Medios de comunicación, formación de consciencias y construcción de identidades
1) Éranse una vez dos finalidades contrapuestas...
Un escrito como éste es un medio de comunicación y, por lo tanto, está destinado a
crear opinión. Crear opinión, para mí, nunca ha sido un hecho pasivo. Si la opinión
se encarna en una serie de personas, en las que sean, crea una energía de acción,
una actividad para cambiar una situación o, al menos, forcejear para cambiarla.
Al preparar este tema, recuperé el material que había utilizado para hacer algunos
libros sobre comunicación e información, en los cuales dedicaba una parte a las relaciones
desiguales dentro de lo que podríamos considerar el mercado de la comunicación mundial
y de los movimientos transaccionales de información.
Recuperé también el material de un simposio al que había asistido en Méjico, finalizada
casi la década de los setenta, donde se encontraban también Mattelard, Schiller, Hester
y teóricos chilenos que procedían del grupo de comunicaciones y comunicólogos de la
Unidad Popular. Estos últimos habían creado una revista interesantísima llamada Comunicación y cultura, sin duda, la revista de más alto nivel que se ha publicado en lengua castellana sobre
investigación en comunicación.
Este simposio estaba dedicado al tema de Información y Nuevo Orden Internacional. Allí fue la primera vez que empecé a escuchar, de una manera sistemática, un lenguaje
sustitutorio del tradicional, aplicado a las relaciones de dependencia cultural, económica
y política; un discurso que exploraba lo que en el periodismo empezaban a denominarse
"relaciones Norte-Sur", o "centro-periferia", poniendo de manifiesto que estas etiquetas
lingüísticas implicaban una suavización del conflicto de fondo que podía haber en
el contenido que designaban.
Aquel simposio expresaba, para mí, la culminación de una filosofía tercermundista,
estilo UNESCO. La UNESCO, precisamente, había dedicado muchos esfuerzos para avanzar
por ese camino, valorando el peso que tenían dichas relaciones dentro de la correlación
de fuerzas internas de cada país del Tercer Mundo.
Hace unos diez o quince años había una cierta ambición de cambio. Existían lo que
podríamos llamar dos finalidades encontradas y explícitas: la finalidad de mantener
las relaciones de desigualdad y de dominación y, por otra parte, la finalidad de cuestionarlas.
La primera finalidad ambicionaba imponer un sentido de la historia apoyado en la hegemonía
indiscutible del capitalismo. Tal hegemonía creaba una cultura de mercado y un colonialismo
basado aparentemente en las reglas del mercado. La segunda, intentaba replicar con
un modelo alternativo que podía plantear otra solución; un modo distinto de organizar
la cultura, la comunicación, la adquisición de identidad y de sentido de la realidad
desde otra perspectiva.
2) La intolerancia del norte. Una sensación de oscuridad
Pese a sus esfuerzos, los países del llamado Tercer Mundo nunca llegaron a afectar
demasiado el dominio del mundo que ejercían las grandes potencias, en todas las dimensiones.
Sin embargo, ya pudimos comprobar como esa filosofía de la UNESCO, al tratar de equilibrar
el conocimiento entre el Primero, el Segundo y el Tercer Mundo, no fue tolerada por
sus patrocinadores. Molestaron especialmente las conclusiones de un informe, en las
que se denunciaban las relaciones de desigualdad entre lo que ahora llamamos Norte-Sur,
es decir entre el mundo colonizador y el mundo colonizado. Y se creó un conflicto
de subvención económica cuyo principal protagonista fue los Estados Unidos, que retiró
su aportación.
Ahora, leyendo los últimos trabajos sobre la cuestión que están a mi alcance, he observado
que, cualitativamente, se tiene la sensación de estar exactamente igual que entonces.
O, peor todavía, según como se mida la magnitud del problema. La situación real de
las relaciones de carácter comunicacional se ha oscurecido.
Hoy se puede apreciar que el intento de crear alternativas y de enarbolar una visión
crítica, si no desarmado del todo, al menos está un tanto desorientado y a la deriva,
aunque se mantiene en aquellos que consideran la materia del Tercer Mundo como el
centro de su investigación y de su dedicación.
En este momento podríamos describir las relaciones Norte-Sur como una relaciones de
dependencia. El Norte está en condiciones de imponer al Sur no solamente un colonialismo
y una sucursalización de la verdad que recibe, sino, incluso, de imponerle un falso
imaginario sobre sí mismo y una falsa consciencia sobre cuáles son sus auténticas
necesidades y su verdadera identificación.
3) Del cambio y sus requisitos
Cuando se plantea la necesidad del cambio de una situación, por cuanto ésta se revela
injusta o deteriorada, una primera cuestión es: ¿hay un sujeto de cambio?, ¿hay alguien
interesado en ese cambio?
No quisiera ofender a nadie citando a Marx, pero Marx escribió algunas cosas que aún
son citables. Por ejemplo, las tesis contra Feuerbach. Allí dice que hasta entonces
los filósofos habían pensado el mundo y que de lo que se trata es de cambiarlo. Ahora
bien, cambiarlo en función de alguien que desee el cambio, de alguien a quien eso
le beneficie y, por lo tanto, pueda convertirse en un sujeto activo para que el mundo
cambie.
Es un sujeto a escala social o a escala internacional sobre el cual tendríamos que
preguntarnos. Porque alguien interesado en que cambien estas relaciones de dependencia
–de carácter comunicacional, en el caso que nos ocupa, o de cualquier otro carácter–
debe ser consciente de encontrarse en una condición de subalternidad que le interesa
modificar. Si se le ha extirpado dicha consciencia, el sujeto de cambio nunca se movilizará
ni nunca existirá como tal.
4) De cómo se forma (nos forman) la consciencia. Las tres fuentes
Cómo se crea, en el sujeto interesado, la consciencia para apelar al cambio de estas
relaciones. Ante todo, tendríamos que fijarnos en cómo se crea una consciencia individual
y una consciencia social.
Lo primero que contribuye a formar una consciencia –un saber acerca de las cosas y
de sí mismo– son las tempranas informaciones recibidas a través del medio más próximo.
Cuando alguien nace, lo hace en un fragmento determinado de la sociedad, en una casa
concreta y en un barrio concreto. Delante de su ventana hay una ventana concreta,
una señora o un señor determinados; un paisaje y un paisanaje específicos. Más o menos,
se tiene la intuición de que el ser humano ya tiene un papel atribuido dentro de las
circunstancias de su nacimiento. Esta es una primera fuente de conocimiento de la
realidad y de formación de la consciencia. A partir de esa información la persona
empieza a hacerse una idea de qué puede esperar o qué le está pasando. Es una primera
inmersión involuntaria en los datos de la realidad.
La segunda fuente de información es la sabiduría convencional trasmitida; la más próxima,
además de la sabiduría convencional generalizada.
Se trata de lo que sabe la gente de la calle en que se vive, del medio ambiente propio.
Lo que sabe la gente de la familia, lo que saben los padres. Esta sabiduría convencional
es muy sofisticada aunque muchas veces esté muy poco connotada, muy poco cargada de
contenidos y de información. Es el resumen de una memoria de aprehensión de la realidad
de generaciones y generaciones, que se trasmite y pasa a ser la sabiduría convencional
inmediata de cada cual.
Estas dos primeras fuentes son instrumentos casi automáticos para crear una consciencia
de quién se es, qué se necesita y qué relaciones de dependencia se tienen con los
demás.
La tercera fuente inmediata es externa, es la educación. La educación a la que somos
sometidos, a través de unos filtros que están controlados, básicamente, por el poder.
La educación es un sistema de trasmisión del patrimonio; una manera de adquirir consciencia
de lo que ha ocurrido en función de la consciencia que se debe tener sobre lo que
está ocurriendo y lo que habrá de ocurrir. La educación debe prepararnos para tener
nuestro propio saber sobre la situación en que estamos y la situación en que podemos
estar. Qué proyecto personal y colectivo hemos de tener con respecto al futuro.
Los márgenes para luchar contra los códigos del poder trasmitidos por la educación
son realmente muy escasos. Ha habido casos muy curiosos –que leemos en los libros–
en los cuales unos padres muy cultos, molestos por la educación adocenada que puede
trasmitir el sistema, deciden ser ellos mismos los educadores de sus hijos y les trasmiten
su propio saber.
Eso pasa en algunas novelas rusas del siglo XIX per en la vida real, ahora, este ejercicio
sería imposible. En realidad somos muy dependientes de lo que la educación quiera
trasmitir a esa consciencia que forma nuestra propia identidad. Y nos es muy difícil
–a no ser que tengamos unos elementos de antagonismo, que casi siempre suelen ser
circunstanciales– forcejear con el sistema de valores retransmitido por la educación,
con los niveles de consciencia que construye.
Por ejemplo, es evidente que el catalán, en los años cincuenta y sesenta, especialmente
el de familia nacionalista catalana, cuando la educación franquista le trasmitía una
desidentificación nacional, tenía mecanismos de resistencia crítica para que eso no
alterase su consciencia de catalanidad. O un izquierdista español vencido en la guerra
civil, a pesar de la versión de su historia que le trasmitían cuando el franquismo,
a través de los libros o la educación, tenía mecanismos propios de sabiduría convencional
para rechazar esa propuesta de formación de su consciencia y podía distanciarse de
ella, relativizándola.
Pero en situaciones normales la gente carece de armas para resistirse a tal propuesta.
El receptor de mensajes educacionales se entrega a ellos, porque le vienen de unos
mecanismos que son prácticamente incontestables.
5) Los medios, la gran máquina de formación de consciencia universal
Sobre estas tres fuentes irrumpen los contenidos trasmitidos por unas máquinas de
informar. Desde aquellas basadas en lo casi artesanal –el anuncio que está en la panadería
de enfrente–, hasta esa máquina universal fraguada sobre complejos elementos, que
incluye las cadenas distribuidoras de televisión y el propio sistema de Mundo Visión:
el enorme aparato que se encarga de la trasmisión de jerarquías de valores estándar,
de mensajes estándar, a todo el mundo. Esa gran maquinaria está bastante bien ensamblada
con la maquinita más artesanal y más inmediata que en estos momentos podemos tener
delante de nuestra casa.
Así, en un momento dado, actúa sobre todos nosotros –pertenezcamos al Norte o al Sur–
una gran máquina de formación de consciencia universal. Esta parte de la idea de que
ahora el mundo es un mercado único y por tanto se plantea el juego entre un emisor
único y un receptor único como referente.
Los códigos emisores uniformados, cuando llegan al receptor, son procesados, metabolizados,
por elementos de descodificación que tienden a asimilarlos. Solamente pueden ser modificados
por nuestro propio sustrato personal, social, cultural; o en el caso de sectores sociales,
por su propio sustrato, patrimonio, historia; por su propia sabiduría convencional.
Los mensajes adocenados, uniformados, que llegan de dicha máquina universal pueden
ser mínimamente filtrados, adaptados y modificados según el propio sustrato. De ese
instrumental se deriva una consciencia, un conocimiento sobre nosotros y los demás
que incluye, a la vez, patrimonio y proyecto.
El patrimonio es un saber elevado que orienta hacia una acción y el proyecto es una
esperanza de realización que, a su vez, está condicionado por el patrimonio, la consciencia,
la identidad.
Los medios de comunicación y los mecanismos culturales a los que me he referido hacen
una selección del saber del pasado y mantienen aquellos conocimientos que les parece
que nos son necesarios y nos van alimentando con ellos; es decir, nos van socializando,
en cierto sentido, y nos van dando lo que, según ellos, nos interesa. Luego orientamos
esa consciencia hacia un proyecto personal y un proyecto social en función de un papel
que muchas veces ya está pre-atribuido.
Desde que existe la sociedad humana, todos los sistemas de formación de consciencia
se han aplicado a la conservación del orden establecido. Es decir, la función fundamental
de los medios de comunicación, como sistemas estables –sea cual sea la zona histórica
que examinemos y el grado de universalidad que, en un momento determinado, tenga esa
mirada sobre una parte de la historia–, ha tendido a la conservación del orden establecido.
Son medios, en sí mismos, conservadores, que tratan de perpetuar lo ya dado, lo ya
existente.
6) De cómo se reproducen los sistemas, escribas, chamanes y comunidades
Los medios de comunicación han sido y son instrumentos supeditados a la finalidad
del poder; los contemplemos desde la aldea vecinal hasta la famosa aldea global –que
tiene de globalidad, precisamente, el ser una radiografía exacta de la desigualdad
y de la no globalidad generalizada que contiene–.
Voy a citar la carta de un escriba del antiguo Egipto, dirigida a su hijo, quien está
en una escuela de escribas, recomendándole que aprenda a escribir. Al leerla, podríamos
hacer una abstracción, suponiendo que no están en el antiguo Egipto sino en la Barcelona
de hoy en día; o no digamos ya en Santiago de Chile o en cualquier lugar de Africa,
Somalia, por ejemplo. Un escriba somalí bien relacionado con las tropas de ocupación
de la ONU.
Tengamos en cuenta que el escriba al que me estoy refiriendo no es un escritor, no
es un creador. El escriba era un copista; un reproductor del mensaje del poder y de
todo tipo de instituciones. Era el que estaba dotado del mecanismo del lenguaje y
eso le convertía en una gran prevenda. En medio de una población fundamentalmente
analfabeta, el que estaba en condiciones de escribir se transformaba en un médium
extraordinario del poder.
El escriba de nuestro ejemplo reseña a su hijo las razones de por qué es importante
aprender a escribir. Es, de hecho, una apología del trabajo intelectual sobre el trabajo
manual y la utilizo como una prueba sintomática de cómo se estaba forjando ya entonces
la diferencia entre ambos tipos de trabajo.
Dice:
"Yo he considerado que el trabajo manual es violento, entrega tu corazón a las letras.
También he contemplado al hombre que se ha liberado del trabajo manual y de seguro
que no hay nada más valioso que las letras. De la misma manera que un hombre se zambulle
en el agua, igualmente debes descender a las profundidades de la literatura egipcia.
He visto al herrero dirigiendo su fundición y al metalúrgico ante el horno encendido;
sus dedos son como la piel del cocodrilo y huelen peor que los huevos de pescado.
Y el carpintero que trabaja o sierra la madera, ¿acaso puede descansar más que el
labriego? sus campos son la madera, sus instrumentos de trabajo, el cobre; al descansar
por la noche sigue trabajando más que sus brazos durante el día; de noche enciende
la lámpara.
El destino del tejedor que trabaja en la habitación cerrada es peor que el de la mujer.
Sus piernas están dobladas, encogiendo el pecho, sin que pueda respirar libremente.
Si un solo día deja de producir la cantidad de tela que le corresponde es golpeado
como el lirio en el estanque. Sólo comprando a los vigilantes de las puertas con sus
dádivas, puede llegar a ver la luz del sol.
Te digo que el oficio del pescador es el peor de todos; hay meses que no puede subsistir
con su trabajo en el río; se mezcla con los cocodrilos y si le fallan los bloques
de papiro, debe gritar para pedir socorro; si no le dicen dónde está el cocodrilo,
el miedo ciega sus ojos.
Realmente no hay mejor ocupación que la del escriba que es la mejor de todas, el hombre
que conoce el arte de escribir es superior a los demás por ese simple hecho y eso
no puede decirse de las otras ocupaciones de las que te he hablado. Realmente, todo
trabajador reniega de sus compañeros y, en cambio, nadie le dice al escriba: 'ara
los campos de ese hombre'. Un día que pases en la clase es mejor para ti que una eternidad
fuera de ella; los trabajos que hagas allí perdurarán como las montañas.
Verdaderamente nuestra diosa está en el camino de Dios. Es el sostén del escriba,
tanto en el día de su nacimiento como cuando, habiéndose convertido en hombre, entró
en la cámara del consejo. Realmente, no hay escriba que no coma los manjares del palacio
del rey."
La función del comunicador dentro de cualquier modo de producción y de evolución social
que examinemos ha estado dedicada fundamentalmente a reproducir la ideología del poder
dominante y a consagrar un determinado sentido –utilizo "sentido" con la idea de "finalidad"–
del orden establecido.
Si hacemos un examen del monopolio de la comunicación, de la capacidad de comunicar,
empezando por el que se ejercía en una sociedad esclavista, hasta el del sistema de
mercado libre que podemos tener en una sociedad democrática; desde la brutalidad del
soberano o el déspota –dueño de decidir autocráticamente quién podía comunicar y quién
no podía– hasta hoy, que se ejerce por mecanismos más sofisticados; descubrimos que
de hecho, en el fondo, sigue habiendo una gran capacidad para controlar quién se apropia
de los códigos y qué códigos se trasmiten, por parte del poder.
En ambos casos se parte de la posición de que, en definitiva, ya hay unos códigos
convencionales que van a encontrar una gran receptividad y otros que a base de ser
alternativos y muchas veces críticos, no van a ser asimilados por el metabolismo social.
Dentro del esquema histórico evolutivo de la civilización, el feudalismo creó la figura
del gran chamán religioso. Siempre recuerdo una imagen de la Edad Media, en que la
campana es el toque de rebato que convoca a los fieles a recibir el único mensaje
posible, otorgado por el único trasmisor de saber posible: el gran chamán. Es el sacerdote
el depositario del saber; quién tiene el privilegio y el monopolio de trasmitirlo.
Luego, en el capitalismo se practica la reivindicación instrumental de las libertades.
Sin embargo, se pasa de la vindicación instrumental de las libertades a la instrumentalización
de su uso.
Como vemos, la reproducción de las ideas dominantes y de la filosofía del mundo, permiten
justificar un orden determinado. Los medios de comunicación no sólo han sido consecuencia
de modos de producción y organización social sino que han tendido a perpetuarlos.
Pero así como hay una teoría científica que dice que en el hombre sobreviven todos
los cerebros que ha tenido: el cerebro del anfibio, el del reptil, el del mono –es
una simplificación, evidentemente– yo tengo la teoría de que en el actual sistema
de dominación de los medios de comunicación, continuamos teniendo el cerebro del esclavista,
el cerebro del feudalista y, evidentemente, el cerebro al que ha dado lugar el capitalismo,
más o menos modificado según zonas organizativas, por los barnices y los estuches
de la postmodernidad.
7) Comunicar para el cambio. El problema de las altas tecnologías
Cuando se han gestado ideas de cambio, es decir, cuando han aparecido esos sujetos
de cambio –armados de ideas para transformar las cosas, para abrirse camino y para
crear opinión; y, a partir de la opinión, la energía y la acción requeridas– han tenido
que burlar las reglas establecidas por los medios de comunicación, recurriendo a otros
alternativos; siempre en desigualdad de condiciones con los sistemas de comunicación
establecidos.
Eso era, no diremos fácil, pero al menos instrumentalmente asimilable en la época
en que los soportes del mensaje estaban muy condicionados por la manualidad o por
una relación espacio-tiempo al alcance del esfuerzo físico humano. A medida que se
complica la máquina de comunicar, la capacidad de dar un mensaje alternativo al del
sistema es cada vez menor.
Esto, en buen romance, significa que hubo un tiempo en el cual a un escrito justificatorio
del poder, impreso con un sistema de máquina simple, se le podía oponer algo parecido,
hecho en una máquina más o menos clandestina; o reproducido por copistas, como se
hizo prácticamente hasta la Revolución Francesa. Entonces, había un juego que permitía
un cierto "tête a tête", una cierta contraposición.
En el momento en que la maquinaria alcanza una sofisticación tal que los mensajes
se uniforman y llegan a través de un satélite, es muy difícil que alguien pueda discutir
su hegemonía.
En cualquier caso, siempre, cuando se ha tenido que trasmitir una idea de cambio movida
por una sensación de injusticia y por un comprobación de la injusticia, se ha tenido
que recurrir a mensajes alternativos. En épocas de gran sofisticación, también la
sofisticación de lo alternativo tiene que pensarse o, al menos, tiene que repensarse.
La libertad de expresión y comunicación está limitada –no es un descubrimiento nuevo–
por el poder isntrumental de ejercerla y por la capacidad de encontrar el utillaje
a su servicio. Si esto ha sido una pieza clave en la lucha de clases dentro de lo
que hoy llamamos Norte, sigue siendo –y cada vez lo será más– un elemento muy importante
en la relación desigual entre el Norte y el Sur, en la relación de dependencia informativa
entre lo que hoy llamamos Norte y lo que llamamos Sur.
8) La pesadilla mediática: un imaginario impuesto desde el norte
El esquema al que nos hemos referido se ha aplicado a la formación de nuestra conciencia
individual, social y nacional. Pudiéramos extenderlo ahora a la creación de un nuevo
imaginario que se llama el Norte. Tratando de dar a dicho imaginario una cierta materialidad,
aunque sigamos en el territorio de la abstracción, el Norte sería el conjunto de naciones-estados
más o menos organizados, desarrollados, que acumulan la mayor parte de los beneficios
derivados del orden internacional capitalista.
Ese Norte ha construido un imaginario de sí mismo; ha construido una idea, una consciencia
de sí mismo y está dotado de todo un instrumental mediático para conseguirlo. Al mismo
tiempo, crea un imaginario, una consciencia del Sur que no solamente utiliza para
su propio provecho –para tener una idea de qué es el Sur– sino que procura inculcarla
al mismísimo Sur.
Es decir, la gravedad de las relaciones del Norte y el Sur en el campo de la comunicación
radica no sólo en cómo el Norte puede clasificar la imagen del Sur sino en cómo puede
imponer al Sur la imagen de sí mismo, la consciencia de sí mismo. Si antes al Sur
se le había extirpado la conciencia, ahora, esta imposición sería el resultado perfecto
de la operación.
El Norte empieza por construir una consciencia de sustratos y un imaginario que razona
en claves de modernidad. Son claves alejadas de cualquier código culpabilizador: el
Norte es así porque se lo merece; porque a lo largo de una extensa coyuntura histórica
ha sido más listo, más inteligente, más activo; ha incorporado antes la modernidad
y por lo tanto ha conseguido un final feliz de la hegemonía universal.
Y en ese camino, desde el período más duro de tensión histórica, ha logrado, a través
de todo un ejercicio de replanteamiento semántico, sustituir palabras que eran no
solamente un continente, sino un continente que traducía un contenido determinado.
Si uno dice: "este país o este señor están ejerciendo colonialismo", carga la frase
de un contenido peyorativo. En cambio si uno habla de las relaciones centro–periferia,
Norte–Sur, relaciones de dependencia internacional, nuevo orden internacional, etc.,
ése es un lenguaje aséptico no agresivo. Es un lenguaje exculpatorio y por lo tanto
no tiene por qué alimentar ningún complejo, ni fomentar ningún autoanálisis. "El Norte
ha llegado a la hegemonía, no solamente por su propia capacidad de adaptación y racionalización
del crecimiento material; ha llegado a eso en contra de la incapacidad material y
cultural del Sur"; ese es el eufemismo que atrapa a los que antes llamábamos países
del Tercer Mundo. Es decir, el Norte se merece ser el Norte y el Sur se merece ser
el Sur.
Este es un mensaje constantemente trasmitido a través de los aparatos comunicacionales,
de la máquina de comunicar del Norte. Además desde la instalación de la posmodernidad,
el Norte está en condiciones de suprimir todo lo que habían sido las tensiones características
de la modernidad y de imponer su finalidad como la única que en estos momentos merece
ser objeto de deseo. Niega cualquier otra finalidad, cualquier otro sentido de la
historia que pueda oponerse al suyo.
9) Los instrumentos mediáticos de dominación
El Norte parte de una potencialidad económica ascendente que corre pareja con su potencialidad
para fijar la consciencia del Sur y su imaginario. Dicha potencialidad fija objetivos
culturales de consumo dentro del propio Norte y cuenta con instrumentos de dominación
de los medios. Esa máquina universal de informar y crear conciencia forma un sujeto
adicto, subalterno y alienado con respecto a los intereses de los países subdesarrollados,
se apoya, a distintos niveles, en diversos instrumentos.
Tradicionalmente, se ha analizado hasta la saciedad el papel de las agencias internacionales
de información como instrumentos muy ligados al reparto del mundo en zonas de influencia
y al desarrollo del imperialismo. Es decir, cualquier reparto imperialista desde el
año 1870 hasta el que se pueda hacer en el futuro –cuando haya cuatro bloques capitalistas–
tendrá que ver con zonas de influencia más o menos correspondientes al ejercicio de
las agencias internacionales.
Aunque esta visión químicamente pura y dura ha sido modificada por la propia dialéctica
de la situación a lo largo de todo este siglo, las agencias internacionales, por su
propia capacidad y volumen, siguen cumpliendo un papel importante a la hora de fijar
la hegemonía cuantitativa y cualitativa de la información trasmitida desde los centros
de emisión de los países más poderosos del Norte.
El poder mediático de los países del Norte se ejerce obedeciendo a una razón de bloque;
más precisamente, a una razón de hemisferio, como se pudo medir en la guerra del Golfo.
Aunque por ser una cultura informática de mercado, cualquier podía enviar un corresponsal
al escenario de la guerra del Golfo, de modo que estaban presentes todas las agencias,
cuando llegaban al escenario de la guerra –que se llamaba así, escenario– se encontraban
con unos biombos tapando la información, controlados por el ejército americano y sus
aliados. Si alguno lograba infiltrarse detrás de esos biombos, obtenía la información
–dentro del juego del mercado libre de noticias, insisto– y la enviaba a su propio
periódico, a su propio centro de emisión, ésta pasaba por un filtro coincidente con
un determinado sentido de la historia, que podía imponer todo el poder cultural e
ideológico del medio al cual pertenecía el corresponsal.
Es decir, incluso dentro de ese mecanismo de información internacional, al mismo tiempo
que se conserva el instinto de la hegemonía, se mantiene también el instinto de conservación
de bloque, de sector, de hemisferio, que ha caracterizado siempre la tradición imperialista.
Un segundo nivel a considerar sería la desigualdad en los soportes de mensajes. Yo
recuerdo que cuando la UNESCO empezó a ponerse pesada en esa cuestión, insistió mucho
en un dato que luego nos haría sonreír; es un dato de los años cincuenta: decía que
con el papel que se empleaba en un dominical norteamericano podía abastecerse de información
todo un día a la India. Hoy basta ver la prensa española y la angustia que cualquier
comprador de diarios experimenta cada domingo al no saber qué hacer con todo lo que
le dan. A mi siempre se me caen y luego tengo que recoger el reguero. Comparemos la
cantidad de papel que se desperdicia en el Norte con la cantidad de papel que se sigue
utilizando en el Sur. Si nos ponemos mucho más exigentes, veremos que el control de
los satélites de información hace que el Sur esté totalmente alejado de tener los
propios.
Otro elemento es la capacidad de trasmitir referentes de conducta; es decir, el cómo
se comporta la gente. La conducta de las personas viene derivada de mecanismos de
imitación a partir de figuras prestigiadas, elementos de familia, personas que admirar
y modas de comportamiento. En este momento en el mundo, la industria norteamericana
del telefilm está en condiciones de imponer pautas de comportamiento personal, jerarquías
de valores y lenguaje a un mercado prácticamente incontrolable de seres humanos. Yo
he visto algunos telefilms norteamericanos, desde Malasia hasta América Latina y Europa,
traducidos a la lengua de cada país, imponiendo pautas, gestualidad.
Detrás de la gestualidad hay toda una declaración de principios de cómo eres, qué
piensas, qué crees, cómo te relacionas con los demás. Estos principios imponen la
identificación con un referente privilegiado, que se corresponde a una jerarquía de
valores de carácter norteño.
No niego que a pesar de los mecanismos uniformizadores del mensaje y de la prepotencia
de los centros emisores del Norte, los medios también han superado las barreras que
frenaban avances en la comprensión de nuevas relaciones interpersonales más humanas;
y que gracias a la televisión se ha conseguido que llegasen a zonas importantes de
la tierra una información y unos saberes que de otra manera no lo hubieran hecho.
Pero se ha pagado el inmenso precio de un nivel importante de desidentificación y,
por ende, algo más grave que eso, la amputación de la necesidad de conservarla y no
ser un extraño con respecto a uno mismo en el aspecto personal y social.
10) Una sola verdad, una sola racionalidad, un solo mercado
Estamos asistiendo, en las relaciones entre el Norte y el Sur y dentro del propio
Norte, a una inmensa contradicción entre la teoría de la pluralidad y la uniformidad
real del mensaje.
De hecho, en los últimos cinco, seis o siete años –y yo creo que de esta pesadilla
se derivará una reacción en sentido contrario– asistimos a la fijación de que en el
mundo hay una verdad, un mercado, una racionalidad. Y lo que se trasmite custodia
la imposición de esa verdad única, de ese mercado único y de esa racionalidad única.
Los efectos destructores de esa posición son la alienación de la consciencia y la
amputación de cualquier posibilidad de rebeldía individual, social y étnica. Es decir,
la desaparición de cualquier consciencia que pueda enfrentarse a este proceso constante
de autoextrañarse y de convertirse en un extraño dentro del propio ámbito. Así se
condiciona la entrega sumisa a la consciencia y al imaginario de la modernidad y del
progreso tal como lo fija el Norte.
El Tercer Mundo aparece entonces como un mercado sucursalizado o como un centro emisor
mimético. No se le ha dejado en condiciones de connotar la consciencia de sus propias
necesidades, tener una imagen de sí mismo y combatir porque no sea succionada su identidad.
He hablado antes del encuentro de Méjico en los años 70, recordando que una parte
muy activa de esa reunión la desempeñaron chilenos formados en la cultura de la comunicación
creada por la Unidad Popular. Pues bien, entre el Chile capaz de crear Comunicación y cultura y el Chile que contemplé hace pocos meses, controlado por los mecanismos y estamentos
culturales del Opus Dei, hay veinte años de golpe elitista. Pero hay también la inmersión
de uno de los países más desarrollados –en el sentido convencional de la palabra–
de América del Sur dentro de esa incorporación de centro emisor mimético.
Es decir, una teoría desarrollista, unos mecanismos de desarrollo económico y una
filosofía economicista de las relaciones han gestado la victoria de un sector social
emergente. Es un sector cuantitativamente minoritario, comparado con el resto de la
población que registra altos niveles de pobreza; sin embargo, está en condiciones
de crear una apariencia, un imaginario, una consciencia del propio país conectadas
con ese referente privilegiado que traduce los valores del Norte, sin que tal referente
se corresponda con las necesidades de la inmensa mayoría del país. Este sector ha
estado en condiciones de falsificar la capacidad receptiva del sujeto potencial de
todo un pueblo, de toda una sociedad.
11) Del gran inquisidor –por el gran hermano– al gran consumidor
Los medios de comunicación tienden, pues, a imponer el referente emergente, el referente
del triunfador social histórico, que se correspondería con ese prototipo del ciudadano
emergente del Norte al que llamaré "el Gran Consumidor". Se impone el referente del
gran triunfador del Norte, del que incluso podemos dibujar un retrato robot, con un
vestuario, una conducta, un comportamiento, una gestualidad, que en estos momentos
pueden ser una propuesta universal.
Podemos encontrar la propuesta de ese ciudadano emergente en situaciones casi pintorescas,
con un correlato objetivo realmente negador. En cualquier sociedad agraria atrasada
puede aparecer de pronto, como referente, el Gran Consumidor del Norte.
Y es que a escala universal –y ahí está lo preocupante y lo esperanzador, porque cuando
las contradicciones se universalizan, las respuestas también se universalizan– este
prototipo, este nuevo referente que se ofrece como algo a imitar, dentro de este mercado
uniformado que recibe prácticamente los mismos mensajes, se corresponde a una adaptación
a las nuevas condiciones de otro viejo referente de dominación de la consciencia.
Desde el momento en que desaparecen las sociedades protegidas por las ideas espiritualistas,
por las verdades reveladas –esas sociedades que en muchos sitios, casi hasta nuestros
días, fueron fraguadas por la alianza del poder espiritual y el poder temporal– y
cuando fracasa la actividad de lo religioso como conductor de la moral, de las pautas
de conducta individual y social, el estado trata de sustituir al Gran Inquisidor:
es la parábola de la novela Los Hermanos Karamazov de Dostoyevski.
Para uno de los personajes, si Dios ha muerto, todo está permitido y eso es terrible.
El cree en una sociedad jerarquizada, con unos valores que vienen de la espiritualidad;
el poder del estado que sustituye al Gran Inquisidor y se convierte él mismo en Gran
Inquisidor. Eso, en una tradición despótica, puede producirse.
Cuando se introduce la ética y la estética de la democracia, ese Gran Inquisidor se
ve obligado a buscar consenso para ser aceptado. De alguna manera tiene que garantizar
el orden nacional, internacional, europeo, lo que sea, pero tiene que ser mínimamente
aceptado. Los mecanismos de aceptación vienen a través de la persuasión, de la imposición
del referente privilegiado y de un orden determinado que se vende como el necesario
para la propia supervivencia y las propias necesidades.
Uno de los esfuerzos para que el Gran Inquisidor sea, no sólo impuesto, sino aceptado,
estaría reflejado en el Norte en la imagen literaria –pido perdón por recurrir a las
imágenes literarias, pero la literatura, de vez en cuando, sirve para algo– sería
el Gran Hermano creado por Orwell: ese elemento de poder que a través de la disuasión
está en condiciones de imponer un consenso impidiendo que haya otros mensajes que
sean alternativos y puedan combatir el propio.
Ha habido persuasión del Gran Hermano dentro de los regímenes totalitarios fascistas
o estalinistas. La persuasión a través del Gran Hermano sería la figura que garantiza
que el Gran Inquisidor tiene que ser aceptado no solamente por una acción directa
de imposición.
Pero se hace aún más sofisticado con la aparición de esa nueva criatura que dentro
de la comunicación es, hoy en día, el referente dominante. Es el que podríamos llamar
el Gran Consumidor. El Gran Consumidor sería el resultado de la alianza entre el Gran
Inquisidor y el Gran Hermano, creando un referente de triunfador social abstracto,
el emergente. El Gran Consumidor se ofrece como un referente, indiscriminadamente,
al marginado Africano, al extremeño, al latinoamericano. Todos ellos quedan al margen
del mensaje si no están a la altura del referente propuesto.
Sea por la vía del totalitarismo o sea por la del mercado único de mensajes al que
estamos llegando, si abrimos los estuches mediáticos que se nos ofrecen, dentro de
ellos el mensaje es muy parecido. Pese a la aparente pluralidad de estuches, lo único
que cambia es, quizás, el propietario de los mismos. Una vez el propietario será el
Banco Exterior; otra, el Banco Central Hispanoamericano, otra vez será "La Caixa";
depende de quién haya concedido el crédito al dueño del medio en cuestión. Pero la
jerarquía de valores y los mensajes que se trasmiten son parecidísimos.
12) Limpiar culpas, fijar desigualdades, suscitar malentendidos
Han desaparecido las causas históricas que explicaban la desigualdad señalando al
que la causaba. Se ha instaurado la desaparición de toda causalidad, con un supuesto
fatalista y fatal: que aquel que no ha llegado a la fotografía actual del mundo en
una buena situación es porque ha nacido perdedor, porque está condenado a ser un marginal,
si ha tenido la desgracia de nacer en Somalia y no en Wall Street.
Esa es la consciencia que se trasmite como instrumento para fijar por siempre unas
determinadas desigualdades y unas determinadas relaciones de dependencia. Algo falla
en el marginado por no haber conseguido ser emergente. Estando así las cosas, quizás
a lo máximo a lo que podamos aspirar es que, incluso en el terreno de la comunicación,
se pueda practicar una cierta beneficiencia; es decir, lo que le sobra comunicacionalmente
al Norte puede, de vez en cuando, dársele al Sur. Se le pueden regalar cupos de Datel,
le pueden regalar una parcela y las maquinarias de Mundo Visión. Si le interesa, le
pueden dar de vez en cuando alguna cosa pero, evidentemente, nunca lo colocarán en
una situación de discutir las relaciones de dependencia con respecto al Gran Hermano,
al Gran Inquisidor del Norte.
El concepto de opulencia comunicacional que desde el Norte generaron los teóricos
de la comunicación, fundamentalmente franceses, en los años setenta, hoy puede llegar
a su última expresión. Con los teléfonos de bolsillo, por ejemplo, la capacidad de
estar comunicando constantemente hace que amplios segmentos sociales tengan la sensación
de vivir en plena opulencia comunicacional. Dicha sensación se incorpora al imaginario
colectivo.
Esa sensación, sin embargo, se contradice con la miseria comunicacional real que existe;
miseria de carácter cuantitativo y, sobre todo, de carácter cualitativo. Inmensos,
mayoritarios sectores de la población –sean de aquí o sean, a escala mundial, de lo
que llamamos Tercer Mundo– están siendo impotentes para adquirir consciencia de quiénes
son y qué necesitan; y, en cambio, están completamente entregados a la idea de sí
mismos que les imponen, al imaginario que les imponen y a las necesidades que les
dejan tener.
Desde el punto de vista de la más estricta neutralidad informativa, yo recuerdo cuando
se produjeron los hechos del Congo a final de los cincuenta, comienzos de los sesenta;
la máxima aportación española a aquellos sucesos fue una guaracha que escribió un
cantante de entonces. La canción decía:
"Qué pasa en el Congo
que a blanco que pillan lo hacen mondongo".
Esto muestra el nivel de saber que sobre el Congo tenía la canción ligera española
de aquella época.
La prensa no andaba mucho mejor, porque las agencias internacionales –aún con la influencia
de la agencia francesa más importante y la introducción de la americana y las inglesas–
crearon una ceremonia de la confusión perfectamente orquestada hasta el punto que
nadie sabía quién se había comido a quién, porque la idea que se transmitía era que
se estaban comiendo los unos a los otros. A los salvajes no los podías descolonizar
porque al día siguiente estaban armando la marimorena.
Somalia, Yugoslavia, 1993, treinta y tres años después. ¿Qué saber real podemos tener
de lo que está pasando, desde los medios dominantes, si no recurrimos a las revistas
especializadas; a revistas que ya tienen una finalidad, un sentido de fijar consciencia
e historia diferentes? Absolutamente nada, excepto que de pronto aparece un extraño
general en Somalia que mata americanos. De pronto son los americanos los que lo matan
a él. Los italianos se quieren ir, no se quieren ir.
El saber convencional de la gente con respecto a lo que está ocurriendo allí es "envío
o nada". Vale decir, en teoría, repartir bocadillos. En cambio, resulta que debajo
de Somalia hay una importante bolsa de petróleo. Hay una serie de informaciones contradictorias,
de manera que no acabas de saber muy bien lo que está ocurriendo en 1993, en el mundo
de la opulencia comunicacional, de Mundo Visión, de un utillaje informativo como jamás
se ha conocido antes.
Yugoslavia, muy bien. Quién se acuerda ahora de dónde empezó el asunto –y, total,
no estoy pidiendo memoria histórica para el año 31, estoy pidiendo memoria histórica
para los años 91-92, es decir, el momento en que Alemania y Francia tienen distintos
intereses creados en la zona; que a unos les conviene nacionalizar inmediatamente
Croacia y Eslovenia y a otros les interesa apuntalar el poder de Serbia. En buena
medida, ahí empezó a destaparse la olla de los conflictos que luego parecieron desbordar
toda capacidad de conteción ¿Qué información se nos ha dado? –me refiero yo a la información
estándar, insisto, no a la información que cada uno busca para sentirse ideológicamente
alimentado, ese es otro canal– ¿Qué información se ha recibido?
13) El sur dentro del norte. El proyecto Europa
Debemos ponernos en guardia sobre qué quiere decir Europa y qué quiere decir Estados
Unidos.
La hegemonía jamás se puede identificar con un territorio o con una sociedad en su
conjunto; hay sectores de un territorio o de una sociedad que en este momento son
totalmente internacionales o multinacionales y que están, de hecho, luchando por conservar
un sistema que legitima su propia hegemonía, pero que tampoco se pueden identificar
exactamente con una nación o estado concretos.
En cualquier caso, la tendencia de impedir la transformación hacia una consciencia
alternativa, de impedir conservar la propia identidad, unos rasgos culturales que
abastezcan de esa identidad, que se está produciendo en el mundo subdesarrollado,
en el Tercer Mundo y en la relación Norte-Sur, pregunto si no está presente también
entre nosotros.
Pregunto si el Tercer o Cuarto Mundo no están también aquí, desde la perspectiva de
que, en la manipulación del lenguaje, la aparición de este nuevo código lingüístico
de los emergentes y los sumergidos ocurre en la sociedad en que vivimos. Hasta qué
punto la alianza bastante impía de los emergentes –cuyo espectro, en las sociedades
europeas más avanzadas, podría abarcar un 60% de la población, en otras no tanto,
y se va reduciendo– puede llegar a ser una conjura implícita, no escrita –aunque ya
empieza a estar escrita en algunas filosofías que viven el Norte y el Sur– dentro
de la propia Europa.
Europa, ¿qué es eso? Empezamos a tener una idea de que algo existe cuando tenemos
un imaginario. Ese imaginario se alimenta con su memoria, su propia información cultural.
Europa no tiene, ni siquiera ahora, ese imaginario de sí misma. La división Norte-Sur,
dentro de la propia Europa, es una división real. Y dentro del Sur europeo hay otra
división Norte-Sur.
Las claves no se dan, en realidad, en ese terreno sino en que, en un sistema como
el que vivimos o alimentamos, la desigualdad es una regla fundamental. Y la desigualdad,
cuando se establece, hace que los que están en posiciones de predominio y de privilegio
tengan la tendencia de acumular más que los otros; por lo tanto, la desigualdad se
acentúa.
Hasta que no se invente una ley correctora de esto –hay caminos correctores, evidentemente,
desde una política de fiscalidad– la tendencia general es la acentuación de las diferencias
entre el Norte y el Sur, dentro de la propia Europa, en la medida en que se imponen
valores de carácter filosófico y político basados en la competencia, en la individualidad,
en la iniciativa, en la desaparición de los filtros que pueden corregir la libertad
de la competencia.
Entonces, Europa, ¿qué idea ha tenido de sí misma? Unos cuantos, que podemos llamar
los intelectuales orgánicos de la europeidad, y que son una gente bien intencionada,
entre los cuales me podría sentir a gusto –todos hemos leído a unos cincuenta autores
europeos, nos sentimos más o menos vinculados culturalmente, hemos viajado, más o
menos hablamos las lenguas que nos pueden comunicar, cuando vamos a una ciudad podemos
entender su arquitectura– tenemos una cierta comunidad –comunión– de los santos informados;
eso nos puede unir y tener un pequeño grupo de europeos, una cierta ida y un imaginario
europeo. Pero si reunimos a la sociedad europea real y le preguntamos qué es Europa,
cuando se rasca un poco aparece debajo toda la sabiduría convencional que han heredado
y todos los antiguos prejuicios: un francés con respecto a un alemán, un alemán del
norte con respecto a un bávaro, un francés con respecto a un belga y un francés con
respecto a un español, como un madrileño con respecto a un catalán. Es decir, todos
los tópicos de la sabiduría convencional se mantienen.
Si analizamos qué clase de información convencional ha recibido el nuevo europeo unificado
para cambiar esos criterios y vemos los libros de historia, observamos que los héroes
nacionales siguen siendo los héroes nacionales, las victorias providenciales siguen
siendo victorias providenciales. No se ha modificado para nada la memoria, no se ha
modificado la sabiduría convencional basada en tópicos.
Proyecto, al menos desde una perspectiva hacia el futuro: ¿qué proyecto europeo diferenciado
existe? Entonces aparecen los "mejores": Europa puede ser una tercera vía imponiendo
un estado asistencia universal porque aquí aún hay consciencia de raíz crítica; aquí
es donde se han desarrollado todos los movimientos sociales y políticos de rebelión
del industrialismo y eso ha creado un sustrato cultural crítico que permite que podamos
influir sobre un modelo de desarrollo capitalista más humano, en contra de un modelo
de desarrollo capitalista salvaje como el que puede imponerse en otras latitudes.
Eso, en realidad, forma parte de un desideratum teórico de los doscientos cincuenta
asistentes a simposios. Porque los simposios corren el peligro de servir sólo para
que luego haya almacenes enormes llenos de ponencias que nunca leerá nadie.
Creo que, al mismo tiempo, ese proyecto encierra una verdad. En Europa hay un sustrato
crítico que puede no haber en otras latitudes y puede alimentar la construcción de
un modelo no tan salvaje. Pero luego vamos a ver qué ocurre cuando este modelo de
desarrollo capitalista tenga que competir realmente con otros bloques capitalistas,
sea el norteamericano, sea el japonés; o el de China, cuando lo acaben de construir.
Esos bloques, cuando tengan que competir entre ellos, a ver cómo se las entienden
y a ver qué modelos de conducta y de consistencia pueden arbitrar.
14) Organización y educación crítica: cuestiones de supervivencia
Una palabra sobre los profesionales de los medios de comunicación. Su función suele
estar situada entre el propietario de los medios y el receptor pasivo. Son como un
intermediario dentro de esa relación. Sometidos a una economía de mercado mediático,
se enfrentan a condiciones muy duras; porque es un mercado limitado y hay muchos profesionales
para pocos puestos de trabajo.
Entonces, una de dos: o se convierten en héroes todas las noches y se juegan el puesto
–lo cual tampoco se puede pedir, para que no aumente el censo del paro– o bien tienen
que someterse a ciertas reglas de juego; siempre y cuando, no se progrese en el terreno
de la organización y de una solidaridad profesional, lo que daría lugar a una mayor
capacidad de acción.
Yo no le puedo pedir un esfuerzo crítico a un compañero que es un trabajador anónimo
de un periódico y que no tiene la fuerza que le da un prestigio de firma de mercado,
que se juegue el tipo. En eso, lo único que nos podría dar fuerza sería una organización
de los profesionales, defendiendo unas pautas de consciencia, un código de conducta
profesional.
Hay otra tarea que vengo proponiendo desde que me invitaron a las primeras "escoles
d'estiu". Yo no puedo entender todavía cómo veinticinco años después de la reconstrucción
de la razón democrática pedagógica en Cataluña, con el renacimiento del movimiento
pedagógico racionalista, no se ha incorporado la lectura de los medios de comunicación
en las escuelas. Es decir, el enseñar a descodificar. No lo entiendo; cuando es un
elemento educativo fundamental. Nos rasgamos las vestiduras cuando no enseñan historia,
pero aprender a ver y descodificar un mensaje televisivo es cuestión de supervivencia,
no es una broma. No se trata de inculcar a los niños que la televisión es perversa.
Se trata de saberla leer. Lo primero que han de aprender para leer un mensaje es quién
tiene la propiedad de un medio en particular y, a partir de ahí, pueden empezar a
leer las claves de los mensajes, los códigos internos de cada lingüística comunicacional.
Todo esto es una educación que seriviría para que pudieran actuar críticamente ante
el mensaje que les llega.
15) Pero la realidad tendrá la última palabra...
No quisiera permanecer en una posición pesimista. Yo creo que siempre la consciencia
de cambio y la necesidad del cambio surgen, sobre todo, de un medio de comunicación
extraordinario y fundamental; irrebatible e inocultable que es la realidad.
La realidad tiene y enseña sus propias condiciones. Se puede aplazar la evidencia
de la realidad mediante ejercicios de hipnosis o encantamientos colectivos mediáticos
cada vez más poderosos; pero llega un momento en que las facturas y las grietas que
se abren en la realidad acaban por imponerse.
La alianza de los emergentes para sofocar la identidad del sumergido no es un ejercicio
que se esté haciendo solamente a escala planetaria, entre Norte y Sur –un Tercer Mundo
que aparecería como condenado desde la Biblia, porque uno de los hijos de aquel patriarca
se portó muy mal con él– sino que la situación de aquí presenta una sintomatología
similar. El crimen perfecto de esta manipulación comunicacional en las relaciones
de desigualdad y de dependencia es conseguir que el marginado no sepa que lo es; no
sólo esto sino que además se sienta culpable por ser un marginado. Y el primer abordaje
hacia una solución sería hacer descubrir al marginado que lo es, y por qué.
Históricamente, nunca hay movimientos hacia adelante que sean constantes. Hay momentos
de reflujo que coinciden, además, con situaciones de crisis econónomica. Mecanismos
conservadores –"que me quede, por lo menos, como estoy"– que paralizan un tanto las
actitudes altruistas, aunque parezcan lo contrario.
Aparentemente, las ideas estaban mucho más claras hace veinte, treinta o cuarenta
años. A la vista de cómo conjuntos completos de verdades, que parecían muy claras,
han fracasado –o han fracasado en su experiencia concreta, no como propuesta general–
habría que plantearse hasta qué punto sí vale la pena que hayan dejado ese vacío;
porque dicho vacío obligará a que las mismas condiciones de la realidad que generan
un sentido crítico, generen una reacción quizás mejor encaminada que la del pasado.
Yo creo que, cualitativamente, la situación es muy diferente a la que ha sido en el
último siglo. Nada está tan claro como pudo estarlo en algunos momentos, en los que
quizás estuvo excesivamente claro.
Durante los años treinta parecía que todo tenía que conseguirse inmediatamente, costase
lo que costase. Eso se dice muy tranquilamente, pero en los costos están miles y miles
de seres humanos, millones de personas; sacrificios increíbles.
Quizás ahora tenemos una idea diferente del ritmo histórico, no porque se haya deducido
teóricamente, sino porque lo ha obligado la propia realidad.
En el capítulo positivo del balance, pocas veces habíamos sido tan libres de pensar
la realidad; en cambio, pocas veces hemos estado tan amenazados por la capacidad de
un sistema de imponer verdades uniformadas de una manera tan total. Pero insisto en
que, por más que inculquen unas verdades, si no coinciden con la realidad más inmediata,
un día u otro se produce la quiebra; y la hipnosis mediática desaparece.
La hipnosis mediática puede romperse a poco que haya agentes sociales activistas en
el sentido más laxo y generoso de la palabra porque algo que hemos de descartar es
esa inculcación ideológica del neoliberalismo de que ninguna minoría debe influir
sobre la sociedad ¡y ellos qué son y qué hacen, si no!
En definitiva, llega un momento en que, por una situación social e histórica determinada,
sectores sociales están en condiciones de ver críticamente la realidad y otros no
lo están; y siempre ha sido así. Eso no quiere decir que se impongan como una minoría
mesiánica e iluminada pero si están en condiciones de trasmitir una visión crítica,
lo tienen que hacer.
Sigo creyendo que lo que determina el cambio son las correlaciones de fuerzas. El
Sur está ahora más desarmado que nunca, se ha desmontado su capacidad de agresión;
en la América Latina, por ejemplo, se hizo un ejercicio sistemático para quitársela.
El Sur, así, no tiene elementos de presión claros hacia el Norte.
Ahora se está en una situación muy difícil por lo siguiente: la incorporación al sistema
se realiza por la incorporación al mercado. Esta incorporación está ya tan codificada,
están tan cerrados los márgenes a través de los cuales te puedes meter o no meter,
que ya te hacen entrar de una manera subalterna.
Los propios sectores emergentes del Sur son cómplices, evidentemente, con una determinada
jerarquía de valores, con un determinado sentido histórico, con un determinado orden
internacional. Seguirán siendo cómplices siempre y cuando les garanticen un estatus.
Antes, para garantizar la domesticación de un país del Sur –fuese del mundo árabe,
fuese de América Latina– tenías que asegurarte cuatro generales, cincuenta oligarcas
y cuatro o cinco efectivos más. En estos momentos, es hacer tuyo a un sector más amplio
que es los que podemos llamar emergentes. Por ejemplo, en el Chile actual pueden ser
un millón de personas; en la Argentina actual, otro tanto. Así, conviertes en una
sucursal del sistema a ese país.
El Norte, en estos momentos, sólo se siente amenazado por un sector del Sur: la posible
alianza del mundo árabe. Porque allí confluyen fuertemente la mano de obra y la fuente
energética fundamental para el desarrollo del Norte y una ideología de combate y reinterpretación
de las relaciones de dependencia. Aunque para mí, dicha ideología está bajo el mando
del fundamentalismo religioso y eso es negativo, en definitiva está cargada de elementos
de combate civil, que la convierten en una fuerza ideológica y una fuerza política.
Este es el riesgo real que siente el Norte.
Pero con América Latina, el Norte se siente bastante tranquilo. Los que más le pueden
molestar son los mejicanos, por la bomba demográfica.
Frente a eso, tiene que haber una serie de esfuerzos coincidentes; un cambio en las
relaciones de fuerzas de esos países, agrupados en sectores geopolíticos y plantearlo
como una presión hacia el Norte. El cambio vendrá al encontrar esos elementos de presión
desde el Sur hacia el Norte y por la creación de una "quinta columna" con vanguardias
críticas del Norte.
Por otra parte, el Sur debe tener consciencia de qué quiere decir ser Sur; y, a partir
de esa consciencia, adivinar que es un sujeto histórico de cambio y tiene que transformar
unas relaciones objetivas, para lo cual se requiere un trabajo de consciencia bastante
fuerte.
En todo caso, unas relaciones de injusticia nunca pueden ser eternas y las pesadillas
generan despertares y generan movimientos en sentido contrario. Históricamente, cuando
han quemado unos determinados mecanismos y han sido sustituidos por otros. Porque
quien no llora, no mama. Ni a nivel nacional ni a nivel internacional se ha conseguido
nada sin presión.
Manuel Vázquez Montalbán a: La Aldea Global
Pérez, C. (ed.) 1994. Barcelona: Deriva.