anciano en aquella época lejana de su niñez
en que venía a pasar temporadas enteras al viejo caserón. Ahora tendría más de ciento
cincuenta años; pero aquella voz cascada no podía ser de nadie más. Carter no pudo
distinguir lo que decía, pero el tono era inconfundible y obsesionante. ¡Quién iba
a decir que el «Viejo Benjy» aún estaba vivo! -¡Señorito Randy! ¡Señorito Randy! ¿Dónde
estás? ¿Quieres matar de un disgusto a tu tía Martha? ¿No te dijo que no te alejaras
de la casa cara a la noche, y que volvieras antes de oscurecer? ¡Randy! ¡Ran...dyyy!
En mi vida he visto un chiquillo que le guste tanto corretear por el bosque; se pasa
el día merodeando por esa maldita caverna de serpientes... ¡Eh, Ran...dyyy!
Randolph Carter se paró en la densa oscuridad y se restregó los ojos con la mano.
Era muy extraño. Algo no andaba bien. Se encontraba en un paraje donde no debía estar;
se había extraviado en unos lugares muy apartados, adonde no debía haber ido, y ahora
era imperdonablemente tarde. No había mirado la hora en el reloj del campanario de
Kingsport, aun cuando podía haberla visto fácilmente con su catalejo de bolsillo;
pero sabía que su retraso era algo muy extraño y sin precedentes. No estaba seguro
de haberse traído consigo el catalejo, y se metió la mano en el bolsillo de la blusa
para cerciorarse. No, no lo traía; pero en cambio llevaba una llave de plata que había
encontrado en alguna parte, dentro de una caja.
[...] Entonces intentó recordar exactamente dónde había encontrado la llave, pero
todo era muy confuso. Se preguntó si no sería en el desván de su casa de Boston, y
se acordó vagamente de haber sobornado a Parks con el sueldo de media semana para
que le ayudara a abrir la caja, y guardara silencio después; pero al evocar la escena,
la cara de Parks le resultó muy extraña, como si las arrugas de innumerables años
hubieran hecho presa de pronto en el vivo y menudo cockney. -¡Ran... dyyy ! ¡Ran...
dyyy! ¡Eh! ¡Eh! ¡Randy!
Una linterna oscilante apareció por la curva oscura, y el viejo Benjiah se arrojó
sobre la silueta silenciosa y perpleja de Carter. -¡Maldito crío, ahí estabas tú!
¿No tienes lengua en la boca, que no contestas? ¡Hace media hora que te estoy llamando,
y me has tenido que oír hace rato! ¿Es que no sabes que tu tía Martha está la mar
de preocupada por tu culpa? ¡Espera y verás, cuando se lo diga a tu tío Chris! ¡Deberías
saber que estos bosques no son lugar a propósito para andar por ahí a estas horas!
Te puedes tropezar con cosas malas, de las que nada bueno puedes esperar, como mi
abuelo sabía muy bien antes que yo. ¡Vamos, señorito Randy, o Hanna no nos guardará
la cena! De este modo, Carter se vio arrastrado cuesta arriba, hacia donde brillaban
fascinantes las estrellas a través de los altos ramajes otoñales. [...]. Tía Martha
estaba en el umbral, y no regañó demasiado al pequeño tunante cuando Benjiah lo hizo
entrar. Demasiado bien sabía por tío Chris que estas cosas eran propias de los Carter.
Randolph no le enseñó la llave, sino que cenó en silencio y sólo protestó cuando llegó
la hora de acostarse. El solía soñar mejor despierto, y por otra parte, quería utilizar
la llave aquella.
A la mañana siguiente, Randolph se levantó temprano, y habría echado a correr hacia
la arboleda de arriba, si su tío Chris no le hubiera cogido, obligándole a sentarse
a desayunar. Impaciente, paseó la mirada a su alrededor, por aquella estancia de suelo
inclinado, por la alfombra andrajosa, por las descubiertas vigas del techo y por los
pilares angulares, y sólo sonrió cuando las ramas del huerto arañaron los cristales
de la ventana del fondo. Los árboles y las colinas estaban allí cerca, a su lado,
y constituían las puertas de aquel reino intemporal que era su verdadera patria. Luego,
cuando le dejaron libre, se tentó el bolsillo de la blusa para ver si tenía la llave;
y al ver que sí, cruzó el huerto y echó hacia arriba, por donde el monte se elevaba
hasta por encima del calvero.
El suelo del bosque estaba tapizado de musgo y de misterio. Los grandes peñascos cubiertos
de líquenes se erguían vagamente, bajo la luz difusa, como enormes monolitos druidas
entre los troncos inmensos y retorcidos de un bosque sagrado. A mitad de su ascenso,
Randolph cruzó un torrente cuyas cascadas, un poco más abajo, cantaban misteriosos
sortilegios a los faunos escondidos, a los egipanes y a las dríadas. Luego llegó a
la extraña cueva que se abría en la falda del monte, a la temible Caverna de las Serpientes
que la gente del campo solía rehuir, y de la que pretendía mantenerle alejado Benjiah.
La cueva era profunda, más profunda de lo que cualquiera habría sospechado, porque
Randolph había descubierto una hendidura en el rincón más profundo y oscuro, que daba
acceso a otra gruta más grande aún: a un espacio secreto y sepulcral cuyas graníticas
paredes daban la impresión de haber sido trabajadas por un ser inteligente. Esta vez
entró reptando, como en las demás ocasiones, y alumbrándose con las cerillas que había
cogido del cuarto de estar, y se deslizó por la grieta del final con una ansiedad
inexplicable para sí mismo. No sabía por qué razón se aproximó a la pared del fondo
con tanta resolución, ni por qué sacó instintivamente la gran llave de plata.
Pero siguió adelante; y cuando, aquella noche, regresó excitado a casa, no dio ninguna
explicación por su tardanza, ni prestó la más mínima atención a la regañina que se
ganó por haber ignorado totalmente la llamada de cuerno que anunciaba la comida de
mediodía.
Hoy, coinciden todos los parientes lejanos de Randolph Carter en que, cuando éste
tenía diez años, ocurrió algo que despertó su imaginación. Su primo Ernest B. Aspinwall,
de Chicago, es diez años mayor que él, y recuerda muy bien el cambio operado en el
muchacho después del otoño de 1883. Randolph había contemplado paisajes fantásticos,
como nadie los ha contemplado en la vida; pero más extraños aún eran algunos de los
poderes que mostró en relación con cosas muy reales. Parecía, en suma haber adquirido
el don singular de la profecía, y a veces reaccionaba de un modo extraño ante cosas
que, pese a carecer totalmente de importancia en aquel momento, justificaban más tarde
sus singulares actitudes. En el curso de los decenios subsiguientes, a medida que
se inscribían nuevos inventos, nuevos nombres y nuevos acontecimientos en el libro
de la historia, la gente podía recordar sorprendida cómo Carter se había referido
años antes a cosas que de algún modo, pero inequívocamente, se relacionaban con ellos.
Él mismo no comprendía sus propias palabras, ni sabía por qué ciertas cosas le producían
determinada emoción, aunque suponía que ello era debido seguramente a algún sueño
que a la sazón no lograba recordar.
A principios de 1897, cuando cierto viajero mencionó el pueblo francés de Belloy-en-Santerre,
se puso pálido, y sus amigos lo recordaron después porque, en 1916, durante la Guerra
Mundial, recibió en ese pueblo una herida que estuvo a punto de costarle la vida.
Los parientes de Carter hablan a menudo de todo esto, porque él ha desaparecido recientemente.
Su viejo criado, el menudo Parks, que durante muchos años había soportado con paciencia
sus extravagancias, fue el último que le vio aquella mañana en que cogió el coche
y se fue con una llave que acababa de encontrar. Parks le había ayudado a sacar la
llave del antiguo cofrecillo que la contenía, y se sentía singularmente impresionado
por los grotescos relieves que adornaban dicha arqueta, y por alguna otra causa que
no le era posible referir.
Cuando Carter se marchó, dejó dicho que iba a los alrededores de Arkham a visitar
la comarca de sus antepasados. A mitad de la cuesta del Monte del Olmo, por la carretera
que va hacia las ruinas de la morada solariega de los Carter, encontraron el coche
cuidadosamente aparcado en la cuneta. Dentro encontraron un cofrecillo de aromática
madera, adornado con unos relieves que llenaron de pavor a los campesinos que dieron
con el vehículo.
Este cofrecillo contenía tan sólo un pergamino, cuyos caracteres no pudieron descifrar
ni lingüistas ni paleógrafos. La lluvia había borrado las huellas de sus pasos, pero
parece que la policía de Boston podría haber dicho mucho sobre el desorden que reinaba
entre las vigas derrumbadas de la mansión de los Carter. Era, según dijeron, como
si alguien hubiera andado revolviendo entre las ruinas recientemente.
Encontraron, algo más allá, un pañuelo blanco de bolsillo entre las rocas del bosque,
pero no pudieron demostrar que pertenecía al desaparecido.
Entre los herederos de Randolph Carter se habla de repartir sus bienes, pero yo pienso
oponerme firmemente a ello porque no creo que haya muerto. Existen repliegues en el
tiempo y en el espacio, en la fantasía y en la realidad, que sólo un soñador puede
adivinar; y, por lo que sé de Carter, creo que lo que ha sucedido es que ha descubierto
un medio de atravesar estos nebulosos laberintos. Si volverá o no alguna vez, es cosa
que no puedo afirmar. El buscaba las perdidas regiones de sus sueños y sentía nostalgia
por los días de su niñez.
Después encontró una llave, y me inclino a creer que logró utilizarla para sus extraños
fines. Se lo preguntaré cuando le vea, porque espero encontrarlo en cierta ciudad
soñada que ambos solíamos frecuentar. Se dice en Ulthar, comarca que se extiende al
otro lado del río Skai, que un nuevo rey ocupa el trono de ópalo de Ilek-Vad; la ciudad
fabulosa de infinitos torreones que se asienta en lo alto de los acantilados de cristal
que dominan ese mar crepuscular donde los Gnorri, seres barbudos con aletas natatorias,
construyen sus singulares laberintos; y creo que sé cómo interpretar este rumor.
Ciertamente, espero con impaciencia el momento de contemplar esa gran llave de plata,
porque en sus misteriosos arabescos pueden estar simbolizados todos los designios
y secretos de un cosmos ciegamente impersonal.
Annex 2: glossari
Aquest glossari és un instrument per a ajudar-vos a situar nocions específiques del
discurs pedagògic. No substitueix l'ús de diccionaris especialitzats, sinó que us
permet fer una primera aproximació al tema. En aquest glossarium hi ha certes definicions, com per exemple aprendre, educabilitat, educació, paideia o pedagogia social, que es basen en el Diccionario de Pedagogía de Lorenzo Luzuriaga. Les entrades que així ho especifiquin han estat extretes d'altres
textos, les referències dels quals s'indiquen al final, en la bibliografia. No obstant
això, el nombre més gran de definicions correspon a les elaborades per Violeta Núñez
al llarg del seu treball docent.
Termes del glossari
1) Aporia
|
29) Laissez-faire
|
2) Aprendre
|
30) Llit de Procust
|
3) Assistencialisme
|
31) Locke, John
|
4) Bentham, Jeremy
|
32) Malestar en la cultura
|
5) Camp
|
33) Marx, Karl
|
6) Ciència/ciències de l'educació
|
34) Mill, John Stuart
|
7) Ciències socials
|
35) Minority Report
|
8) Clientelisme
|
36) Models analògics
|
9) Complex -a
|
37) Natorp, Paul
|
10) Comte, Auguste
|
38) Nietzsche, Friedrich
|
11) Concepció estructural
|
39) Paradigma/dispositiu epistemològic
|
12) Constructe
|
40) Pedagogia
|
13) Descartes, René
|
41) Pedagogia social
|
14) Disciplina
|
42) Pestalozzi, Johann
|
15) Discurs
|
43) Pla de clivatge
|
16) Educabilitat
|
44) Positivisme
|
17) Educació
|
45) Progrés-estadis
|
18) Efectes de veritat
|
46) Puerilització, banalització, psicologització del discurs pedagògic
|
19) Entomologia
|
47) Pulsió
|
20) Fichte, Johann
|
48) Qüestions epistemològiques
|
21) Funció paterna
|
49) Reformadors
|
22) Hegel, Georg
|
50) Regeneracionisme
|
23) Herbart, Johann Friedrich
|
51) Relacions causa-efecte
|
24) Idealisme
|
52) Semblant d'autoritat
|
25) Imaginaris socials
|
53) Smith, Adam
|
26) Infantesa, desaparició de la
|
54) Spencer, Herbert
|
27) Kant, Immanuel
|
55) Weber, Max
|
28) La Salle, Jean-Baptiste
|
|
1) aporia f Aporia = dificultat. Literalment, significa 'sense camí' o 'camí sense sortida'.
L'aporia podria ser anomenada, i així efectivament ho ha estat, antinòmia o paradoxa (extret de Ferrater Mora, 1988). Aporia, antinòmia i paradoxa s'han utilitzat en aquest text com a sinònims, en el sentit indicat de dificultat.
2) aprendre v tr És molt difícil presentar-ne una definició, ja que hi ha tantes interpretacions com
teories psicològiques i pedagògiques hi ha (associacionista, behaviorista, estructural,
pragmàtica, etc.). En general, es reconeix que aprendre és un dels actes fonamentals
de l'educació, fins al punt que alguns han confós l'un amb l'altra. En l'educació
tradicional aprendre es reduïa a l'adquisició pràcticament memorística de coneixements.
Al final del segle xix, a partir dels estudis de Pavlov amb gossos, es desenvolupa el corrent conductista
(behaviorisme) que relaciona l'aprenentatge amb l'associació amb estímuls positius
o negatius. Altres corrents han criticat aquesta concepció, que trasllada (després
d'una pàtina de cientificitat) els estudis duts a terme amb animals al món humà. La
psicoanàlisi, l'antropologia, la pedagogia crítica, etc., assenyalen que l'aprenentatge
és una activitat molt complexa en què intervenen elements subjectius, culturals i
socials. El cognitivisme conductual (hereu del behaviorisme) suposa que l'aprenentatge
consisteix en una sèrie d'actes que s'encaminen a resoldre dificultats davant de situacions
noves. La pedagogia social estructural (vegeu l'entrada 11, concepció estructural) planteja que l'aprendre està en relació amb l'interès que l'educador pugui despertar
en el subjecte, per mitjà del vincle pedagògic que s'estableix entre ambdós, en què
intervenen els elements culturals que es posen en joc en l'aprenentatge. Des del punt
de vista pedagògic, en l'aprendre és molt important l'anomenada motivació, és a dir, l'interès que mogui el subjecte. Una vegada despertat, comença el procés
de l'aprenentatge, el qual es facilita quan compleix certes condicions, a saber:
a)que aprendre tingui en compte el subjecte (per exemple, calibrar l'ordre de les dificultats),
amb vista que adquireixi elements nous per a ell i actuals;
b)que es relacioni tan com sigui possible amb les modalitats culturals d'època;
c)que tingui lloc amb freqüència i en condicions diferents, adequades a l'activitat
que ha de desenvolupar l'educand.
Aprendre (instrucció, en la paraula dels clàssics) és la base de tot procés educatiu. Herbart deia: "no
se puede concebir educación sin instrucción". És a dir, aprendre és apropiar-se d'elements
culturals, socials, fer-los propis. En el subjecte humà no es pot parlar d'estandardització, ja que cada subjecte construeix els seus vincles amb la cultura plural i s'apropia
dels béns culturals d'una manera particular. Això genera efectes en cada subjecte
i això ho anomenem educació.
3) assistencialisme m Concepció que ubica el destinatari de l'ajuda social en la posició de subjecte dependent,
i que el subordina a les directrius que la mateixa assistència estableix. Es construeix
un cercle viciós, ja que l'ajuda és necessària per a aquest subjecte però, simultàniament,
per les condicions en les quals es presta, impossibilita que aquest exerceixi les
cotes d'autonomia social que l'estatut de ciutadà requereix. La discussió encara sense
saldar és si tota prestació assistencial desemboca en assistencialisme, necessàriament.
Els professionals de l'acció socioeducativa sostenen que és possible evitar l'assistencialisme
si es promouen actes de caràcter educatiu amb el subjecte, és a dir, aquest és posat
en un lloc que li possibilita apropiar-se dels elements culturals per a construir
el seu propi estil de vida.
4) Bentham, Jeremy Jurisconsult i reformador anglès (1748-1834). És el creador de la concepció filosòfica
coneguda com a utilitarisme. És autor, també, d'una obra dedicada a l'educació: La Crestomatía. Per a Bentham, allò útil és allò valuós i és equivalent a la felicitat. Si un preguntés
com se sap què és allò útil, valuós, etc., Bentham s'avança a respondre: la societat
jutja, "aprueba o desaprueba cualquier acción, teniendo en cuenta si tiende a aumentar
o disminuir la felicidad de aquel cuyo interés está en juego". No es tracta de la
mera transgressió de la llei. Oh, no! Bentham va molt més enllà: cal furgar en les
intencions, els propòsits, tot allò que vulgui escapar del control social... I si
la societat ho desaprova... llavors castiga, però li dóna la possibilitat de "regenerar-se".
Per a la qual cosa Bentham inventa un dispositiu enginyós, que anomenarà panòptic: tot sota el control de la mirada... Aquest dispositiu arquitectònic pot funcionar
com a presó "regenerativa", però també com a escola, hospital, fàbrica... En fi, per
a tots aquells usos socials que requereixin un control ferri dels usuaris... com és
el panòptic? Es tracta de dues torres concèntriques. La central allotja el vigilant.
Però és construïda de tal manera que el que vigila no és vist pel vigilat, encara
que aquest és susceptible de ser observat en qualsevol moment. Aquesta possibilitat,
diu Bentham, és altament moralitzadora, ja que el reu inhibeix tot comportament indesitjable
pel temor a ser vist. I així, per falta d'ocasions de pecat, tots es tornen virtuosos...
5) camp m És una metàfora espacial que fa referència a les relacions de poder i a l'estructura
que adopten en la producció dels discursos. Aquesta noció va ser plantejada pels filòsofs
francesos Michel Foucault i Pierre Bourdieu, i va ser aplicada en el camp pedagògic
per Basil Bernstein.
6) ciència(ciències) de l'educació f Denominació de la pedagogia introduïda per dos corrents (l'experimentalista i l'idealista)
al començament del segle xx. El primer d'aquests corrents deriva de la psicologia empírica i desemboca en un
tractament experimental de la pedagogia. El segon va considerar la pedagogia com a
ciència de l'esperit (el seu origen es remunta a Dilthey) i, posteriorment, com a
ciència social. El concepte de ciències de l'educació, al contrari, va pretendre acabar amb el de la pedagogia com a corpus central des
del qual pensar, descriure i normativitzar l'acte educatiu. Si bé en el camp educacional
hi ha diverses disciplines que s'ocupen dels diferents aspectes de l'educació, no
es pot obviar la funció clau del discurs pròpiament pedagògic. Tota disciplina, avui,
segueix camins d'especialització i troba territoris de frontera nous i fructífers
amb d'altres. Això coexisteix amb un corpus específic que permet un nivell generalista
del coneixement.
7) ciències socials f pl Denominació que té el seu origen en el discurs de W. Dilthey, en la seva separació
entre les ciències de la naturalesa i les ciències de l'esperit. Fa referència al
conjunt de les disciplines que s'ocupen de les tasques humanes, socials i culturals.
Com tota ciència (del verb llatí scire: 'saber'), les socials busquen construir un discurs consistent, rigorós i amb capacitat
explicativa. Quant a quines són, concretament, les disciplines que pertanyen al camp
de les ciències socials, cal tenir present, tal com assenyala Ferrater Mora en el
seu Diccionario de Filosofía (entrada: ciències, Classificació de les), que les classificacions tenen data de caducitat... Les ciències estan en contínua
formació; certs territoris limítrofs poden donar lloc a ciències noves; algunes es
poden inserir en dos o més armaris, etc. Tota classificació, si bé pot ser d'utilitat
per a intentar sistematitzar els dispersos cossos de coneixement, té dos límits insalvables:
la inesgotabilitat del canvi i, per tant, la provisionalitat de les propostes.
8) clientelisme m Concepció que, a diferència de l'assistencial, impedeix que els ajuts socials siguin
canalitzats per institucions habilitades amb criteris tècnics i sota imperatiu legal.
En realitat, és un retorn a criteris benèfics, en què l'ajuda és graciable, en funció
de l'acatament polític dels possibles destinataris o de l'intent de compravenda de
la dignitat social de les persones. Des d'aquestes perspectives, la professionalització
dels sectors del treball social es veu seriosament compromesa, igual que l'educació
social, ja que aquestes pràctiques requereixen uns mínims de funcionament democràtic
de la societat, això és: controlador públic, transparència de la gestió, etc.
9) complex -a adj Al·ludeix a la forma, estructura o configuració en la qual han actuat processos diversos,
en diferents fases i de diferent manera.
10) Comte, Auguste Filòsof francès (1798-1857). Autor, entre altres obres, del famós Curso de Filosofía Positiva (entre 1830-1842), amb el qual va fundar el positivisme. Comte té a les seves mans
un vast projecte: reformar les institucions humanes a partir d'una comprensió adequada
dels sabers. Ell es dedica a això: a la reforma del gènere humà (les seves obres en
aquest sentit són inenarrables: assoleixen cotes de deliri i misticisme increïbles)
i a impartir el saber "vertader", perquè aquesta regeneració sigui possible, ja que
només es transforma allò que es coneix. El Curso conté seixanta lliçons impartides en públic i comença amb dues lliçons generals.
En la primera, Comte exposa la llei dels tres estadis, que comentarem en el pròxim
capítol.
11) concepció estructural f Concepció que emergeix cap al final del segle xx que té el seu epicentre a la Universitat de Standford, en l'àrea de les ciències
fisicomatemàtiques. Postula que no hi ha necessàriament una relació de correspondència
unívoca entre la ciència i el que és real (en això es diferencia del positivisme);
però sí que estableix que les teories són capaces d'explicar "una part" del que és
real (i en això es diferencia de l'idealisme). Es denomina estructural perquè sosté que les teories científiques són estructures de xarxes que es van desplegant
fins que són substituïdes per altres, que expliquen el món de manera més consistent.
Al seu torn, aquestes teories es tendeixen a configurar i desplegar en noves estructures
en xarxa. En pedagogia social aquesta concepció és recent.
12) constructe m Allò que es construeix. En general, s'utilitza per a designar el que es construeix
teòricament o epistemològicament; vegeu constructe teòric, constructe epistemològic.
13) Descartes, René Filòsof francès (1596-1650). Creador de la filosofia racionalista, Descartes proposa
el dubte metòdic com a camí per a la construcció de la veritat. Titllat d'ateu i de
calumniador pel rector de la Universitat d'Utrech, els magistrats van manar cremar
els seus llibres, per blasfems i nefands. Descartes, malgrat haver obtingut reparació
i justícia, va acabar fastiguejat d'aquesta lluita. Va posar terra pel mig i es va
dirigir a Suècia, i va acceptar l'oferiment de la Reina Cristina. El 1649 va ser rebut
a Estocolm amb tots els honors, però va morir ni un any després d'haver-hi arribat.
Es considera el "primer home modern", ja que va saber conceptualitzar el tema en el
qual s'assenta la modernitat: el subjecte individual que pren sota el seu compte i
risc l'ofici de pensar.