Movimientos sociales: conflicto, acción colectiva y cambio social

  • Lupicinio Íñiguez Rueda

     Lupicinio Íñiguez Rueda

    Doctor en Filosofía y Letras (Psicología) y catedrático de Psicología social en la Universidad Autónoma de Barcelona. Coordinador del Programa de Doctorado en Psicología Social de la misma universidad.

W08_80510_02098
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright.

Introducción

"Más que cambiar el mundo, como diría Marx, hay que cambiar la vida, como decía Rimbaud."

Esta cita la hizo el poeta Leopoldo María Panero en una entrevista a El País publicada en la edición del día 27 de octubre de 2001.

Puede parecer extraño, e incluso anticanónico y subversivo para muchos, iniciar un texto académico con la cita de un poeta. Sin embargo, Leopoldo María Panero no es ni cualquier persona, ni cualquier poeta. Es grande. Un sabio de la vida. Loco para muchos, incluso para él mismo, no podemos evitar referirnos al tópico tantas veces utilizado de que los niños y los locos dicen las verdades. Y los poetas son quienes mejor las dicen. Por tanto, tomaremos su afirmación como verdad, aunque provisional, como todas, porque en ella se encierra el espíritu, la lógica y el argumento de lo que expondremos a continuación.
Como se argumenta en el texto siguiente, los movimientos sociales son un producto de una determinada época histórica. No existieron con anterioridad y no sabemos si existirán, en esta forma, más adelante. Surgieron cuando las personas pudieron verse a sí mismas, tanto como individuos que como grupos y colectividades, agentes de su propio destino. Cuando pudieron pensarse como el origen de sus formas de vida y de su organización social. Cuando esto sucedió, se hizo obvio que, si eran la causa de lo que hay, también podían ser el origen de lo que vendrá. La acción social tendente al cambio constituye, por tanto, un acto de conciencia colectiva.
Sin embargo, no todas las formas de acción colectiva son movimientos sociales en el sentido que aquí veremos, ni todas las formas de organización social son iguales y producen los mismos efectos. La búsqueda de la emancipación ha sido y es una respuesta reflexiva y consciente para romper con las estructuras y procesos de opresión y encontrar el camino para ganar mayores espacios de libertad.
Durante la historia de las movilizaciones sociales se puede señalar un claro punto de inflexión. Hasta un cierto momento, que algunos sitúan en los años sesenta, olvidando de manera demasiado interesada el papel del movimiento libertario en la historia de la movilización social, los movimientos sociales pretendían cambiar el mundo, como diría nuestro poeta. Eran movimientos orientados a transformar la estructura social con la esperanza de que, generando nuevas formas de estructuración, la emancipación sería posible. Más adelante explicaremos con mayor detenimiento que estos movimientos eran muy distintos a los que les siguieron y que las ciencias sociales los abordaron apelando a dos corrientes mayoritarias, la estructural-funcionalista y la marxista.
Sin embargo, a partir de los años sesenta la efervescencia en la movilización social aumenta. Emergen infinidad de movimientos que no encajan, o bien encajan mal con los esquemas que han ordenado los anteriores. Como diría nuestro poeta, querrán "cambiar la vida". Sus demandas ya no estarán dirigidas a la obtención de mejoras materiales, sino a mejorar la vida, a crear espacios de libertad, de participación, de gestión conjunta de los asuntos sociales. Están orientadas a resistir la invasión de las viejas y las nuevas modalidades de poder y de control social. Para conseguirlo, utilizaron recursos, estrategias y tácticas tan nuevas que las ciencias sociales no encontraron forma alguna de hacerlas inteligibles desde los viejos modelos, y se vieron obligadas a construir otros nuevos.
Pues bien, ésta es la historia que explicaremos en este módulo, añadiéndole la pequeña contribución de la Psicología social, una minúscula disciplina en el interior de las ciencias sociales.
En este módulo entraremos en contacto con los distintos enfoques que nos permitirán identificar, conocer, describir y entender los movimientos sociales. Tiene cuatro partes.
En la primera se presentan las aportaciones de la Psicología y, en particular, de la Psicología social clásica al estudio de los movimientos sociales. Como se podrá observar, estas aportaciones han consistido, básicamente, en poner de manifiesto la importancia de los procesos psicológicos y psicosociales con el objetivo de entender los movimientos sociales. Brevemente, estos procesos son la percepción de los agravios e injusticias, la frustración ante las condiciones de vida, los procesos de influencia, las normas sociales, la dinámica de grupos, la motivación, la generación de valores, creencias y significados compartidos y, para terminar, la identidad.
En la segunda parte entraremos en contacto con las principales aproximaciones teóricas al estudio de los movimientos sociales. En primer lugar, veremos que los movimientos constituyen un proceso social producido en un contexto histórico específico, la modernidad. Asimismo, analizaremos las dificultades que la ciencia social ha tenido en la comprensión de los nuevos movimientos sociales aparecidos desde los años sesenta, puesto que no se adecuaba a las prescripciones que la tradición estructural-funcionalista y la tradición marxista habían descrito y que se adaptaban bien al estudio del movimiento obrero. También veremos cómo la ciencia social reaccionó a ello formulando nuevas perspectivas teóricas, entre las que destacan: la perspectiva interaccionista/construccionista, la teoría de los recursos para la movilización, la perspectiva de la estructura de oportunidades políticas y la teoría de los nuevos movimientos sociales.
En el apartado "Aportaciones de la Psicología social" observaremos con mayor detalle ciertas aportaciones que la Psicología social contemporánea podría sumar al estudio de los movimientos sociales, centrándonos en dos de las mismas. Por un lado, la teoría de la influencia minoritaria, que permite entender el proceso por medio del cual los grupos minoritarios pueden ejercer una influencia y, por consiguiente, provocar un cambio en los sistemas de valores, las creencias y los comportamientos de los grupos mayoritarios. Esta influencia se ejerce por su capacidad de generar un conflicto simbólico con la mayoría, que precisa ser resuelto y, al hacerlo, provoca un movimiento de las posiciones de la mayoría hacia las de la minoría, es decir, el cambio. Por otro lado, presentaremos la teoría de la identidad social, en la que la identidad es vista como la conciencia de pertenencia a un grupo o categoría y la valoración de dicha pertenencia. La necesidad de mantener una identidad social positiva requiere garantizar una distintividad positiva de la propia categoría frente a las otras. Cuando la mencionada distintividad es negativa y, por tanto, la identidad social también lo es, se desarrollan estrategias de movilización para proporcionar las bases de una identidad positiva.
En el apartado "Emergencia, características y funcionamiento de los movimientos sociales", intentaremos llevar a cabo una síntesis de las perspectivas teóricas analizadas, ofreciendo una definición tentativa de movimiento social, así como un determinado número de criterios que nos permitan distinguir entre lo que es y lo que no es un movimiento social. Al final de este apartado abriremos una discusión para ver el alcance que las nuevas teorías sobre la sociedad, que la describen como globalizada, compleja, liquida y en red, pueden aportar al estudio de los nuevos movimientos sociales.

Objetivos

El objetivo general del módulo consiste en ofrecer un marco de inteligibilidad de los movimientos sociales como formas de acción colectiva para que los podáis utilizar y os ayuden a comprender su relación con el cambio y la transformación social.
Los objetivos específicos de este módulo son los siguientes:
  1. Conocer las aportaciones que la Psicología y la Psicología social han hecho al estudio de los movimientos sociales.

  2. Aproximarse a las principales teorías y modelos que las ciencias sociales en general han desarrollado para comprender los movimientos sociales.

  3. Encontrar los recursos suficientes para poder definir qué es un movimiento social y distinguirlo de otros fenómenos y procesos de naturaleza colectiva.

Como objetivo general de aprendizaje, el módulo pretende mantener un talante de reflexión crítica tanto por lo que respecta a los fenómenos y procesos sociales que se analizan como por lo que se refiere a los recursos teóricos que se presentan para ello.

1.Los movimientos sociales

Feminismo, ecologismo, liberación gay y lésbica, nacionalismo, antiglobalización, okupas, etc. son tópicos presentes en la sociedad contemporánea, sujetos al debate colectivo, centro de atención para los medios de comunicación y los estudios académicos, motores del cambio social o bestias negras. En definitiva, ocupan un espacio central en el debate público en todas sus manifestaciones. Con frecuencia se denominan movimientos sociales, pero ¿qué son? ¿Cómo aparecen? ¿Cómo funcionan? ¿Qué consecuencias generan?
Enlaces recomendados

A lo largo del módulo estableceremos una lecturade los movimientos sociales desde las ciencias sociales. Sería muy interesante que contrastarais estos enfoques y reflexiones teóricas con lo que los propios movimientos dicen de sí mismos. Una búsqueda en Internet os facilitará la conexión con múltiples informaciones, textos y relatos de experiencias y acciones. Sólo a título de ejemplo, aquí tenéis algunas direcciones de interés:

Estos movimientos están compuestos por personas y por grupos, emergen, se desarrollan y funcionan en un contexto social particular, tanto espacial como temporal; se dirigen hacia la transformación de la sociedad en sus ideas, valores, creencias, normas y comportamientos. Por tanto, son candidatos a ser abordados desde cualquiera de las disciplinas de las ciencias humanas y sociales, dado que en ellos están implicados los objetos de análisis de las mismas: la persona, la sociedad, las instituciones y organizaciones sociales; en definitiva, la cultura.
La Psicología y la Psicología social no podían quedarse al margen. La Psicología enfocó la cuestión de la única manera que podía hacerlo, es decir, desde un punto de vista exageradamente individualista. En este sentido, básicamente contribuyó al estudio de los movimientos sociales analizando el papel de la frustración ante metas no cumplidas, o ante agravios sufridos por las personas, y en la decisión final de participar o no en una acción o en un movimiento colectivo. Más tarde, el programa cognitivo en que estuvo implicada la Psicología, junto con otras disciplinas, ofreció los modelos de la toma de decisiones racionales. Sin embargo, expondremos esto con mayor detenimiento más adelante.
La perspectiva estructural-funcionalista en Sociología consideraba los movimientos sociales como algo excepcional. Smelser, por ejemplo, que es quien mejor representa esta perspectiva, entendía los movimientos sociales como una especie de "efecto secundario" de las transformaciones sociales que se producen con demasiada rapidez. Según Smelser, en un sistema equilibrado, el comportamiento colectivo constituye el resultado de las tensiones que no pueden ser absorbidas por los mecanismos, cuya función consiste en reequilibrar el sistema. Así, por ejemplo, cuando nos encontramos en un momento de rápidas transformaciones y/o de transformaciones a gran escala, la aparición de determinados comportamientos colectivos, tales como cultos religiosos, sociedades secretas, sectas políticas o de otro tipo, etc. tienen una doble significación: por un lado, reflejan la incapacidad de las instituciones y los mecanismos de control social para reproducir cohesión social y, por otro, muestran los intentos de la sociedad para reaccionar ante las situaciones críticas, desarrollando nuevas creencias compartidas sobre las que fundamentar la solidaridad colectiva.
Del mismo modo, otras aproximaciones compartieron esta visión del comportamiento colectivo como una respuesta a una situación de crisis. Entonces, no es extraño que esto generara el respaldo idóneo para la emergencia de explicaciones psicologistas. En efecto, al reducir los fenómenos colectivos a la suma de conductas individuales, estos enfoques de carácter psicologista tendieron a ver los movimientos sociales como una simple manifestación de los sentimientos de deprivación que experimentaban unos actores sociales con respecto a la situación de otros, o bien como un conjunto de sentimientos de agresión resultantes de expectativas frustradas.
En esta época, por ejemplo, fenómenos tales como el surgimiento del nazismo se consideraban reacciones agresivas que eran una consecuencia del rápido e inesperado fin del periodo de bienestar económico, así como del aumento de las expectativas a escala mundial. Asimismo, la influencia del Psicoanálisis posibilitó el hecho de incorporar en estos procesos ciertos mecanismos de naturaleza inconsciente. Donatella Della Porta y Mario Diani (1999) señalan la coherencia de este planteamiento con otro punto de vista presente en el mismo momento; es decir, la asociación de la emergencia del extremismo político con la generalización de una sociedad de masas en la que los vínculos sociales tradicionales, como la familia, tendían a fragmentarse. En este sentido, se sostuvo que el aislamiento social produce individuos con menos recursos intelectuales, profesionales y/o políticos, lo que les haría particularmente vulnerables al llamamiento de movimientos antidemocráticos, tanto de derecha como de izquierda.
Este tipo de idea, según la cual las situaciones de frustración, la ausencia de raíces, la deprivación, la crisis social, etc. producen revueltas automáticamente, las simplifica a una mera aglomeración de conductas individuales y las connota con valoraciones negativas. En efecto, esta perspectiva no considera la importancia de las dinámicas por las cuales los sentimientos que la gente experimenta de manera individual generan fenómenos de carácter macrosocial, como los movimientos sociales o las revoluciones, por ejemplo.
Por su parte, la Psicología social contribuyó muy pronto al estudio de los movimientos sociales, y con bastante fortuna, como veremos también después. En parte siguiendo estos mismos supuestos, pero connotando sus propuestas de mayor contenido social y enfatizando las cuestiones relacionadas con la interacción, los procesos grupales, las normas, la identidad, etc., que eran el tipo de preocupaciones presentes en la Psicología social en general. Así pues, aunque al principio no pudo escapar por completo de la influencia estructural funcionalista, su enfoque es marcadamente distinto del de la Psicología general.
Hadley Cantril (1941) fue uno de los primeros en abordar esta cuestión. Su enfoque de los movimientos sociales sigue al pie de la letra los modelos y los intereses de la Psicología social del momento. En aquella época, la Psicología (social) se preguntaba cosas como, por ejemplo, qué es lo que motiva a alguien a seguir a un líder, cómo se produce la influencia y la persuasión, y cosas similares. Por tanto, al enfrentarse al estudio de los movimientos sociales, no es extraño que las preguntas sean muy parecidas. Por ejemplo, ¿cómo podemos explicar la emergencia del liderazgo y su seguimiento?, ¿qué es lo que hace que el movimiento sea tan sugestivo y atrayente?, ¿qué piensa la gente que se implica en algo, como, por ejemplo, un movimiento, que a un observador le puede parecer tan extraño o tan esotérico?
Cantril no sólo ofreció un aparato conceptual para el análisis de los movimientos desde la Psicología social, sino que también analizó comportamientos colectivos, los fenómenos de masas y movimientos tales como los linchamientos, una secta religiosa como El Reino del Padre Divino, el Buchmanism (Oxford group o Moral Rearment) o el nazismo. Con estos análisis, su interés era proporcionar un marco teórico y conceptual que sirviera para explicar cualquier otro movimiento social. Cantril adoptó una posición funcional, no positivista. Los conceptos básicos que utiliza son los de patrones de normas que rodean a los individuos que componen los movimientos, la transmisión del contexto social (socialización) y la estructura del contexto mental (funcionamiento cognitivo).

"Mi objetivo consiste en aportar un marco conceptual básico que explique cualquier movimiento social, de cara a enseñar a los individuos lo que deben buscar cuando ellos mismos quieren entender qué movimiento puede interesarles o implicarles."

Cantril, H. (1941, p. VIII).

El marco básico desde el que Cantril analiza los movimientos sociales es el de las normas y la normativización. Según su planteamiento, los principales factores implicados en los movimientos sociales serían más las creencias y los valores que las rutinas o los hábitos de comportamiento. Cuando los componentes del "mundo psicológico" del individuo son violentamente atacados por las preocupaciones, los miedos, las ansiedades y las frustraciones, y/o cuando como resultado de ello se cuestionan los valores y las normas que han sido relevantes para él o ella hasta el momento; en definitiva, cuando el marco social no puede satisfacer ya sus necesidades, entonces surge una discrepancia entre los estándares de la sociedad y los del individuo. Sería en este momento, según Cantril, cuando la persona se hace susceptible a nuevos liderazgos, a la conversión y a la revolución.
Hans Toch (1965) ha sido otro de los psicólogos sociales pioneros en el tratamiento de los movimientos sociales. La idea de Toch consiste en que los movimientos sociales son una forma de comportamiento colectivo, debido a que siempre implican grupos amplios y a que su origen es siempre espontáneo. Sin embargo, la diferencia entre los movimientos sociales y los comportamientos colectivos en general radica en el hecho de tratarse de grupos relativamente duraderos y en que tienen un claro propósito o programa. Éste es, en efecto, un elemento clave; a saber, para que algo se pueda definir como movimiento social, debe pretender promover o resistir el cambio en la sociedad. Para Toch, un movimiento social constituye un esfuerzo a gran escala, informal, que está diseñado para corregir, suplir, derribar o influir de algún modo en el orden social.
¿Que podría aportar la Psicología social al tema? En opinión de Toch, la idea de que este tipo de esfuerzos debe estar motivado. Sin embargo, no en el sentido de una motivación genérica o de un desasosiego más o menos extendido, sino que deben ser consecuencia de descontentos específicos, de gente concreta en situaciones determinadas en las que se encuentran. Asimismo, las personas deben estar convencidas de que las dificultades que encuentran se podrían resolver mejor por medio de la acción colectiva que a partir de la acción privada.
De acuerdo con estas premisas, Toch ofreció su ya clásica definición psicológica de movimiento social:
"Un movimiento social representa un esfuerzo realizado por un número amplio de personas para solucionar colectivamente un problema que saben que tienen en común."
Toch, H. (1965, p. 5).
Esta afirmación no es tan simple como parece. En particular, el concepto de un "problema" implica por sí mismo problemas. Por este motivo, es muy interesante que Toch (1965) no se conformara con dar la definición. Como él mismo señala, las cosas no son tan fáciles como podrían deducirse de la definición. En efecto, ¿cuándo puede decir un grupo de personas que tiene un "problema"? ¿Qué podría ser un "problema colectivo"? ¿Cuál sería la clase de problemas que se pueden resolver por medio de una movilización social? Y, en cualquier caso, ¿qué constituiría una solución? Como veremos, Toch ya está anticipando algunos de los temas que serán fundamentales en la literatura posterior sobre cómo son los movimientos sociales, la definición conjunta, la creación de significados, la identidad, etc.
2/m2-1.gif
En 1969, Barry McLaughlin editó una obra esencial en la pequeña historia de la Psicología social de los movimientos sociales titulada Studies in Social Movements. A Social Psychological Perspective. En esta obra se recogen trabajos de Blumer y Mannheim, por ejemplo, lo que puede dar una idea de la orientación general del libro.
En la obra se discuten distintas definiciones y conceptualizaciones de los movimientos sociales, así como los procesos psicosociales que están implicados en ellos, por ejemplo: los aspectos motivacionales, el efecto de los rasgos de personalidad de los participantes sobre los movimientos, las condiciones de pertenencia, el liderazgo o las bases sociales de la ideología de los movimientos (como los conflictos generacionales, la frustración y ansiedad propias de una era determinada, etc.).
En esta obra se reeditó el famoso trabajo de Blumer (1951) sobre los movimientos sociales. Blumer define estos últimos como:
"[...] empresas colectivas para establecer un nuevo orden de vida."
Blumer, H. (1951, p. 199).
Esta definición, que podríamos considerar clásica, recoge lo fundamental en cualquier concepción de los movimientos sociales: el comportamiento de grupo dirigido, de forma concertada, a producir cambio social.
Dado que esta definición se podría considerar como muy general, McLaughlin repasa algunas de las más conocidas concepciones de movimientos sociales que enfatizan otros aspectos que se deberían tener en cuenta:
  • El ámbito geográfico y la persistencia a lo largo del tiempo: "una empresa grupal que se extiende más allá de una comunidad local o de un evento singular, e implica un esfuerzo sistemático para iniciar cambios en el pensamiento, el comportamiento y las relaciones sociales" (King, 1956, p. 27. Citado en B. McLaughlin, 1969).

  • El carácter conservador de algunos movimientos: "una colectividad [que actúa] con alguna continuidad para promover o resistir un cambio en la sociedad o grupo del que forma parte" (Turner y Killian, 1957, p. 308. Citado en B. McLaughlin, 1969).

  • La dimensión psicológica que ya hemos visto en la definición de Toch (1965).

  • La necesidad de grupos amplios: los movimientos sociales ocurren "cuando un número bastante grande de gente se asocia para alterar o suplantar alguna parte de la cultura o el orden social existente" (Cameron, 1966, p. 7. Citado en B. McLaughlin, 1969).

No obstante, con estas adiciones no desaparecen los problemas en la definición de un movimiento social, puesto que, como señala McLaughlin, los problemas continúan si consideramos la enorme diversidad de movimientos. En efecto, los movimientos van desde los religiosos hasta los seculares o desde los revolucionarios hasta los reaccionarios. Una idea que ya empezaba a hacerse común es que, a pesar de su diversidad, se puede afirmar que, por norma general, los movimientos sociales incluyen entre sus características más destacadas un sistema de valores compartido, un sentido de comunidad, normas para la acción y una estructura organizacional (Killian, 1964). Asimismo, McLaughlin (1969) añade que los movimientos buscan influir en el orden social y están orientados hacia objetivos definidos (aunque los fines y propósitos de los miembros individuales pueden variar de manera considerable).
Otro tema relevante en la Psicología social de los movimientos sociales ha sido su topología. Para muchos, la ofrecida por Blumer (1951) es emblemática. En primer lugar, distingue entre movimientos sociales generales y específicos. Así, por ejemplo, su noción de "movimientos sociales generales", en los que el cambio de los valores estaría relativamente no dirigido y sería esencialmente desorganizado, aunque en una dirección común, ha ejercido gran impacto en las discusiones sobre las relaciones entre movimientos sociales y cambio social. En este sentido, los cambios graduales y acumulativos en la cultura dan lugar a nuevas expectativas, nuevas demandas y nuevas líneas de acción. Éste sería el proceso por el que los "movimientos sociales generales" constituirían la base para que surjan los "movimientos sociales específicos".
A su vez, Blumer divide los movimientos sociales específicos en dos grandes tipos: "movimientos revolucionarios" y "movimientos de reforma". Obviamente, los dos tipos de movimientos pretenden el orden social, pero los "movimientos revolucionarios" atacarían las normas existentes y los valores, e intentarían sustituirlos por otros nuevos. Sin embargo, los "movimientos sociales reformistas" aceptarían la existencia de normas y valores y los usarían para criticar los defectos sociales a los que se oponen.
Otra aportación interesante al estudio de los movimientos sociales desde la Psicología social es la de Snow y Oliver (1995), que aparece en un libro sobre perspectivas sociológicas en Psicología social (Cook, Fine y House, 1995). Estos dos autores sostienen que el estudio de los movimientos sociales es paralelo al del comportamiento colectivo. En efecto, según ellos, existe una cierta ambigüedad con respecto a lo que se considera como movimientos sociales, pero, en general, las conceptualizaciones incluyen: hitos orientados al cambio, algún grado de organización, algún grado de continuidad temporal y alguna forma de acción colectiva extrainstitucional, o al menos una mezcla de institucional y no institucional. Esto les lleva a definir los movimientos sociales como
"[...] acciones colectivas que ocurren con algún grado de organización y continuidad fuera de los canales institucionales con el propósito de promover o resistir cambios en el grupo, la sociedad o el orden mundial de los que forman parte."
Snow, D. A., y Oliver, P. E. (1995, p. 571).
Estos autores enfatizan la necesidad de abordar el estudio de los movimientos sociales desde una perspectiva psicosocial. Por ello proponen cinco dimensiones psicosociales que deberían tenerse en cuenta por su importancia:
1) La dimensión microsocial y de la interacción social. Estas dimensiones están relacionadas con el hecho de que todos los movimientos sociales se arraigan en grupos o redes de afiliación preexistentes, o emergen de estructuras de relación social ya existentes, por ejemplo, aquellas originadas en algún evento puntual o alguna movilización anterior. Por tanto, en este sentido, el contexto relacional, los grupos y las redes en los que éste inserta la vida de las personas tendrían un papel crucial en el origen y desarrollo de los movimientos sociales.
2) La dimensión de la personalidad. Esta dimensión se relaciona con los rasgos de personalidad, los estilos de enfrentamiento de los problemas, la privación relativa, etc. de los individuos. Es decir, a la hora de hacer inteligible la participación en los movimientos sociales, estos rasgos de los individuos serían cruciales.
3) La dimensión de socialización. Por socialización se entiende tanto el proceso por el que los individuos aprenden los valores, normas, motivos, creencias y roles de los grupos o de la sociedad general, como el desarrollo y el cambio en términos de la personalidad y la identidad de cada individuo específico. Ambos aspectos tienen un peso importante en los movimientos sociales.
4) La dimensión cognitiva. El proceso de decidir participar en un movimiento, la naturaleza de esta toma de decisiones, las atribuciones que se realizan durante la misma, etc. constituyen aspectos que se deben tener en cuenta. Ahora bien, tales cogniciones se pueden ver como variables capaces de predecir el comportamiento o como productos de la propia acción de los individuos. El primer caso es cómo lo hacen las teorías respecto de la toma de decisiones racionales. El segundo caso es cómo lo hace la perspectiva "construccionista", que enfatiza los procesos por medio de los cuales los significados cambian y se modifican, y cómo se crean otros nuevos. Esta perspectiva ha puesto el énfasis en el estudio de los marcos de significado y en la identidad, como veremos más adelante.
5) La dimensión afectiva. Las emociones no son peculiares y específicas de ningún proceso social, puesto que atraviesan todo tipo de actividades de las personas. Ahora bien, como señalan estos autores, están sujetas a distintos tipos de expresión en función de los diferentes contextos sociales. Los movimientos sociales serían uno de los tipos de contextos más evocadores de emociones. Esta dimensión, del mismo modo que sucede en otros procesos sociales, no ha sido muy estudiada.
Lectura recomendada

El reciente libro publicado por Federico Javaloy y sus colaboradores ofrece una panorámica extensa de los movimientos sociales, con un énfasis notable en las perspectivas psicosociales y el desarrollo de dos casos específicos, el movimiento feminista y el movimiento ecologista:

Javaloy, F. (2001). Comportamiento colectivo y movimientos sociales. Un enfoque psicosocial

. Madrid: Prentice Hall.

En definitiva, lo que estos autores manifiestan es la importancia que tiene resaltar los procesos psicosociales en la movilización colectiva, dado que muchos de los elementos y mecanismos que están implicados en la misma son de naturaleza psicosocial. Por tanto, defienden que la Psicología social debería jugar aquí un papel decisivo para poder realizar una conexión de los niveles microsociales, macrosociales y culturales, niveles que atraviesan, en su totalidad, los movimientos sociales.

2.Cómo se entienden los movimientos sociales. Las distintas aproximaciones teóricas

Una definición como la de Blumer, vista con anterioridad: "los movimientos sociales pueden ser vistos como empresas colectivas para establecer un nuevo orden de vida" (Blumer, 1951, p. 60), es lo suficientemente amplia para empezar a desarrollar una descripción y una comprensión de los movimientos sociales. Sin embargo, antes de comenzar, nos deberíamos plantear algunas preguntas como las siguientes: ¿es éste un fenómeno presente siempre a lo largo de la historia de las sociedades humanas? ¿Podríamos decir que los movimientos sociales han sido motores del cambio social a lo largo de la historia de la humanidad? Buechler (2000) sostiene que no, y desarrolla un interesante argumento.
Lectura recomendada

El libro editado por los sociólogos Pedro Ibarra y Benjamín Tejerina ofrece una versión actualizada de los distintos enfoques en el estudio de los movimientos sociales, con las contribuciones de los principales estudiosos del tema:

Ibarra, P., y Tejerina B.

(Eds.)

(1998). Los movimientos sociales. Transformaciones políticas y cambio cultural

Madrid: Trotta.

En efecto, según este autor los movimientos sociales constituyen fenómenos fruto de la modernidad. La idea de que la acción colectiva tiene la capacidad de cambiar la sociedad sólo fue posible a partir de la Ilustración. La razón es que, con la Ilustración, la sociedad empieza a verse como una creación social, un tipo de resultado concreto como podría haber sido otro. Por consiguiente, los movimientos sociales son contingentes a un proceso social específico, como la Ilustración. Durante esta última proliferaron más formas sociales e ideologías en conflicto, puesto que la totalidad del orden social fue visto como algo susceptible de ser cuestionado o como algo que necesita justificación (Buechler, 2000).
Esto permite afirmar, por tanto, que mientras la acción colectiva ha estado presente en todas las sociedades, los movimientos sociales son una forma históricamente situada, y no universal, de organizar protestas colectivas.
Y es que, efectivamente, pese a la diversidad de teorías que abordan los movimientos sociales, pese a sus distintas características y peculiaridades, todas las perspectivas teóricas concuerdan en esta idea de que los movimientos sociales constituyen un producto histórico de la modernidad. Asimismo, se acepta de manera generalizada la idea de que los movimientos sociales se desarrollaron en un contexto caracterizado por nuevas comprensiones de la sociedad que ofrecieron el marco adecuado para las formas de contestación y protesta. En efecto, dado que el mundo sociopolítico se entendía cada vez más como una construcción social necesitada de legitimación y sujeta a crítica, la producción de diferentes ideologías se realizó tanto por parte de quienes mantenían, o pretendían mantener, el orden social como por aquellos que estaban implicados en la constitución de uno nuevo. Cuando tales confrontaciones se expandieron, los participantes en las distintas modalidades se convirtieron, cada vez más, en agentes sociales reflexivos que actuaron de forma propositiva en el mundo, generaron identidades colectivas y fueron capaces, cada vez más, de poner en marcha campañas duraderas, organizadas y nacionales en nombre de los distintos grupos en conflicto (Buechler, 2000).
Este acuerdo generalizado sobre el origen moderno de los movimientos sociales no implica su visión como algo homogéneo. Estos movimientos se han concretado en formas y niveles muy variados de organización, que van desde movimientos sociales formalmente organizados, hasta colectivos y grupos sociales más informales e, incluso, acciones colectivas con una escasa o nula organización. El asunto crucial en todo ello consiste en que todas estas formas, cualquiera que fuera su nivel de organización, hicieron posible que, en el interior de estos grupos y colectividades, se consiguiera algún grado de solidaridad interna, se crearan conflictos con los adversarios y se cuestionaran los límites del sistema. Es, pues, esta dinámica la que nos permite afirmar que los movimientos sociales han tenido un papel primordial en la constitución del mundo moderno.
Durante un largo periodo de tiempo, el movimiento social prototípico ha sido el movimiento obrero. En efecto, este último reúne todas las características de lo que, desde un punto de vista tradicional, se ha considerado como un movimiento social: la existencia de un agravio, la presencia de un grupo que es consciente de tal agravio, una expiación compartida de sus causas, así como una idea compartida de lo que se debe hacer para eliminarlo y el uso de vías no institucionalizadas para su acción. El movimiento sufragista de las mujeres y, en gran medida, el posterior movimiento feminista, comparten también estas mismas características. Este tipo de movimientos sociales suelen etiquetarse como "tradicionales" y presentan características y peculiaridades que se modificarán con el advenimiento de las nuevas formas de movilización social.
En efecto, a partir de los años sesenta comienza una oleada de movimientos sociales, como por ejemplo los movimientos estudiantiles, que parecen no encajar exactamente con los que se habían producido con anterioridad, como el movimiento obrero, y que por ello mismo no pueden estudiarse con los recursos disponibles en la teorización de los movimientos sociales. Los movimientos sociales tradicionales se habían abordado analíticamente en términos de conflictos de clase, pero los nuevos movimientos parecen resistirse a tal conceptualización.
2/m2-2.gif
En concreto, como afirman Donatella Della Porta y Mario Diani (1999), los movimientos que empezaron a surgir a partir de los años sesenta pusieron de manifiesto las dificultades que tenían para ser comprendidos por las dos principales corrientes sociológicas de la época, el modelo marxista y el modelo estructural-funcionalista. Un aspecto particularmente sorprendente fue que estas perspectivas tampoco podían explicar por qué se reactivaban los movimientos precisamente en un momento que se caracterizaba, en el conjunto de las sociedades occidentales, por un gran crecimiento económico y un espectacular aumento en el bienestar.
Las reacciones ante esta dificultad fueron distintas en EE.UU. y en Europa (Della Porta y Diani, 1999). En EE.UU., donde dominaba el modelo estructural-funcionalista, el estudio de los movimientos sociales se orientó hacia los mecanismos que explican cómo los distintos tipos de tensión estructural pasan al comportamiento colectivo o, como dice Melucci (1982), se orientó hacia el "cómo" de la acción colectiva. En este contexto aparecieron en EE.UU. diferentes corrientes de estudio de los movimientos sociales, como la tradición del interaccionismo simbólico orientada al estudio del comportamiento colectivo, la teoría de los recursos para la movilización y los enfoques que enfatizan el proceso político como contexto de los movimientos sociales.
En Europa, sin embargo, donde dominaba la tradición marxista, sus inadecuaciones para el estudio de los nuevos movimientos sociales desembocó en el desarrollo de la perspectiva de "los nuevos movimientos sociales", interesada en analizar y entender las transformaciones que se producían en las bases estructurales de los conflictos. Como señala Melucci (1982), se orientó al estudio del porqué de la acción colectiva.
Asimismo, Della Porta y Diani (1999) sostienen que los orígenes de estos desarrollos no sólo se encuentran en las diferencias entre las tradiciones americana y europea. Un factor muy significativo en este proceso fue la diversidad de los objetos de estudio. Así, aunque en los años sesenta los movimientos estudiantiles se desarrollaban al mismo tiempo en EE.UU. y en Europa e, incluso, estaban en contacto, diferían enormemente en los dos continentes. Lo mismo se podría decir de los movimientos ecologista y feminista, por ejemplo. En este sentido, estos autores sostienen que en EE.UU. los movimientos nacieron durante olas de protesta, pero que éstas se convirtieron con rapidez en pragmáticas y estructuradas y en muchos casos dieron lugar a formas equivalentes a los grupos de intereses. Asimismo, los movimientos antagonistas del sistema tenían un carácter contracultural y, en muchos casos, fueron de naturaleza religiosa. Por el contrario, en Europa los nuevos movimientos sociales emergentes mantuvieron muchas características de los movimientos obreros, incluyendo, en opinión de los mismos autores, un fuerte énfasis en la ideología.
Es, pues, en estas circunstancias en las que aparecerá un nuevo tipo de explicación teórica de los movimientos sociales, explicación que veremos a continuación.

2.1.Teorías sobre los movimientos sociales

Aunque, dada la proliferación de trabajos tanto de naturaleza teórica como empírica, no puede decirse que exista un acuerdo unánime sobre el número de perspectivas teóricas en el estudio de los movimientos sociales, se pueden identificar cuatro, que son las que gozan de mayor reconocimiento entre quienes estudian los movimientos sociales: la perspectiva interaccionista/construccionista (a veces bajo la etiqueta de comportamiento colectivo), la perspectiva de los recursos para la movilización, la perspectiva del proceso político y la perspectiva de los nuevos movimientos sociales.
No pretende ser, ni podría serlo, una clasificación definitiva de las perspectivas teóricas en el análisis de los movimientos sociales. Sin embargo, nos resulta útil para ordenar los debates que están atravesando su estudio en la actualidad. Así, por ejemplo, la perspectiva interaccionista/construccionista se caracteriza por ver la acción colectiva como una actividad significativa. La teoría de los recursos para la movilización enfatiza la importancia de los componentes racionales y estratégicos de la acción colectiva. Por su parte, la aproximación de los procesos políticos contempla los movimientos sociales como nuevos protagonistas en los procesos de representación de intereses diferentes. La perspectiva teórica sobre los nuevos movimientos sociales se interesa más por lo relativo a la importancia de las transformaciones que están aconteciendo en la sociedad postindustrial y las implicaciones que comportan.
La perspectiva interaccionista/constructivista: los movimientos sociales como productores de cambio cultural
Dentro de la sociología, esta perspectiva fue una respuesta a la preponderancia de los modelos estructural-funcionalista en el estudio de los movimientos sociales. Las respuestas a estos planteamientos y los intentos de llenar los vacíos teóricos que contemplan han sido variadas. La primera fue la que se desarrolló en el marco del interaccionismo simbólico, centrado en una perspectiva que se basaba en el comportamiento colectivo y seguía sus postulados. En efecto, esta perspectiva afirma que los fenómenos colectivos no son simplemente el reflejo de una crisis social, sino más bien una actividad que apunta a la producción de nuevas normas y nuevas solidaridades (Della Porta y Diani, 1999).
La visión de los movimientos sociales como motores de cambios, principalmente en el ámbito de los sistemas de valores, comenzó con el trabajo de algunos autores de la Escuela de Chicago sobre el comportamiento. En la perspectiva del interaccionismo, las transformaciones sociales no eran vistas como elementos tensionales. Por el contrario, la aparición de nuevas y mayores organizaciones, el aumento de la movilidad de la población, el incremento de las innovaciones tecnológicas, la creciente importancia y desarrollo de los medios de comunicación de masas, la progresiva transformación, cuando no desaparición, de formas culturales tradicionales, etc. fueron consideradas como condiciones emergentes que llevan a las personas a buscar nuevos patrones de organización. En este sentido, el comportamiento colectivo fue definido como comportamiento relacionado con el cambio social y los movimientos sociales como una parte integral del funcionamiento normal de la sociedad. Es decir, un elemento más del profundo proceso de transformación (Blumer, 1951).
La perspectiva construccionista en el estudio del comportamiento colectivo proviene del interaccionismo simbólico y, por consiguiente, enfatiza la importancia del significado que los actores sociales atribuyen a las estructuras sociales. Sin embargo, se diferencia de ella en varios aspectos. El construccionismo se interesa más por los movimientos sociales que por otras formas de comportamiento colectivo e insiste en que cada aspecto de la acción colectiva puede entenderse como un proceso interactivo, definido simbólicamente y negociado entre participantes, sus oponentes y los espectadores y espectadoras. Para esta perspectiva, cuanto menos estructurados se encuentran los contextos y las situaciones que afronta un individuo, más relevante es este proceso de producción simbólica. Así pues, cuando los significados disponibles no proporcionan una base suficiente para la acción social, emergen nuevas normas sociales que definen la situación existente como injusta y que proporcionan justificaciones para la acción.
En este sentido, el comportamiento colectivo es visto como una actividad que nace alejada de definiciones sociales preestablecidas y, por tanto, que se localiza en el exterior de las normas culturales y de las relaciones sociales estándar.

"La convergencia teórica entre las perspectivas constructivistas y la interaccionista clásica es fruto de las razones que sintetizo a continuación y que explican la persistente influencia de la segunda en esta área de la sociología. 1) La concepción del movimiento social como un proceso sujeto a continuos cambios y como un objeto de estudio en sí mismo, que no puede explicarse simplemente por las condiciones del contexto en que surge; 2) el énfasis en los procesos de definición colectiva de los problemas que motivan la participación en el movimiento [...]; 3) la capacidad de los que siguen el enfoque clásico para revisar sus supuestos y adaptarlos a la cambiante situación de estas formas de acción colectiva, y para eludir la tendencia a calificar a los movimientos de racionales o irracionales en la que se ha centrado la crítica a este enfoque [...]. Dicha topología distorsionaba la naturaleza de los movimientos, al diferenciar entre los que tienen lugar en las instituciones sociales y se consideraban normales y aquellos fenómenos de comportamiento colectivo y divergente, en tanto que fenómenos de ruptura de las normas sociales y desestructuración social."

Laraña, E. (1999, pp. 81-82).

Cuando la estructura normativa tradicional entra en conflicto con una situación que evoluciona de manera rápida y continua, surgen nuevas definiciones normativas, de manera que la transformación de la organización y de la estructura social, así como la modificación de los comportamientos que se dan en su interior, constituyen el resultado de la acción de dichas definiciones. El cambio, entonces, no es un accidente, sino más bien una parte más del funcionamiento del sistema.
Siguiendo esta perspectiva, el origen de los movimientos sociales es, pues, una situación de conflicto. Conflicto entre sistemas de valores diferentes o directamente opuestos o antagónicos, así como entre grupos dentro del sistema social. Los movimientos sociales serían, por tanto, una parte más, perfectamente identificable, de la vida social. La estructura social y el sistema de normas y valores cambiarían en el marco de un proceso de evolución cultural en que los individuos generan nuevas ideas. Cuando el sistema de normas tradicional ya no tiene eficacia, es inadecuado o incapaz de proporcionar un marco satisfactorio para el comportamiento, las personas se ven forzadas a cuestionar el orden social poniendo en marcha distintas acciones no conformistas o contrarias al sistema. Por consiguiente, un movimiento social se desarrolla cuando se extiende un sentimiento de insatisfacción, y las instituciones, por no ser suficientemente flexibles, son incapaces de responder al mismo (Della Porta y Diani, 1999).
La manera como hoy en día se entienden los movimientos sociales le debe mucho al interaccionismo simbólico. En efecto, con la aparición de esta orientación, los movimientos sociales se definen por primera vez como actos significativos capaces de producir cambios sociales. Esta perspectiva teórica puso el énfasis, asimismo, en dos procesos del comportamiento colectivo que, finalmente y para casi todo el mundo, han devenido cruciales en el estudio de los movimientos sociales, a saber, el proceso de producción simbólica y el de construcción de la identidad. En el marco de esta perspectiva han abundado los estudios empíricos, que han sido extraordinariamente útiles. En este sentido, el énfasis en la investigación empírica ha conducido a ensayar nuevas técnicas de investigación, como la observación de campo, que han supuesto un avance considerable en la comprensión de la constitución, dinámica y consecuencias de los movimientos.
Algunos de los conceptos centrales que se usan en esta perspectiva están relacionados con el trabajo de Goffman y, en particular, con el concepto de framing (Goffman, 1974), que traduciremos provisionalmente por 'enmarcamiento'. Este último implica centrar la atención en fenómenos que están delimitados por significados compartidos y por la significación que tienen los elementos en el interior del marco. Los significados difieren de los que quedan fuera del mismo. En el contexto de los movimientos sociales, los enmarcamientos se refieren a la manera como los actores del movimiento, por medio de procesos de interacción, producen significados sobre sus acciones como movimiento social. El concepto de enmarcamiento resulta útil para analizar la construcción social de los agravios e injusticias, la cual obedece a un proceso de interacción social que, al mismo tiempo, es variable y fluido. Los agravios e injusticias "son enmarcados", como mínimo, de tres formas distintas (Buechler, 2002).
En primer lugar, está el proceso de enmarcar relacionado con el diagnóstico de los agravios (Diagnostic frames). En este proceso, se identifica un problema, se realizan las atribuciones de causalidad y responsabilidad, de donde se deriva la posibilidad de identificar los blancos de sus acciones. En segundo lugar, se encuentra el proceso de enmarcar relacionado con el pronóstico (Pronostic frames), por medio del cual emergen las posibles soluciones que acostumbran a incluir las tácticas y las estrategias apropiadas contra los blancos identificados. Tomadas en conjunto, consiguen una movilización consensuada al crear el contexto necesario para el enrolamiento en el movimiento; asimismo, su base es una construcción social, no el resultado de sus condiciones materiales. En tercer lugar, está el proceso de motivación, puesto que el movimiento necesita un marco motivacional que le permita llamar a la acción. Este enmarcamiento proporciona un vocabulario de motivos que obligan a pasar a la acción. Un marco es exitoso cuando logra construir una fundamentación básica, y convierte los vagos e indefinidos sentimientos de insatisfacción en agravios definidos y concretos. Sólo entonces pueden llevar a otras personas a sumarse al movimiento para hacer algo con respecto a esto.
Asimismo, esta perspectiva teórica ha tomado en consideración, como un elemento central, la identidad; y lo ha hecho de distintas maneras. Por un lado, se ha enfatizado la importancia de la distinción entre endogrupo (in-group) y exogrupo (out-group), puesto que permite identificar quiénes son los aliados del movimiento y quiénes no, y ayuda a mantener la cohesión y solidaridad en el interior del movimiento. El exogrupo identifica a los enemigos potenciales, especifica cuál es la fuente del problema y señala a los responsables del problema contra los que se dirige el movimiento. También permite identificar a los espectadores de un conflicto dado y su potencial para aliarse al movimiento o para oponerse al mismo. Este marco resulta igualmente útil para identificar posibles apoyos u oposiciones. Más adelante veremos la aportación específica que la Psicología social puede hacer en este terreno. Por otro lado, se ha insistido en la identidad colectiva entendida como definición compartida producida por los participantes de los movimientos sociales, tanto individuos como grupos. Está relacionada con las orientaciones a la acción y sería un producto de la acción social. La identidad está formada por las definiciones compartidas de la situación y es el resultado de un proceso de negociación de los conflictos de interpretaciones que finalmente dan lugar a una idea de "nosotros" (Melucci, 1996).

"Denomino identidad colectiva al proceso de construir un sistema de acción. La identidad colectiva es una definición interactiva y compartida que un cierto número de individuos (o en un nivel más complejo de grupos) elabora con respecto a las orientaciones de sus acciones en el campo de las oportunidades y las limitaciones en que se desarrollará la acción. Cuando hablo de "interactiva y compartida" quiero decir que estos elementos se construyen y se superan por medio de un proceso constante de activación de las relaciones que unen a los actores.

(I) La identidad colectiva como proceso implica unas definiciones cognitivas con respecto a los objetivos, a los medios y al campo de acción. Estos elementos diferentes, o ejes de la acción colectiva, se definen dentro de un lenguaje compartido por una parte de la sociedad o por la sociedad entera, o bien dentro de un lenguaje que sea específico de un grupo; se incorporan en un conjunto determinado de rituales, prácticas y artefactos culturales; se enmarcan de distintas maneras, pero siempre permiten un tipo de cálculo entre medios y objetivos, inversiones y recompensas. Este nivel cognitivo no implica necesariamente unos marcos unificados y coherentes (a diferencia de lo que tienden a creer los cognitivistas), sino que más bien se construye por medio de la interacción y consta de definiciones diferentes y, en ocasiones, contradictorias.

(II) La identidad colectiva como proceso se refiere así a la red de relaciones activas entre actores que interaccionan, se comunican y se influyen mutuamente, negocian y toman decisiones. Las formas de organización y los modelos de liderazgo, así como los canales comunicativos y las tecnologías de comunicación, constituyen partes constitutivas de esta red de relaciones.

(III) Por último, en la definición de una identidad colectiva se requiere un determinado grado de inversión emocional, que permite a los individuos sentir que forman parte de una unidad común. La identidad colectiva nunca puede negociarse por completo, puesto que la participación en la acción colectiva está dotada de un significado que no se puede reducir a un cálculo de gasto-beneficio y siempre moviliza las emociones. Las pasiones y los sentimientos, el amor y el odio, la fe y el miedo forman parte de un cuerpo que actúa colectivamente, sobre todo en áreas de la vida social que están menos institucionalizadas, tales como los movimientos sociales. Entender esta parte de la acción colectiva como una parte "irracional", como oposición de las partes "racionales" (un eufemismo de "buenas"), simplemente no tiene sentido. No existe cognición sin sentimiento y no hay significado sin emoción."

Melucci, A. (1996, pp. 70-71).

Se puede afirmar con rotundidad que la perspectiva construccionista ha contribuido de manera importante al desarrollo de los estudios sobre los movimientos sociales, puesto que ha ofrecido una descripción bastante satisfactoria de cuál es el tipo de conexión entre los procesos de nivel micro y los de nivel macro, como por ejemplo la interacción, la construcción simbólica y la identidad, que se dan en cualquier movimiento social. Ahora bien, a pesar de ello, la perspectiva ha recibido algunas críticas importantes (Della Porta y Diani, 1999). Por un lado, si bien los movimientos se definen como fenómenos intencionales, en muchas ocasiones ha interesado estudiar las dinámicas espontáneas, imprevisibles o inesperadas más que los comportamientos y estrategias propiamente intencionales y organizados. Por otro lado, al focalizarse en el análisis empírico del comportamiento, han realizado una descripción detallada de la realidad, pero quizá no han prestado mucha atención al origen estructural de los conflictos que se encuentran en la base de los movimientos sociales. La teoría de los recursos para la movilización, en tanto que enfoque de la acción colectiva como comportamiento racional, ha intentado subsanar el tipo de problema; por su parte, la teoría de los nuevos movimientos sociales ha intentado resolver el segundo, como veremos a continuación.
La teoría de los recursos para la movilización: un enfoque desde la acción racional
La teoría de los recursos para la movilización es un enfoque que considera la movilización colectiva como una forma de acción racional.

"Para la teoría de la movilización de recursos, los movimientos sociales son grupos racionalmente organizados que persiguen determinados fines y cuyo surgimiento depende de los recursos organizativos de que disponen."

(Laraña, 1999, p. 15).

En este sentido, se opone tanto a la versión interaccionista/construccionista como a las versiones estructural funcionalista. En efecto, como acabamos de ver, la perspectiva interaccionista/construccionista enfatiza el rol de los movimientos en la construcción de nuevos valores y significados. Por su parte, las teorías funcionalistas ven los movimientos colectivos como actores irracionales y la acción colectiva como la exclusiva productora de las disfunciones y del mal funcionamiento del sistema social o, más específicamente, de sus mecanismos para mantener la integración social. Esto implica que el funcionalismo entiende la acción colectiva como algo meramente residual, en forma de comportamiento reactivo que, al límite, es incapaz de desarrollar una estrategia racional.
Lectura recomendada

Podéis ver un estudio sobre el movimiento nacionalista vasco que sigue esta perspectiva teórica en:

Páez, D., Villareal, M., Echebarría, A., y Valencia, J. (1988).

Representaciones Sociales y movilización colectiva: el caso del nacionalismo radical vasco. En T. Ibáñez (Ed.).

(1988). Ideologías de la vida cotidiana

(pp. 91-146). Barcelona: Sendai.

Mantiene marcadas diferencias con estas perspectivas, puesto que esta teoría apareció en los años setenta como una forma distinta de aproximarse a los movimientos sociales, interesándose por el análisis de los procesos mediante los cuales se reúnen los recursos necesarios para la movilización. Desde este punto de vista, los movimientos colectivos sólo constituyen una extensión de las formas convencionales de acción política, dado que sus actores realizan sus comportamientos de forma enteramente racional y siguiendo sus propios intereses. Según esta teoría, los movimientos sociales constituyen una extensión de la política por otros medios, y se pueden analizar en términos de conflictos de intereses del mismo modo que se analizan otras formas de lucha política. Frente a las consideraciones de los movimientos sociales como algo desestructurado y caótico, esta teoría los considera como entidades estructuradas, planificadas y organizadas, por lo que considera que deben analizarse como organizaciones dinámicas, del mismo modo que se analizan otras formas de acción institucionalizada.
En oposición a las formas tradicionales de análisis en la tradición de estudio del comportamiento colectivo, esta teoría cree que los movimientos sociales son fenómenos normales, promovidos por grupos ofendidos, enteramente racionales, arraigados institucionalmente y de naturaleza plenamente política. Al ver los movimientos sociales de esta manera y al enfatizar su carácter político, esta interpretación hace borrosa la frontera entre la política convencional y los movimientos sociales, aunque ninguno de los dos desaparece como tal. La diferencia entre unos y otros sería la siguiente: mientras que los grupos políticos convencionales, como partidos, lobbys, etc. con intereses especiales tienen un acceso rutinario y de poco coste a las instancias de toma de decisiones, los movimientos sociales deberían pagar un alto precio para conseguir un nivel equivalente de influencia dentro de la política. Es decir, en oposición a otras teorías, ésta entiende que los sentimientos de insatisfacción, las diferencias de opinión, los conflictos de intereses y los conflictos ideológicos no pueden explicar la emergencia de la acción colectiva, puesto que siempre están presentes. En este sentido, no basta con constatar que existen tensiones y conflictos estructurales, sino que también es necesario estudiar las condiciones que hacen que el descontento se transforme en movilización.
Así pues, los movimientos sociales no serían más que una parte del proceso político. En coherencia con ello, los temas considerados desde esta perspectiva han sido básicamente los siguientes: el análisis de los obstáculos en la acción movilizadora, los incentivos y recompensas, las fuentes que se pueden movilizar, las relaciones que los movimientos sociales tienen con sus aliados, las tácticas que utiliza la sociedad para controlar los movimientos, los mecanismos por los que la sociedad incorpora la acción colectiva, sus resultados, etc. Sin embargo, su esencia, lo que resulta fundamental para esta teoría, ha sido analizar la acción colectiva como un proceso de evaluación de los costes y los beneficios que comporta la participación en organizaciones de movimientos sociales.
Bajo la definición de movimiento colectivo como algo racional, intencional y como una acción organizada, las acciones de protesta se contemplan como algo que deriva del cálculo de los costes y beneficios, cálculo que está influido por la presencia y la cantidad de recursos. Los recursos considerados de manera más habitual son la organización y las interacciones estratégicas necesarias para el desarrollo del movimiento social. Según esta visión, la capacidad de movilización depende tanto de los recursos materiales, por ejemplo el trabajo, el dinero, los beneficios concretos, los servicios, etc., como de los no materiales, tales como la autoridad, el compromiso moral, la fe, la amistad, etc., que estén disponibles para el grupo. La manera como se emplean estos distintos recursos es muy variable y dependen de los objetivos del movimiento y del resultado final del análisis de los costes y los beneficios.

"Para este último [se refiere al enfoque de la movilización de recursos], los movimientos sociales son una extensión de acciones institucionales de carácter instrumental que producen resultados tangibles –los cuales se evalúan en términos de éxito o fracaso– y se orientan hacia objetivos claramente definidos a través de un control centralizado de sus miembros por las organizaciones que los promueven [...]. Sus objetivos consisten en 'modificar la estructura social y/o de distribución de recompensas en una sociedad [...]'."

Laraña, E. (1999, p. 152).

Por tanto, según esta teoría, los movimientos sociales no se generan por la existencia de tensiones en la sociedad, sino más bien por la manera en que son capaces de organizar el descontento, reducir los costes de la acción, utilizar y crear redes, compartir incentivos entre los miembros y conseguir un consenso externo. En este sentido, el tipo y la naturaleza de los recursos disponibles explica la acción de los movimientos y las consecuencias que la acción colectiva tiene en el sistema político y social. Respecto a su funcionamiento interno, esta teoría analiza las formas de organización y movilización de recursos materiales y simbólicos, tales como el compromiso moral y la solidaridad (Della Porta y Diani, 1999).
Una vez más, es necesario enfatizar el papel que esta teoría ha tenido en la consideración de la acción colectiva como una acción racional. En efecto, la existencia de redes de solidaridad pone en cuestión la hipótesis de que los reclutamientos en los movimientos sociales implican, principalmente, a individuos aislados y desarraigados. Más bien al contrario, la movilización se explica como algo más que la posibilidad de conseguir relaciones y vínculos de solidaridad dentro del colectivo y/o el establecimiento de relaciones. En este sentido, los estudios realizados en el marco de esta teoría muestran que los participantes en acciones y movilizaciones populares se reclutan principalmente entre individuos previamente activos y relativamente bien integrados dentro de la colectividad. Por el contrario, personas aisladas o desarraigadas no representan un componente significativo de los movimientos, como mínimo hasta que el movimiento se convierte en algo de mayor entidad y visibilidad.
En definitiva, la teoría de la movilización de recursos se centra en el análisis de las formas de acción de entidades colectivas, en los métodos que adoptan para adquirir recursos y para movilizar el soporte de los mismos, tanto dentro como fuera de sus miembros. Esta perspectiva contempla los movimientos colectivos como agentes de cambio, del mismo modo que la perspectiva interaccionista/construccionista vista con anterioridad considera que la acción colectiva y los movimientos sociales son los protagonistas del funcionamiento normal del sistema. En palabras de Buechler (2000), lo que la teoría de los recursos para la movilización ha hecho es redefinir el estudio de la acción colectiva desde un ejemplo de desviación social y de desorganización, como se consideraba con anterioridad, a un caso de estudio de sociología política y organizacional. Así pues, su contribución capital ha sido ver los movimientos sociales como actores conscientes que hacen elecciones racionales. Sin embargo, la teoría de la movilización de recursos ha sido muy criticada. En concreto, ha sido acusada de tratar con indiferencia el origen estructural de los conflictos y de los recursos que los actores sociales movilizan. Asimismo, se ha criticado la sobrevaloración de las fuentes controladas por unas pocas personas con recursos, infravalorando el potencial autoorganizador de los grupos sociales más desposeídos. También se ha señalado que esta explicación de la acción colectiva sobrevalora la racionalidad de la acción colectiva; sin embargo, no toma suficientemente en cuenta el papel de las emociones.
Otros problemas provienen de la posición específica que esta teoría mantiene sobre el enrolamiento, la motivación y la participación de activistas en los movimientos sociales. Como se basa en el modelo de la acción racional, supone que las personas que participan en los movimientos sociales sopesan los costes y beneficios que supondrá su participación. Sólo si los beneficios potenciales superan los costes, un actor optaría por la implicación en el movimiento. Sin duda esta situación plantea un dilema. Puesto que cuando los movimientos sociales consiguen sus objetivos, benefician a personas que no invirtieron nada, o invirtieron muy poco, en su consecución. Ante este dilema, la respuesta suele consistir, según esta teoría, en ofrecer incentivos diferentes para los miembros del movimiento social y para quienes no lo son. Las críticas han emergido con rapidez por culpa de esta visión, acusando a la teoría de ser excesivamente economicista. Sea como sea, la consecuencia primordial de esta teoría ha sido ayudar a connotar los movimientos sociales y a sus participantes con características racionales.
Estructura de oportunidades políticas: contextos políticos para la movilización
Esta perspectiva se centra en la importancia de los aspectos relacionados con la situación política en la formación de los movimientos sociales y su desarrollo. Asimismo, ve los movimientos sociales como instrumentos privilegiados en algunos de los cambios sociales producidos más importantes. El concepto capital que ha desarrollado esta teoría ha sido el de estructura de oportunidades políticas (Tarrow, 1994; Buechler, 2000), puesto que permite definir las propiedades del entorno externo relevante para el desarrollo de los movimientos sociales. La estructura de oportunidades políticas se refiere al grado de apertura de un sistema social hacia los hitos sociales y políticos de los movimientos sociales. En este sentido, analiza la relación entre actores políticos institucionales y los movimientos de protesta, ya que cuando se cuestiona un orden político cualquiera, los movimientos sociales interactúan con actores que se hallan en una posición consolidada dentro de la estructura de dicho orden.

"La definición de Tarrow del concepto de estructura de oportunidad política ilustra la concepción de la acción colectiva que informa esta aproximación: el conjunto de 'aspectos políticos consistentes... que impulsan a la gente a usar la acción colectiva, o que tienen el efecto contrario' [...]. La diferencia con respecto a la teoría de la movilización de recursos radica en la naturaleza de los recursos que se consideran necesarios para que surjan los movimientos. Mientras que en la primera esos recursos son internos al grupo, y consisten principalmente en poder y dinero, en este enfoque se trata de recursos externos de los que pueden beneficiarse grupos desorganizados o desfavorecidos [...]. Al margen de esta diferencia, el foco de atención del analista sigue centrado en el estudio de los costes y beneficios de la participación."

Laraña, E. (1999, pp. 247-248).

Por tanto, esta perspectiva teórica ha analizado las relaciones entre los movimientos sociales y el sistema político institucional. Sus estudios empíricos han tenido en cuenta variables como las siguientes: el grado de apertura o la obstinación de los sistemas políticos locales, la inestabilidad electoral, la disponibilidad de aliados influyentes, la tolerancia hacia la protesta por parte de las élites, etc. Además de éstas, también han considerado otras variables como, por ejemplo, las relacionadas con las condiciones institucionales que regulan los procesos de toma de decisiones. Asimismo, han tenido en cuenta la división funcional del poder y la descentralización geográfica como algunos de los posibles elementos relacionados con el origen de las protestas. De manera general, se puede decir que su intención ha sido observar qué características estables o inestables de un sistema político influyen en el desarrollo de la acción política menos institucionalizada, en el curso de lo que se ha definido como "ciclos de protesta", por ejemplo, el estudio de las formas en que las acciones de protesta aparecen en diferentes contextos históricos.
Este punto de vista ha tenido un éxito considerable al proponer trasladar la atención desde el estudio de los movimientos sociales hasta las interacciones entre los actores nuevos (como los movimientos) y los tradicionales (como los actores políticos institucionales), y entre las formas de acción menos convencionales y los sistemas institucionalizados de representación de intereses. El efecto, en coherencia con el que había sido producido por las anteriores perspectivas teóricas, ha sido el de hacer inadecuada una definición de los movimientos sociales en un sentido prejuicioso; es decir, como fenómenos necesariamente marginales y antiinstitucionales, o como expresiones de las disfunciones del sistema.

"Una premisa básica para la teoría del proceso político es que la expansión de oportunidades políticas tiene lugar cuando disminuyen los costes y los riesgos de la acción colectiva y aumentan sus beneficios potenciales para quienes los apoyan. Los movimientos sociales y las revoluciones son fundamentalmente el resultado de una expansión de oportunidades políticas para la movilización de los grupos insurgentes, como consecuencia de una creciente vulnerabilidad de sus oponentes y del sistema político-económico. La ampliación de esas oportunidades políticas responde a una serie de aspectos que explican el desarrollo de los movimientos con independencia de la voluntad de sus seguidores, como los cambios en la estructura institucional del Estado, la configuración del sistema de partidos y los grupos de interés, el papel de los medios de comunicación y la evolución de la opinión pública."

Laraña, E. (1999, p. 247).

Esta perspectiva también ha recibido críticas. Una de las más importantes ha sido considerar que adopta una posición demasiado reduccionista en el sentido de que presta poca atención al hecho de que muchos movimientos actuales, como algunos juveniles, de mujeres, homosexuales o grupos étnicos minoritarios, se desarrollan dentro de un contexto político y en un clima de innovación cultural al mismo tiempo. Igualmente, como ya se criticó en el caso de la teoría de la movilización de recursos, las aproximaciones basadas en el modelo de la acción racional tienden a infravalorar los orígenes estructurales de la protesta. Éste será el objetivo principal de las teorías de los nuevos movimientos sociales.
Nuevos movimientos sociales, nuevas teorías
Nuevos movimientos para nuevos conflictos dicen Donatella Della Porta y Mario Diani (1999), cuando se refieren a los nuevos movimientos sociales y a los modelos teóricos que pretenden explicarlos. Así pues, se usa la expresión nuevos movimientos sociales para referirse a un amplio conjunto de acciones colectivas que no han podido ser entendidas ni analizadas por las perspectivas teóricas anteriores, y más específicamente, por las formas de enfocar el que hasta entonces era el prototipo de movimiento social, es decir, el movimiento obrero. En cualquier caso, esto no implica un abandono del marxismo de manera total, puesto que muchos autores lo reivindican como un referente fundamental en el análisis de estos nuevos movimientos. Las teorías emergentes que intentan explicar estos nuevos movimientos se denominan, por lo general, teorías de los nuevos movimientos sociales (New Social Movement Theories), Buechler (2000).
Estas teorías constituyen la respuesta que, en Europa, las ciencias sociales han ofrecido a la aparición de los movimientos sociales desde los años sesenta y setenta y, de algún modo, vienen a ser una respuesta tanto a los enfoques predominantes en Estados Unidos como a la tradición marxista en el estudio de los movimientos. En este sentido, estas nuevas teorías sobre los nuevos movimientos sociales abandonan el marxismo como marco privilegiado de compresión de los movimientos sociales y la transformación social, y se decantan más hacia otras lógicas de acción basadas en la política, la ideología y la cultura, y otras fuentes de identidad como la etnicidad, el género o la sexualidad, considerándolas bases de acción colectiva.

"Los fenómenos colectivos emergentes en las sociedades complejas no pueden tratarse simplemente como reacciones a las crisis, como simples efectos de marginalidad o desviación, o puramente como problemas que surgen de la exclusión del mercado político. Es preciso que reconozcamos que los movimientos sociales en las sociedades complejas también constituyen síntomas de conflictos antagónicos, incluso si ello no agota por completo su significación. En las sociedades con una densidad alta de información, la producción no sólo implica recursos económicos; sino que también afecta a las relaciones sociales, los símbolos, las identidades y las necesidades individuales. El control de la producción social no coincide con su posesión por parte de un grupo social identificable. En lugar de ello, se traslada hacia los grandes aparatos de la toma de decisiones técnica y política. El desarrollo y la gestión de los sistemas complejos no están asegurados si sólo se controla la fuerza de trabajo y se transforman los recursos naturales; se precisa más que esto, se necesita una intervención creciente en los procesos relacionales y los sistemas simbólicos en el campo social/cultural."

Melucci, A. (1996, p. 99).

Los modelos marxistas se enfrentan a múltiples problemas cuando necesitan explicar los movimientos sociales que han emergido desde los sesenta. Las razones son múltiples. En primer lugar, las transformaciones económicas y sociales que se produjeron después de la Segunda Guerra Mundial cuestionaron la importancia fundamental del conflicto trabajo-capital. Por ejemplo, el acceso generalizado de la población a la educación o la entrada de la mujer en el mundo del trabajo han creado nuevas situaciones, han generado cambios profundos y han producido efectos que hacen variar considerablemente las posibilidades estructurales del conflicto; asimismo, han hecho incrementar la relevancia de criterios de estratificación social, como por ejemplo, el género que no están basados en el control de los recursos económicos.
Sin embargo, en segundo lugar, los problemas a los que se enfrentó la perspectiva marxista no sólo estaban relacionados con las dudas de la existencia continuada de la clase trabajadora en la sociedad postindustrial, sino que también tenían alguna relación con su propia lógica explicativa. Para el marxismo, la evolución social constituye una idea central y los conflictos políticos están condicionados por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y por la dinámica de las relaciones de clase. Sin embargo, esta idea se comenzaba a cuestionar porque no permitía entender los cambios tal y como se estaban produciendo. Las resistencias de algunas de las teorías marxistas para reconocer la multiplicidad de preocupaciones y conflictos dentro de los movimientos reales chocaban con la realidad de su heterogeneidad en los movimientos sociales emergentes. Para acabar, como señala Alain Touraine (1981), se hacía cada vez más necesario rechazar cualquier imagen de los movimientos como si estuvieran formados por actores homogéneos con un alto nivel de habilidades estratégicas.
En resumen, poco a poco se generalizó la idea de que el conflicto entre las clases industriales estaba perdiendo importancia y de que la representación de los movimientos como sujetos ampliamente homogéneos ya no era factible. Sin embargo, existían diferencias en el énfasis que se ponía en la posibilidad de identificar cuál o cuáles serían los nuevos conflictos cruciales que se estaban produciendo en la sociedad emergente. Alain Touraine (Touraine, 1981; Touraine y otros, 1982) es, quizá, el exponente más importante de esta aproximación, así como el que de manera más explícita sostuvo esta posición. En efecto, para Touraine, los movimientos sociales no son rechazos marginales del orden, sino que más bien son las fuerzas centrales que combaten unas contra otras para controlar la producción de sociedad y para controlar la acción de las clases para la formación de la historicidad. En la sociedad industrial, la clase dominante y la clase popular se contraponen, como sucede en las sociedades agrarias y mercantiles. Sin embargo, Touraine sostiene que también lo harían en una nueva sociedad, donde nuevas clases sociales sustituyeran a la clase capitalista y trabajadora como actores centrales del conflicto.
Lectura recomendada

Alain Touraine es uno de los más importantes analistas y teóricos sobre los nuevos movimientos sociales. De entre sus múltiples obras, en relación con los movimientos sociales podéis leer:

Touraine, A. (1991). Los movimientos sociales

. Buenos Aires: Almagesto.

Dalton, R. J., y Kuechler, M. (1992). Los nuevos movimientos sociales

. Valencia: Alfons el Magnànim.

Otros autores han enfatizado también las diferencias entre los movimientos de la sociedad industrial y los nuevos movimientos. Claus Offe (1985), por ejemplo, sostiene que los movimientos sociales desarrollan una crítica fundamental del orden social y de la democracia representativa, cuestionando las asunciones institucionales de las formas convencionales de hacer política, en nombre de una democracia radical y más participativa. Así, entre las principales innovaciones de los nuevos movimientos, en contraste con los movimientos obreros, se encuentra una ideología crítica en relación con la modernidad y el progreso, con estructuras organizacionales descentralizadas y participativas, que defiende la solidaridad interpersonal frente a la gran burocracia, así como la reclamación de espacios autónomos. Estas innovaciones, como se ve con claridad, no implican ventajas o éxitos materiales, sino más bien de otro tipo. Los nuevos movimientos sociales se caracterizarían, por tanto, por una organización fluida y abierta, una participación inclusiva y no ideológica y una mayor atención a las transformaciones sociales más que a las económicas.
Otra contribución a la definición de las características de los nuevos movimientos es la de Alberto Melucci (1996). Basándose en la idea de Habermas de una "colonización del mundo de la vida", Melucci describe las sociedades contemporáneas como sistemas claramente diferenciados que invierten cada vez más en la creación de centros individuales de acción. Son sociedades que, al mismo tiempo que requieren mayor integración, extienden el control sobre los aspectos más privados de los seres humanos. Por ello, los nuevos movimientos sociales tratan de oponerse a la intrusión del Estado y del mercado en la vida social, reclamando la identidad de los individuos y el derecho a determinar su vida privada y afectiva contra la manipulación del sistema. De manera diferente, a los movimientos de trabajadores, los nuevos movimientos sociales no se limitan a buscar ganancias materiales, sino que pretenden atacar las formas establecidas del poder político y de la sociedad. Los nuevos movimientos no demandan un aumento de la intervención del Estado para garantizar la seguridad y el bienestar, sino que resisten la intrusión en sus vidas, defendiendo la autonomía personal.
A pesar de la variedad, es posible identificar cierto número de temas comunes que resaltan más en estas teorías que en las otras. Buechler las analiza con detalle, por lo que a continuación seguiremos sus propuestas (Buechler, 2000). Muchas de estas teorías operan con algún modelo de una totalidad de la sociedad, lo que proporciona el contexto para la emergencia de la acción colectiva. Aunque existen algunas diferencias sobre la naturaleza de esta totalidad, el intento de teorizar una formación social históricamente específica como trasfondo estructural de las formas contemporáneas de acción colectiva sería característica principal de estas nueva teorías.
Un segundo tema común es la idea de que los nuevos movimientos sociales son respuestas a la modernidad o a la posmodernidad; es decir, a un sistema político, económico y social que se define como de mercado capitalista, estado burocrático, con relaciones "cientifizadas" y de racionalidad instrumental. Los nuevos movimientos sociales constituyen las respuestas a esos rasgos de la sociedad moderna y posmoderna.
Un tercer tema está relacionado con la base social de los nuevos movimientos, que tendría una forma "difusa". Para algunos, estos movimientos estarían arraigados de algún modo en la "nueva" clase media. Sin embargo, otros sostienen que tales movimientos no se originan en la estructura de clases, sino más bien en otros estatus como la raza, la etnicidad, el género, la sexualidad, la orientación sexual, la edad o la ciudadanía, que serían centrales en la movilización de los nuevos movimientos sociales. Y, por último, otros argumentan que tales estatus son menos importantes que el consenso ideológico sobre los valores y creencias del movimiento. Por todas estas razones, se supone que la base social de estos movimientos es más compleja y difusa que lo era en los movimientos anteriores, que estaban basados en las clases.
Como cuarto tema, deberíamos referirnos a la identidad colectiva. En efecto, se enfatiza la fluidez y la multiplicidad de identidades en la última modernidad; por tanto, se señala que la habilidad de la gente para implicarse en una acción colectiva está relacionada con la habilidad que tengan los movimientos para definir una identidad colectiva. De aquí se deduce que la construcción social de la identidad colectiva constituye una parte esencial del activismo social contemporáneo.
En quinto lugar, es preciso comentar la politización de la vida cotidiana. Lo que antes eran aspectos privados e íntimos, ahora están politizados, por lo que la vida cotidiana se convierte en el eje principal de la acción política. Los movimientos serían, pues, respuestas a la politización sistemática de la vida.
El sexto punto concierne a los valores que caracterizan los nuevos movimientos sociales. Mientras unos defienden el simple pluralismo de valores e ideas como aspecto definitivo, otros han focalizado la importancia de los valores no materialistas en estos tipos de movimiento social. Más que buscar poder, control o ganancias económicas, los nuevos movimientos están inclinados a buscar autonomía y democratización. Esto confiere una fuerza inusitada a los movimientos sociales, puesto que los hace menos susceptibles a las formas tradicionales de control social y de captación por parte del sistema político convencional.
El séptimo punto consideraría el papel de las formas culturales y simbólicas de resistencia al lado de las formas más convencionales de contestación, o en lugar de éstas. Este énfasis cultural rechaza los objetivos, tácticas y estrategias convencionales a favor de la exploración de nuevas identidades, significados, signos y símbolos. Esta orientación ha sido muy criticada por considerarse apolítica; sin embargo, con ello se ignora la importancia de las formas culturales de poder social. Así, por ejemplo, si la hegemonía constituye una importante forma de poder social, la política culturalmente orientada y antihegemónica de muchos de estos movimientos es una forma válida de resistencia. Las propuestas de nuevos métodos para organizar las relaciones sociales pueden ser, por sí mismas, un potente desafío para los sistemas socialmente dominantes.
El último tema es la preferencia que se observa en los nuevos movimientos sociales por las formas de organización descentralizada, igualitaria, participativa y situada. Para estos movimientos, la organización no sólo constituye una herramienta estratégica, sino que es, sobre todo, una expresión simbólica de los valores de movimiento y de las identidades de sus miembros. Los nuevos movimientos sociales no suelen tener estructuras rígidas o jerarquizadas, son más bien experiencias abiertas que surgen y desaparecen de manera continua. En efecto, los nuevos movimientos sociales se organizan, con mayor o menor puntualidad, en relación con asuntos y luchas específicos, y después desaparecen en forma de culturas o subculturas politizadas que resultan coherentes con las visiones y valores del movimiento, para volver a emerger en la siguiente lucha específica en forma de acciones organizadas, y así sucesivamente.
La ventaja de esta perspectiva, señala Buechler (2000), consiste en su intento de identificar los lazos entre las nuevas estructuras sociales y las nuevas formas de acción colectiva. Su dificultad se encuentra en saber qué entendemos por "nuevo", puesto que no piensan lo mismo Castells, Habermas, Touraine, Beck, Bauman o Urry, por destacar algunos nombres de entre los más sobresalientes pensadores de la contemporaneidad. En cualquier caso, esta aproximación hace una aportación que desde otras perspectivas resulta difícil, por no decir imposible. Por ejemplo, en primer lugar presta atención a los determinantes estructurales de la protesta, reevaluando la importancia del conflicto, con lo que mantiene viva la importancia de uno de los elementos centrales de todo movimiento social. En segundo lugar, confiere mayor importancia al actor, y tiene la habilidad de capturar las características innovadoras de los movimientos, que ya no se pueden definir en relación con el sistema de producción, tal como se haría desde una perspectiva marxista.
Indudablemente, esta perspectiva también ha recibido críticas. No obstante, Merlucci (1996), una de las figuras más representativas de este planteamiento, ha hecho frente a ello indicando que no es necesario naturalizar los movimientos, puesto que el concepto de "nuevos movimientos sociales" sólo constituye un instrumento fluido para explorar las nuevas formas de protesta. Algunos consideran que estas perspectivas dejan sin resolver la incógnita sobre qué mecanismos específicos llevan del conflicto a la acción. Sin embargo, esta crítica se ve contestada perfectamente por el trabajo del propio Melucci, que precisamente ofrece con detalle cuáles podrían ser estos mecanismos, muy especialmente en los procesos de identidad colectiva y en los de generación colectiva de conocimiento y significado de la situación:

"Nuestra sociedad ha extendido los mecanismos de control social desde el ámbito de la naturaleza hasta el de las relaciones sociales y la misma estructura del individuo (su personalidad individual, su inconsciente y su identidad biológica y sexual). [...] Para Melucci [...] el surgimiento de una sociedad de la información hace que los principios por los que se organiza la producción se extiendan a relaciones sociales que antes pertenecían al ámbito de lo privado e incidan con fuerza en la identidad individual. Las fronteras entre los ámbitos público y privado se diluyen, porque la información se convierte en el recurso estratégico tanto para la subsistencia de la sociedad, como para el desarrollo de la identidad individual. El surgimiento de la sociedad de la información genera cambios en los conflictos sociales: 'el movimiento por la reapropiación de los recursos desplaza su lucha a un nuevo territorio. La identidad personal y social de los individuos progresivamente se percibe como un producto de la acción social' [...], y la reivindicación de la identidad personal sustituye a la centrada en la propiedad de los medios de producción en los movimientos clásicos. [...] Para Melucci, la extensión del sistema de control social se manifiesta en la creciente regulación y manipulación de una serie de aspectos de la vida que eran tradicionalmente considerados privados (el cuerpo, la sexualidad, las relaciones afectivas), subjetivos (procesos cognitivos y emocionales, motivos, deseos) e incluso biológicos (la estructura del cerebro, el código genético, la capacidad reproductora). [...] Estos campos son progresivamente invadidos y regulados por el 'aparato tecnocientífico, las agencias de información y comunicación y los centros de decisión política'. Ello motiva las demandas de autonomía que impulsan a los movimientos sociales: como reacción de resistencia a ese proceso de expansión de los sistemas de control social, los movimientos reivindican nuevos espacios sociales 'en los que sus seguidores se autorrealizan y construyen el significado de lo que son y lo que hacen'. Estos espacios se construyen en grupos informales y redes interpersonales cuando el movimiento se halla en un periodo de latencia y todavía no ha entrado en conflicto con las instituciones sociales [...] pero estos espacios no son una especie de reductos marginales apartados del sistema, como plantea la aproximación convencional a los movimientos sociales. Estos espacios hacen posible la construcción de la identidad colectiva de un movimiento, de la cual depende su potencial de reflexividad para difundir nuevas ideas en la sociedad, incidir en la vida pública y producir conflictos sociales difíciles de resolver por las instituciones públicas."

Laraña, E. (1999, pp. 156-159).

3.Aportaciones de la Psicología social

Determinados aspectos sobre el funcionamiento y los procesos de los MS todavía permanecen o bien irresueltos, o bien precariamente resueltos. Se trata del papel de la identidad y los procesos identitarios en los MS, la construcción y mantenimiento de un marco de significados compartidos y, para terminar, la manera como los MS impactan en el conjunto de la sociedad. En concreto, existen una serie de factores que, por el momento, no resultan del todo claros: ¿por qué no todo el mundo, en las mismas circunstancias, participa en los MS? ¿Por qué entre las personas que participan en los mismos no todas tienen el mismo grado de implicación? ¿Cómo se consigue que las ideas defendidas por ciertos MS sean finalmente adoptadas por la sociedad en su conjunto? ¿Mediante qué procesos se produce este hecho?
Lectura recomendada

El repaso que hemos hecho de los estudios psicosociales de los movimientos sociales, así como las aportaciones específicas que vamos a resaltar en este apartado, no saturan en modo alguno lo que se podría denominar perspectiva psicosocial en el estudio de los movimientos sociales. Un ejemplo de ello es el trabajo de Bert Klandermans. Para un acercamiento a su investigación es interesante consultar el libro:

Klandermans, B. (1997). The social psychology of protest

Oxford: Basil Blackwell.

No se puede afirmar –sería demasiado arrogante–, que la Psicología social puede resolver estas incógnitas, pero sí que puede decirse que se encuentra en condiciones de contribuir, parcialmente, a su esclarecimiento. En efecto, se trata de dos perspectivas específicas en Psicología social: la teoría de la identidad social y la de la influencia minoritaria.

3.1.Influencia minoritaria

El estudio de la influencia social es un tema central en la Psicología social. Desde una perspectiva tradicional, la influencia social se ha entendido como aquella presión social que produce semejanza entre las personas en un grupo o colectividad. Se trataría de presiones que llevan a cambiar el comportamiento, las actitudes, opiniones, valores, creencias etc. en dirección a la homogeneidad. En Psicología social, se han definido tres formas de influencia: la uniformidad, el conformismo y la sumisión. La uniformidad se entiende como aquella forma de similitud que se basa en el postulado, según el cual es deseable ser como los demás; el conformismo como una forma de similitud producida por la presión de un grupo. Por último, la sumisión sería una forma de similitud basada en la aquiescencia a las demandas llevadas a cabo por la autoridad.
Es fácil ver estos procesos de influencia como mecanismos privilegiados para el mantenimiento del orden social. Desde una perspectiva afectiva, junto a otros mecanismos de índole estructural, como el poder, o simbólicos, como las ideologías, estas formas de influencia contribuyen al mantenimiento del statu quo en cualquier sociedad o comunidad. Se podría decir que ésta ha sido la contribución de la Psicología social al estudio e inteligibilidad del control social.
Sin embargo, ¿ha contribuido también de algún modo a la inteligibilidad del cambio social? Desde una perspectiva psicosocial puede afirmarse que sí, a partir de la teoría de la influencia minoritaria.
Esta teoría fue desarrollada por Serge Moscovici (Moscovici, 1979) y por otros autores como Gabriel Mugny (Mugny, 1981). Su foco se encuentra en los procesos por medio de los cuales algunos grupos minoritarios son capaces de influir y de inducir cambios en la mayoría de la sociedad.
El punto fundamental es el conflicto que los grupos minoritarios son capaces de establecer con la mayoría. No se trata de un conflicto por los intereses materiales (aspecto que se ha tratado con amplitud en la Sociología), sino de un conflicto de naturaleza simbólica. En efecto, un grupo minoritario que sostenga una posición contraria a una norma mayoritariamente aceptada puede, bajo determinadas condiciones, producir un conflicto simbólico. La resolución de este último implica el movimiento de la mayoría hacia las posiciones minoritarias.
Para conceder legitimidad a estas afirmaciones, es preciso asumir, obviamente, que tanto los grupos mayoritarios como los minoritarios son simultáneamente fuentes y receptores de influencia social. El hecho de que la fuerza de dicha influencia y el número de veces que opera haga que la balanza se incline del lado de los grupos mayoritarios no debería servir para negar el proceso en la dirección contraria. Los movimientos sociales y los efectos a gran escala que son capaces de crear constituyen buenos ejemplos de cómo se realiza este proceso.
Como decimos, para que se produzca una influencia de este tipo, es necesario que se den algunas condiciones:
1) En primer lugar, los grupos minoritarios deben tener ciertas características y rasgos.
a) Así, por ejemplo, estos grupos deben mantener posiciones que son normativamente minoritarias; es decir, que van directamente contra normas sociales dominantes en cualquier sociedad o comunidad.
b) Sus posiciones deben ser heterodoxas; es decir, deben ir en una dirección contraria al statu quo y al modo en que la sociedad o comunidad se ha estructurado u organizado en el pasado.
c) Los grupos minoritarios han de ser, asimismo, nómicos; es decir, activos, con objetivos claros, con motivación suficiente y con agencia para la acción en contra de la norma mayoritaria. En definitiva, deben adoptar una posición antisistema, pero es necesario que ofrezcan propositivamente una norma alternativa.
Cuando se dan estas características, el grupo minoritario es capaz de generar un conflicto con la mayoría al oponerse de forma nítida y propositiva a sus concepciones. Cuando esto sucede, según la teoría de la influencia minoritaria, la mayoría ya no puede ignorar el conflicto ni obviar al grupo minoritario, puesto que debe afrontarlo. Al hacerlo, se entra en un proceso de posible resolución del conflicto por medio de la negociación con la minoría. La resolución implica siempre, aunque obviamente en grados distintos, un movimiento de la mayoría hacia las posiciones minoritarias. Es decir, la resolución del conflicto promueve una innovación y un cambio.
2) En segundo lugar, se deben considerar los recursos que las minorías necesitan para obtener estos resultados. La cuestión es, si por definición su posición es débil, ¿cómo es posible que consigan estos efectos? Los recursos que prevé la teoría de la influencia minoritaria son dos: el estilo de comportamiento y el estilo de negociación.
a) El estilo de comportamiento se refiere a que las minorías deben mostrar consistencia en las propuestas que sostienen, tanto de manera diacrónica, es decir, a lo largo del tiempo, como sincrónica, es decir, todos sus miembros compartiéndolas de igual modo. La consistencia en el mantenimiento de las propuestas constituye la garantía de que la mayoría centra su atención sobre el mensaje de la minoría. Asimismo, estas dos formas de consistencia subrayan el compromiso y la firmeza de las posiciones que mantiene, lo que comporta ganar una imagen de autonomía que resulta primordial para el éxito de sus objetivos.
b) Por otro lado, en el proceso de negociación con la mayoría, el estilo de negociación puede ser variado: puede ir de los más flexibles a los más rígidos. Pues bien, la teoría de la influencia minoritaria establece que el estilo de negociación que las minorías deben establecer para no bloquear a la mayoría debe ser flexible. Los estilos rígidos bloquean a la mayoría, con lo que resulta más improbable la resolución del conflicto y, por tanto, el cambio.
Un aspecto importante de la teoría está relacionado con el tipo de efectos que las minorías producen. Éstos pueden ser directos o indirectos. Los directos se refieren a los cambios, en las posiciones mayoritarias, de aquellos contenidos explícitos en el mensaje de la minoría. Los indirectos se refieren a los cambios que se producen en ámbitos relacionados con el mensaje minoritario, sin hacerlo directamente. Por ejemplo, tal como fue común en muchos países desde los años sesenta, un grupo minoritario puede estar proponiendo el aborto libre. La teoría de la influencia minoritaria muestra que, en casos como éste, no siempre se produce un cambio en la mayoría que implique la aceptación del aborto libre. Sin embargo, lo que sí se produce es un cambio en áreas colaterales y relacionadas con el tema que la minoría defiende. En este caso, por ejemplo, la mayor tolerancia hacia la libertad sexual o los métodos anticonceptivos se podrían ver como un efecto indirecto de este tipo.
Por consiguiente, la teoría de la influencia minoritaria proporciona elementos para entender mejor el proceso por el cual amplios sectores de una sociedad acaban por modificar sus creencias, opiniones y actitudes e, incluso, su comportamiento, como resultado de la influencia de grupos minoritarios. No resulta difícil percatarse de que este proceso podría estar presente en los movimientos sociales.
En efecto, si tomamos como ejemplo el caso del movimiento feminista, resulta fácil analizarlo desde la perspectiva que acabamos de ver. Hoy día podemos observar una modificación sustancial de las creencias, valores, actitudes y comportamientos hacia las mujeres, tanto en cuanto miembros de una categoría social, como por su condición de personas concretas. El reconocimiento, cada vez mayor, de su agencia en muchas sociedades y países, el reconocimiento de sus derechos como personas, su presencia en el mundo laboral, etc. constituyen muestras de un proceso de cambio progresivo en nuestras sociedades que se puede conectar directamente con la acción de los movimientos feministas del pasado siglo y de los que continúan en el presente. Existe un argumento muy simple que se cuestiona si se hubieran llegado a producir estos cambios sin las acciones del movimiento feminista. Obviamente, estos cambios no se deben ver como consecuciones discretas y puntuales o, de algún modo, acabadas. Estos cambios se dan en un proceso continuado en el tiempo, pero discontinuo tanto por lo que respecta a las diferentes zonas geográficas, como en relación con las clases, grupos o comunidades dentro de una misma sociedad. Sin embargo, a pesar de esta diversidad de "estados" en los cambios, de lo que no cabe la menor duda es de que hemos asistido, y estamos asistiendo, a una transformación radical en el imaginario, las comprensiones y la acción de lo femenino y la feminidad. Resta, sin duda, conocer con detalle la forma específica de cómo se produjo este hecho a partir de las pocas decenas de mujeres sufragistas que se manifestaban frente al parlamento inglés.

"Todavía queda mucho para aprender en el campo psicológico de la influencia social. La idea fundamental que se propone en esta obra es muy simple: el conflicto de resolución estará a favor de la parte (individual o subgrupo) que sea capaz de determinar su propio desarrollo, que sea la más activa y que demuestre que adopta un comportamiento "adecuado". Por este motivo, la Psicología de la influencia social está llena de conflictos y diferencias, tanto en el ámbito de su producción como de su gestión. La dinámica de esta psicología es subjetiva y no objetiva: consiste en una interacción entre sujetos en un entorno elegido, y no simplemente en una determinada manipulación de objetos con el fin de jugar contra uno o varios sujetos en un entorno determinado. En este sentido, la función de la influencia no consiste en eliminar los "errores" producidos por minorías desviadas, sino más bien en incorporar estos "errores" al sistema social. Como consecuencia, el sistema social experimenta ciertos cambios, deviene más diferenciado y complejo, adopta nuevas ramificaciones –en una palabra, crece–. La importancia de las minorías reside, precisamente, en el hecho de que son factores, y a menudo originadores de cambios sociales en sociedades donde estos últimos han tenido lugar con tanta rapidez. En estas sociedades, las fronteras de la mayoría no se encuentran delimitadas con claridad y, con frecuencia, esta mayoría es "silenciosa". Son los individuos y grupos activos quienes, deshaciéndose en ideas e iniciativas, expresan o crean nuevas tendencias. Esto se puede lamentar, pero es sin duda deseable que las innovaciones e iniciativas planteen y desafíen las bases de la "ley y el orden". Por ello, es inevitable que surjan problemas, y que emerjan nuevos actores sociales que, estableciendo nuevos esquemas y modalidades de acción, reivindiquen su derecho de plena existencia. En este libro, este tema se trata de manera positiva, tal como lo muestra la elección de los fenómenos estudiados y la formulación de la teoría."

Moscovici, S. (1976, p. 221).

3.2.La identidad social

La aportación más característica de la Psicología social al estudio de la identidad ha sido la de Tajfel (1981) con su teoría de la identidad social y, posteriormente, con sus derivaciones concretadas en la teoría de la autocategorización (Turner, 1987). Teniendo en cuenta los objetivos del presente módulo, nos centraremos en la versión inicial de Tajfel.
Ved también
Podéis ver con mayor detalle estas teorías en el apartado "Enfoques teóricos de los comportamientos colectivos" (en el subapartado dedicado a la teoría de la identidad social) del módulo "Procesos colectivos y acción social" de esta misma asignatura, así como en el módulo "La identidad (el self )" de la asignatura Introducción.
Tajfel teorizó sobre la identidad basándose en los procesos cognitivos de la categorización, suponiendo un potente heurístico para la comprensión del prejuicio y la discriminación sociales, la identidad nacional y el nacionalismo, entre otros, y prescindiendo de los acuerdos o desacuerdos que se puedan mantener con el planteamiento general del autor.
Tajfel desarrolló su teoría interesándose por el estudio del prejuicio y la discriminación, interés que, muy probablemente, surgía de su propia experiencia como persona perseguida por razones étnicas. Este autor fue capaz de articular una serie de procesos que van desde los estrictamente cognitivos, como la categorización y la diferenciación, a los más cognitivo-sociales, como la categorización social, para culminar en otros que manifiestan un alcance decididamente social, aunque estén basados en procesos sociocognitivos, como la identidad social.
Lectura recomendada

Cualquier texto, como sucede en el caso de este módulo, debe dejar delado, en ocasiones muy dolorosamente, trabajos y perspectivas de indudable interés y actualidad, pero que diferentes criterios pragmáticos, como el tamaño del texto o de otros más sustantivos como la coherencia interna del texto, aconsejan obviar. Éste ha sido el caso de los trabajos sobre la identidad colectiva en los movimientos sociales realizados por los herederos de la perspectiva interaccionista. Un buen ejemplo se puede encontrar en el texto siguiente:

Striker, S., Owens, T. J., y White, R. W.

(ed.)

(2000). Self, identity, and social movements

. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Para Tajfel, la identidad social es la conciencia que tenemos las personas de pertenecer a un grupo o categoría social, así como la valoración que hacemos de ello. Una valoración positiva o negativa sustenta, respectivamente, una identidad social positiva o negativa. La identidad social requiere del mantenimiento y reconocimiento de la distintividad entre categorías sociales. Cuando esta última es positiva; es decir, cuando las diferencias entre una categoría y las otras se valoran positivamente, la identidad social resultante es positiva. Cuando se da el caso contrario; es decir, que la distintividad es negativa, entonces la identidad social también es negativa. Por este motivo, se dice que la identidad social positiva está condicionada por el hecho de mantener con éxito una distintividad positiva.
Mantener la distintividad requiere dos procesos de naturaleza complementaria, la comparación y la competición sociales. La comparación es el proceso psicológico de escrutinio de las diferencias entre los rasgos y características de las distintas categorías sociales.
El otro proceso es el de la competición. Se trata de una de las aportaciones más importantes que Tajfel realizó. En efecto, aunque la competición social por recursos objetivos escasos ya era ampliamente conocida en la Sociología, Tajfel incorporó la idea de una competición simbólica por recursos que no debían ser necesariamente de naturaleza material u objetiva, sino que podían ser de naturaleza simbólica. De este modo, las distintas categorías sociales podrían entrar en conflicto las unas con las otras por la competencia por los recursos simbólicos.
De la conjunción de ambos procesos proviene, pues, una identidad social positiva o negativa. Una identidad social positiva es necesaria, puesto que, como se recordará, la identidad no sólo consiste en el reconocimiento de la pertenencia a una categoría social, sino también cuenta la evaluación que se hace de ello. En aquellas situaciones en las que el resultado de este proceso es una identidad social negativa, o bien cuando está en entredicho, la teoría de Tajfel considera que se producirán comportamientos encaminados a restaurar la valoración positiva. Esto se conseguiría mediante dos tipos de estrategias concretas, que se conocen como estrategias de cambio social y de movilidad social.
La estrategia de movilidad social se refiere al abandono de la categoría de pertenencia cuando la identidad social resulta negativa. Es una estrategia individual, puesto que los individuos actúan únicamente orientados por sus propios intereses; es decir, para conseguir la restauración de una identidad social valorada positivamente. Sin embargo, la estrategia de cambio social se refiere al hecho de que, en circunstancias similares, los miembros de una categoría establecen estrategias orientadas a la transformación de la propia categoría. Contrariamente a la estrategia anterior, ésta no es de carácter individual, sino de carácter colectivo y grupal. Esta fuerza motivacional y este tipo de estrategias conectan claramente la teoría de la identidad social con los procesos analizados en este módulo dedicado a los movimientos sociales.
Lo que también resulta atractivo y de gran poder heurístico para poder comprender los procesos colectivos, por ejemplo los movimientos sociales, es la descripción del proceso de interacción social como algo que se produce en un entramado de relaciones en el que la pertenencia grupal o categorial es la dimensión determinante. Es decir, en múltiples procesos sociales, los individuos actuarían movidos fundamentalmente por el hecho de pertenecer a ciertas categorías sociales y, por consiguiente, se comportarían en consonancia con ello. En efecto, esta idea permite comprender cómo en determinados contextos sociales, la distinción de ciertas categorías o grupos determina la aparición de comportamientos diferenciales, favorecedores del propio grupo o perjudiciales para el grupo opuesto.
Tajfel desarrolló unas herramientas conceptuales que sólo se pueden aplicar a un contexto social bicategorial, aunque era plenamente consciente de que estos contextos son muy escasos. Sin embargo, se pueden generalizar con facilidad para contextos más "realistas", en los que coexistan simultáneamente un gran número de categorías y grupos sociales. Como se ha visto en el módulo "Procesos colectivos y acción social" de esta misma asignatura, las últimas aportaciones de Stephen Reicher para el caso del comportamiento colectivo permiten ampliar la capacidad interpretativa de estas herramientas conceptuales, más allá de una consideración esencialista y continua de la identidad social. En efecto, la descripción de "identidades sociales puntuales", que se generarían espontáneamente en situaciones de comportamiento colectivo, abre nuevas perspectivas y hace menos esencial la noción de identidad social, haciéndola contextualmente dependiente y, al mismo tiempo, permite observar de manera distinta o única los comportamientos colectivos, así como la génesis y el funcionamiento de los movimientos sociales.
En definitiva, la teoría de la identidad social constituye un heurístico de gran eficacia para completar nuestra comprensión de los movimientos sociales. En primer lugar, permite comprender ciertos procesos en su doble dimensión grupal y categorial. En efecto, la conciencia de pertenencia y su valoración se produciría tanto en los grupos de interacción directa (como los pequeños grupos formados por pocas personas, o las organizaciones grupales más amplias), como en las categorías sociales que no implican necesariamente una interacción vis a vis entre todos sus miembros. Es decir, estamos frente a un modelo capaz de explicar la emergencia de la identidad en grupos como en categorías, igualando los procesos de su emergencia y constitución.
En segundo lugar, este modelo nos ofrece la posibilidad de observar la importancia que tiene la identidad en los diferentes comportamientos humanos. En efecto, la distinción de la pertenencia grupal en distintos contextos sociales hace resaltar igualmente la identidad y, por tanto, emerger formas de comportamiento e interacción que están relacionadas directamente con esta pertenencia.
Para entender este proceso, veamos un ejemplo muy simple:
Barça-Real Madrid
Imaginad un día de un partido Barça-Real Madrid. Imaginad que vais por las Ramblas de Barcelona. Imaginad que veis un grupo de personas con una camiseta blanca y otro grupo con una camiseta azulgrana. ¿Qué pasará? Sea cual sea el comportamiento que se desarrolle con posterioridad (cantos, gritos, consignas, una conversación amistosa, un gesto violento, etc.), se puede entender como resultado del hecho de que, en esta situación, lo saliente está siendo las dos categorías de pertenencia, la de el/la "culé" y la de el/la "madridista".
En tercer lugar, los grupos y categorías sociales que poseen una fuerte identidad producen también un alto nivel de cohesión grupal. En efecto, la intensidad de las relaciones en el interior del grupo, o categoría, aumenta con la identidad, en el sentido de que los grupos o categorías con mayor y más intenso sentido de identidad son, asimismo, los más cohesionados, y viceversa. Para el estudio de los movimientos sociales, en que la solidaridad y la cohesión se han visto como elementos cruciales, tanto por lo que respecta a su constitución como por su desarrollo y funcionamiento, este modelo nos da algunas claves de su génesis.
En cuarto lugar, la dinámica de mantenimiento de una identidad social positiva, como hemos visto, está relacionada con la competición simbólica para el mantenimiento de la distintividad positiva. Cuando en este proceso el resultado es negativo, aparecen las estrategias de movilidad o de cambio social, como acabamos de ver. Los grupos altamente cohesionados movilizan más habitualmente estrategias de cambio social. Es fácil ver que la motivación para la acción en los movimientos sociales podría estar arraigada en su identidad como grupo o categoría, así como en la necesidad de mantener dicha identidad valorada positivamente.
Por último, en quinto lugar, este modelo nos permite entender la identidad como un proceso. En efecto, la identidad no es algo que "se tenga" de manera estable y estática, sino que es un proceso que se construye en la interacción con los otros y en las dinámicas de relación intergrupales e intercategoriales. Los cambios que se pueden apreciar en los contextos sociales relativos a su composición en términos de grupos o categorías influyen directamente en la constitución de la identidad, tanto de los colectivos mencionados como de los individuos que los componen. Para el estudio de los movimientos sociales, este aspecto procesual de la identidad resulta crucial para entender la adhesión y la implicación en las acciones que llevan a cabo.
El movimiento gay y lésbico puede resultar un ejemplo perfecto para ilustrar lo que acabamos de ver. Como en el ejemplo del feminismo que hemos visto con anterioridad, este movimiento está ejerciendo un enorme impacto sobre las concepciones socialmente dominantes de la sexualidad, la orientación sexual, los derechos de las personas con estas orientaciones sexuales, el reconocimiento gradual de sus relaciones de pareja, etc. En este caso, podemos ver la doble presencia de una identidad social basada en la orientación sexual tanto como grupos específicos de relación directa, como en términos de categoría social. Probablemente, el primer efecto conseguido por estos movimientos haya sido, precisamente, ser visibles como una categoría social. Podríamos interpretar que las fuertes presiones encaminadas a eliminar las diferencias de orientación sexual, la conversión de estos comportamientos en patologías, las distintas formas de exclusión y discriminación social estaban minando enormemente las incipientes identidades basadas en la preferencia sexual. Aquí se podría ubicar el origen de una estrategia de cambio social que podría hacer comprensible la emergencia de este movimiento social particular. El fundamento de la emergencia de este movimiento sería la necesidad de mantenimiento de una distintividad positiva y, por consiguiente, de una identidad social positiva.

"En el estudio de las relaciones entre grupos sociales dentro de cualquier sociedad se precisa que, en primer lugar, se tengan en cuenta las condiciones 'objetivas' de su coexistencia; es decir, las circunstancias económicas, políticas, sociales e históricas que han llevado, y a menudo todavía determinan, las diferencias entre los grupos por lo que respecta a sus normas de vida, al acceso a las diferentes oportunidades, como el trabajo o la educación, o al tratamiento que reciben por parte de los que ejercen el poder, la autoridad o, en ocasiones, sólo la fuerza bruta. Sin embargo, [...] estas condiciones objetivas siempre se asocian con las 'definiciones subjetivas' muy difundidas, los estereotipos y los sistemas de creencias. Nuestro objetivo consiste en observar estos aspectos subjetivos diferentes que afectan a las relaciones entre minorías y mayorías, para evaluar su importancia en la situación total y ver de qué manera contribuyen al modelo general de las relaciones entre los grupos. El hecho de pertenecer a una minoría explica que los individuos se preocupen por los requisitos psicológicos necesarios para adaptarse a la situación actual o para hacer algo con el fin de cambiarla. Las adaptaciones y estrategias posibles para este cambio son finitas con respecto a la cantidad y a la variedad. Aquí intentaremos hablar de algunas de las que parecen ser las más utilizadas y las más importantes.

Conviene tener en cuenta las 'definiciones subjetivas' en el análisis general de las relaciones raciales o cualquier otra relación intergrupal, puesto que, con toda probabilidad, contribuyen al modelo de estas relaciones y a los cambios que se producen en las mismas. Estas definiciones subjetivas, los sistemas de creencias, las identificaciones, las estructuras cognitivas, los gustos y las aversiones, y otros comportamientos que están relacionados son el ámbito particular del psicólogo social. La Psicología social de las minorías debe centrarse en todos estos aspectos, sin negar que el análisis de las condiciones objetivas del desarrollo de las relaciones sociales entre grupos debe estar primero en nuestro intento de entender la naturaleza de estas relaciones. No obstante, es cierto que el comportamiento social de las personas sólo puede entenderse correctamente si llegamos a saber algo de las 'representaciones de la realidad social' subjetivas que intervienen en las condiciones con que viven los grupos sociales y en los efectos de estas condiciones en el comportamiento colectivo o individual. Es como una espiral: la historia y los rasgos contemporáneos de las diferencias sociales, económicas u otras diferencias entre grupos sociales se reflejan en las actitudes, creencias y puntos de vista del mundo de los miembros de estos grupos. Estos efectos 'subjetivos' de las condiciones sociales se reflejan a su vez en todo aquello que hace la gente, en cómo se comportan con respecto a su propio grupo o con respecto a otros grupos. Las formas resultantes de comportamiento dentro del grupo, 'fuera del grupo' y 'entre los grupos' contribuyen, a su vez, al presente y al futuro de las relaciones entre los grupos; y así continúa. Por tanto, aunque aquí sólo trataremos con un momento congelado de lo que es una situación compleja y continuamente cambiante, este momento a menudo deviene crucial a la hora de afectar a la forma de aquello que sucederá."

Tajfel, H. (1978, p. 3).

4.Emergencia, características y funcionamiento de los movimientos sociales

Como hemos visto, la aproximación al estudio de los movimientos sociales es muy variada y plural en enfoques, modelos y teorías. Entre los a ños setenta y ochenta, la teoría dominante que atrajo más atención, y bajo la que se realizaron mayor número de investigaciones, fue la teoría de los recursos para la movilización. El resurgimiento de las perspectivas interaccionistas y construccionistas aparece hacia la mitad de los años ochenta con una enorme vitalidad. En aquel momento, en Europa comienza el desarrollo y auge de las teorías sobre los nuevos movimientos sociales. En los años noventa se produce ya una importante confrontación entre las perspectivas de tradición interaccionista y las de los nuevos movimientos sociales contra la teoría de los recursos para la movilización.
Lectura recomendada

En este libro podéis encontrar un esfuerzo explícito de integración de las perspectivas sobre movimientos sociales:

McAdam, D., McCarthy, J. D., y Zald, M. (1996). Comparative perspectives on social movements

. Cambridge: Cambridge University Press.

Esta situación de confrontación hace surgir distintos intentos de integración de las diferentes perspectivas o, como mínimo, de incorporación de aspectos de un lado y de otro. Aunque no cabría hablar propiamente de integración, algunos autores como Della Porta y Diani (2000) ofrecen una síntesis que incorpora aspectos recogidos en las distintas perspectivas teóricas. En el siguiente apartado se reproduce la posición de estos autores.

4.1.¿Una definición consensuada de movimiento social?

De acuerdo con Della Porta y Diani, se podría encontrar cierto número de puntos en común entre las diferentes tradiciones. En concreto, existiría un acuerdo sobre cuatro características de los movimientos sociales: las redes informales de interacción, las creencias compartidas y la solidaridad, la focalización en los conflictos y el uso de la protesta.
  1. Redes informales de interacción. Los movimientos se pueden concebir como redes de interacción informal entre una pluralidad de individuos, grupos y/o organizaciones. Las características de estas redes pueden variar desde las que apenas tienen vínculos, o los tienen muy dispersos, hasta las sólidas redes de los grupos fuertes. Estas redes promueven la circulación de recursos esenciales para la acción (información, expertismo, recursos materiales, etc.), así como sistemas más abiertos de significado. Así, las redes contribuyen tanto a crear las precondiciones para la movilización, como a proporcionar el lugar apropiado para la elaboración de visiones del mundo y estilos de vida específicos.

  2. Creencias compartidas y solidaridad. Para ser considerada como un movimiento social, una colectividad que interactúa requiere un conjunto de creencias compartidas y un sentido de pertenencia. En efecto, la condición para la existencia de un movimiento social genera tanto nuevas orientaciones en aspectos ya existentes, como la aparición de nuevas cuestiones sociales y, al mismo tiempo, contribuyen a la creación de un vocabulario y una apertura de ideas y acciones que en el pasado eran desconocidas o impensables. El proceso de redefinición simbólica de lo que es real y de lo que es posible está relacionado con la emergencia de identidades colectivas, entendida como una definición compartida de un actor colectivo. La representación colectiva y los sentimientos compartidos permiten conectar muchos de los rasgos y características de los movimientos sociales. Las nuevas identidades colectivas y los sistemas de valores pueden persistir, incluso, cuando la acción pública, las manifestaciones y otras actividades ya no tienen lugar, proporcionando así al movimiento cierta continuidad en el tiempo.

  3. Acción colectiva focalizada en conflictos. Los movimientos sociales se centran en conflictos sociales y/o culturales; es decir, buscan promover u oponerse a los cambios sociales. Por conflicto se puede entender una relación de oposición entre actores que buscan el control del mismo centro de interés. Para que se pueda producir el conflicto social, en primer lugar es necesario que éste sea definido como un campo compartido en el que los actores se perciben unos a otros como distintos, pero al mismo tiempo relacionados por intereses y valores que los dos lados ven como importantes, o como intereses altamente deseados por dos o más adversarios, como sostiene Touraine.

  4. Uso de la protesta. Los debates sobre movimientos sociales desde principios de los setenta han estado dominados por el énfasis en la naturaleza no institucional de su comportamiento. Incluso ahora, la idea de que los movimientos sociales se pueden distinguir de otros actores políticos a causa de la adopción de patrones de comportamiento político "inusuales" está bastante extendida. Algunos autores mantienen que la distinción fundamental entre movimientos y otros actores políticos y sociales se encuentra entre estilos convencionales de participación política (como votar o presionar a los representantes políticos –lobbying) y la protesta pública. Aunque las protestas públicas sólo juegan un papel marginal en los movimientos relacionados con el cambio personal y cultural, éste es, indudablemente, un rasgo distintivo de los movimientos políticos. En algunas ocasiones las acciones de protesta pueden ser de carácter violento; sin embargo, no se puede decir que la violencia constituya un rasgo distintivo de todos los movimientos. Sería mejor ver el uso de las tácticas violentas y radicales, por un lado, como criterios para diferenciar entre diferentes tipos de movimientos, o las diferentes fases en la vida del movimiento y, por otro, como formas de acción con su propia racionalidad.

Con todos estos aspectos, estos autores proponen la siguiente definición de movimientos sociales (y, en particular, los de tipo político) como:
(1) Redes informales, basadas en (2) las creencias y la solidaridad que se movilizan sobre (3) cuestiones conflictivas, por medio del (4) uso frecuente de varias formas de protesta (Della Porta y Diani, 2000).

4.2.Movimientos sociales y organizaciones. Criterios de diferenciación

Existe una enorme variedad de usos de la expresión movimientos sociales, que han variado con el tiempo y según las distintas disciplinas que los han abordado, como habéis podido observar en este módulo. Estos usos, aunque sea simplificarlo un poco, han pasado desde considerar como movimiento social a un grupo o a una organización promotora de cambios sociales, hasta la aceptación de un magma de individuos, grupos y organizaciones que participan en ello colectivamente y que estén movidos por el mismo objetivo. Estas diferencias resultan bastante conflictivas en el terreno teórico. Por ejemplo, ¿puede un único grupo constituir un movimiento social? ¿Es una organización política un movimiento social? ¿Es un episodio puntual de movilización política un movimiento social? ¿Y un grupo religioso o una secta? Veamos algunos criterios de diferenciación.
4.2.1.Movimientos sociales frente a organizaciones
Los movimientos sociales, los partidos políticos y los grupos de interés (muy comunes en el sistema político norteamericano, aunque menos organizados y visibles en los países europeos) a menudo son comparados considerando que encarnan diferentes estilos de organización política. Sin embargo, si la definición propuesta con anterioridad es correcta, la diferencia entre movimientos sociales y éstas y otras organizaciones, como por ejemplo algunos grupos religiosos, no consiste principal ni simplemente en diferencias en características organizacionales o patrones de conducta, sino en el hecho de que los movimientos sociales no son organizaciones. Hay redes de interacción entre distintos actores que pueden incluir organizaciones formales o no, dependiendo de distintas circunstancias. Por consiguiente, una única organización, a pesar de sus rasgos dominantes, no es un movimiento social. Sin duda, puede formar parte de uno, pero los dos no son idénticos, puesto que reflejan principios organizacionales diferentes.
Los grupos de interés público como las ONG, las asociaciones de diferentes tipos, fundaciones, etc. no capturan, en realidad, los procesos de interacción mediante los cuales actores con diferentes identidades y orientaciones llegan a elaborar un sistema de valores y creencias compartido y un sentido de pertenencia que excede los límites de un grupo u organización únicos, manteniendo al mismo tiempo su especificidad y sus rasgos distintivos.
Los movimientos son, por definición, fenómenos fluidos y resisten a formas de organización estática. En efecto, en las fases de formación y consolidación prevalece un sentido de pertenencia colectivo sobre los vínculos de solidaridad y lealtad que pueden existir entre individuos y grupos específicos u organizaciones. Un movimiento tiende a quemarse cuando las identidades organizacionales comienzan a dominar, o cuando "sentirse parte de esto" se refiere principalmente a la propia organización y sus componentes, más que a un colectivo amplio con fronteras borrosas.
La participación de los individuos es esencial para los movimientos. Una de sus características es, en efecto, el sentido de estar implicados en una empresa colectiva sin tener que pertenecer a ninguna organización específica. Estrictamente hablando, los movimientos sociales no tienen miembros, sino participantes. La participación del individuo, alejada de lealtades organizacionales específicas, no está necesariamente limitada a un evento único de protesta, sino que también se encuentra dentro de comités o grupos de trabajo y/o apoyo, y en distintas formas de reunión pública como las asambleas, los consejos, etc. Ello no se contradice con el hecho de que, simultáneamente, si se da la posibilidad, distintos tipos de personas pueden apoyar un movimiento social promoviendo y dando a conocer sus ideas y sus puntos de vista en los medios de comunicación, en instituciones o en organizaciones políticas, entre otros. Por tanto, la pertenencia, la participación en un movimiento social permite múltiples grados diferentes, de modo que no puede decirse que exista una única manera de participar o de adherirse. Todos ellos, sin embargo, en su diversidad refuerzan el sentimiento de pertenencia y de identidad.
Si aceptamos que los movimientos sociales son analíticamente distintos de las organizaciones, aunque eventualmente pueden formar parte de ellos, es preciso distinguir qué forma parte de un movimiento y qué no. Cualquier organización que cumple con los requisitos anteriores (interacciones con otros actores, conflicto, identidad colectiva y recurso a la protesta) puede ser considerada parte de un movimiento dado. Esto se puede mantener también para grupos más o menos institucionalizados e, incluso, para partidos políticos. Sin embargo, al decir que los partidos políticos pueden considerarse parte de movimientos sociales, lo que se está afirmando es que, bajo ciertas condiciones, algunos partidos políticos pueden considerarse parte de un movimiento y ser reconocidos como tales tanto por otros actores como por el público general. No obstante, esto sería más la excepción que la norma, y únicamente se da en los casos de partidos cuyos orígenes se encuentran en movimientos sociales, tal y como sucede por ejemplo en los "partidos verdes".
4.2.2.Movimientos sociales, eventos de protesta, coaliciones, plataformas
Si los movimientos sociales no coinciden con las organizaciones, tampoco lo hacen con otras formas de interacción informal. En particular, los movimientos sociales difieren tanto de los eventos de protesta poco estructurados como de las plataformas o de las coaliciones políticas. ¿Bajo qué condiciones un colectivo o grupo de personas puede organizar una protesta concreta y puntual? ¿Hasta qué punto una manifestación para solicitar algo concreto, en un contexto social y geográfico específico, se puede considerar parte de un movimiento social? ¿Y cuándo son simples actos aislados de protesta y cuándo acciones de movimientos sociales?
El criterio que marca la diferencia es la presencia de una visión del mundo y de una identidad colectiva que permite a los participantes en varios eventos de protesta colocar su acción en una perspectiva más amplia. Para poder hablar de movimientos sociales, es necesario que episodios concretos y aislados sean percibidos como parte de una acción duradera más que eventos discretos, y que las personas que están implicadas en ellos se sientan vinculadas por lazos de solidaridad y por ideas compartidas con los protagonistas de movilizaciones análogas. En España encontramos un buen ejemplo de la importancia de la elaboración simbólica y cultural en la evolución de la acción colectiva si nos fijamos en el movimiento vecinal de los años sesenta y setenta. En primer lugar, se organizaron actividades puntuales –como manifestaciones y otros tipos de protesta– encaminadas a exigir mejores condiciones en las viviendas y en los barrios. Más tarde, el movimiento se desarrolló poco a poco como una fuerza importante no sólo en el ámbito de las ciudades específicas donde se produjeron, sino en todo el Estado. Sus demandas fueron paulatinamente más allá de reivindicaciones puntuales, para convertirse en un elemento crucial en la acción política de resistencia al franquismo y en el cambio político durante la Transición.
2/m2-5.gif
Asimismo, conviene tener en cuenta que, cuando existe un cierto grado de identidad colectiva, el sentido de pertenencia puede mantenerse incluso después de que una iniciativa específica o una campaña particular finalicen. La persistencia de tales sentimientos tendrá, como mínimo, dos importantes consecuencias. En primer lugar, provocará que la movilización reviva con mayor facilidad en relación con el mismo objetivo, cuando concurran condiciones favorables. Los movimientos oscilan entre breves fases de intensa actividad pública y largos periodos de latencia, como señala Melucci (1996), en los que prevalecen las actividades relacionadas con la reflexión y el desarrollo intelectual. Por ejemplo, la solidaridad y el sentimiento de identidad, el sentido de comunidad que comparte ideas y creencias que surgieron en los movimientos antinucleares durante las movilizaciones de la segunda mitad de los años setenta se erigieron como base para la nueva ola de protestas posteriores al accidente de Chernobil de 1986. En segundo lugar, las representaciones del mundo y las identidades colectivas que se desarrollan en un determinado periodo pueden facilitar, asimismo, el desarrollo de nuevos movimientos o nuevas solidaridades. Un caso emblemático es la relación existente en muchos países, como España, entre los movimientos de la nueva izquierda de los años setenta y los sucesivos movimientos políticos, ecológicos y feministas que han ido apareciendo con posterioridad.
La referencia a otros ejemplos de redes informales de acción colectiva, como las plataformas o coaliciones, permite entender mejor por qué la identidad colectiva constituye un rasgo crucial de los movimientos sociales. En efecto, las coaliciones y las plataformas comparten algunos rasgos con los movimientos sociales, como por ejemplo que implican la existencia de conflicto y de actividad colectiva. Sin embargo, la interacción y coordinación entre diferentes actores se da más en un ámbito instrumental, en el sentido de que los actores se alían con otros precisamente para maximizar sus ganancias. A diferencia de los movimientos sociales, de las relaciones que se dan en las coaliciones y en las plataformas, no resulta necesaria la formación de una nueva identidad, ni suelen implicar una continuidad más allá de los límites de la situación conflictiva específica. Y, todavía menos, se produce una definición conjunta de las cuestiones de principio. Por estas razones, es imposible reducir los movimientos sociales a simples coaliciones, plataformas u otro tipo de acción colectiva similar.
Un buen ejemplo de lo que se ha comentado con anterioridad lo encontramos en las movilizaciones ocurridas en Barcelona, motivadas por las condiciones de los emigrantes en situación irregular. En el ciclo de protestas, se recibieron muestras de apoyo y solidaridad, y ofertas de ayuda de todo tipo, participaron toda clase de grupos, organizaciones, partidos políticos, sindicatos e, incluso, instituciones como la Iglesia, unidas en unos objetivos específicos: la regularización de los emigrantes y la modificación de la Ley de Extranjería. La defensa de estos inmigrantes comenzó a partir de unos pocos grupos y personas, en general los que estaban más próximos a ellos. Más tarde, se establecieron alianzas con otros grupos y organizaciones. Sin embargo, no se puede decir que como resultado de estas acciones haya habido una conjunción de identidades, lo que sería un requisito fundamental para considerarlas como un movimiento social. Cada grupo, cada organización, cada institución ha mantenido inalterado su ideario y su identidad, aunque hayan trabajado conjuntamente por la mejora de las condiciones de los emigrantes. Esto no es un obstáculo, sin embargo, para que las redes formales e informales que se unieron en esta oportunidad puedan, en el futuro, convertirse en una base suficiente para conformar un nuevo movimiento social.
2/m2-6.gif

4.3.Nuevos escenarios, nuevas subjetividades, nuevas políticas. ¿Una nueva comprensión de los movimientos sociales?

Global, complejidad, liquidez, flujo o red constituyen conceptos que han aparecido para describir metafóricamente las sociedades contemporáneas, a las que acompañan, y que con frecuencia empiezan a sustituir progresivamente a las expresiones más comunes de sociedad postindustrial, sociedad de la información, sociedad del conocimiento y otras similares (Bauman, 2000; Urry, 2000).
¿Podrían estos nuevos conceptos ser útiles para replantear los movimientos sociales? ¿Ofrecerían nuevas perspectivas para su inteligibilidad? ¿Serían capaces de incluir aquellos aspectos que han quedado fuera de los tratamientos más habituales? En rigor, no hay una respuesta a estas preguntas, pero sí que existe un campo de nuevas posibilidades para explorar.
Global es un calificativo que cada vez más se adapta mejor a los movimientos sociales. En los últimos años asistimos a la emergencia de movimientos que no están localizados estrictamente en un único lugar, sino que están en diferentes sitios y no emergen necesariamente en sincronía con sus distintas localizaciones. Más bien son fenómenos efervescentes con marcada discontinuidad que aparecen aquí y allá compartiendo objetivos, aunque no siempre recursos, estrategias y modalidades. Reflexiones como las de Castells (1996, 1997, 1998) sobre las múltiples interconexiones entre lo local y lo global, y la dualidad que muestra la influencia mutua de lo local en lo global, y viceversa, encaja bien con este tipo de movimientos que aúnan intereses específicos de áreas localizadas y que tienen objetivos a gran escala, que implican amplias zonas geográficas y diferentes culturas y sociedades. Es preciso pensar, por ejemplo, en el movimiento zapatista como una de las mejores ilustraciones de ello.
La complejidad constituye una característica innegable de la sociedad. Asumir su carácter complejo es algo más que constatar la prácticamente infinita cantidad de sus componentes (Ibáñez, 1985, 1986; Urry, 2000). Más bien lo que indica es que las dinámicas sociales no obedecen a ningún principio de carácter mecanicista en el que sea posible identificar la línea causal explicativa de los fenómenos que se observan en una sociedad o momento dados. Por el contrario, lo que implica es la visión de una sociedad dinámica, muy alejada del equilibrio, donde los procesos son no lineales, donde las temporalidades son distintas, donde la idea de centralidad o periferia queda diluida en una amalgama de procesos con contingencia en la dinámica social, pero que pueden estar ubicados en diferentes localizaciones "descentradas". Para el análisis de los movimientos sociales, esta nueva comprensión de la sociedad es muy relevante, puesto que ayuda a entender su dinámica y sus diferentes y múltiples efectos, que provienen de zonas distintas. Pensad, por ejemplo, que junto con sistemas de dominación como los mercados financieros, ubicados en lugares específicos, pero a la vez con múltiples puntos de decisión, encontramos experiencias de microeconomía que generan espacios de emancipación. Y que, al lado de formas hegemónicas de control de la ideología y de la información, como las grandes compañías de comunicación, las grandes empresas como la CNN, el ABC o la BBC, se encuentran otras como Al Yijad o las experiencias de contrainformación.
Liquidez y fluidez constituyen dos conceptos más que se utilizan para la descripción de las sociedades modernas (Urry, 2000). En efecto, la sociedad se puede ver como un fluido, como algo con límites imprecisos, sin un punto claramente identificable de origen o de destino, con velocidades de funcionamiento diferentes, etc. John Urry lo describe del modo siguiente:

"Las características principales de estos flujos globales son las siguientes [...]:

  • No demuestran ningún punto claro de partida o llegada, sólo un movimiento o una movilidad no-territorializada (más rizomatosa que arbórea).

  • Están canalizados a lo largo de huidas o salidas territoriales que pueden tapiarlos.

  • Son relacionales, puesto que afectan productivamente a las relaciones con los rasgos espacialmente cambiantes de una huida que, de otra manera, no tendría ninguna función.

  • Se mueven en determinadas direcciones a una cierta velocidad, pero sin ningún estado final u objetivo.

  • Tienen diferentes propiedades de viscosidad y, como la sangre, pueden ser más gruesos o más delgados y, por consiguiente, moverse con distintas formas a velocidades diferentes.

  • Se mueven según unas temporalidades determinadas, durante un minuto, un día, una semana, un año, y así sucesivamente.

  • No siempre permanecen dentro de las paredes –pueden moverse hacia fuera o salir, como sucede con los glóbulos blancos de la sangre– por medio de la "pared" de salida hacia los capilares cada vez más pequeños.

  • El poder se esparce por medio de estos distintos flujos hacia relaciones de dominio/subordinación a menudo diminutas, como los capilares.

  • El poder se ejerce mediante la intersección de diferentes flujos que trabajan en distintos sentidos.

  • Diferentes flujos se cortan espacialmente en los 'terrenos neutros de encuentro' de los lugares pasajeros de la modernidad, como por ejemplo, los moteles de los aeropuertos, las estaciones de servicios, Internet, los hoteles internacionales, la televisión por cable, restaurantes con cuentas de gastos, etc."

Urry, J. (2000, pp. 38-39).

Los movimientos sociales parecen entrar muy bien en esa descripción como fluidos. Aparecen, desaparecen y reaparecen como olas, tienen turbulencias, penetran en múltiples lugares a través de grandes espacios pero también de minúsculos intersticios, están compuestos de una amalgama de elementos que van desde las personas, los grupos, la tecnología, la información que los connota de una característica cercana a la viscosidad, se mueven a velocidades distintas, tienen un origen impreciso y no puede detectárseles un final real, ya que siempre permanecen en movimiento, fluyendo, pues su propia razón de ser es estar siempre en movimiento.
Redes. Los movimientos sociales están formados por redes. Ésta es una característica ampliamente asumida, como hemos visto anteriormente. Ahora bien, las redes en muchas de las perspectivas analizadas tienen un carácter rígido y permanente en el que sus nodos serían el origen de la misma red y donde las propias redes se constituirían como causas de los movimientos.

"Las redes son hegemónicas. Primer punto. Y cuando llevamos a cabo un análisis desde el punto de vista de las redes, ayudamos con el objetivo de que estas redes lleguen a ser lo que son. Segundo punto. ¿Qué sucede si juntamos estas dos observaciones? La respuesta es que si escribimos como analistas de redes, lo que podemos estar haciendo, lo que a menudo hacemos, es comprar y añadir fuerza a una versión funcional de la relacionalidad. Alguien que es, para decirlo con rapidez, directivista."

Law, L. (2000, pp. 10-11).

Las nuevas concepciones de red, como la de la Actor-Network Theory (Law y Hassard, 1999), las consideran como algo más dinámico, definidas por la relación misma que las forma y no tanto por los elementos que están conectando. Redes donde los nodos son, evidentemente, personas y grupos, pero también equipamientos tecnológicos, instrumentos, información y varias clases de recursos.

"Porque la aproximación semiótica nos dice que las entidades obtienen forma como consecuencia de las relaciones en que están situadas. Sin embargo, esto significa que también nos dice que se desarrollan en estas relaciones, para y por medio de las mismas. Una consecuencia es que todo es incierto y reversible, al menos como principio. Nunca se da en el orden de las cosas. Y aquí, aunque los estudios de actor-red han caído a veces en un directivismo centrado y, sin duda, con género [...], ha habido un esfuerzo enorme para entender cómo se consigue la durabilidad. Cómo es que las cosas se llegan a llevar a cabo (y se hacen ellas mismas) hacia relaciones que son relativamente estables y que permanecen en su sitio. Cómo es que hacen distribuciones entre alto y bajo, grande y pequeño o humano e inhumano. La realización, pues, éste es el segundo nombre, la segunda historia sobre la teoría del actor-red. Una realización que (en ocasiones) hace la durabilidad y la fijación."

Law, J. (1999, p. 4).

No podemos reducir, pues, la noción de red a una noción reificada. Si aceptamos una versión más fluida y dinámica, performativa, entonces de ello resulta una noción sumamente interesante para la comprensión de los nuevos movimientos sociales. En efecto, las redes serían un elemento constitutivo central de los mismos, pero ya no serían un determinante causal previo que explicaría su emergencia. Se trataría más bien de ver el movimiento como una compleja red de elementos, que está constituida por las relaciones y que construye los nodos que la forman: personas, grupos, instrumentos, recursos e información.
Para ilustrar estos aspectos revisados de forma escueta en este apartado, podemos mirar el "movimiento antiglobalización", mejor llamado 'antineoliberal'. Este último constituye una de las efervescencias contestatarias más interesantes que se han podido observar en los últimos años. Está formado por una amalgama de personas, grupos, colectivos y organizaciones extraordinariamente diversa, que desarrolla sus actividades en múltiples lugares del planeta, con modalidades de acción variadas, tanto por lo que respecta a sus características como en lo referente a su duración y alcance, con resistencias a formas también plurales de dominación y sujeción. Lo que más ha llamado la atención de este movimiento ha sido la dificultad para ser entendido bajo los parámetros no sólo de los modelos teóricos anteriores a los años sesenta y setenta, sino también bajo los de las perspectivas aparecidas con posterioridad. Si resiste a cualquier interpretación, en términos clásicos del movimiento obrero, también se mostrará reticente a las formas de comprensión de las teorías construccionistas, las de la acción racional e, incluso, a las de los nuevos movimientos sociales.
Estas resistencias tienen que ver con las peculiaridades que manifiesta. Su origen es difuso, aunque algunas de las primeras acciones más sonadas, como la "batalla de Seattle", se suelen utilizar como punto de partida. Su composición es heterogénea y va desde grupos de resistencia de carácter étnico y cultural, hasta grupos de resistencia contra compañías y empresas específicas, pasando por luchas contra las políticas de subyugación económica y política que promueven grandes instituciones mundiales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea, el "G8", etc., pasando por algunos colectivos de protesta contra la deuda en los países llamados del Tercer mundo y de éstos, entre muchos otros. Sus actividades se desarrollan paralelamente en países de todo el mundo y convocan con gran frecuencia a activistas de todas las nacionalidades, al mismo tiempo que producen simultáneamente centenares de acciones en lugares diferentes. Usan, y éste es el rasgo que para muchos ha destacado más, las nuevas tecnologías de la información como recursos principales para las interacciones, la distribución de información, la comunicación entre los distintos grupos de personas y la defensa contra los ataques de los grupos contra los que actúan.
Pues bien, podríamos ver este movimiento bajo el prisma conceptual y metafórico que acabamos de mencionar. El movimiento antineoliberal responde a todas y cada una de las características de la globalización, la complejidad, la "liquidez" y las redes. Por un lado, su extensión generalizada por todo el planeta ilustra de manera clara la importancia de considerar las conexiones entre lo local y lo global. Asimismo, su dinámica responde a las características de los sistemas complejos con linealidades, funcionamientos y consecuencias que se encuentran en permanente estado de dinamismo creando y destruyendo estructuras estables, puntuales en el tiempo, que aparecen y desaparecen generando efectos cerca y lejos de los lugares donde ocurren. Es líquido, en el sentido de que sus límites son borrosos, difusos, si no es que resultan imposibles de identificar; resulta difícil ubicar su origen y, aún más, señalar lo que podría constituir su finalidad; se extiende y penetra en los espacios más inverosímiles de los sistemas sociales y de las comunidades. Para acabar, muestra con particular nitidez la formación y evolución de redes dinámicas que, generadas en una multiplicidad de relaciones e interacciones entre personas, grupos, colectivos, organizaciones, instrumentos, equipos, etc., crean y sustentan un sentido de identidad colectivo que, en el límite, es lo que le confiere su fuerza y lo que alimenta su eficacia.

Resumen

En este módulo hemos repasado distintos enfoques que nos permiten identificar, conocer, describir y entender los movimientos sociales.
En la primera parte hemos repasado las aportaciones de la Psicología y, en particular, de la Psicología social clásica al estudio de los movimientos sociales. Estas aportaciones han consistido, básicamente, en poner de manifiesto la importancia de los procesos psicológicos y psicosociales para entender los movimientos, tales como la percepción de los agravios, la frustración ante las condiciones de vida, los procesos de influencia, las normas sociales, la dinámica de grupos, la motivación, la generación de valores, creencias y significados compartidos y la identidad.
En la segunda parte hemos repasado las principales aproximaciones teóricas al estudio de los movimientos. En primer lugar hemos señalado que los movimientos son un proceso social que se ha producido en un contexto histórico, la modernidad. Asimismo, hemos visto las dificultades que la ciencia social ha tenido en la comprensión de los nuevos movimientos sociales aparecidos desde los años sesenta, por no adecuarse a las prescripciones que la tradición marxista había descrito y que se adaptaba al estudio del movimiento obrero, y la reacción de la ciencia social por medio de nuevos puntos de vista teóricos, entre los que se encuentran la perspectiva interaccionista/construccionista, la teoría de los recursos para la movilización, la perspectiva de la estructura de oportunidades políticas y la teoría de los nuevos movimientos sociales. La perspectiva interaccionista/construccionista enfatiza la producción conjunta de significados por medio de la interacción social, la teoría de la movilización de recursos remarca el carácter racional de la toma de decisiones, la de la estructura de oportunidades políticas, la interdependencia de la movilización con las estructuras políticas convencionales y la teoría de los nuevos movimientos sociales, la importancia de las redes sociales, de la producción conjunta de significados y de la identidad colectiva.
En la tercera parte hemos repasado las aportaciones que la Psicología social contemporánea podría hacer al estudio de los movimientos sociales. Hemos señalado dos aportaciones principales. Por un lado, la teoría de la influencia minoritaria, que permite entender el proceso mediante el cual los grupos minoritarios pueden ejercer una influencia y, por consiguiente, inducir el cambio en los sistemas de valores, creencias y comportamientos de los grupos mayoritarios. Esta influencia se ejerce por su capacidad de generar un conflicto simbólico con la mayoría que es preciso resolver; cuando se hace, se produce un movimiento de las posiciones de la mayoría hacia las de la minoría. Por otro lado, hemos aludido a la teoría de la identidad social, según la cual la identidad social es la conciencia de pertenencia a un grupo o categoría, así como la valoración de dicha pertenencia. La necesidad de mantener una identidad social positiva requiere garantizar una distintividad positiva de la propia categoría frente a las demás. Cuando la mencionada distintividad es negativa y, por tanto, la identidad social del grupo o categoría también es negativa, se podrían desarrollar las estrategias de movilización para proporcionar las bases de una identidad positiva.
En la cuarto parte hemos intentado realizar una síntesis de las perspectivas teóricas analizadas, ofreciendo una definición tentativa de movimiento social y cierto número de criterios que nos permitan distinguir entre lo que es y lo que no es un movimiento social. Por tanto, los movimientos sociales se podrían entender como redes informales basadas en creencias y solidaridad, que se movilizan sobre cuestiones conflictivas mediante el uso frecuente de varias formas de protesta. Finalmente, hemos abierto una discusión para ver el alcance que las nuevas teorías sobre la sociedad, que la describen como globalizada, compleja, líquida y en red, podrían tener en el estudio de los nuevos movimientos sociales. Hemos propuesto como ejemplo para esta exploración el movimiento antineoliberal.

Actividades

De acuerdo con los criterios del apartado "Emergencia, características y funcionamiento de los movimientos sociales" de este módulo, elegid un movimiento social. Asimismo, seleccionad un partido político nacionalista o una ONG ecologista.
1. Describid las características de cada uno de los mismos en términos de...
a)objetivos.
b)actores.
c)estructura organizativa.
d)recursos que utilizan.
e)acciones que realizan.
2. Construid una tabla de doble entrada, colocad cada una de estas características en su casilla correspondiente y realizad una comparación. Es preciso que reflexionéis sobre las similitudes y diferencias de cada uno de los tres grupos o colectivos.
3. Escribid un breve ensayo argumentando las similitudes y diferencias que se establecen entre los mismos.

Ejercicios de autoevaluación

1. ¿Cuáles son las principales características de la aportación de la Psicología social al estudio de los movimientos sociales?

2. Con la emergencia de nuevos movimientos sociales en los años sesenta, las ciencias sociales se enfrentaron al problema de no poder explicar ni su emergencia, ni su funcionamiento ni sus principales características. ¿Cuáles fueron las propuestas para afrontar estos problemas?

3. ¿Cuáles son las principales características de la perspectiva interaccionista/construccionista en el estudio de los movimientos sociales?

4. ¿Cuáles son las principales características de la teoría de los nuevos movimientos sociales?

5. ¿Podéis proporcionar una definición razonada de "movimiento social"?

6. ¿Qué elementos facilitan la distinción entre una organización política y un movimiento social?

Ejercicios de autoevaluación
1. La aportación de la Psicología social al estudio de los movimientos sociales ha sido amplia. Por un lado, se puede decir que la Psicología social más clásica ha puesto de manifiesto la importancia de tener en cuenta los procesos psicológicos y psicosociales que se producen en el interior de los movimientos sociales, así como los que se producen por su relación con el contexto social. Entre otros procesos, se han destacado la percepción que los participantes en los movimientos tienen de los agravios o injusticias que sufren, el papel de la frustración ante las condiciones adversas en sus vidas, la importancia de la génesis y funcionamiento de las normas sociales, las características de los movimientos como grupos y colectivos sociales y, por tanto, su dinámica grupal y el rol de la motivación para la participación en un movimiento. Asimismo, se ha insistido en la importancia de conocer los procesos de generación compartida de valores, creencias y significados y, por último, los procesos de influencia social y persuasión sobre el contexto social donde el movimiento tiene lugar.
Además, ha habido dos modelos teóricos que podrían ofrecer un alto interés al estudio de los movimientos. Se trata de la teoría de la influencia minoritaria y de la teoría de la identidad social. La primera ofrece elementos para entender el proceso por medio del cual los grupos minoritarios ejercen una influencia e inducen unos cambios en los sistemas de valores, creencias y comportamientos de los grupos mayoritarios. Esta influencia se ejerce por la capacidad que tienen de generar un conflicto simbólico con la mayoría. Para resolver el conflicto, se debe producir un movimiento de las posiciones; cuando este último es realizado por la mayoría hacia las posiciones de la minoría, podemos hablar de cambio. La teoría de la identidad social considera la identidad social como la conciencia de pertenencia a un grupo o categoría y la valoración de dicha pertenencia. La necesidad de mantener una identidad social positiva requiere garantizar una distintividad positiva de la propia categoría frente a las demás por medio de un proceso continuo de competencia entre grupos y categorías. Cuando dicha distintividad es negativa y, por consiguiente, la identidad social del grupo también es negativa, es cuando pueden desarrollarse estrategias de movilización social para proporcionar las bases de una identidad positiva.

2. Aunque en ambos lados las propuestas se alejaban de las formas anteriores de explicar los movimientos sociales, las propuestas fueron distintas en EE.UU. y en Europa. En EE.UU., donde todavía dominaba una visión estructural-funcionalista y una consideración de los movimientos sociales como acciones colectivas marginales, irracionales y resultantes de las disfunciones del sistema, las propuestas se orientaron a señalar cómo se trasladaban las tensiones sociales al comportamiento colectivo, de modo que se introducía una nueva visión basada en las teorías de la acción racional. Las perspectivas que originaron fueron las siguientes: la teoría de los recursos para la movilización y la de la estructura de las oportunidades políticas. Al mismo tiempo, se produjo una revitalización de la perspectiva interaccionista, lo que dio lugar a las visiones construccionistas que se centran en la producción colectiva de significados.
En Europa dominaba la tradición marxista; sin embargo, al emerger los nuevos movimientos, se observó que esta perspectiva no permitía explicar los nuevos movimientos emergentes, ni interesarse por su causa. Este hecho provocó la aparición de la denominada teoría de los nuevos movimientos sociales, que pretendía justificar las transformaciones que se producían en la base estructural de los conflictos. Esta teoría se centra en las lógicas de acción basadas en la política, la ideología, la cultura, las fuentes de identidad, como la etnicidad, el género o las preferencias sexuales, que serían las principales fuentes de la acción colectiva.

3. La principal característica de la perspectiva interaccionista/construccionista es su insistencia de que la acción colectiva constituye el resultado de un proceso interactivo, definido simbólicamente, y negociado entre sus participantes, oponentes y espectadores de manera continuada. Ha usado principalmente el concepto de framing o encuadre para explicar los fenómenos y procesos que quedan delimitados por los significados compartidos, así como por su significación en el interior del marco. Estos marcos interpretativos permiten a los movimientos sociales definir el diagnóstico; es decir, la identificación de causas, de los problemas contra los que se dirige su acción, así como la definición de las posibles soluciones. Asimismo, los marcos definen a los actores del movimiento social y estimulan la motivación para la participación en el movimiento. En esta perspectiva, también ocupa un lugar relevante la identidad, que permite distinguir entre el endogrupo, es decir, los miembros del propio grupo, y el exogrupo, es decir, quienes no pertenecen a él.
4. Las teorías sobre los nuevos movimientos sociales tienen como principal característica haber intentado explicar cómo las nuevas formas que ha adquirido la sociedad, es decir, cómo los cambios producidos en las últimas décadas han hecho emerger un tipo de sociedad diferente y característica, presentando las nuevas formas de acción colectiva y, en particular, los nuevos movimientos sociales. Esta teoría relaciona los nuevos movimientos con la aparición de nuevas formas de organización y estructuración social; es decir, considera que los nuevos movimientos son respuestas a la modernidad y a la posmodernidad. Asimismo, es relevante el hecho de que esta teoría ha resaltado el papel de la identidad, en el origen y la evolución de los movimientos sociales, así como la progresiva falta de diferenciación de lo que es público y de lo que es privado. Indica, también, la progresiva politización de lo que, en épocas anteriores, era visto como privado, como por ejemplo la sexualidad y las relaciones interpersonales. Asimismo, ha enfatizado la importancia que han adquirido en la movilización los valores no estrictamente materialistas, de manera que estos nuevos movimientos parecen estar más orientados a buscar autonomía para los individuos, o formas de funcionamiento político más participativas, que ganancias o mejoras únicamente materiales.
5. Las definiciones de los movimientos sociales son muy variadas. No obstante, recogiendo las características más destacadas de los nuevos movimientos sociales, y recuperando las versiones teóricas que ven los movimientos sociales como acciones colectivas, racionales y simbólicas, pudo definirse el movimiento social como un conjunto de redes informales, que se basan en las creencias y en la solidaridad, y que se movilizan a partir de la aparición de cuestiones conflictivas, por medio del uso frecuente de diferentes formas de protesta.
6. La principal diferencia es que los movimientos sociales no son organizaciones. Una única organización no es un movimiento social. Las organizaciones políticas pueden compartir objetivos con los movimientos e, incluso, pueden formar parte de las mismas. Sin embargo, en tanto que organizaciones, no disponen de los requisitos necesarios para constituir un movimiento social, como los procesos de interacción que generan significaciones compartidas, sistemas de valores generados colectivamente, y el sentido de pertenencia e identidad. Asimismo, los movimientos, por su inestabilidad y su dinámica, constituyen fenómenos fluidos muy alejados de la rigidez propia de las organizaciones.

Glosario

identidad colectiva f
Sentido del "nosotros" que impulsa los movimientos sociales. Es una definición compartida e interactiva, producida por varios individuos (o por grupos en un nivel más complejo), que está relacionada con las orientaciones de su acción colectiva, así como con el campo de oportunidades y constricciones en que se produce. Esta identidad está integrada por definiciones de la situación que son compartidas por los miembros del grupo, y que son el resultado de un proceso de negociación y ajustes muy elaborado, entre los diferentes elementos que están relacionados con las finalidades y los medios de la acción colectiva, así como con su relación con el entorno (Melucci, 1996).
identidad social f
Conciencia que tiene una persona de formar parte de un grupo o categoría social, y la valoración que hace de la misma.
influencia minoritaria f
Influencia que los grupos minoritarios pueden ejercer sobre las mayorías en términos de cambio en las creencias, los valores, las actitudes y/o los comportamientos, por su capacidad de generar conflictos simbólicos que necesitan ser solucionados.
movimiento social m
Redes informales basadas en las creencias y en la solidaridad, que se movilizan a partir de cuestiones conflictivas y por medio del uso frecuente de distintas formas de protesta (Della Porta y Diani, 2000).
teoría de la estructura de oportunidades políticas f
Perspectiva teórica que considera los movimientos sociales como resultado de un aumento de las oportunidades políticas para la movilización en el interior del sistema político institucional, lo que es el resultado de una creciente vulnerabilidad de sus oponentes y del sistema político y económico.
teoría de los nuevos movimientos sociales f
Conjunto de modelos teóricos aparecidos para intentar comprender los nuevos movimientos sociales. Considera que la acción está basada en la política, la ideología y la cultura, y las fuentes de identidad, como la etnicidad, el género o la sexualidad como genuinas fuentes de acción colectiva. En el marco de estas teorías se piensa que los actores sociales no son agentes que buscan ganancias materiales o fórmulas de protección de los aparatos del estado, sino que más bien resisten la expansión de la intervención de la política y la administración en la vida cotidiana, defendiendo la autonomía personal.
teoría de los recursos para la movilización f
Teoría de los movimientos sociales que está arraigada en los modelos de la acción racional y que considera la movilización colectiva como una acción racional, que es el resultado del análisis de la acción en términos de costes y beneficios.
teoría interaccionista/construccionista f
Teoría de los movimientos sociales heredera del interaccionismo simbólico, que enfatiza la importancia del significado que los actores sociales atribuyen a las estructuras sociales.

Bibliografía

Adorno, T., Frankel-Brunswick, E., Levinson, D., y Sandford, R. (1950). La personalidad autoritaria. Buenos Aires: Proyección, 1965.
Bauman, Z. (2000). Liquid modernity. Cambridge: Polity Press.
Blumer, H. (1951). Social movements. En A. McClung Lee (Ed.).Principles of Psychology(pp. 199-220). Nueva York: Barnes and Nobles.
Buechler, S. M. (2000). Social movements in advanced capitalism. The political economy and cultural construction of social activismOxford: Oxford University Press.
Cantril, H. (1941). The social psychology of social movements. Nueva York: John Wiley & Sones, 1963.
Castells, M. (1996). La era de la información. Economía, sociedad y cultura, Vol. I: La sociedad red. Madrid: Alianza, 1997.
Castells, M.(1997). La era de la información. Economía, sociedad y cultura, Vol. II: El poder de la identidad. Madrid: Alianza, 1998.
Castells, M. (1997). La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol. III: Fin de milenio. Madrid: Alianza, 1998.
Cook, K. S., Fine, G. A., y House, J. S.(Eds.). (1995). Sociological perspectives on social psychology. Londres: Allyn and Bacon.
Dalton, R. J., y Kuechler, M. (1992). Los nuevos movimientos sociales. Valencia: Alfons el Magnànim.
Della Porta, D., y Diani, M. (1999). Social movements. An introduction. Oxford: Basil Blackwell.
Goffman, E. (1974). Frame analysis. Cambridge (Massachusetts): Harvard University Press.
Ibáñez, T. (1985). "New look" en psicología social. Teorías de la acción y de la organización.Documentos de Psicología Social(Serie Monografías)Bellaterra: Universidad Autónoma de Barcelona.
Ibáñez, T. (1986). Complejidad, sistemas organizativos y psicología social.Boletín de Psicología, 11, 7-24.
Ibarra, P., y Tejerina, B.(Eds.). (1998). Los movimientos sociales. Transformaciones políticas y cambio cultural. Madrid: Trotta.
Javaloy, F. (2001). Comportamiento colectivo y movimientos sociales. Un enfoque psicosocial. Madrid: Prentice Hall.
Killian, L. (1964). Los movimientos sociales. En R. Faris (Ed.).Tratado de sociología. La vida social(vol. 3, pp. 461-514). Barcelona: Hispano Europea, 1976.
Klandermans, B. (1997). The social psychology of protestOxford: Basil Blackwell.
http://www.lancs.ac.uk/fass/sociology/papers/law-networks-relations-cyborgs.pdfLaw, J. (2000). "Networks, relations, cyborgs: On the social study of technology" (esbozo) publicado por el Centre for Social Studies and the Department of Sociology, de la Universidad de Lancaster en:
Law, J. (1999). After ALCE: complexity, naming and topology. En J. Law y J. Hassard (Eds.).Actor Network Theory and after(pp. 1-14). Oxford: Blackwell.
Law, J., y Hassard, J.(Eds.). (1999). Actor Network Theory and after. Oxford: Blackwell.
Laraña, E. (1999). La construcción de los movimientos sociales. Madrid: Alianza.
McAdam, D., McCarthy, J. D., y Zald, M. (1996). Comparative perspectives on social movements. Cambridge: Cambridge University Press.
McLaughlin, B.(Ed.). (1969). Studies in Social Movements. A Social Psychological Perspective. Nueva York: The Free Press.
Melucci, A. (1982). L'invenzione del presente. Movimienti, identità, bisogni individualiBolonia: Il Moulino.
Melucci, A. (1996). Challenging codes. Collective action in the information age. Cambridge: Cambridge University Press.
Moscovici, S. (1976). Social influence and social change. Londres: Academic Press [trad. al español: Moscovici, S. (1976). Psicología de las minorías activas. Madrid: Morata, 1981].
Offe, C. (1985). New social movements: challenging the boundaries of institutional politics.Social Research, 52, 817-868.
Páez, D., Villareal, M., Echebarría, A., y Valencia, J. (1988). Representaciones Sociales y movilización colectiva: el caso del nacionalismo radical vasco. En T. Ibáñez (Ed.). (1988). Ideologías de la vida cotidiana(pp. 91-146). Barcelona: Sendai.
Snow, D. A., y Oliver, P. E. (1995). Social movements and collective behavior. En K.S. Cook, G.A. Fine y J.S. House (Eds.). (1995). Sociological perspectives on social psychology,571-599. Londres: Allyn and Bacon.
Striker, S., Owens, T. J., y White, R. W.(Eds.). (2000). Self, identity and social movements. Minneapolis: University of Minnesota Press.
Tajfel, H. (1978). The social psychology of minorities. Londres: Minority Rights Group.
Tajfel, H. (1981). Human groups and social categoriesCambridge: Cambridge University Press.
Tarrow, S. (1994). Power in mouvement: social movements, colective action and politicsCambridge: Cambridge University Press.
Toch, H. (1965). The social psychology of social movements. Londres: Methuen, 1971.
Touraine, A. (1981). The voice and the Eye. Cambridge: Cambridge University Press.
Touraine, A. (1991). Los movimientos sociales. Buenos Aires: Almagesto.
Touraine, A., Duvet, F., Hegedus, S., y Wiewiorka, M. (1982). Solidarité. Analyse d'un mouvement social. París: Fayard.
Turner, J. C. (1987). A self-categorization theory. En J. C. Turner, M. A. Hogg, P. J. Oakes, S. D. Reicher y M. Wetherell.Rediscovering the social group: a self-categorizaction theory. Oxford: Blackwell.
Urry, J. (2000). Sociology beyond societies. Mobilities for the twenty-first century. Londres: Routledge.